Urraca se levantó del trono con determinación y se dirigió a los presentes en la sala del consejo. "Dejemos de lado lo de pedir ayuda al rey por ahora," comenzó con firmeza. "Lo primero que debemos hacer es eliminar el agua. Alcalde, capitán de la guardia, movilicen a la población para recolectar todos los cubos disponibles y comiencen a sacar el agua de las zonas inundadas."
El alcalde y el capitán intercambiaron miradas antes de asentar con determinación, listos para seguir sus órdenes. Sin embargo, el maestro del gremio de los carpinteros levantó la mano, solicitando la palabra. "Señora, no tenemos dónde tirar el agua. Es mejor esperar hasta mañana, cuando ya una buena parte se haya secado."
Otro maestro, del gremio de los zapateros, intervino con urgencia. "Señora, lo que debemos hacer ahora es buscar supervivientes en la parte inundada. Aquellos que hayan muerto deben ser enterrados lo antes posible para evitar enfermedades."
Urraca se tomó un momento para reflexionar, comprendiendo la importancia de ambos puntos. "Tenéis razón," concedió finalmente. "Dejaremos lo del agua para mañana. Por ahora, movilizad a los siervos para cavar una fosa común lo suficientemente grande para enterrar a cien personas. Necesitamos actuar rápido para prevenir una crisis sanitaria."
Los presentes asintieron, comprendiendo la gravedad de la situación. Sin embargo, Urraca notó un momento de silencio y recordó un punto crucial. "Capitán," dijo, girándose hacia él, "instruye que a aquellos que se atrevan a adentrarse en la zona inundada para buscar supervivientes recibirán una recompensa de un dinar de oro cada uno."
El capitán de la guardia se inclinó, reconociendo la orden, y salió rápidamente para organizar a sus hombres. La sala del consejo, llena de maestros de gremios y oficiales, comenzó a cobrar vida con actividad frenética mientras se preparaban para enfrentar los desafíos del día.
El capitán de la guardia salió del ayuntamiento y se dirigió rápidamente a la oficina central de la guardia. Al acercarse, vio que ya había muchos guardias reunidos y preparados. Con una mirada de aprobación, se acercó al vicecapitán.
"Iba a preguntarte por qué están todos aquí tan temprano," dijo el capitán, "pero parece que ya estamos listos para ponernos manos a la obra."
Se colocó frente a los guardias y habló con una voz firme y autoritaria. "Hombres, tenemos una misión peligrosa por delante. Debemos buscar en las casas inundadas a cualquier persona, viva o muerta. Si están vivos, llévenlos a la catedral. Si están muertos, llévenlos a la fosa que el alcalde está cavando. ¿Quiénes se atreven a hacerlo?"
Los guardias se miraron entre sí, algunos con determinación y otros con un ligero temor en los ojos. El silencio se rompió cuando varios dieron un paso al frente con decisión, exclamando, "¡Yo, capitán!" Otros asintieron con la cabeza, diciendo, "¡Cuenta conmigo!"
Sin embargo, algunos guardias permanecieron inmóviles, dudando de si debían aceptar una tarea tan peligrosa. El capitán los observó fijamente, su mirada desafiando a los indecisos. A medida que más y más guardias aceptaban la misión y daban un paso al frente, los que dudaban comenzaron a apretar los dientes y, finalmente, también avanzaron, superando su miedo al ver la determinación de sus compañeros.
Después de un momento, toda la guardia estaba alineada y lista. El capitán, lleno de orgullo por su valentía, les dijo, "Estoy muy contento por vuestra decisión. A cada uno se le dará un dinar de oro como recompensa."
Los guardias parecieron animarse aún más al escuchar sobre la recompensa. Con una nueva energía en sus ojos, el capitán finalizó, "¡Vamos, podéis comenzar!"
Los guardias gritaron al unísono, "¡Sí, capitán!" y comenzaron a correr hacia la zona inundada. Formaron equipos para cubrir más terreno, y se adentraron en las calles anegadas con rapidez y determinación. El sonido de sus pisadas resonaba en el agua mientras se dispersaban, listos para enfrentar el peligro y salvar a quienes pudieran.
Los guardias se enfrentaban a una situación desesperada: para ingresar a las casas parcialmente sumergidas, tenían que avanzar a través del agua y luego apilarse unos sobre otros para alcanzar las entradas superiores.
En una parte de la ciudad, un grupo de guardias se enfrentó a una casa donde el agua alcanzaba la altura de un metro y medio. Formaron una cadena humana, con el guardia más alto encaramado en los hombros de los demás, luchando contra las corrientes y el agua fría que le llegaba hasta el cuello.
Con determinación, el guardia superior pateó el techo de madera debilitado por la lluvia, haciendo un agujero lo suficientemente grande como para pasar. Usando sus manos, ensanchó aún más el agujero para permitir el paso seguro de uno a uno. Una vez dentro, avanzaron con cautela entre muebles flotantes y escombros arrastrados por la corriente.
"¡Hola! ¡Somos de la guardia! ¿Hay alguien aquí?" gritó el guardia, su voz resonando en el espacio confinado. No hubo respuesta inicial, solo el goteo constante del agua que se filtraba por el techo. Avanzaron con cuidado, enfrentándose a la oscuridad y la incertidumbre.
Finalmente, el guardia encontró a una familia atrapada en un rincón, abrazándose unos a otros. Cuatro de ellos aún respiraban débilmente, pero los dos niños más jóvenes estaban inmóviles, envueltos en mantas empapadas. El guardia contuvo la respiración mientras evaluaba la situación con el corazón en la garganta.
Mientras tanto, en otras partes de la ciudad, los guardias se enfrentaban a escenas igualmente desgarradoras. En casas donde el agua alcanzaba alturas peligrosas, se aventuraban con valentía. "¡Aquí dentro! ¡Rápido, necesitamos ayuda!" gritaba uno de ellos desde el interior de otra casa parcialmente sumergida. Avanzaban con determinación, buscando cualquier señal de vida entre los escombros y la oscuridad.
Los diálogos entre ellos reflejaban el miedo y la determinación. "¡Está aquí! ¡Hay una familia atrapada en el ático!" gritaba uno, mientras otros se apresuraban a su lado para ayudar. "¡Vamos a necesitar cuerdas!" exigía otro.
En cada rincón de la ciudad inundada, los guardias estaban salvando vidas, arriesgando las suyas para rescatar a otros.