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Cuando Esong la vio más tarde, ella estaba muy sudada y su cabello tenía trocitos de pequeñas hojas y ramitas. Casi como si se hubiera dado una vuelta y rodado por el bosque.
La miró de arriba abajo y luego giró a su alrededor, observando cada centímetro de su cuerpo.
—Te ves....., interesante —dijo él.
—Gracias —respondió ella, muy sarcásticamente.
—¿Me permites preguntarte a dónde desapareciste? —preguntó.
—No preguntes —contestó ella. Ella sacó todas las ramitas que podía alcanzar de su cabello y las tiró al suelo.
Él levantó su mano derecha y sacó las pequeñas hojas que estaban pegadas en su cabello. Algunas eran tan diminutas, y era evidente que acababan de empezar a crecer.
—Estuviste en el bosque de nuevo, ¿verdad? —él preguntó.
—Ves, tenías las respuestas todo el tiempo —respondió ella.