Chereads / ¿Es correcto temer a la muerte? / Chapter 25 - Capítulo 23 – Promesas indeseables

Chapter 25 - Capítulo 23 – Promesas indeseables

Un hombre moreno con dos piercings de caracol azulados acudió a la inesperada pero ansiada reunión. Entró por la gran puerta, siendo el que más demoró, pero el que inició con gran emoción:

—¡Si nos has reunido…, sólo puede significar una cosa! —Liberó una sonrisa.

A su derecha había una mujer de piel blanca sentada en un sofá; tenía una aureola peculiar en forma de hilo con un degradado de tres colores: empezando por el verde, pasando por el amarillo y acabando en el rojo.

Su pelo rubio era corto y el flequillo tapaba sus ojos; vestía una camiseta de manga corta anaranjada, cortada desde la mitad inferior a izquierda en diagonal, y debajo otra azul con una estrella en la parte revelada; usaba tejanos cortos rojos con estampados grises que le daba un aire griego e iba descalza.

Con su derecha agarró la parte del hilo amarillo y lo arrastró hasta su boca, apareciendo un megáfono de cono ocre con líneas negras en el proceso:

—Falta Peroth —afirmó convencida en un intento de dejarle sordo.

 

Él se tapó los oídos de la molestia, era al único que le afectaba. Aún con la mano en el oído, señaló a la lámpara de araña de la habitación y, como si hubiera una rivalidad entre los dos, preguntó burlón:

—¿Eres ciega? ¿Cómo planeas enfrentarla si ni siquiera te diste cuenta de su presencia?

Peroth era una adolescente, morenita y de piel suave, con el pelo renegrido más largo que su cuerpo y dos mechones a cada lateral sobre su cabeza que caían como plumas, y lo tenía enredado por toda la lámpara. Pareciera sacada de una película de terror.

Sus ojos eran naranjas y sus pupilas tenían forma de red; no tenía ropa, sus partes privadas eran tapadas por su cabello.

Dos cuervos de cuatro alas estaban junto a ella: uno azul apoyado en la lámpara y otro dorado en su hombro derecho.

Presenciaba a los presentes con la mirada baja con una sonrisa de oreja a oreja escalofriante; sus cuervos hacían lo mismo, el trío siempre miraba a alguien diferente.

—Te estaba poniendo a prueba, idiota —excusó frustrada por ser la única que no se percató.

—Haz algo con tu manía de cambiar hábitos, es repulsivo —aconsejó un niño que estaba de brazos cruzados al otro lado de la habitación, y apoyado con su pierna en la pared.

Tenía de pies a cabeza cintas grises y amarillas enrolladas a la perfección herméticamente. Junto a él, apoyada en la pared, había una extraña espada simple y oxidada que no destacaba.

Peroth y sus cuervos le clavaron la mirada sin hablar ni cambiar de expresión.

—¡No me mires así! ¡Alguien tenía que decirlo! —dijo incómodo.

Discreta en comparación con los demás, otra mujer se unió intentando arreglar la situación.

Su pelo era castaño con partes más oscuras, posaba su pelo izquierdo sobre su pecho; sus ojos eran de un bonito naranja, su pupila era un anillo dentro de otro; tenía bigotes felinos con orejas humanas y una cola negra de anillas blancas parecida a la de un mapache.

Vestía un traje de jardinera: una pechera viridián hasta la rodilla sin mangas de tirantes, con una corola amarilla de pétalos blancos dibujada en medio, y líneas blanquecinas que decoraban los extremos del uniforme; una camiseta roja de manga corta con volantes; unos guantes verdosos; unos pantalones color tierra y botas de jardinería musgosas.

En su bolsillo delantero guardaba un móvil marrón con un llavero de un par de cerezas, al igual que sus pendientes y pinzas de pelo; en la espalda tenía un lazo carmesí enorme; usaba una cinta marrón que pasaba desde su hombro izquierdo hasta su abdomen derecho en el que sujetaba detrás un sombrero de payés verdoso y un cinturón con un hacha de juguete.

—…Pobrecilla… no le digas eso, compartís hábitos similares…

 

La diosa, con tranquilidad, dio un sorbo a la pajita de su bebida y anunció:

—Entiendo vuestra emoción, pero os equivocáis. Ya no existe, os podéis disolver.

—¿¡Qué!? ¿Podéis? ¿¡Acaso olvidas tu posición!? ¿¡Qué tramas!? ¡Es imposible que haya dejado de existir! ¿¡Cómo puedes decirlo tan a la ligera!? —replicó enfadado y disgustado el hombre, gesticuló su rechazo con el brazo.

—Cálmate, Feru. Explícate. —El niño, manteniendo la compostura en la pared, exigió explicaciones con la palma derecha.

—¿¡Calmarme!? —repitió inaudito.

—La encontré, y ya no es la que era. Es, sin duda, diferente; no recuerda nada. Si lo pudiera decir de otra forma: su alma se modeló y no tiene reparo.

—«Y como ha cambiado, podemos perdonarla». ¿¡Eso es lo que quieres decir!? —Feru no podía contener su ira.

—¿Seguro que ya no tenemos que preocuparnos? ¿Está garantizado que no volverá a ser la que era? ¿Sería correcto olvidar sus pecados y dejarla vivir sólo porque no lo recuerda? ¿Es correcto dejar a una asesina por tener amnesia? Oye…, ¿eres consciente? —El joven no paraba de ametrallarla con preguntas cada vez más complejas ante su incertidumbre.

—¿¡Vas a pasarlo por alto y seguir el resto de tus días con esa apariencia!? ¿¡Planeas hacer borrón y cuenta nueva como si nada hubiera sucedido!? ¡Tú deberías ser la más afectada! ¿¡Qué te pasa!? —Su furia sólo incrementaba, estaba frustrado.

—Feruzu, Mega, Peroth, Slau, Kakomi… y yo. Se acabó. Hay que aceptarlo y pasar página.

—¿¡Pasar página y seguir con el jueguito de los dioses!? ¡Oye! ¿¡Pensáis aceptarlo!? ¡Oye! ¿¡Mega!? —preguntó Feruzu al resto de miembros.

Mega, agotada, miró al techo y contestó:

—¿Y qué otra cosa hacemos? ¿Insinúas que se equivoca? ¿A pesar de lo que ha hecho hasta ahora por nosotros?…

Golpeado por sus palabras, bajó el tono sin echarse atrás:

—Pero sigue existiendo. ¿¡Por qué no asegurarnos de que desaparezca!? —propuso intentando convencerlos.

—¿De verdad tenemos que hacerlo?… —Tímida, la chica animal jugueteó con los dedos de sus manos, deseaba que hubiera un final feliz.

—Qué miedo… No engañas a nadie Kakomi, no logras esconder tus ganas de destriparla… —expuso la del megáfono con una sonrisa sarcástica.

Kakomi, sin saber a dónde mirar, giró la cabeza mirando a todos nerviosa:

—¡N-…! ¡No es eso, Mega!… N-No quiero herir a nadie… Lo prometo… —aclaraba, pero, como si se excusara, pasaron de ella.

La diosa suspiró, tenía que convencerlos; sabía que era difícil aligerar el odio acumulado, quería discutir con la mente fría.

—¿Acaso queréis ser lo que ella fue? Desquiciarnos con lo que ya no es sólo generará problemas interminables. Cuando eso suceda, ¿quién se encargará de las consecuencias? ¿Queréis que siga haciendo de niñera? Aquello ya fue suficiente.

—¡Eso no fue lo que prometiste en aquel entonces! ¡Si ya no eres capaz de seguir, entonces lo haremos nosotros! —gritó furioso Feruzu, el resto callaron por sus declaraciones.

Mega mantenía la misma postura cansada mirando al techo. Peroth relajó su risa a una menos forzada. Slau, con la izquierda, sujetaba la espada y, con la yema del dedo índice de su otra mano, la golpeaba una y otra vez en silencio. Kakomi apartaba la mirada con la cola baja.

Se sintió traicionado al ver la reacción de los demás y marchó de la sala.

—¿Está bien que no lo detengamos?… —preguntó Kakomi preocupada.

—Se le pasará… —respondió Mega intentando asimilarlo y absorta sin cambiar de posición.

De acuerdo con las ideas de Feruzu, Slau, marchando de la sala con la espada portada al reverso en su derecha, mencionó:

—¿Por qué lo iniciaste si no lo puedes terminar? Me siento decepcionado.

En la habitación quedaron las cuatro chicas: Mega, Kakomi, Peroth y la diosa.

En el silencio, Kakomi intercambiaba miradas hasta que la diosa lo irrumpió:

—¿También queréis seguirlos? Castigaríamos a un inocente. No puedo permitirlo…

—Peroth y Kakomi sé que estáis de acuerdo —comentó Mega—, pero no es fácil para nosotros. Ni siquiera sé por qué sigo aquí… ¿Por qué será?… Estamos en deuda contigo, pero nos pones en apuros… —Era la única de las chicas que dudaba, no sabía si relajarse como las demás o estar igual de tensa que los chicos.

—La que está en apuros soy yo desde ese día… —comentó melancólica la diosa, agachando el rostro.

Los cuervos graznaron batiendo el vuelo, sus picos segaban el cabello de Peroth. Kakomi tambaleaba asustada, se agachó protegiéndose la cabeza con ambas manos.

Al terminar el trabajo, los cuervos se posaron en ambos hombros con elegancia. Parecía alguien diferente, los cortes no eran perfectos, pero mantenía un toque elegante y fresco, su rostro y sus ojos era de alguien honesta y recta:

—Yo confío en cuerpo y alma en Filia, desde antaño y hasta la eternidad. —Acercó la mano al corazón con fidelidad—. Pues siempre te admiraré.

Al igual que su nueva apariencia, su voz era igual de impetuosa.

La diosa carcajeó acabando con ojos llorosos.

—Lo siento… Hace siglos que no escuchaba ese nombre… No soy tan buena como crees… A pesar de su inocencia, la he hecho sufrir por culpa de mi rencor…

—Es tu propio nombre, ergo nunca lo olvidaré. Eso no es verdad, ergo no estaríamos aquí, ¿cierto? —recordó Peroth.

Kakomi, sin saber cuándo entrar en la conversación, les interrumpió:

—Esto… ¿Qué harás con la promesa?

—¿Qué promesa? —preguntó Filia, no recordaba haber hecho una con ella.

—La que hiciste con Feruzu. ¿La has olvidado?

—Ah… Claro que no… —Renegó con la cabeza y añadió—: Es la única que no me gustaría cumplir… Sobre todo Slau, será un dolor de cabeza… —Finalizó con un suspiro melancólico.