—¿Estás segura de ello? —preguntó de nuevo Sebastián, y Elliana, que se recostaba sobre él, se giró para mirarlo a los ojos.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó ella, y Sebastián murmuró inquisitivamente.
—¿A qué te refieres? —preguntó él, pretendiendo ser inocente.
—Si me haces una pregunta tan simple como esta dos veces, significa que tienes algo travieso en mente, y tu conciencia no quiere que me mantengas en la oscuridad al respecto. Quieres hacerlo, pero al mismo tiempo no quieres mentirme —Elliana arqueó las cejas.
Decir que Sebastián estaba sorprendido sería decir poco. Le sorprendió lo bien que ella podía descodificar sus emociones. ¿De verdad se había vuelto una experta en leerlo?
¿Y por qué diablos eso lo excitaba?
—Y si digo que esa es la razón por la que te pregunté de nuevo, ¿me dejarías hacer lo que tengo en mente? —preguntó él, presionando sus dedos en el costado de su cintura.
—¿Lo harás? —preguntó ella, recostándose en su hombro y olfateando su aroma.