Esong estaba seguro de que su esposa había estado en la nave espacial, no podía explicar cómo lo sabía, pero de alguna manera, lo hacía. Podía olerla en el aire, era un tenue olor a fresa, pero era de ella. Inhaló profundamente, aspirando ávidamente ese aroma mientras se preguntaba si quizás estaba perdiendo la razón. No había manera de que ella estuviera aquí, era imposible, tal vez la extrañaba tanto que había perdido la cordura.
Miró su terminal de pulsera y vio que había recibido más de doscientos mensajes, llamadas, correos electrónicos de ella, de su hijo, de sus padres y del resto de su familia y todos estaban marcados como leídos, lo que significaba que los había visto pero no había respondido a ninguno.
—¿Qué está pasando? —se preguntó en un susurro.