—Esa era mi flor. Yo habría añadido los aceites de baño —un suspiro escapó de sus labios cuando sintió los dedos de Dante apretar el dedo que había sido aplastado bajo la silla ayer—. Eso dolió —se quejó con un ceño fruncido.
—Apenas —respondió Dante, con un destello de desafío en sus ojos rojos—. ¿Estás pretendiendo ser ingenua? ¿O estás provocándome intencionalmente para castigarte otra vez?
—Tú eres quien eligió sentarse en la bañera —replicó Anastasia, sin comprender de qué estaba hablando. No era ella, sino él, quien buscaba maneras de castigarla. Inhaló bruscamente cuando lo sintió apretar su dedo de nuevo para disciplinarla.
—Qué molesto —escuchó a Dante murmurar bajo su aliento—. Parece que no se puede evitar. Deja que te lo haga más fácil de entender entonces. No uses cosas que te ofrezcan otros hombres. Sea lo que sea, en todo caso. Flores, accesorios o lo que sea, porque los tiraré o los romperé, para que no puedas usarlos de nuevo.