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En el inframundo, Severo se sentía inquieto con cada segundo que pasaba. Había estado aquí hablando de algunas cosas con Litia y recogiendo las frutas que ella siempre le daba para que Escarlata comiera. Eran frutas especiales, cultivadas por Litia y dadas solo a segadoras femeninas. En cuanto sintió esa ola de turbulencia en Escarlata, supo que había problemas. Esta vez era fuerte, nada que ver con lo que había experimentado cuando estaban en el baño. Cuanto más trataba ella de contener sus emociones, más hervían como un caldero de gachas, desesperado por escapar de sus confines.
—Debo regresar —dijo Severo.
—¿Por qué? —Litia estaba perpleja—. Tenías planeado pasar la noche aquí.
—Es mi segadora, algo le pasa, puedo sentirlo desde aquí. Sus emociones están surgiendo como una marea furiosa. Me preocupa que algo vaya a salir terriblemente mal.
—¿No le has dicho que las apague? —Litia hizo la pregunta más obvia.