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Estos besos cuando se estaban despidiendo siempre eran los más intensos. Siempre los daba con tanta fuerza y ardiente deseo como si intentara grabarse en ella.
Escarlata no podía moverse, y no podía respirar.
Más bien, podía hacer ambas cosas pero su cuerpo se negaba a moverse y cada respiración que tomaba era la que Esong le daba.
Su rostro entero estaba cubierto por sus manos mientras él saqueaba su boca, casi asfixiándola.
Se retorcía y empujaba sus manos contra su pecho, pidiéndole que la soltara.
Él la liberó, y ella cayó contra su pecho, respirando rápidamente, justo como él lo hacía.
—Me mordiste —dijo él acusadoramente con una risita en cuanto se calmó.
—No me dejabas respirar —le dijo ella.
Se levantó perezosamente y miró sus labios. Ciertamente estaban magullados y en su labio inferior había una pequeña herida.
Lo tocó y sonrió. Secretamente, estaba complacida con su obra. —Lo siento.
Esong rió a carcajadas y la atrajo hacia él para otro abrazo.