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Chapter 27 - Capítulo 25 – Un destino incierto (Final)

Divagué por las tiendas en busca de un accesorio que vi con anterioridad: un anillo de plata con tallados de pingüinos; no podía quedarme quieto, quería agradecerle todo lo que hacía por mí.

Cuando lo compré, lo guardé en mi bolsillo, empaquetado en una cajita. Saliendo de la tienda, un hombre con pendientes que conocí tiempo atrás me saludó:

—¡Ey! El nuevo, ¿cierto? ¿Qué tal te ha ido?

—Hola, sí. Creo que bien. ¿Y tú?

—La verdad, estoy teniendo problemas, necesito mover unas cajas y no sé si me dará tiempo. ¿Me ayudas?

Ante la duda de cuánto podríamos tardar, me lo pensé:

—No lo sé… Si no tardamos mucho…

—¡Sí, tranquilo! Será rápido, te lo prometo.

Le seguí hasta un callejón de varias calles sin tránsito en la que cada vez había menos luz.

—¿Está mucho más lejos?

—No, tranquilo, es aquí mismo. —La piedra de su cuello brilló, surgiendo una lanza incandescente.

Sin previo aviso, me atacó y de un corte limpio me decapitó. Tal era la calor que desprendía que, el lugar del corte, se cauterizó.

Desde un tejado, un cuervo dorado partió vuelo en dirección contraria, no tardó en desplomarse por un sonido inaudible.

—Sigue vivo. No bajes la guardia —comentó un niño de piel blanca y cabello corto azulado. 

Sus ojos estaban cerrados y portaba una espada oxidada que le daba golpecitos.

Vestía un jersey, pantalón y zapatillas blancas; era un conjunto extravagante.

—Lo sé.

Peroth llegó corriendo cansada y protegió en brazos a su cuervo.

—Hereje… —espetó el niño.

Feruzu también estaba mosqueado por sus acciones.

—¡Es inocente, no hará daño a nadie! ¡Ergo, déjalo en paz!

—El daño ya está hecho, aléjate de él. Debes ser consciente de que no puedes protegerlo.

El cuervo azul descendió en picado haciéndolo retroceder, luego graznó moviendo sus alas generando un gran viento y, con las plumas que desprendía, atacó al hombre.

—Tus mascotas son útiles, sólo eso. —Danzó su lanza neutralizando el ataque y clavó al cuervo de una estocada. Con sus últimas fuerzas atacó en vano; con un movimiento de lanza lo soltó al suelo y lo noqueó—. ¿Lo ves?, se acabó. Último aviso: aléjate de él o moriréis juntos. —Apuntó su lanza hacia ellos; cerrando los ojos, abrazó con más fuerza a su preciado cuervo—. ¿Quién eres tú? ¡Apártate! 

Al abrir los ojos, vio a Mugon delante renegando con la cabeza con los brazos estirados.

—Te avisé… —continuó el mismo.

—¿Mugon? ¡Es peligroso, corre! —suplicó Peroth.

Sin piedad, la cortó por la mitad, dejándola en shock. Con la parte inferior del cuerpo en el suelo, cayó de los bolsillos la botella que tenía.

—¡Quien esté de su lado, desaparecerá por el bien común!

—¡Estás loco! ¡Eres un asesino! ¿¡Eres consciente de tus actos!? —Lloró sin creérselo.

Sin importar qué le dijese, levantó la lanza para atravesar a ambos:

—¿Eso lo dice quien protege un asesino masivo? —Agachándose al suelo, un sonido hizo que se agarrase la cabeza.

—¡Escapa! ¡Yo te protegeré!

—¡Mega! ¡Maldita traidora!

Aprovechando la oportunidad que le brindó, Peroth huyó con el cuervo entre sus brazos.

El niño, que estaba a la distancia, golpeó con su espada al suelo.

—No te lo permitiré, Slau. —Con su halo, sacó un megáfono verde con el que inutilizó el ataque.

—Estamos en problemas, eh… —pensó en voz alta Slau.

Sin rendirse, Feruzu, desde el suelo, lanzó su arma contra Peroth. A punto de alcanzarla, cayó al instante clavándose en el suelo. Fue arrastrada unos metros por el impacto y observó lo sucedido.

—Uno detrás de otro… —murmuró—. ¡¡Quiénes sois, no os metáis, fraudes!! —gritó furioso.

Una voz resonó en la cabeza de los presentes:

—…Odio el dolor… Has cruzado la línea, ¿sabes? —Imponente y con los ojos abiertos, la niña de pelo violeta se acercó andando.

—¡Tú eres…! Nos has salvado, gracias —agradeció Mega—. ¡Sigue corriendo, Peroth!

Ésta terminó de huir a salvo gracias a ambas.

Peroth salió del TIS, en un lugar arbolado con una casa en ruinas de piedra.

El cuervo dorado extendió las alas y sacó el alma de Koly; éste recuperó su aspecto.

—¿¡Qué ha pasado con Mugon!? ¡No puede morir por las reglas! ¿¡No!?

Dolorida por lo sucedido, le respondió con la verdad:

—Su arma destruye el alma… Esto es lo único que recuperé de ella… Lo siento… —Mostró la botella que recibió de Ramia.

—Dime que es mentira…

En silencio, agachó la cabeza impotente mientras usaba su móvil para contactar con sus compañeros, pero nadie le respondía; en vano, se lo puso en la frente con ambas manos.

Algo dentro de mí eclosionó como un huevo:

—Lo he recordado… La culpa es mía… —Con sentimientos entrelazados, estaba asustada e impactada. —Si yo hubiera desaparecido… Deseaba que nunca terminase… Quería hacerla feliz… —lloré frustrado por el resultado.

La joven me abrazó y me consoló:

—La culpa es mía. Si hubiera actuado mejor…

La separé de mí, me puse de pie y con la manga me sequé de una las lágrimas dispuesto a lo que estaba por cometer.

—Volveré. Quiero que entonces juzgues mi vida —propuse teniendo claro lo que me esperaba.

—¡No vayas! ¡Ergo no dejaré que sus actos sean en vano!

Viendo que no me dejaba, tomé la botellita.

—Bebamos juntos… —debía asegurarme de que me odiase.

Quedó anonadada, no tenía claro qué era, pero aceptó con tal de que me quedase.

Con tal acto, le di una razón de peso para matarme. Me vestí y se lo repetí preparado para mi augurio.

—Quédate aquí. Te protegeré. Luego juzga mis actos. —Me coloqué la capucha y partí.

—Es descarado de tu parte… Irracional e injusto…

No tardé en encontrar a Feruzu agotado, sentado en la pared, empuñando la lanza contra el suelo; sus oídos sangraban.

—Koly… —dijo A parada al lado de Mega.

Mega estaba noqueada, parecía haber recibido un golpe en su frente por la sangre que se apreciaba.

—No soy Koly —respondí.

Por el suelo estaba el cuerpo de Slau desmembrado; a su lado, de espalda, una chica animal manchada de sangre agarrando un hacha de juguete. Giró la cabeza con una sonrisa psicópata.

Una de las manos de Slau por el piso seguía sin soltar su espada.

También estaba el cadáver de Mugon, que evité mirar.

—Hehe… Me ahorras tener que buscarte, acércate —ordenó Feruzu, sonaba agotado como si hubiera tenido una gran pelea.

Sin haberme detenido, seguí acercándome, pero no por sus palabras. Le estreché la mano para ayudar a levantarse. Sin compasión, dirigió un corte de lanza a mi brazo.

—Ya es tarde, eh… —Al ver que no atravesó siquiera mi piel, soltó el arma cansado, y cerró de a poco los ojos.

Lo que consiguió fue quemarme las mangas y quitarme la capucha del aire que generó.

—No te duermas —le ordené, le curé lo suficiente como para que no perdiera la consciencia.

Agarré su mano y, sin pudor, le disloqué los dedos de uno a uno, luego se los corté.

A, sin dirigir una palabra, se marchó; la chica animal observaba sonriente la tortura.

Seguido, hice lo mismo con su codo y brazo, que luego arranqué por partes. 

Carcajeó después de unos gritos de dolor.

—Hahaha. ¿Veis? ¡Tenía razón! ¿¡Qué te dije, Filia!? ¡Ya es tarde para todos! ¡Os lo dije!

—Qué ruidoso eres…

Sonrió con miedo en los ojos, como si fuera el fin.

Al igual que su brazo, rebané sus piernas hasta dejarlo agotado, y terminando por su cuello.

Sin nada más con lo que poder sentirme aliviado, me fui.

Después de un tiempo, Mega y Filia se reunieron en su trono.

—¿Qué tal está Peroth? —preguntó Filia sentada donde siempre.

—Sigue afectada, criando nuevas aves…

—Intentaría reunirme con ella…, si pudiera salir de aquí…

—Lo sabemos… —Tras un silencio de ambas, continuó—: ¿Crees que… hubiéramos podido llevarlo mejor? Él me curó…

—Lo siento. Si hubiera mantenido la promesa, no hubiera acabado tan mal…

—He vuelto. —Me arrodillé—. Júzgame. —Cerré los ojos y agaché la cabeza.

—No puedo… —Llorosa, cayó de rodillas.

La tranquilicé acariciando su cabeza.

—Puedes hacerlo. Debes hacerlo. Por favor.

Al calmarse, se levantó y monologó con la voz cada vez más rota:

—Soy Peroth, la diosa del pecado, mi cuervo azul detendrá el mal. —Elevó el brazo derecho, pero no estaba presente—. Mi cuervo dorado salvará a las almas… —Éste se aferró al brazo ya subido—. Y yo…, juzgaré tu existencia…—declaró con la izquierda, poniendo la palma en el pecho. 

…A estas alturas… ¿es correcto temer a la muerte?

Rebusqué en mi bolsillo y dejé en el suelo una cajita; triste, cerré los ojos rendido:

—Gracias.