El castillo de Burgos se alzaba majestuoso sobre la colina, sus altas torres y murallas de piedra se recortaban contra el cielo matutino, como guardianes protectores de la antigua ciudad. A medida que el sol ascendía en el horizonte, sus rayos dorados bañaban las piedras centenarias del castillo, creando una atmósfera de misterio y grandeza.
En los pasillos empedrados del castillo, el bullicio de los invitados resonaba en cada rincón, mezclándose con el murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas. Nobles y dignatarios de todas partes del reino se congregaban para el evento más esperado del año: el bautizo del nuevo miembro de la familia real, Alfonso Raimúndez de Borgoña.
La brisa fresca de la mañana llevaba consigo el aroma de las flores recién cortadas que adornaban los pasillos del castillo, añadiendo un toque de fragancia primaveral al ambiente festivo.
En las cocinas, los cocineros trabajaban afanosamente para preparar un banquete digno de la ocasión, mientras que en las estancias más alejadas del castillo, los sirvientes se apresuraban a decorar cada rincón con guirnaldas y candelabros brillantes.
En una de las estancias del castillo,
el Conde Raimundo se reunía con el Arzobispo García de Burgos para discutir los detalles de la ceremonia.
Raimundo: "Excelencia, estamos honrados de que hayáis aceptado presidir el bautizo de nuestro hijo. Vuestra reputación como hombre de fe y rectitud nos brinda gran tranquilidad en este momento tan importante."
Arzobispo García: "Es un deber y un honor para mí, mi señor. Mi compromiso es asegurar que este bautizo se lleve a cabo según los preceptos de nuestra fe y con la debida solemnidad."
Mientras tanto, en otra parte del castillo, la infanta Urraca se dirigía hacia el salón principal para recibir a los invitados con gracia y cortesía. Con paso firme y una sonrisa amable en el rostro, saludaba a los nobles que se encontraba en su camino, mostrando hospitalidad y calidez a cada paso.
Urraca: (con una sonrisa radiante) Bienvenidos, nobles y distinguidos invitados. Es un honor para mí teneros aquí para celebrar este día tan especial.
Los nobles asentían con cortesía y expresaban palabras de felicitación mientras Urraca los recibía con elegancia.
En el salón principal del castillo, los nobles más importantes del reino comenzaban a llegar, escoltados por sus sirvientes y seguidores. Entre ellos se encontraba el Conde de Barcelona, con su imponente presencia y su voz grave que resonaba en la sala mientras saludaba a los presentes.
"¡Qué honor estar aquí para presenciar este momento tan importante para la familia real!" - exclamaba el Conde, con una sonrisa cordial en el rostro.
A su lado, la Condesa de Navarra asentía con elegancia, su mirada fija en la puerta mientras esperaba la llegada de los anfitriones.
"Es un día bendito para toda León y Castilla", expresó con convicción la Condesa, su voz resonando en el salón con un tono de solemnidad.
La infanta Urraca, con su porte regio y distinguido, se acercó al grupo con una sonrisa radiante, extendiendo su mano en saludo a los nobles reunidos.
Infanta Urraca: (con gracia) Agradezco vuestra presencia en este día tan significativo para nuestra familia y nuestro reino. Vuestras palabras son de gran ánimo para nosotros en este momento de celebración.
Los nobles, impresionados por la elegancia y el carisma de la infanta, respondieron con gestos de respeto y cortesía, expresando su aprecio por la hospitalidad ofrecida.
Condesa de Navarra: (con entusiasmo) Infanta Urraca, es un placer estar presente en este acontecimiento tan significativo para vuestra familia. Vuestra hospitalidad es incomparable.
Urraca: (agradecida) Gracias por vuestras amables palabras, condesa. Espero que disfrutéis de la celebración y compartáis nuestra alegría en este día.
Mientras tanto, Sancha y Alfonso exploraban el mundo a su manera. Aunque Alfonso aparentaba apenas unos meses de edad, su verdadera identidad como la reencarnación de Daniel, con más de 20 años de experiencia vital, estaba oculta bajo la apariencia de un niño.
Los dos hermanos se divertían con un juego de bloques de madera, construyendo castillos imaginarios y compartiendo una energía contagiosa ante cada torre derrumbada y cada puente levantado. La habitación vibraba con su entusiasmo infantil y el sonido de los bloques chocando unos contra otros, creando una atmósfera de alegría y camaradería.
Sin embargo, a pesar de la alegría palpable en la habitación, la expresión de Alfonso permanecía serena y tranquila. Aunque apenas tenía unos meses de edad aparente, su mirada era clara y alerta, absorbiendo el mundo que lo rodeaba con curiosidad silenciosa.
Sancha: (entusiasmada) ¿Ves, Alfonso? ¡Podemos construir un castillo juntos!
Alfonso observaba con atención, pero no emitía ningún sonido en respuesta. Aunque su mirada era clara y alerta, su rostro apenas mostraba emociones. Sin embargo, seguía los movimientos de su hermana con precisión, colocando los bloques uno encima del otro con determinación.
Sancha continuaba explicándole con paciencia cómo funcionaban los bloques, mientras Alfonso permanecía concentrado en el juego. A pesar de su aparente indiferencia, su participación activa mostraba un entendimiento y una habilidad más allá de su edad aparente.
La atmósfera en el castillo era de expectación y alegría, mientras todos aguardaban el momento crucial en el que el Arzobispo daría la bendición al nuevo miembro de la familia real y lo introduciría en la comunidad cristiana.
Después de un día lleno de alegría y celebración, los invitados se retiraron al gran salón del castillo para disfrutar de una cena festiva en honor al día especial que había transcurrido. Mientras saboreaban los exquisitos manjares servidos por los sirvientes, los nobles y dignatarios conversaban animadamente, compartiendo anécdotas y noticias del reino.
El aroma tentador de los platos recién preparados se mezclaba con el suave murmullo de las conversaciones, creando una atmósfera de festividad y camaradería. La luz de las velas parpadeaba sobre las mesas adornadas con fina vajilla y cubiertos de plata, mientras los músicos tocaban suavemente en un rincón del salón, añadiendo una dulce melodía al ambiente.
Conde de Barcelona: (con tono animado) "¿Habéis oído hablar de la última cosecha en tierras del sur? Dicen que ha sido una de las más abundantes en años."
Condesa de Navarra: (asintiendo) "Es cierto. Parece que la fertilidad de esas tierras no ha decepcionado este año."
Conde Raimundo: (uniéndose a la conversación) "Es un buen augurio para nuestras reservas de alimentos en caso de que se presenten tiempos difíciles."
Arzobispo García: (interviniendo) "La prosperidad del reino es un reflejo de la bendición del Señor. Debemos recordar siempre dar gracias por sus bondades."
Conde de Barcelona: (cambiando de tono, más serio) "Hablando de tiempos difíciles, he escuchado rumores de movimientos inusuales en la frontera sur. Parece que los musulmanes están planeando una incursión."
Condesa de Navarra: (asintiendo con seriedad) "Es cierto. Mis espías también han informado sobre preparativos militares en Al-Ándalus. Parece que se avecina una guerra."
Conde Raimundo: (frunciendo el ceño) "Una guerra no es algo que podamos permitir en estos tiempos tan turbulentos. Debemos estar preparados para defender nuestras tierras y nuestro honor."
Arzobispo García: (interviniendo solemnemente) "La guerra es un mal necesario en ocasiones, pero siempre debemos esforzarnos por la paz. Rezaremos para que el Señor guíe nuestros pasos y nos otorgue sabiduría en estos tiempos difíciles."
Mientras continuaban su conversación, la preocupación por el futuro del reino se reflejaba en los rostros de los presentes, conscientes de que tiempos difíciles podrían estar por venir.
Mientras tanto, en las cámaras reales, los niños fueron llevados a sus habitaciones para descansar después de un día lleno de emoción y actividades. Sancha y Alfonso, aún llenos de energía por la excitación del día, fueron preparados para la noche por sus cuidadores.
Sancha: (susurrando) "¿Estás emocionado, Alfonso? Mañana serás oficialmente bautizado."
Alfonso: (asintiendo con entusiasmo) sonrisa
Con el murmullo suave de las voces y el tintineo lejano de las velas, el castillo se sumió en un tranquilo letargo nocturno, listo para recibir un nuevo amanecer.
Al amanecer, Sancha y Alfonso fueron escoltados desde las majestuosas puertas del castillo de Burgos por un carruaje real, tirado por nobles caballos blancos cuyas crines relucían con el resplandor del sol naciente. El carruaje avanzaba lentamente por el empedrado camino que serpenteba a través de los exuberantes jardines del castillo, adornados con flores de colores vibrantes y arbustos recortados con precisión geométrica.
A su paso, las fuentes de mármol brotaban agua cristalina que reflejaba los primeros rayos del sol, creando destellos de luz danzante que parecían acompañar la melodía de los pájaros que cantaban en los árboles frondosos. Los aromas frescos de las flores primaverales se mezclaban con el suave murmullo del viento que susurraba entre las hojas, creando una sinfonía de fragancias y sonidos que llenaban el aire.
A medida que el carruaje avanzaba por las plazas adoquinadas de la ciudad, Sancha y Alfonso podían admirar la arquitectura impresionante de los edificios históricos que se alzaban a su alrededor, con sus fachadas de piedra que contaban historias de tiempos pasados. Las calles estaban adornadas con faroles de hierro forjado y banderas de colores brillantes que ondeaban con gracia en la brisa matutina.
El carruaje se deslizaba elegantemente por las calles, pasando por mercados bulliciosos donde comerciantes ofrecían sus productos frescos y artesanos exhibían sus habilidades en plazas animadas con la actividad matutina. El sonido de las campanas de la catedral resonaba en el aire, marcando el ritmo del día y guiando su camino hacia el destino final.
A medida que el carruaje real avanzaba por las calles adoquinadas de la ciudad, los habitantes de Burgos se detenían en sus quehaceres diarios para contemplar con asombro y admiración la procesión que se abría paso ante sus ojos. Los niños correteaban emocionados hacia las aceras, agitando sus brazos en saludo mientras exclamaban con entusiasmo al ver pasar a los miembros de la familia real.
Los comerciantes levantaban la vista de sus puestos y las sirvientas que barrían los porches dejaban sus escobas en reposo, maravillados por la presencia regia que iluminaba las calles con su esplendor. Los ancianos se apoyaban en sus bastones, recordando tiempos pasados y murmurando palabras de bendición al paso del carruaje que transportaba a los futuros líderes del reino.
Los ciudadanos, emocionados y orgullosos de ser testigos de tan importante ocasión, se arremolinaban en las plazas y miraban con reverencia mientras el carruaje real avanzaba con gracia y solemnidad hacia su destino, sus rostros reflejaban una mezcla de respeto y admiración.
Finalmente, el carruaje llegó a la imponente catedral de Burgos, cuyas altas torres y delicadas vidrieras brillaban con los primeros rayos del sol.
Sancha y Alfonso descendieron del carruaje con emoción palpable en sus corazones, listos para comenzar el importante ritual del bautizo en el interior de la majestuosa catedral.
Después de llegar a la catedral de Burgos, Sancha y Alfonso fueron recibidos por el Arzobispo García de Burgos y otros clérigos, quienes los acompañaron al interior de la imponente estructura. Al cruzar las grandes puertas de madera tallada, quedaron maravillados por la magnificencia del interior.
El Arzobispo los condujo por pasillos adornados con finos tapices y esculturas que narraban historias bíblicas. Las vidrieras de colores dejaban entrar la luz del sol, pintando el suelo de la catedral con tonos vibrantes. El aroma del incienso impregnaba el aire, añadiendo un sentido de solemnidad al ambiente.
Arzobispo García: "Bienvenidos a la catedral de Burgos, lugar sagrado donde hoy celebraremos el bautizo del joven Príncipe Alfonso."
Sancha: "Es realmente impresionante, vuestra excelencia. Nos sentimos honrados de estar aquí para este importante momento."
Alfonso asentía con calma, observando con curiosidad los detalles de la catedral mientras caminaban hacia el altar principal.
El ritual del bautizo comenzó con el arzobispo rociando agua bendita sobre la cabeza de Alfonso, pronunciando las palabras sagradas que lo introducían oficialmente en la comunidad cristiana. Las melodías suaves de los cánticos religiosos llenaban el espacio, creando una atmósfera de reverencia y devoción.
Arzobispo García: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te bautizo, Alfonso, para que seas bendecido y guiado por la luz de Dios en tu vida."
Alfonso recibió la bendición con serenidad, mientras Sancha observaba con emoción y orgullo. Los presentes respondieron con aplausos y palabras de felicitación, llenos de alegría por el momento tan significativo que acababan de presenciar.
Urraca: (dirigiéndose al arzobispo) "Excelencia, con vuestro permiso, me gustaría presentar a los padrinos que hemos elegido con gran cuidado para acompañar a Alfonso en su camino de fe."
Arzobispo García: (asintiendo) "Por supuesto, infanta Urraca. Es un honor tener a estos fieles servidores de Dios como padrinos del joven príncipe."
Urraca: "Permítanme presentarles al Obispo Diego Gelmírez, quien ha sido un gran consejero y amigo de nuestra familia, y al Conde de Traba, Pedro Froilaz, cuya sabiduría y guía espiritual confiamos plenamente."
El Obispo Diego Gelmírez y el Conde de Traba, Pedro Froilaz asintieron con solemnidad, mostrando su compromiso con la responsabilidad que se les había encomendado.
Arzobispo García: "Que la presencia y guía de los padrinos fortalezcan la fe y el camino espiritual del joven príncipe Alfonso en los años venideros."
Después del bautizo, Sancha y Alfonso fueron escoltados de regreso al castillo de Burgos, donde los esperaba un banquete suntuoso en el gran salón.
El ambiente festivo llenaba cada rincón del castillo, mientras los músicos tocaban melodías alegres y los sirvientes servían manjares exquisitos. Los invitados, aún emocionados por el bautizo, compartían anécdotas y brindaban por el futuro del joven príncipe Alfonso.
Después del bautizo de Alfonso, mientras los invitados se retiran al gran salón para disfrutar de la cena festiva, Raimundo se encuentra en una animada conversación con el Conde Pedro Froilaz de Traba y el Obispo Diego Gelmírez.
Raimundo: "Qué grato es poder compartir este momento con buenos amigos como vosotros. Las batallas que hemos librado juntos quedarán para siempre en mi memoria."
Pedro Froilaz de Traba: "¡Y que lo digas, Raimundo! Juntos hemos enfrentado adversidades y celebrado victorias. Nuestra amistad es un tesoro que valoro profundamente."
En un momento de pausa en la conversación, Raimundo expresa su preocupación por el futuro de sus hijos en caso de que algo le suceda en la guerra que se avecina.
Raimundo: "Me preocupa el destino de mis hijos en estos tiempos inciertos. ¿Qué será de ellos si la guerra me arrebata la vida?"
Pedro Froilaz de Traba: "Raimundo, puedes contar conmigo para proteger y educar a tus hijos como si fueran míos. Mi compromiso con tu familia es inquebrantable."
Diego Gelmírez: "Y yo, como Obispo y padrino de tu hijo, también me comprometo a velar por su bienestar y enseñarles los valores de nuestra fe. No estarán solos, Raimundo."
Raimundo, emocionado por el gesto de sus amigos, les agradece con sinceridad por su generosidad y apoyo en estos tiempos difíciles.
Los nobles y dignatarios se reunieron en el gran salón, que estaba decorado con candelabros brillantes y tapices que retrataban las hazañas de antiguos reyes.
Los músicos tocaban suavemente en un rincón del salón, mientras los invitados conversaban animadamente y disfrutaban de los exquisitos manjares servidos por los sirvientes.
Conde Raimundo: "¡Saludamos al joven Príncipe Alfonso y a su hermana Sancha por este día tan especial! Que su futuro esté lleno de bendiciones y éxitos."
Los invitados levantaron sus copas en un gesto de celebración, brindando por el bienestar de los jóvenes príncipes y el futuro del reino.
Entre risas y conversaciones, el castillo de Burgos resonaba con la alegría y la camaradería de aquellos que habían sido testigos de un día memorable en la historia del reino.
En medio de la celebración en el castillo de Burgos, un mensajero del rey Alfonso VI irrumpió en el gran salón con urgencia, su rostro serio y su mirada preocupada capturaron la atención de todos los presentes. Se acercó al Conde Raimundo con determinación y le entregó un mensaje sellado con el sello real.
Mensajero: "Conde Raimundo, os ruego que me disculpéis por interrumpir esta festividad, pero el Rey Alfonso VI os requiere urgentemente en privado. Hay asuntos de suma importancia que requieren vuestra atención."
El Conde Raimundo frunció el ceño, reconociendo la seriedad en la expresión del mensajero. Asintió con gravedad y se levantó de su asiento, siguiendo al mensajero fuera del salón hacia una estancia apartada donde pudieran hablar en privado.
Una vez solos, el mensajero del Rey Alfonso VI reveló la terrible noticia: "Conde Raimundo, los musulmanes han intensificado sus preparativos militares en la frontera sur. El rey Alfonso VI ha tomado la decisión de declarar la guerra contra ellos. Necesita vuestro apoyo y liderazgo en esta batalla crucial para la defensa del reino."
El Conde Raimundo quedó impactado por la noticia, pero asintió con determinación. Sabía que debía cumplir con su deber y defender las tierras y el honor del reino. Se comprometió a reunir a sus hombres y unirse a las fuerzas del rey en la lucha contra el enemigo.