—Si son demasiado débiles para protegerse a sí mismos, ¿por qué no se encierran en su habitación y nunca vuelven a salir? ¿Pueden culpar a otros si son débiles? —preguntó.
—¡Nadie nace fuerte, pero se esfuerza por serlo! Ellos nunca se quejaron, ¿pero ustedes? Como discípulos de las nueve sectas justas, ¿no se avergüenzan de sí mismos? —les reprochó.
Los discípulos bajaron la cabeza avergonzados y apretaron sus puños. Cada una de sus duras palabras les atravesaba el corazón. Les resultaba difícil respirar, pero se obligaban a escuchar atentamente y a tragarse su dolor.
—Tienen que superar sus debilidades y miedos, y esto les hace fuertes poco a poco, parte por parte. Cada proceso nunca ha sido fácil. El resultado final vale cada moretón, cada herida, cada cicatriz y cada sangre y lágrima que enfrentan. Sus problemas son el precio de su fuerza. ¡Su éxito vale las espinas por las que caminaron! —exclamó.
