Chereads / Cronicas de un Legado Perdido - Parte 1: El Continente Pagano / Chapter 4 - Capitulo 3: Vigilia del ayer

Chapter 4 - Capitulo 3: Vigilia del ayer

La penumbra de la habitación en la posada apenas era interrumpida por la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas raídas. Ray yacía en la cama, con un brazo cubriendo sus ojos, intentando descansar tras los eventos del día. Sin embargo, el sueño no llegaba; su mente, como una tormenta indomable, lo arrastraba hacia un pasado que preferiría olvidar.

Primero fue una imagen borrosa, como si estuviera mirando a través de un cristal empañado. Una figura femenina se alzaba frente a él. Su cabello largo y oscuro se movía suavemente, como si una brisa inexistente lo acariciara. Ella extendía una mano hacia él, y aunque su rostro era difuso, Ray sentía una calidez en su presencia. Lagrimas le empezaron a brotar por su mejilla cuando se enfocó en aquel rostro conocido, un recuerdo doloroso.

Antes de sentirse agobiado por el recuerdo triste, la imagen se desvaneció, sustituida por el sonido de la lluvia golpeando adoquines. Ray estaba ahora en un callejón estrecho, con las paredes de ladrillo humedecidas por la tormenta. Su cabello goteaba, y el agua corría por su rostro, mezclándose con el sabor salado de la sangre en su labio partido. No recordaba cómo había llegado allí, pero el zumbido en su cabeza era ensordecedor, como si algo dentro de él estuviera a punto de romperse.

 

Frente a él, tres hombres lo observaban con expresiones severas. Uno de ellos, un hombre corpulento con una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda, dio un paso al frente.

"¿Otra vez así, niño?" dijo con voz grave. "Sabes que no puedes seguir escapando de esto. Tienes una deuda que pagar."

Ray apretó los dientes, pero el zumbido en su cabeza le impedía concentrarse. Las palabras del hombre parecían distorsionadas, como si llegaran desde un lugar lejano. Todo lo que podía escuchar claramente era el golpeteo constante de la lluvia. Su mirada se perdió momentáneamente en los charcos que se formaban a sus pies.

"Ray, ¿me estás escuchando?" insistió el hombre, acercándose un paso más.

El líder de los tres, vestido con un abrigo negro que goteaba agua, chasqueó los dedos frente a él. El sonido abrupto hizo que Ray volviera en sí. Su cuerpo reaccionó instintivamente, y sus puños se cerraron. La tensión en sus hombros era palpable, y sus ojos, llenos de una mezcla de miedo y determinación, se clavaron en el hombre.

"Tranquilo" dijo el líder, levantando las manos en un gesto de paz. "Es la misma oferta de siempre. Haz un encargo para nosotros, y restaremos algo de tu deuda. Sabes cómo funciona esto."

Ray recordó cómo había llegado a este punto. Años atrás, había sido rescatado de la miseria por el jefe de una mafia local. En ese entonces, sin nadie ni nada a lo que aferrarse, había aceptado trabajar para ellos. Aprendió a moverse en el bajo mundo, a pelear, a sobrevivir. Pero todo cambió cuando falló una misión crucial. Su error había costado caro: el grupo perdió una guerra con una mafia rival, y el jefe sufrió consecuencias devastadoras. Desde entonces, Ray había estado atrapado, obligado a pagar por su fracaso con cada encargo que realizaba.

Volviendo al presente, Ray metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un sobre grueso. Lo sostuvo frente al líder, quien sonrió al verlo.

"Así me gusta" dijo el hombre, extendiendo la mano para tomarlo.

Pero antes de que pudiera tocar el sobre, Ray se movió. Con un giro rápido, golpeó al líder en el rostro con el codo, derribándolo al suelo. Los otros dos hombres reaccionaron de inmediato, pero Ray ya estaba preparado. Con un movimiento fluido, canalizó una descarga de energía a través de su brazo, creando un destello de luz que cegó momentáneamente a sus oponentes.

El primero de ellos intentó abalanzarse sobre él, pero Ray esquivó el ataque y lo golpeó en el costado, enviándolo contra la pared. El segundo sacó un cuchillo y arremetió, pero Ray deslizó su pie por el suelo mojado, haciendo que el hombre perdiera el equilibrio antes de recibir un golpe directo al estómago.

El líder se reincorporó rápidamente, limpiándose la sangre del labio.

"Sabes lo que esto significa, ¿verdad?" dijo, con una sonrisa torcida. "Romper el trato tiene consecuencias, Ray. Ahora que no tienes nuestra protección, todos sabrán quién eres realmente."

Ray respiró profundamente, sintiendo cómo la lluvia lavaba la tensión de su cuerpo. Dio un paso hacia el líder, su mirada helada y desafiante.

"Que vengan" respondió con voz firme. "Ya no soy el mismo de antes."

Los tres hombres se miraron entre sí, sacudiéndose la ropa mojada. Sin decir una palabra más, se dieron la vuelta y desaparecieron en la oscuridad del callejón.

Ray se quedó allí, solo bajo la lluvia, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Había roto los lazos con su pasado corrupto, pero sabía que el precio sería alto. Aun así, había encontrado en aquel pueblo una luz, un motivo para vivir, intentando enterrar ese pasado tan doloroso.

El sonido de la lluvia era constante, una melodía incesante que acompañaba los pasos de Ray mientras salía del callejón. La humedad se aferraba a su ropa, y su cabello goteaba sobre su frente, pero él no parecía notarlo. Sumido en sus pensamientos, caminaba por las calles empedradas de la ciudad, con la mirada perdida y los puños aún cerrados, como si intentara aferrarse a algo intangible.

Cada gota que caía sobre él querer parecía borrar las memorias que lo atormentaban, pero ninguna lo lograba. La luz de los faroles apenas iluminaba el camino, reflejándose en los charcos que se formaban a sus pies. Ray deambulaba sin rumbo fijo, como un espectro atrapado entre el presente y el pasado, hasta que algo —o alguien— lo sacó de su ensimismamiento.

Un paraguas color crema apareció de la nada, bloqueando su camino. Ray, distraído, casi chocó contra él. Dio un paso atrás, parpadeando confundido, y al levantar la mirada, la vio. Elizabeth, o como él la conocía, Eli, estaba frente a él.

Era como si la lluvia hubiera perdido su fuerza en ese instante, como si todo lo demás se desvaneciera excepto ella. Eli era de la misma estatura que Ray, con un cabello castaño claro que caía en ondas suaves sobre sus hombros, aún más brillante bajo la tenue luz de los faroles. Sus ojos grises eran como un par de tormentas tranquilas, profundas y cautivadoras, capaces de atrapar la mirada de cualquiera que se atreviera a sostenerla. Pero para Ray, eran más que eso. En ellos encontraban una calidez que contrastaba con la frialdad de su mundo, una chispa de vida que lo hacía sentir vulnerable y completo al mismo tiempo.

-¡Ray! —exclamó Eli, con esa energía inconfundible que siempre la acompañaba. Sus labios, curvados en una sonrisa que parecía desafiar incluso a la lluvia, eran como un faro en medio de la oscuridad—. ¿Qué haces aquí? ¡Te estaba buscando! ¿Por qué no fuiste a la escuela hoy? ¿Y al trabajo? ¿Estás bien?

El bombardeo de preguntas comenzó de inmediato, como era costumbre en ella. Ray apenas podía procesarlas; su mente seguía atrapada en la imagen de Eli frente a él, con el paraguas protegiéndola de la lluvia y esa expresión que mezclaba preocupación y regaño.

—Estoy bien, solo... me distraje un poco —respondió él, desviando la mirada. Sus palabras eran vagas, y sus excusas, simples. Pero Eli no parecía dispuesta a conformarse con eso.

— ¿Distracción? —repitió ella, arqueando una ceja mientras comenzaba a caminar, obligándolo a seguirla—. Ray, no puedes simplemente desaparecer así. ¿Sabes cuántas veces tuve que cubrirte en el trabajo hoy? Y en la escuela, el profesor preguntó por ti. ¿Qué está pasando?

Ray caminaba a su lado, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, respondiendo con monosílabos y evasivas. Pero, a pesar de su actitud, no podía evitar sentirse agradecido por su presencia. Había algo en la manera en que Eli hablaba, en cómo llenaba los silencios incómodos con su voz, que lo hacía sentir menos solo.

Mientras avanzaban por las calles empapadas, la conversación giró hacia temas más ligeros. Eli, con su habilidad innata para hacer hablar a Ray, logró sacarle una que otra sonrisa disimulada. Finalmente, llegaron al edificio de apartamentos donde ella vivía. Subieron las escaleras, y al entrar en su hogar, fueron recibidos por las voces alegres de sus hermanos menores.

-¡Rayo! —gritaron los niños al unísono, corriendo hacia él para abrazarlo.

Ray sonriente y se inclinó para saludarlos, bromeando con ellos mientras Eli, con una sonrisa suave, dejaba su paraguas a un lado y comenzaba a organizar las cosas en la cocina. Su hogar era modesto, pero acogedor. A pesar de las paredes desgastadas y los muebles sencillos, había una calidez en el ambiente que Ray no encontraba en ningún otro lugar.

Eli vivía sola con sus hermanos desde que su madre enfermó gravemente y fue hospitalizada. Ray sabía lo difícil que era para ella cuidar de ellos y, al mismo tiempo, mantener sus estudios y el trabajo de medio tiempo. Había aprendido sobre su situación en una de las tantas conversaciones que tuvieron a solas, y desde entonces, se había prometido ayudarla. Por eso había aceptado aquel encargo, arriesgándose todo para reunir el dinero que necesitaban para la operación decisiva de su madre.

Mientras Eli preparaba la cena, Ray se quedó jugando con los niños, disfrutando de las risas que llenaban la pequeña sala. Era un respiro en medio de su tormenta interna, un recordatorio de que aún existían momentos de felicidad en su vida. Cuando finalmente se sentaron a cenar, la atmósfera se llenó de anécdotas y bromas, con Eli liderando la conversación como siempre. Ray, aunque más reservado, no podía evitar sentirse parte de esa familia, aunque fuera por unas horas.

Después de la cena, Ray y Eli subieron a la terraza del edificio. La lluvia había cesado, y el cielo estaba despejado, dejando ver un mar de estrellas. Se apoyaron en la barandilla, hablando de todo y de nada, como solían hacerlo. Eli, con su cabello despeinado por la brisa nocturna, lucía más hermosa que nunca a los ojos de Ray. Su sonrisa iluminaba la oscuridad, y él no podía apartar la mirada.

— ¿Qué te pasa hoy? —preguntó Eli de repente, inclinándose hacia él con una expresión traviesa—. Estás más distraído de lo normal.

La cercanía de su voz lo hizo estremecerse. Ray, atrapado en sus pensamientos, apenas pudo articular una respuesta coherente. Eli, sin embargo, no parecía molesta; solo suena y cambió de tema, hablando sobre sus planos para el futuro.

—El próximo año será el último de la escuela —dijo, con un suspiro—. Después, tendré que trabajar un tiempo completo.

— Deberías dedicarte a lo que realmente quieres —intervino Ray, mirándola con seriedad—. Siempre ha dicho que quieres ser periodista.

Eli negó con la cabeza, su expresión ensombreciéndose ligeramente.

—No puedo, Ray. No con mamá en el hospital. Necesito quedarme aquí y cuidar de mis hermanos. Si no conseguimos el dinero para la operación, ella no podrá volver con nosotros como antes.

Ray sintió un nudo en el pecho al escuchar esas palabras. Miró a Eli, a su sonrisa que intentaba ocultar el peso de sus preocupaciones, y supo que haría cualquier cosa para protegerla. Ella valía el riesgo. Su felicidad valía el riesgo.

Hubo un momento de silencio entre ellos, cargado de una tensión que ninguno de los dos se atrevió a romper. Ray quería decirle tantas cosas, pero las palabras se le atoraban en la garganta. Finalmente, Eli volvió a sonreír, rompiendo el hechizo.

—Eres un buen amigo, Ray —dijo, con esa calidez que lo desarmaba por completo.

Ray se despidió poco después, regresando a su propio hogar con una decisión firme en su mente. Lo que estaba haciendo estaba bien. Por ella, todo valía la pena.

La noche se había asentado completamente sobre la ciudad, y la lluvia había menguado a un ligero rocío que refrescaba el aire. Ray y Eli seguían en la terraza, sus voces llenando el silencio nocturno mientras las estrellas los observaban desde arriba. Habían pasado horas hablando, como solían hacer, pero para Ray, cada minuto con Eli se sentía como un oasis en medio de su tormento interno.

Eli hablaba con entusiasmo de pequeños detalles de su día, desde las travesuras de sus hermanos hasta sus sueños de escribir artículos que cambiaran el mundo. Ray, aunque más reservado, encontraba un extraño consuelo en escucharla. A veces, ella lo miraba con esos ojos grises que parecían atravesarlo, como si intentara desentrañar los secretos que él guardaba con tanto recelo.

—No te lo he dicho antes, pero creo que eres increíble, Ray —dijo Eli de repente, rompiendo un breve silencio. Su voz tenía un matiz serio, casi solemne.

Ray se tensó, sorprendido por la declaración. —¿Increíble? —repitió, intentando sonar indiferente, aunque su corazón se aceleró un poco.

—Sí. Quiero decir, no eres perfecto, claro —bromeó, sonriendo—. Pero siempre estás ahí cuando te necesitamos. Mis hermanos te adoran, y yo... bueno, yo también estoy agradecida. Es como si siempre supieras qué hacer.

Ray desvió la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. Si ella supiera lo lejos que estaba de ser ese "héroe" que describía... Pero no podía decirle la verdad. No ahora. —No soy nada especial —murmuró, encogiéndose de hombros.

Eli lo observó por un momento, ladeando la cabeza como si intentara descifrarlo. Finalmente, soltó un suspiro y sonrió. —Siempre dices eso, pero yo no lo creo. Algún día, espero que tú también lo veas.

La conversación continuó por un rato más, fluyendo entre bromas y reflexiones. Pero finalmente, Ray tuvo que despedirse. Sabía que la noche apenas comenzaba para él.

 

Cuando llegó al complejo de campers donde se hospedaba, el contraste con el cálido hogar de Eli era abrumador. Las luces parpadeantes y el olor a basura invadían el lugar, un recordatorio constante de cómo había llegado hasta ahí. El cámper que alquilaba era pequeño y desvencijado, con paredes que crujían al más leve movimiento del viento. Pero era todo lo que podía permitirse después de haber destinado la mayor parte de su dinero al pago de las deudas que había acumulado con la mafia.

Entró en silencio, cerrando la puerta tras de sí y observando el espacio que había llamado "hogar" durante los últimos meses. No había mucho que empacar: un par de cajas pequeñas con ropa y libros, y su mochila, siempre lista para huir. Pero había algo más que necesitaba preparar.

Sobre una mesa desvencijada estaba el sobre que contenía el dinero que había reunido para Eli y su familia. Lo tomó con cuidado, como si fuera un objeto sagrado, y lo envolvió con un pedazo de papel limpio y un cordón que había guardado. Quedó sencillo, pero presentable. Lo dejó a un lado, preparado junto a las demás cosas que se llevaría.

El resto del lugar, sin embargo, lo desordenó intencionalmente. Tiró algunas cosas al suelo, volvió las sillas y la cama, dejando el espacio en un caos controlado que sugería una huida precipitada. Si todo salía bien, los mafiosos pensarían que había escapado, dándole tiempo para desaparecer por completo.

 

Con las primeras luces del amanecer, Ray cargó sus pertenencias y se dirigió a la casa de su jefe del trabajo a tiempo parcial. Había conocido a Eli en esa pequeña tienda de comida tradicional, y desde entonces, el jefe se había convertido en una figura importante en su vida. Era un hombre grande, de hombros anchos y una barba espesa que le daba un aire intimidante, pero en realidad era una de las personas más amables que Ray había conocido. Su esposa, una mujer de sonrisa fácil y una energía contagiosa, complementaba perfectamente su carácter.

Ray golpeó la puerta con cautela, sintiendo un leve nerviosismo. Había preparado una historia para justificar su llegada inesperada, pero no podía evitar preguntarse si su jefe creería en ella.

La puerta se abrió, revelando al hombre de barba que lo miró con sorpresa. —¡Ray! ¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó, su voz grave pero amigable.

—Lo siento por venir sin avisar —dijo Ray, inclinando ligeramente la cabeza en señal de disculpa—. Mi residencia fue puesta en cuarentena anoche. Es algo temporal, pero no puedo quedarme ahí. Necesito un lugar donde hospedarme por un tiempo, y recordé que usted alquila habitaciones.

El jefe lo observó por un momento, cruzando los brazos. Su mirada era penetrante, como si intentara leer entre líneas. Finalmente, asintió. —Claro, chico. Pasa. Tenemos una habitación libre. Mi esposa estará encantada de ayudarte.

Dentro de la casa, la atmósfera era acogedora, con el aroma a pan recién horneado llenando el aire. La esposa del jefe, al enterarse de la situación, lo recibió con los brazos abiertos y de inmediato comenzó a organizar la habitación para él. Ray se sintió abrumado por la amabilidad de ambos, pero también agradecido.

Subieron sus pocas pertenencias: dos cajas pequeñas y su mochila. La habitación era simple pero limpia, con una cama cómoda y una ventana que daba a un pequeño jardín. Ray se disculpó repetidamente por las molestias, pero su jefe solo se encogió de hombros.

—No te preocupes, chico. Todos necesitamos ayuda de vez en cuando. Solo prométeme que seguirás trabajando tan duro como siempre en la tienda.

Ray asintió con determinación. —Lo haré. Gracias por todo.

 

Volviendo en sí, una lagrima resbalo por su mejilla, una sensación de perdida y lejanía se formó en el pecho de Ray, mientras pensaba en aquel pasado tan acogedor que extrañaba. Pero entonces, un destello rojizo y una risa gutural resonaron en su mente, congelándolo en el acto.

No había nadie aparte de ellos tres en la habitación. Todo estaba en su cabeza. Pero la visión era tan vívida que el miedo lo invadió por completo. Cerró los ojos, intentando calmar su respiración, pero los recuerdos comenzaron a formarse con una claridad abrumadora. Aquel día fatídico estaba volviendo a su mente.

 

La mañana en la que se mudó a casa de su jefe había sido un torbellino de recuerdos y emociones, pero ahora tenía un propósito claro: entregar ese sobre. Lo tomó con cuidado, como si fuera un tesoro, y lo guardó en el bolsillo interno de su chaqueta. Tras arreglarse rápidamente, salió hacia la escuela, sintiendo que el día sería diferente, aunque no sabía exactamente por qué.

El trayecto a la escuela transcurrió en un silencio pesado, roto únicamente por los sonidos de la ciudad despertándose. Los gritos de los vendedores ambulantes y el chirrido de los carros viejos resonaban en el aire. "Hoy es su cumpleaños", pensó, apretando el sobre en su chaqueta. Eli merecía algo especial, algo que pudiera aliviar un poco la carga que llevaba en sus hombros. Ray sabía que su regalo no cambiaría su vida, pero al menos era un paso para cumplir la promesa que se había hecho a sí mismo.

 

La escuela era como siempre: bulliciosa, caótica y llena de murmullos. Ray caminó por los pasillos con la cabeza gacha, ignorando las miradas de sus compañeros. Era el marginado, el chico extraño con un pasado que nadie entendía pero que todos temían. Los oscuros rumores que circulaban sobre él le habían otorgado una especie de inmunidad; nadie se atrevía a molestarlo, pero tampoco nadie se acercaba. Excepto Eli.

Las clases transcurrieron sin incidentes. Ray apenas prestaba atención, contando los minutos para el almuerzo. Pero cuando llegó el momento, un simulacro de emergencia interrumpió la rutina. Las alarmas resonaron por todo el edificio, y los estudiantes fueron evacuados al patio. El caos reinante hizo imposible que Ray y Eli se encontraran. "No importa", pensó, "tendré otra oportunidad en la salida".

 

Cuando finalmente llegó la hora, la vio. Eli estaba allí, esperándolo en la entrada de la escuela. Su cabello castaño claro brillaba bajo la luz tenue de la tarde, y sus ojos grises lo buscaron hasta encontrar. Ella corrió hacia él, como siempre, sorprendiéndolo con un abrazo por la espalda.

-¡Ray! —exclamó con esa energía contagiosa que siempre tenía—. Pensé que no vendrías.

Él se giró, tratando de ocultar la sonrisa que se formaba en su rostro.

—¿Por qué no vendría? —respondió con su tono habitual, intentando parecer indiferente.

—Bueno, ya sabes… —bromeó ella—. No eres exactamente el tipo más puntual del mundo.

Antes de darse cuenta, ya caminaba junto a Eli hacia el trabajo, escuchando cómo ella hablaba animadamente sobre su día. Cada palabra que decía, cada risa que escapaba de sus labios, lo hacía sentir extrañamente en paz. Pero al mismo tiempo, una inquietud lo carcomía por dentro. Su mano rozaba constantemente el bolsillo interno de su chaqueta, donde guardaba el sobre. Había ensayado las palabras en su mente más veces de las que podía contar, pero ahora que el momento se acercaba, todo se le desmoronaba.

Ella lo notó.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó, ladeando la cabeza mientras lo miraba con esos ojos grises que parecían capaces de leerlo por completo—. Tiene estado callado todo el camino.

—Estoy bien —respondió rápidamente, desviando la mirada—. Solo… pensando.

Ella lo observó con una ceja levantada, pero no insistió. En cambio, irritante, esa sonrisa cálida que siempre lograba desarmarlo.

—Pensar demasiado no es bueno para la salud, ¿sabes? Deberías aprender a relajarte un poco.

Ray soltó un suspiro, tratando de calmar el nudo en su garganta. "Es ahora o nunca", pensó, deteniéndose de golpe. Eli, confundida, también se detuvo y lo miró con curiosidad.

— ¿Qué pasa? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.

Ray metió la mano en su chaqueta, sacando el sobre con cuidado. Sus dedos temblaban ligeramente, y sentía cómo el calor subía a sus mejillas. No estaba acostumbrado a este tipo de cosas.

—Eli… —comenzó, impidiendo mirarla directamente a los ojos—. Quería darte esto.

Ella parpadeó sorprendida, mirando el sobre envuelto que él le ofrecía. Su expresión pasó de la sorpresa a una mezcla de alegría y curiosidad.

—¿Es para mí? —preguntó, tomando el paquete con delicadeza.

Ray ascendiendo, todavía sin mirarla.

—Feliz cumpleaños —dijo, su voz apenas un murmullo.

Eli lo miró fijamente, como si intentara procesar lo que acababa de suceder. Luego, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, iluminándolo todo a su alrededor.

—¿Te acordaste? —dijo con un tono que mezclaba incredulidad y emoción—. Pensé que este año también lo olvidarías.

Ray se rascó la nuca, sintiendo cómo el calor en su rostro aumentaba.

—El año pasado apenas nos conocíamos —respondió, intentando sonar casual—. Pero este año… bueno, pensé que sería diferente.

Eli soltó una risa suave, esa risa que siempre lograba desconcertarlo.

—Eres un caso, Ray. Pero gracias. De verdad. Esto significa mucho para mí.

Él aumentó, todavía impidiendo mirarla directamente. Pero cuando levantó la vista, vio que ella lo observaba con una expresión tierna, casi enternecida. Eso lo desarmó por completo.

— ¿Puedo abrirlo ahora? —preguntó Eli, jugando con el sobre en sus manos.

- No. —La respuesta salió más rápida de lo que esperaba, y su tono firme la hizo arquear una ceja.

- ¿No? ¿Por qué no? —preguntó, claramente intrigada.

Ray suspiró, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Quiero que lo abras en casa —dijo finalmente—. Solo… prométeme que lo usarás como mejor creas conveniente. Confió en ti.

Eli lo miró en silencio durante unos segundos, y luego sonriendo de nuevo, esa sonrisa que siempre lograba desconcertarlo.

—Está bien —dijo, guardando el sobre en su mochila—. Lo abriré en casa. Pero debo decir que me gusta este lado tuyo. Misterioso, atento… deberías ser así más seguido.

Ray sintió cómo su corazón daba un vuelco. No sabía cómo responder a eso, así que simplemente desvió la mirada, sintiéndose más avergonzado de lo que quería admitir.

—No digas tonterías —murmuró, pero el leve rubor en sus mejillas lo delataba.

Eli rió suavemente, acercándose un poco más a él.

—Me gusta cuando te pones así, ¿sabes? —dijo con un tono juguetón—. Es como si por un momento dejaras de ser ese chico frío y distante que todos creen que eres.

Ray no respondió. No sabía qué decir. Pero a pesar de su incomodidad, una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió… feliz.

Cuando llegaron al puesto de trabajo, Eli se detuvo en la entrada y se giró hacia él.

—Gracias, Ray. De verdad. Prometo que lo abriré esta noche y te diré qué pienso.

—No tienes que hacerlo —respondió rápidamente—. Solo… úsalo como creas mejor.

Ella asintió, y antes de entrar, se inclinó ligeramente hacia él.

—Eres un amor encantadora, Ray. No lo olvides.

Él se quedó inmóvil, viéndola entrar a la tienda. Por un momento, todo parecía estar en calma. Pero esa calma fue efímera, rota por un ruido sordo que resonó al final de la calle. La niebla comenzó a espesarse, y la sensación de felicidad que había sentido hace unos segundos se desvaneció por completo.

Las figuras aparecieron primero como sombras, borrosas y amenazantes. La gente que transitaba por la calle comenzó a huir, sintiendo una presencia opresiva que llenaba el aire. Ray se quedó petrificado, sus ojos clavados en una de las figuras que emergía lentamente de la neblina.

Cabello rojo como el fuego. Ojos que ardían con una intensidad demoniada. Una sonrisa que congelaba la sangre.

Era él.

Los recuerdos lo golpearon como una tormenta. Aquella risa macabra, el olor a humo y sangre, el calor sofocante de las llamas. Ray sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Quiso moverse, pero su cuerpo no respondía.

—Ray, ¿qué pasa? —preguntó Eli, saliendo de la tienda al notar que no entraba.

Él reaccionó de golpe, girándose hacia ella.

—¡Entra! —le ordenó con un tono que no admitía discusión.

—¿Qué? Pero…

—¡Entra ahora! —gritó, empujándola suavemente hacia adentro y cerrando las rejas exteriores de la tienda.

Eli y su jefe lo miraban con preocupación desde el otro lado.

—Ray, ¿qué estás haciendo? —preguntó el jefe, golpeando la reja—. ¡Abre esto ahora mismo!

Pero Ray no escuchaba. Sus ojos estaban fijos en las figuras que se acercaban. El principal se detuvo a unas casas de distancia, observándolo con una expresión de superioridad. Las otras figuras se dispersaron, rodeando el área como si quisieran asegurarse de que no hubiera escapatoria.

Ray sintió que su pecho se comprimía. Era como si el aire hubiera desaparecido, como si el tiempo se hubiera detenido. "No puede ser… no puede ser…" pensó, pero allí estaba. Su más grande temor, el monstruo que lo había perseguido durante años, había regresado.

La figura dio un paso adelante, y la sonrisa en su rostro se ensanchó.

—Hola, niño… —murmuró, aunque su voz resonó como un trueno en su mente—. Te dije que te iba a encontrar.

Ray apretó los puños, tratando de controlar el temblor en su cuerpo. Sabía que no tenía escapatoria. Sabía que esta vez tendría que enfrentarlo. Pero por encima de todo, sabía que no podía permitir que Eli estuviera en peligro.

"Tengo que protegerla", pensó, mientras la figura avanzaba lentamente hacia él.

Cuando finalmente lo vio, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Un joven, quizás de unos 28 años, con el cabello rojo desordenado y en puntas, como si el fuego mismo hubiera decidido habitar en su cabeza. Su rostro estaba adornado con una sonrisa que no parecía humana, una mezcla de burla y crueldad que congelaba el alma. Pero lo que realmente lo perturbado fueron sus ojos: profundos, penetrantes, capaces de atravesar cualquier barrera emocional, como cuchillos listos para desgarrar su determinación.

Ray apretó los puños, respirando profundamente para calmar el torbellino de emociones que se agitaba dentro de él. La figura, ya estando a pocos pasos de él, inclinó ligeramente la cabeza y dejó escapar una risa baja, cargada de desprecio.

—Vaya, vaya… cuánto has crecido, niño —dijo el hombre, su tono relajado y burlón, como si estuviera frente a un viejo amigo en lugar de un enemigo mortal. Avanzó un par de pasos más, y la funda de espada en su espalda se hizo evidente. Era una reliquia de otra era, un arma arcaica que desenvainó con un movimiento fluido, dejando al descubierto una hoja brillante que reflejaba la tenue luz del entorno—. ¿Así que terminaste en esta pocilga de pueblo? ¿Tú, el gran afortunado que heredó ese poder? Qué irónico.

Ray no respondió. Su mirada se endureció, devolviendo la intención asesina que el otro transmitía. Pero el hombre no se inmutó; al contrario, su sonrisa se ensanchó.

— ¿Qué pasa? ¿El niño ya no tiene palabras? —continuó, girando la espada en su mano con una facilidad insultante—. Pensar que alguien tan débil fue elegido… Qué desperdicio. Después de todo, no pudiste ni salvarla, ¿verdad?

Ray sintió cómo sus uñas se clavaban en sus palmas. "No le des el gusto", se repetía a sí mismo, pero las palabras del hombre seguían golpeando como martillos.

—Tu hermana, ¿verdad? —añadió el hombre, inclinando ligeramente la cabeza con falsa curiosidad—. Pobre chica. Morir así, sola, mientras tú jugabas al rebelde. Qué tragedia.

Eso fue suficiente. Ray desapareció en un destello de electricidad, apareciendo frente al hombre con una velocidad vertiginosa. Su puño, envuelto en rayos, se dirigió directamente al rostro de su enemigo. Pero el hombre, con una calma insultante, giró su espada y bloqueó el golpe con el reverso de la hoja.

—Ah, ahí está la rabia que recordaba —dijo con una carcajada mientras esquivaba otro golpe, esta vez dirigido a su torso—. Pero, niño, ¿de verdad crees que puedes tocarme con movimientos tan predecibles?

Ray no respondió. Sus movimientos se volvieron más rápidos, cada golpe cargado de electricidad que iluminaba el entorno en destellos breves. El suelo bajo sus pies comenzaba a agrietarse por la fuerza de sus pasos, y el aire alrededor de ellos vibraba con la energía acumulada. Los faroles de la calla se agitaban y parpadeaban sin cesar, mientras que las luces de los negocios y casas se volvieron locas. Sin embargo, cada ataque era esquivado o bloqueado con una precisión casi insultante.

El hombre se movía como si estuviera bailando, cada giro y movimiento de su espada diseñado no para herir, sino para humillar. Golpeaba a Ray con el reverso de la hoja en el hombro, el costado, las piernas, obligándolo a retroceder.

—Eres tan lento —dijo, su tono cargado de burla mientras evitaba otro ataque directo—. ¿Es todo lo que tienes? Qué engaño.

Ray sintió cómo su cuerpo comenzaba a fallarle. El consumo de maná estaba drenando su energía, y cada músculo en su cuerpo gritaba en protesta. Su respiración era irregular, y el sudor le corría por la frente. Pero no podía detenerse. No cuando esa persona estaba frente a él, el hombre que le había arrebatado todo.

—Ya te cansaste? —preguntó el hombre, inclinándose ligeramente hacia él con una sonrisa que destilaba superioridad—. Qué patético. Y pensar que alguna vez creí que podrías ser una amenaza. Bueno, supongo que tendré que encargarme de tus amigos ahora. Esa chica… Se ve tan frágil. Quizás debería empezar con ella.

Ray sintió cómo su corazón se detenía al escuchar su nombre. Giró la cabeza instintivamente hacia la tienda, y allí estaba Eli, mirándolo a través de la puerta. Sus ojos reflejaban miedo y preocupación, así como una incertidumbre de lo extraño que estaba aconteciendo todo, sin saber por que Ray estaba peleando con un completo extraño, y usaba una serie de brillos de sus puños, cosa que solo recordaba de los cuentos que su madre alguna vez le conto, de aquellos cuentos sobre los demonios de la isla, pero aquello no podía ser real, ¿no? Ray no era de aquellos cuentos de los malvados, se negaba a aceptarlo.

—No… te… atrevas —murmuró, apretando los dientes mientras se ponía de pie tambaleándose. Su cuerpo gritaba en protesta, pero no le importó. El maná dentro de él comenzó a hervir, sus venas ardían como si fueran cables al rojo vivo. Cada latido de su corazón era como un trueno que resonaba en sus oídos.

El hombre levantó una ceja, claramente intrigado.

—Todavía tienes algo más que dar? —preguntó, aunque su tono seguía siendo burlón—. Muy bien, niño. Muéstrame lo que puedes hacer.

Ray no esperaba más. En un último esfuerzo, canalizó toda la energía que le quedaba en un único ataque. Su cuerpo se movió más rápido de lo que el hombre esperaba, apareciendo frente a él en un destello cegado. El puño de Ray, envuelto en electricidad pura, se dirigió hacia su rostro. El hombre logró esquivar por poco, pero no lo suficiente. El golpe impactó de lleno en su pecho, enviándolo volando varios metros hacia atrás.

El estruendo del impacto resonó por toda la calle. El hombre cayó al suelo, rodando un par de veces antes de detenerse. Cuando se levantó, su sonrisa había desaparecido, reemplazada por una expresión de sorpresa e irritación.

Ray, por su parte, apenas podía mantenerse de pie. Su visión se nublaba, y cada respiración era un esfuerzo titánico. Pero lo había logrado. Había conectado un golpe.

Las otras figuras que habían permanecido en las sombras comenzaron a moverse, pero antes de que pudieran acercarse, una explosión resonó en la calle. Ray, ya al borde del colapso, solo pudo ver una sombra grande que se interponía entre él y sus enemigos. Luego, todo se volvió negro.

 

Ray despertó de golpe, jadeando y cubierto de sudor frío. Su respiración era errática, como si acabaría de escapar de una pesadilla, aunque la verdad era mucho peor: no había escapatoria. Su mente seguía atrapada en los recuerdos de un pasado que preferiría olvidar, pero que no dejaba de perseguirlo. Se sentó en el borde de la cama, pasándose una mano temblorosa por el rostro mientras intentaba calmarse.

El cuarto estaba en penumbras, iluminado apenas por la tenue luz de la luna que se colaba por las cortinas. Fue entonces cuando lo vio: Matt estaba sentado en una silla junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida en algún punto más allá del cristal. Parecía tan tranquilo como siempre, inmóvil, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo.

—¿No puedes dormir? —preguntó Ray, su voz ronca por el cansancio y el peso de las emociones que lo asfixiaban.

Matt no respondió de inmediato. Giró ligeramente la cabeza hacia él, pero no lo miró directamente. Su silencio duró lo suficiente como para que Ray comenzara a sentirse incómodo, como si el aire se volviera más denso con cada segundo que pasaba.

—No soy yo quien debería preocuparse por dormir —respondió finalmente Matt, su tono tan frío y calculador como siempre—. Tú eres el que parece haber tenido una mala noche.

Ray apretó los dientes. Había algo en la forma en que Matt decía las cosas que siempre lo irritaba, como si cada palabra estuviera diseñada para provocarlo, incluso cuando no era esa la intención.

—No es nada —respondió Ray, tratando de sonar indiferente, aunque el temblor en su voz lo traicionó.

Matt se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas. Su mirada finalmente se posó en Ray, intensa y analítica, como si estuviera desarmándolo pieza por pieza.

—No parece que sea "nada". Los sueños no dejan marcas como esas —dijo, señalando el sudor que aún perlaba la frente de Ray.

Ray sintió cómo la ira comenzaba a arder en su pecho. No quería hablar de ello, mucho menos con alguien como Matt, cuya aparente falta de empatía lo hacía sentir más vulnerable de lo que ya estaba. Pero antes de que pudiera responder, Matt habló de nuevo.

—Te pido disculpas —dijo, y aunque las palabras eran correctas, su tono estaba tan desprovisto de emoción que parecían vacías—. No era mi intención hacerte recordar algo que preferirías olvidar. Pero si eso te hace más fuerte, entonces valió la pena.

Ray lo miró incrédulo, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. La disculpa de Matt no solo era insensible, sino que además parecía justificar lo que había hecho.

—¿En serio? —espetó Ray, poniéndose de pie de un salto—. ¿Eso es lo que llamas una disculpa? ¿Hacerme revivir todo eso "vale la pena"? ¿Qué sabes tú de lo que significa perderlo todo?

Matt no se inmutó. Su expresión seguía siendo la misma, fría e impasible, como si las palabras de Ray no lo afectaran en lo más mínimo.

—Sé más de lo que crees —respondió Matt, desviando un poco la mirad, pero con una calma que solo sirvió para enfurecer aún más a Ray.

Ray apretó los puños, sintiendo cómo la frustración lo consumía. Quería gritarle, quería hacer que Matt entendiera lo que había hecho, pero algo lo detuvo. Pensó en aquella personita que había perdido, en la luz que lo había salvado de sí mismo. Esa misma luz que ahora parecía tan lejana, tan inalcanzable. ¿De qué servía reaccionar ahora? ¿De qué serviría aferrarse a un dolor que nunca desaparecería?

Antes de que pudiera decir algo más, Naomi abrió la cortina de la cama de al lado, y se metió en la conversación, con el cabello revuelto y una expresión de preocupación evidente en su rostro.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, mirando a Ray y luego a Matt, como si intentara descifrar la tensión que flotaba en el aire.

—Nada que te preocupes —respondió Matt, volviendo a cruzar los brazos y recostándose en la silla, como si la conversación hubiera terminado para él.

Pero Naomi no se dejó intimidar. Se acercó a Ray, con los brazos en jarras y una expresión de reproche que contrastaba con su habitual calidez.

—Ray, escúchame —dijo, con un tono más suave pero firme—. Matt no quería hacerte daño. Es solo que… no sabe cómo decir las cosas. Es horrible disculpándose, ¿vale? Pero no lo hizo con mala intención. Solo tienes que entender que es así.

Ray la miró, aún tenso, pero algo en las palabras de Naomi comenzó a calmarlo. Era difícil mantenerse enfadado con alguien como ella, cuya sinceridad y torpeza lograban desarmar incluso a las emociones más intensas.

—No es tan simple, Naomi —dijo finalmente, dejando escapar un suspiro.

—Lo sé —respondió ella, con una pequeña sonrisa—. Pero también sé que no podemos seguir así. Tenemos que trabajar juntos, ¿no? Si no, nunca llegaremos a ningún lado.

Ray suspiró de nuevo, sintiendo como la tensión en sus hombros comenzaba a ceder. Miró a Matt, que seguía sentado en la silla, observándolos en silencio, y acercándose ligeramente.

—Está bien —dijo Ray, aunque su voz aún cargaba un rastro de amargura.

Matt no respondió, pero una ligera inclinación de su cabeza fue suficiente para cerrar el tema.

Naomi, aliviada, entusiasmada.

—Bueno, ahora que eso está resuelto, ¿qué tal si intentamos dormir un poco? —sugirió, aunque todos sabían que sería imposible.

Matt se puso de pie, mirando a ambos con su habitual aire de autoridad.

—Duerman. Yo vigilaré. Partimos al amanecer.

Sin decir más, salió de la habitación, dejando a Ray y Naomi en silencio. Ella volvió a cerrar las cortinas y volvió a su cama, mientras que Ray se dejó caer de nuevo en la cama, mirando al techo mientras los recuerdos seguían acechándolo. Pero esta vez había algo diferente. Tal vez, solo tal vez, podrían encontrar una forma de seguir adelante. Juntos.

El amanecer traería consigo nuevos desafíos, pero por ahora, lo único que podía hacer era intentar descansar.