—¿No hay entrenamiento hoy? —La voz de Adler sorprendió a Escarlata y ella dio un respingo y se llevó la mano al corazón.
—¿Te asusté? —le preguntó.
Ella reorganizó las cosas en la encimera de la cocina lentamente y dispuso las galletas recién horneadas en una bandeja. —Sí —respondió ella—. Casi me das un ataque al corazón.
—Eso es porque has estado perdida en tus pensamientos durante cinco largos minutos. He estado aquí parado un rato pero tú ni siquiera te diste cuenta. ¿Qué pasa por tu mente hermanita?
Escarlata se sonrojó, la suave piel blanca de su rostro se tornó roja y se calentó ligeramente. Estaba pensando en qué la había poseído para hornear galletas con chispas de chocolate ese día. Apenas podía concentrarse toda la mañana porque los recuerdos de la noche anterior le pasaban continuamente por la mente. Incluso algo tan común como la brisa del viento en su piel la hacía pensar en las caricias de las manos de Esong sobre su piel.