Seguramente de chico te pasó alguna vez que mientras viajabas en auto miraste por la ventana y viste los montones de autos circulando en la calle, los peatones por la vereda y las puertas, paredes y techos de los edificios alrededor y te imaginaste un personaje corriendo y saltando alrededor al mejor estilo de los juegos de plataformas de los 2000. O capaz no tenés idea de lo que estoy hablando y no sabés de lo que te perdés.
En fin, creo que pasé demasiado tiempo mirando por la ventana del auto al punto tal que ahora en el momento que me pongo los auriculares la realidad se me desdibuja y la mente se me escapa a lugares totalmente insólitos con una vividez que asusta...
-"Eh amigo, con todo respeto"- me interrumpió un flaco que salió de la nada a venderme bolsas de residuos.
-"Here we go"- pensé mientras seguí caminando con los ojos al frente.
Estas situaciones me hacen sentir bastante incómodo. Me indigna que me apuren y me demanden tiempo, atención y plata como si yo fuera el responsable de la desgracia ajena, como si yo viviera con el cuerno de la abundancia; pero a la vez, en cuanto lo pienso dos segundos y freno el carro, me doy cuenta de que esto no se trata de mí sino de alguien que claramente no corrió la misma suerte que yo. Pero ahí viene de nuevo el Juanjo egoísta: no es responsabilidad mía hacerme cargo de las oportunidades de los demás. Para algo pagamos impuestos que no son pocos. Cierto, ¿pero eso justifica que ignores a la persona que te está hablando y hagas de cuenta que no existe? ¿Sin siquiera mirarle la cara?.
Y entonces, antes de poder seguir discutiendo conmigo mismo, desde los auriculares me llega una melodía que me transporta más de 15 años atrás en el tiempo.
"Vas caminando despacio, sin ganas de sonreír, de sonreír..."-escucho y un escalofrío me recorre la espalda.
-"Conch@ madre"- se me escapa y cuando me doy cuenta parpadeo y estoy caminando por la calle que recorre la bahía de mi ciudad natal en algún momento de 2004. Siento de nuevo el viento que me pega en la cara y me sacude la campera ridículamente grande que me llega casi hasta las rodillas. En la espalda siento las correas de la mochila y el tintineo de las latas que se sacuden. El piso cruje con la nieve recién caída que me llega hasta los tobillos. No hace frío. O más bien, no siento frío. Siento calor, tanto que la transpiración se me pega a la remera debajo de tantas capas de ropa.
Calor por la bronca, la pena y la indignación que siento. Una bronca que no puedo manejar y me frustra de una manera indescriptible.
Al mirar al cielo nocturno, veo un techo de nubes que reflejan las luces del alumbrado público de la ciudad. Una bóveda naranja difícil de describir. Al costado pasan los autos cegándome, pero yo avanzo a paso firme y decidido. El cable de los auriculares, sonando en el volumen máximo, se asoma desde el bolsillo derecho de la campera, donde con la mano sostengo el reproductor de CD para que las vibraciones no me rayen el disco.
"Siempre a la sombra de la sociedad, somos la causa de su malestar..."
Apreto los dientes con fuerza mientras arrastro los pies contra la pila de nieve delante mío. Los brackets me lastiman los labios, la nieve derretida atravesó los borcegos, me empapó las medias y los jeans que ahora pesan dos kilos más, pero no paro de caminar hacia adelante.
Martín era un compañero del colegio. Un pibe más como cualquier otro. Venía de una familia humilde que atendían un ciber a unas cuadras de mi casa. No tenía mucha relación con él, pero todos lo conocíamos porque era un crack en el ajedrez. Yo no sabía, ni sé jugar al ajedrez, pero este pibe era una bestia y cuando surgió una beca para viajar al norte a competir y salió seleccionado se armó un revuelo tremendo. Todos estaban re contentos. Que alguien pudiera representar a nuestra isla perdida en el culo del mundo nos creaba una sensación de orgullo increíble.
Pero días después a Martín lo mataron en una balacera mientras festejaba con su familia.
"Un ajuste de cuentas. Narcotráfico"-dijeron. Un primo suyo estaba metido en negocios turbios y se había quedado con un vuelto que no le correspondía. Una bala perdida le pegó a él y unos horas después falleció.
Las semanas pasaron y todo quedó en la nada. Cuando confronté a mi viejo para que hiciera algo, que usara sus contactos, se negó rotundamente. Yo sabía que podría haberse movido y esclarecer la situación y que se hiciera justicia. Si hasta me dio a entender que sabía quién lo había hecho. Pero él no iba a hacer nada, porque desde el partido se lo habían ordenado. Claramente algo tenían que ver. "No era el momento de armar quilombo". "Falta poco para el acto y las elecciones". "No te metas. Aparte, ¿qué tanto escándalo hacés si ni lo conocías?...Qué te venís a hacer ahora el defensor de pobres y ausentes. Esa gente no tiene nada que ver con vos, por algo les pasan las cosas que les pasan." Esa noche le robé la billetera y organizamos con unos compañeros para juntarnos a la madrugada. Mis colegas.
Parpadee una vez más y delante mío tenía el enorme mural toscamente pintado en aerosol sobre una pared del gimnasio municipal. Se leía grande el nombre de Martín sobre un intento de tablero de ajedrez. La verdad que había quedado bastante mal. Las letras estaban torcidas y la perspectiva era cualquier cosa. Lastimoso intento. Pero lo que importaba era el significado, porque en ese costado del edificio estaba el palco donde mañana el intendente se sentaría en el acto. Donde mi viejo se iba a tener que parar y hablar de lo bien que estaba trabajando la gestión.
-"Escúpele al sistema y nunca dejes de molestar"- suspiré con el fuego de la bronca ardiéndome en la boca mientras corríamos escapando de las sirenas que oíamos llegar desde lejos.
Parpadeé y volvía a caminar por la calle con el chico que me vendía bolsas.
Había sido un mural ridículo, un intento absurdo que nada iba a cambiar, un espectáculo vergonzoso. Y qué banda con doble discurso, por Dios. ¡Pero qué intenso era el calor que me corría por las venas! Qué pura, idealista e inocente que es la adolescencia.
¿Qué podía saber yo lo que era pasar necesidad en aquel momento? ¿Quién me creía que era para intentar cambiar algo? No sabía nada, no entendía nada. Cuanto cringe. ¿Pero al margen, dónde quedó ese fuego que me hacía arder por querer hacer que las cosas mejoren? ¿Qué paso con ese Juanjo chiquito?
-"En fin, la hipotenusa"- solté atragantado mientras me secaba una lágrima que me caía rebelde por la mejilla.
-"¿La qué? - me preguntó el flaco perplejo.
-"Nada chaval, acá tenés"- le dije dándole el puñado de billetes que tenía en la billetera y seguí caminando sin detenerme.