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Chapter 6 - 04 : Charla con Helel.

Nico abrió la puerta de su habitación. Al entrar en su cuarto, fue recibido con la imagen de Helel recostada con elegancia en su cama, desprendiendo una presencia majestuosa.

Sus ojos se encontraron en un silencio tenso antes de que finalmente se rompiera el hielo.

—¿Han terminado los aburridos asuntos humanos? —inquirió Helel, elevando una ceja con indiferencia, mientras se incorporaba con gracia.

Nico no respondió a su pregunta. En su lugar, la observó en silencio, sus ojos deteniéndose en cada detalle de su figura.

Helel alzó una ceja. —Para mirarme tan intensamente… ¿Has sido hechizado por mi belleza, lacayo?

Nico siguió mirándola seriamente. El silencio tenso se prolongó hasta que finalmente habló con determinación.

—Creo que me debes algunas explicaciones

La ceja de Helel se volvió a alzar.

—Ah, ¿así que deseas conocer en profundidad la inmensidad de mi grandeza?

—Déjate de juegos —le ordenó Nico—. Mi vida es demasiado complicada por si sola como para además lidiar con lo que sea que estés metida. SI quieres mi ayuda, debes ser sincera.

Helel bufó.

—Hablas como si servirme fuera algo en lo que tuvieras elección. ¿Qué podrías hacer si niego darte una respuesta?

Nico se tensó ante sus palabras, sabedor de la verdad que poseían. Pero Helel ignoró su reacción, alzando levemente la comisura de sus labios y mirándolo con interés.

—Pero tienes coraje, eso he de admitirlo. Muy bien, lacayo, te contaré en profundidad sobre los entresijos de la trama en la que me encuentro inmersa… Ahora, ¿por dónde debería comenzar?

—Por lo esencial —respondió Nico, mirándola fijamente—: ¿qué eres exactamente? Sé de muchos seres: hadas, vampiros, varios tipos de hombres bestia y hasta de dioses. He visto y oído hablar muchas criaturas en mi vida, pero ninguna como tú: tú pareces ser diferente a cada uno de ellos. Y eso no debería ser posible.

—Al menos tienes la suficiente visión para diferenciar a un tiburón de entre los peces —respondió Helel con un resoplido divertido—. Entiendo que tu raza lo haya olvidado. Fueron mis propias acciones las responsables, al fin y al cabo. Pero ha llegado el momento de recordarlo: soy Helel Benshahar, la Emperatriz del Inframundo, máxima autoridad de mi gente, los demonios.

Nico alzó una ceja, confuso.

—¿Demonio? Es la primera vez que oigo de esa raza. Es decir, ¿no es simplemente un tipo de espíritu maligno, como las furias griegas, o un hombre bestia como los onis japoneses?

Helel entrecerró los ojos ante sus palabras, frunciendo el ceño con irritación.

—¿Compararías a un grifo con un gato y un polluelo, solo porque comparten rasgos ligeramente semejantes? Mi raza es más antigua que todas esas criaturitas. Existimos desde el momento en que tu raza apenas tenía cuatro integrantes. Solo esas alimañas llamadas dioses antiguos podrían igualarnos en edad.

Nico contuvo su incredulidad, mirándola de arriba abajo—. Eso… ¿te estás refiriendo al tiempo del Patriarca, de cuando apenas había tenido a sus dos primeros hijos varones? ¡Pero eso fue hace más de cincuenta mil años! ¿Me estás diciendo que son casi tan antiguos como el planeta?

—Tu sorpresa es divertida, tomando en cuenta que convives con deidades.

—¡Los dioses son dioses! Tú…

«No pareces tan asombrosa», se contuvo de decir Nico. Ahora que rememoraba, ciertamente había ese «algo» en Helel que la diferenciaba de la multitud, y no se estaba refiriendo simplemente a su belleza, que incluso eclipsaba a las diosas. Pero al mismo tiempo, sentía que ese «algo» era un poco menos asombroso de lo que se supondría.

—He de entender tu sorpresa, si mi yo del pasado me viera en esta condición escupiría sobre mi misma ante mi degradación—Helel esbozó una mueca amarga, y sus ojos destellaron con un carmesí que no reflejaba nada bueno, el resentimiento siendo notable—. En antaño, mi sola presencia significaría el fin de los tiempos, y ni todo el esfuerzo conjunto de esos seres que tantos alabas llegaría a implicar riesgo alguno para mí; ningún ser, por más poderoso que se creyera, podía hacerme frente. Ahora, no obstante, hasta caminar se ha vuelto una tarea agotadora. ¡Todo por la traición de insectos que olvidaron su lugar!

La intriga invadió a Nico ante esas palabras.

—¿A qué te refieres?

Helel pareció considerar sus palabras, antes de asentir para sí misma, un halo de misterio envolviéndola. Algo le dijo a Nico que había estado reflexionando en que tanto debería decirle.

—Todo se remonta a ese momento: a hace cuatro mil años cuando se creó ese acuerdo de «cero conflictos entre todas las razas». Mi gente no estuvo de acuerdo; yo misma tampoco lo estuve. Sin embargo, no me molesté en desafiar esa farsa; para mí, carecía de importancia. Jamás acatamos sus reglas. Ni mi gente ni yo nos volvimos parte de su juego, y yo decidí que regresaríamos a nuestro reino para no volver a pisar nunca este aburrido mundo.

—¿Qué cambió entonces?

—¿La verdad? Nada —Helel soltó una risa amarga—. Lo dije: nunca estuvieron de acuerdo. Pero desafiarme implicaría tener el poder necesario para hacerlo, y de entre mi gente no existía alguien con esa capacidad. Pero en mi poder insondable olvidé un detalle: dale tiempo a las hormigas, e incluso llegarán a hacer tambalear a un león. Cuatro mil años han sido tiempo suficiente, parece.

—Ya veo…

Nico guardó silencio. Una especie de sensación extraña lo invadió ante la historia de la que obviamente faltaba una gran cantidad de detalles, pero el mensaje principal estaba claro. Los demonios, la raza de Helel, querían seguir con el conflicto, pero ella misma no encontró sentido en ello y se los prohibió. A cambio, su propia gente tramó alguna forma de deshacerse de ella hasta, como lo veía ante sus ojos, lograrlo. Era una historia trágica.

—¿Pero entonces qué? —cuestionó sin poder evitarlo, su simpatía reduciéndose al recordar su propia posición—. ¿En dónde entro yo? ¿Por qué utilizaste la magia para atarme?

La respuesta de Helel resonó con una frialdad que puso a prueba la paciencia de Nico:

—No fue exactamente planeado. Cuando me vi así, en tal debilidad como para apenas tener el poder suficiente como para transportame, decidí este rumbo por ser conveniente. Cuando te encontré, he de admitir que no estaba en la posición más favorable. Simplemente fuiste… oportuno.

«Oportuno». La simple palabra desató una tormenta de ira y desconfianza en el pecho de Nico.

Estaba ella diciendo que lo esclavizó… ¿simplemente porque pudo? ¿No había nada más que la simple conveniencia en haberlo esclavizado? Se mordió los labios ante ese pensamiento, apretando los puños al mismo tiempo.

—Entiendo —musitó Nico con gelidez—. ¿Cuáles son entonces sus planes próximos, su majestad?

Si Helel notó el sarcasmo rebosante en su forma de referírsele, no lo demostró.

—Una pregunta intrigante, lacayo. Responderé con la verdad: pensaba simplemente sentarme en tu morada alimentando mi energía a mi gusto hasta recuperarme. —Helel se relajó, su mirada fija en un punto lejano, como si el pasado remoto se desplegara ante sus ojos.

—¿Y cuánto tiempo tardarías en hacer eso? —Nico la miró cauteloso, con un deje de incredulidad en su voz.

—Hmmm, si hablamos de sentirme a gusto para deambular sin tu asistencia… quizás alrededor de medio siglo. —La respuesta de Helel resonó en la habitación, cargada de un peso que puso en alerta a Nico.

Nico la miró con total incredulidad.

—¡¿Cincuenta años?! ¡¿Pero por qué tanto tiempo?! ¿Qué necesitas recuperar?

—Demasiado para describir con palabras y para que tu mente pueda siquiera concebirlo. Cincuenta años serían apenas suficientes para equipararme a un quince por ciento de mi gloria pasada —la voz de Helel era firme, revelando una determinación que heló el corazón de Nico.

—¿Estás bromeando, cierto? —Nico la miró con una sonrisa forzada.

Helel no le devolvió la sonrisa.

—¿Luzco como si lo hiciera?

—¿Pero cómo es posible que solamente recuperes un quince por ciento en cincuenta años? —cuestionó Nico, todavía incrédulo.

—Para ser honesta —Helel hizo una mueca—, esto que estoy diciendo es pensando en una ruta no muy proactiva. Los métodos más rápidos serian bastante… fastidiosos.

—¿Fastidiosos en qué sentido?

—En el sentido de quemar ciudades enteras hasta las cenizas y deleitarme con las almas de sus habitantes— La voz de Helel era gélida, envuelta en una oscuridad indiferente que heló la sangre de Nico.

—Eso está fuera de discusión. No podemos recurrir a hacer algo como eso. —Nico se mantuvo firme en su rechazo, recordando el pacto anti-conflictos que regía entre las razas.

—Parece que lo comprendes —Helel lo miró con un leve deje de aprobación mientras daba un suspiro—. Toda esa sangre repugnante manchando mi ser sería desagradable, por supuesto.

De repente, Nico se sintió abrumado por la magnitud de la situación en la que se encontraba. No podía permitir que Helel desatara tal caos, aun a costa de su propia salud y bienestar. Pero tampoco podía dejarla esclavizarlo tanto tiempo.

—No podemos esperar cincuenta años —Nico se reafirmó—, así que debemos buscar otra solución.

Helel lo miró con una ceja enarcada, su mirada penetrante como acero.

—¿Qué sugieres entonces, lacayo?

Poniendo una mano en su barbilla, Nico se puso a pensar antes de sugerir con cautela:

—¿Tal vez algún profesor en la Academia Supremia pueda ayudarte? Creo que es redundante decirlo dado que debes saber un poco sobre sus identidades, pero allí se posee una sabiduría inmensa incluso entre aquellos que no son deidades. Podríamos pedirle ayuda al señor Thot, a la señora Morrigan, al señor Quetzalcóatl, a la señorita Baba Yaga, al señor Merlín…

—¿Hmn? —Repentinamente, la expresión de Helel cambió—. ¿Has dicho Merlín?

—¿Si? —respondió Nico en un tono que parecía pregunta, mirándola con curiosidad—. ¿Lo conoces?

—Esa persona y yo… —Helel cerró sus ojos, su rostro perdiendo cualquier tipo de expresión por un momento, solo para abrirlos y mostrar completa indiferencia, una que le impidió a Nico saber lo que estaba pensando—. Sí, podría decirse que tenemos algo semejante a la familiaridad.

Nico la miró con todavía más curiosidad.

—¿Familiaridad?

—Esa persona comparte el mismo vinculo que aquellos que levantaron su mano en contra de mi —Los ojos de Helel resplandecieron en carmesí—. Para ustedes los humanos, supongo que lo llamarías «familia».

—Ah.

Simplemente fue lo único que Nico pudo exclamar. Porque al igual que Helel, parecía que «familia» no era una palabra que pudiese exclamarse con cariño.

—¿Seria problemático entonces que supiera de ti? —terminó inquiriendo.

Helel negó con la cabeza.

—Podrías decir que no hay un problema entre esa persona y yo. Pero por lo que sé, probablemente tampoco haya ningún tipo de buen lazo entre ese hombre y yo.

—¿Entonces…?

—Si es un hombre que valora el orden, me ayudará —Helel se levantó de la cama con un impulso renovado—. Lacayo, llevame a esa «Academia Supremia». Tenemos un camino que recorrer.