Peninsula iberica,Reino de Castilla y León,
Burgos,15 de mayo de 1105.
3A.M.
Padre de Daniel (Raimundo): ¡Dios mío! ¡Es un milagro! ¡Voy a ser padre!
Raimundo de borgoña, el Conde de Galicia, entra corriendo hacia Urraca, emocionado por la noticia.
Urraca: (sonriendo) Mi querido esposo, qué alegría verte tan emocionado. Pronto seremos una familia completa.
Raimundo: (acariciando el vientre de Urraca) No puedo esperar para conocer a nuestro hijo. ¿Cómo estás, mi amor? ¿Te sientes bien?
Urraca: (tranquilizadora) Estoy bien, cariño. Nuestro hijo y yo estamos sanos y seguros aquí.
En ese momento, Urraca siente un repentino dolor y suspira.
Urraca: (con sorpresa) ¡Oh! Creo que ha llegado el momento, querido.
Raimundo, emocionado, llama a las criadas mientras Urraca se prepara para el parto.
Raimundo: ¡Rápido, llamad a las sirvientas! El bebé está llegando. ¡Vamos a traer a nuestro hijo al mundo!
Las criadas entran apresuradamente y comienzan a ayudar a Urraca mientras Raimundo permanece a su lado, ansioso y emocionado.
Después de que las criadas entran para ayudar a Urraca en el parto, la habitación se llena de un frenesí de actividad.
Raimundo, con los ojos llenos de nerviosismo y anticipación, permanece junto a Urraca, sosteniendo su mano con firmeza mientras ella se prepara para dar a luz.
Raimundo: (con voz temblorosa) ¡Mi querida Urraca, sé que puedes hacerlo! ¡Estoy aquí contigo!
Urraca: (con esfuerzo) Gracias, mi amor. Tu apoyo significa todo para mí en este momento.
Las criadas se apresuran a preparar todo lo necesario para el parto, mientras Urraca comienza a sentir las primeras contracciones.
Urraca: (entre jadeos) ¡El bebé está llegando! ¡Ya viene!
La tensión en la habitación se intensifica mientras Urraca se esfuerza por traer al mundo a su hijo. Daniel, en su estado desconocido, experimenta una mezcla de curiosidad y satisfacción.
Mientras tanto, Raimundo se aferra a la mano de Urraca con determinación, alentándola en cada paso del camino.
Raimundo: (con voz emocionada) ¡Eres increíble, mi valiente Urraca! ¡Estoy tan orgulloso de ti!
Finalmente, con un último esfuerzo, Urraca da a luz a su hijo, llenando la habitación con un suspiro de alivio y alegría.
Urraca: (con lágrimas en los ojos) ¡Lo hemos logrado, Raimundo! ¡Nuestro hijo ha nacido!
Raimundo: (abrumado de emoción) ¡Dios mío! ¡Es un milagro!
Las criadas trabajan diligentemente para cuidar del recién nacido, mientras Raimundo y Urraca se abrazan con ternura, compartiendo el momento de felicidad y asombro por la llegada de su hijo.
Después del nacimiento del bebé, Urraca, con una sonrisa radiante en su rostro, se vuelve hacia Raimundo con un brillo de emoción en sus ojos.
Urraca: (mirando a Raimundo) Mi querido esposo, ¿cómo quieres que se llame nuestro hijo?
Raimundo, con una mezcla de orgullo y alegría, mira al recién nacido en brazos de las criadas y luego a Urraca.
Raimundo: (con ternura) Creo que deberíamos llamarlo Alfonso;
Alfonso Raimúndez de Borgoña,
en honor a mi padre y a la gran dinastía que lleva nuestro linaje.
Urraca asiente con una sonrisa, sintiendo una profunda conexión con su esposo en este momento tan especial.
Urraca: (acariciando la mejilla de Raimundo) Alfonso será un nombre perfecto para nuestro hijo. Que crezca fuerte y valiente, como su abuelo.
Las criadas continúan cuidando del recién nacido mientras Raimundo y Urraca se abrazan con ternura, compartiendo la dicha de ser padres por segunda vez.
Alfonso se sintió envuelto en un cálido abrazo de bienvenida al mundo, escuchando los suaves susurros y murmullos que llenaban la habitación. A medida que abría lentamente los ojos, se encontró con la visión borrosa de dos figuras que lo observaban con amor y admiración.
Urraca: (con una sonrisa radiante) ¡Oh, mira, Raimundo! Nuestro hijo nos está mirando.
Raimundo: (con voz emocionada) Es absolutamente perfecto, mi querida Urraca. Mira esos ojitos curiosos.
Alfonso parpadeó, tratando de acostumbrarse a la luz de la habitación con sus pequeños ojos.
A medida que la claridad se asentaba, pudo distinguir las figuras de sus padres claramente por primera vez.
Raimundo era un hombre alto y apuesto, con cabello oscuro y ojos llenos de ternura y orgullo mientras miraba a su hijo recién nacido. Su presencia irradiaba fuerza y seguridad.
Urraca, por otro lado, era una mujer de belleza serena y elegante, con ojos cálidos y una sonrisa que iluminaba la habitación.
Alfonso contempló a sus padres con una mirada serena y silenciosa, absorbiendo cada detalle de su apariencia y comportamiento con una curiosidad callada. Aunque apenas había llegado al mundo, ya estaba desarrollando un agudo sentido de observación, analizando cada gesto y expresión con una atención inusual para un recién nacido.
Raimundo y Urraca continuaron admirando a su hijo con amor y admiración, inconscientes de los pensamientos insondables que comenzaban a tomar forma en la mente del pequeño Alfonso. Para ellos, era simplemente el milagro de la vida, un regalo de Dios que habían esperado con tanto anhelo.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Alfonso sentía una desconcertante sensación de desapego hacia sus padres. Aunque no podía expresarlo en palabras, ya había comenzado a trazar los primeros hilos de su propia realidad, una realidad en la que el afecto y el amor tenían un significado distinto al que sus padres podrían comprender.
Mientras la habitación se llenaba de la calidez del recién nacido y la alegría de sus padres, Alfonso permanecía en silencio, guardando sus pensamientos y emociones en lo más profundo de su ser. En ese momento, nadie podía prever el destino oscuro y retorcido que aguardaba al pequeño Alfonso, ni las sombras que se cernían sobre la familia de Borgoña en los años venideros.
Después del nacimiento de Alfonso, en la calma de la madrugada, Raimundo y Urraca se abrazaron con ternura, sintiendo la dicha de ser padres nuevamente. Con el bebé en brazos, se presentaron a sí mismos y a su pequeño hijo, Alfonso, mientras las criadas continuaban con sus tareas.
Raimundo: (acariciando la cabecita de Alfonso) Mi querida Urraca, mira qué hermoso es nuestro hijo.
Urraca: (con una sonrisa radiante) Sí, Raimundo. Es el regalo más preciado que Dios nos ha dado.
Raimundo: (dirigiéndose a Alfonso) Te presento a tu madre, la noble Urraca, y a mí, tu padre, Raimundo, Conde de Galicia. Estaremos aquí para cuidarte y amarte siempre, hijo mío.
Mientras tanto, en otra parte del castillo, Sancha, la hermana mayor de Alfonso, estaba dormida en su habitación.
Después de un largo y exhaustivo parto, Urraca se recostó en la cama, aún recuperándose de los esfuerzos del parto, mientras las criadas la rodeaban atentamente. Raimundo permaneció a su lado, sosteniendo la mano de su esposa con cariño y preocupación, mientras compartían un momento de tranquilidad después de la emoción del nacimiento de su hijo.
A la mañana siguiente, cuando Sancha se enteró del nacimiento de su hermano, sintió una mezcla de emoción y curiosidad por conocer al nuevo miembro de la familia.
Sancha: (entusiasmada) ¡Un hermanito! No puedo esperar para conocerlo.
Urraca: (al ver a Sancha entrar) Sancha, querida, ven y conoce a tu hermano Alfonso.
Sancha se acercó con cuidado a la cuna donde Alfonso yacía dormido, observándolo con asombro y cariño.
Sancha: (suavemente) Hola, Alfonso. Soy Sancha, tu hermana mayor. Estoy muy feliz de que estés aquí.
Alfonso, ajeno a las palabras de su hermana, continuaba durmiendo tranquilamente.
Con el tiempo, los lazos entre los hermanos crecerían más fuertes, marcando el inicio de una relación que perduraría a lo largo de sus vidas.
Pasaron varias horas, y mientras Urraca descansaba con el bebé en la habitación, Raimundo se sentó a la mesa del comedor con Sancha, compartiendo una comida en silencio. El aroma tentador de la comida recién preparada llenaba la estancia, creando una atmósfera acogedora y reconfortante.
Raimundo: (mientras come) ¿Crees que mamá se recuperará pronto, Sancha?
Sancha: (con una sonrisa tranquilizadora) Sí, papá. Mamá es fuerte. Seguro estará bien en poco tiempo.
Raimundo asintió con satisfacción, confiando en las palabras de su hija
Raimundo: (con una sonrisa) Sancha, ¿cómo te sientes acerca de tener un hermanito?
Sancha: (con entusiasmo) ¡Estoy emocionada, papá! No puedo esperar para jugar con él y enseñarle todo lo que sé.
Raimundo asintió con una sonrisa, compartiendo el entusiasmo de su hija mayor mientras esperaban con ansias la llegada de Urraca y el bebé recién nacido continuaban disfrutando de su comida en compañía silenciosa.
Mientras tanto, en la habitación contigua, Urraca sostenía a su bebé recién nacido con ternura, acunándolo en sus brazos con amor maternal mientras lo alimentaba con leche materna.
Después de un tiempo, Alfonso comenzó a despertarse en la cuna,abrió lentamente los ojos, parpadeando ante la luz suave que filtraba a través de la habitación. Miró a su alrededor con curiosidad, observando los muebles y las paredes con ojos inocentes y llenos de asombro.
Entonces, sus ojos se posaron en la figura de su hermana Sancha, que estaba sentada junto a la cuna, observándolo con una sonrisa tierna y cariñosa. Alfonso la miró con admiración, maravillándose de la belleza y la calidez que irradiaba su hermana mayor.
Sancha: (con ternura) Buenos días, Alfonso. ¿Cómo dormiste?
Alfonso no respondió con palabras, pero emitió un pequeño sonido que sonaba como un murmullo suave, indicando que estaba despierto y listo para la atención matutina.
Sancha: (acariciando suavemente la mejilla de Alfonso) Eres tan hermoso, hermanito. Tu presencia ilumina toda la habitación.
Alfonso observó a su hermana con curiosidad, sintiendo una conexión inexplicable con ella a pesar de su corta edad. Aunque apenas tenía cinco años, ya podía percibir el amor y el afecto que lo rodeaban, especialmente cuando miraba a su hermana con sus brillantes ojos azules mar.
A medida que Sancha seguía hablando con Alfonso, este parecía prestar atención de una manera que sorprendía incluso a su hermana mayor. Sus ojos reflejaban una inteligencia más allá de su corta edad, como si estuviera absorbiendo cada palabra y gesto con una comprensión mucho más profunda de lo que cabría esperar para un niño de su edad.
Sancha: (maravillada) Parece que estás entendiendo cada palabra que digo, ¿verdad, Alfonso?
Alfonso asintió ligeramente, sus ojos brillando con una chispa de conocimiento y comprensión que dejaba claro que era mucho más que un bebé ordinario. Su mente parecía estar en constante movimiento, procesando información y haciendo conexiones de una manera que sugería una sabiduría más allá de sus años.