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El instinto era algo contra lo que no podía luchar porque cuando su mano la tocó allí, en su parte más privada e íntima, ella juntó los muslos y los apretó fuerte, atrapando su mano que persistentemente seguía explorando, justo por encima.
—No tengas miedo, bebé —le susurró en el oído, su voz, este timbre barítono profundo que hizo que ella apretara de nuevo, más fuerte como si estuviera cerrando un portal a otro mundo—. Voy a cuidarte bien —dijo y la besó en el cuello.
¿Cuándo había su cuerpo llegado tan cerca del suyo? se preguntó.
—Suéltate —él le mordisqueó el oído, su lengua lamió la parte superior de ese mismo oído, sintiéndose cosquillosa se rió suavemente y aflojó los muslos—. Así es —dijo él—. Sus muslos estaban una vez más bien abiertos—. Niña buena —dijo Esong, y le tocó el clítoris con un movimiento rápido.
Ella jadeó y apretó la manta con fuerza.