Sebastián entró a la habitación después de su reunión y miró a la princesa que estaba desparramada en la cama como una estrella de mar.
Realmente no tiene ningún sentido de la seguridad. Suspiró antes de levantarla en sus brazos y acostarla correctamente, colocando una almohada bajo su cabeza.
Tan calmada y serena. Así es como se veía ahora, y él suspiró. Nadie estaba dispuesto a aceptar que Elliana era la misma chica que había ido allí para protegerlos, y aunque cada razonamiento decía que ella no podía estar allí, su corazón le decía que solo ella era.
No hay manera de que pueda confundir su presencia con la de alguien más.
—¿Qué me estás ocultando, princesa? Si eres fuerte, eres fuerte. ¿Por qué sientes la necesidad de ocultármelo? ¿De qué tienes miedo? —Sebastián susurró antes de besar su frente.