Lentamente pero con firmeza se acercó a él hasta que quedó de pie frente a él y sus ojos miraban hacia los suyos. Él estaba sentado con las piernas ampliamente abiertas, su cabeza estaba inclinada hacia atrás apoyada en sus manos entrelazadas. A veces se preguntaba si hacía eso deliberadamente porque se daba cuenta de cuán a menudo ella miraba esas manos. Eso o era su posición favorita y más cómoda.
Se paró entre sus piernas abiertas y dijo:
—No quiero que consideres mis próximas palabras como una declaración espontánea de amor.
—No considero nada sobre ti espontáneo —respondió él con suficiencia—. Si lo fueras, no estaríamos hablando ahora mismo.
Ella extendió su mano y dijo: