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En el momento en que una belleza incomparable de cabello plateado salió de la cueva subterránea, todas las personas... o más bien todos los zorros en el exterior, para ser más precisos, quedaron completamente atónitos.
La escena y el color que los rodeaban se volvieron borrosos y desaparecieron.
Sus ojos azul topacio eran claros y puros como el agua limpia y sin manchas y brillaban como un par de las estrellas azules más hermosas.
Su piel era blanca como la nieve y en su rostro como flor de melocotón, colgaba una sonrisa graciosa y tímida, una vista especialmente conmovedora.
Claramente aún era muy joven e inmadura pero ya poseía la belleza impresionante que haría parecer opacas a miles de flores y estrellas.
Hacía que todos se preguntaran cómo se vería cuando creciera.