—Yo también te protegeré —Elliana sonrió a Sebastián, quien entrecerró los ojos antes de resoplar.
—Cállate, ¿quieres? ¿Me escucharás? Sólo mantén tu cabeza en mi pecho. No dejaré que nada te pase —dijo Sebastián, y Elliana sonrió antes de abrir su palma de par en par para formar el escudo alrededor de ellos para que él tampoco saliera demasiado lastimado mientras la protegía.
Ella sonrió cuando el escudo comenzó a formarse y tomó una respiración profunda antes de presionar aún más su cabeza en el pecho de Sebastián.
Sebastián notó el cambio repentino también.
El suelo y las pequeñas piedras que se suponía iban a raspar su espalda como lo estaban haciendo antes, ya no le golpeaban.
—Bien. Pueden usar esto para detener el movimiento antes de que pueda saltar con ella en brazos —entrecerró los ojos antes de notar un árbol con una rama alargada.