*TREVOR*
La maldita explosión fue desastrosa. Los médicos comenzaron a tratar a los heridos, y el señor Cassian se quedó en el lugar para resguardar a los que estaban allí. La señorita Ksenia se adelantó al lugar donde había ido la señorita Ricci, donde supuse que ocurrió la explosión.
"Aetherius, por favor, esta vez estoy aquí. No te dejaré ir, solo espera", me dije a mí mismo mientras nos dirigíamos al bosque. Cada paso en el camino era una lucha, ya que las bestias comenzaron a inundar el lugar, huyendo en todas direcciones del sitio de la explosión. Mi corazón latía con fuerza, cada rugido y cada movimiento en la oscuridad del bosque me ponían los nervios de punta.
Me quedé congelado cuando vi, debajo de un montón de tierra, el cuerpo sin vida de uno de los niños. "Señor Cassian, aquí Trevor. Una baja confirmada a 10 minutos en dirección al noroeste del bosque donde salimos", reporté con la voz temblorosa, sintiendo una mezcla de horror y tristeza. Papá se acercó a mí, abrazándome con fuerza.
"No es él, calma", dijo para tranquilizarme, pero también para calmarse a sí mismo. Sus palabras fueron un consuelo momentáneo, pero la imagen del niño muerto estaba grabada en mi mente. "Estoy bien, papá. Hay que seguir", me alejé y desenterré el cuerpo, tratando de mantener mi compostura. La tierra fría y húmeda se metía debajo de mis uñas, y sentía el peso de la desesperanza sobre mis hombros.
La ira se acumuló lentamente en mi núcleo, pero me obligué a calmarme. Después de desenterrar al niño, nos movimos nuevamente.
Estuvimos una hora buscando los alrededores y logramos encontrar a 20 niños vivos. Nadia y Anatia los acompañaron para protegerlos y luego regresarían para buscar más. Llevábamos 20 de 129, sin contar la baja. Solo faltaban 119.
Durante la próxima hora, todo se oscureció y la noche cayó. Nadia y Anatia volvieron, y en esa hora encontramos a 4 profesores heridos junto con 15 niños más, pero dos cadáveres aparecieron sobre sus espaldas mientras salían de una cueva improvisada.
Faltaban 112. Apreté mi mandíbula cuando vi los cuerpos de los niños cubiertos de tierra y sangre seca. Sentí una oleada de impotencia que amenazaba con ahogarme.
Celia y Rachel se ofrecieron esta vez y se estaban alejando cuando les hablé. "No regresen. Quédense a ayudar allá y transmitan la cantidad de sobrevivientes", les dije, ya que ellas parecían cansadas y sus ojos estaban sin brillo. Podía entenderlo; habíamos encontrado 3 niños sin vida.
Cuando se fueron, escuchamos su transmisión. Mi ira siguió creciendo cuando un oso salió de la cueva, que al parecer no era improvisada, sino que estaba bloqueada.
Lo miré y le lancé un hechizo, haciendo que su cuerpo explotara en pedazos, salpicándome todo. Sentí la sangre caliente del oso en mi rostro y una sensación de vacío creciente en mi interior.
Rugidos de bestias se acercaban desde otra dirección. Creamos un círculo para ver nuestro alrededor cuando vimos alrededor de 50 bestias dirigiéndose hacia nosotros.
Nos preparamos y, justo cuando íbamos a pelear, las bestias fueron atravesadas por púas de metal que surgieron del suelo debajo de ellas.
Sentí el aura del señor Cassian encima de mí. "LEVIATÁN, regresen. He confirmado 40 bajas, contando a los que encontraron ustedes, y 70 sobrevivientes en total", explicó y luego miró a mi padre.
"Su hijo no está entre ellos, señor Emwind, mucho menos los otros dos que venían con él", le dijo a mi padre, quien cayó de rodillas. "¿No está entre qué? ¿Las bajas o los sobrevivientes?" pregunté, sintiendo el corazón en un puño.
Él me miró con seriedad. "Ambas. No hemos encontrado rastro de ellos, ni sus cuerpos. Así que les aconsejo regresar y descansar. Faltan 5 niños más, luego reanudaremos la búsqueda", nos ordenó.
"Lo siento, señor Cassian. Casi pierdo a mi hermano una vez hace un año. No dejaré de buscarlo", le dije, contradiciendo su orden. Mis palabras salieron con una desesperación que apenas podía controlar.
Su rostro se tornó de molestia y soltó su intención asesina. Me sentí sofocado; los demás cayeron al suelo, solo Atheria pareció aguantar. "No es una pregunta, niño. Me agradas, sí, pero ahora soy TU superior. Debes empezar a seguir órdenes. Esto será normal para ti en el futuro", soltó su intensión y se alejó volando en dirección al área de salida.
Golpeé la roca de la cueva con fuerza, desquebrajando la piedra. "Ya oyeron, regresemos", dijo mi padre.
No tuve más remedio que obedecer. Después de media hora corriendo de regreso, encontramos a mi madre y mis hermanas junto con mis dos amigas que habían regresado.
"¿Encontraron algo?", preguntó mi madre mientras corría hacia nosotros.
Negué con la cabeza. "Nos ordenaron regresar", le dije.
Mi madre se tambaleó y mi padre la sostuvo. "No otra vez, no así", dijo con la cabeza agachada, tapándose la cara y empezando a llorar.
Apreté mi mano hasta hacerla sangrar. "Lo siento, Therius. Por el momento no puedo ir a buscarte. Solo aguanta un poco si aún estás vivo. Solo espera e iré por ti". Sentí la impotencia y el dolor mezclarse mientras apretaba mis puños, haciendo que mis uñas se enterraran en mis palmas, provocando más sangre. La noche parecía más oscura y fría mientras nos retirábamos, y un nudo en mi estómago me recordaba la urgencia de encontrar a mi hermano.
***
*AETHERIUS*
Mi cabeza dolía. Parpadeé varias veces y vi a Max arriba de mí, pero de cabeza. "Hey, Therius, por fin despiertas", suspiró aliviado.
Me levanté con ayuda de mis codos y me froté la cabeza por el dolor. "¿Cuánto tiempo dormí?", pregunté, sintiendo una confusión mezclada con alivio al ver a Max.
"No lo sé, yo hace poco me desperté y traté la herida de la pierna de Iesel. Tú y yo no tenemos nada más que golpes en la cabeza", explicó mientras apuntaba hacia Iesel, que estaba acostada, tapada con su chaleco.
"Caímos por el agujero y luego todo se oscureció", le conté a Max, quien también recordó lo mismo.
Sentí calor y noté la fogata. "Tenemos compañía aquí abajo", dijo Max, apuntando al otro lado de donde estábamos.
Eran dos chicas, gemelas pude ver, ambas con cabello negro. "¿Qué con ellas?", le pregunté, sintiendo curiosidad y un poco de recelo.
"Nosotras decidimos correr hacia el agujero que había en nuestro lado. Estuvimos caminando, no sé cuánto tiempo, hasta que los encontramos a los tres inconscientes", explicó una de las gemelas, su voz era suave pero cargada de una especie de cansancio.
Titubearon un poco, pero continuaron con su explicación. "Nosotras manejamos el fuego, así que pudimos viajar por este túnel en toda la oscuridad hasta que los encontramos y los arrastramos como pudimos a un lugar seguro".
"Muchas gracias por salvarnos. Estamos en deuda", les dije inclinándome lentamente. A ellas no les importó, así que lo dejaron pasar.
"¿Puedo saber sus nombres?", les pregunté, intentando ser cortés.
"Somos Gilia y Chiara Leclerc", respondieron, con los ojos desenfocados y centrados en la fogata.
"Mucho gusto. Soy Aetherius, él es Maxwell y la chica acostada por allá es Lieselotte", les dije nuestros nombres, aunque no parecieron prestarles atención.
"Descansen un poco, se lo merecen. Déjenme hacer guardia", les dije, y aceptaron sin problema, cerrando los ojos y durmiéndose. Volteé a ver a Max. "Igual tú, Max, yo me encargo", le dije con una sonrisa, y él aceptó y se durmió.
Cuando todos se durmieron, me acomodé y me senté para comenzar a meditar y recuperarme de cualquier herida que tuviera.
No sé cuánto tiempo pasó cuando Iesel me sacó de mi meditación.
"Therius, hola. Mientras meditabas, nadie quiso molestarte, así que esperamos a que terminaras. Discutimos si empezar a caminar o no", me dijo Iesel con una mezcla de respeto y preocupación en su voz.
"Caminar es la decisión más sabia. Vamos", respondí, levantándome con determinación. Creé un orbe de electricidad para iluminar el camino y lancé un par más, formando una hilera de luces que se extendía por la oscuridad.
Sentí el peso de la responsabilidad en mis hombros mientras usaba mi magia de sombra para escanear el entorno en busca de peligros. Solo percibí pequeños insectos, nada que representara una amenaza inmediata. Sin embargo, la densidad de la oscuridad me hizo sentir incómodo, como si algo acechara en los rincones más profundos del abismo.
No sé cuánto tiempo caminamos antes de que la tranquilidad se desvaneciera. La oscuridad aquí era tan densa que mi magia de sombra se volvía inútil para detectar presencias a distancia. De repente, un siseo penetró el silencio, proveniente de algún lugar en la negrura.
Las gemelas, Chiara y Gilia, empezaron a temblar y se abrazaron con fuerza. Iesel, aún herida, se posicionó defensivamente junto a Max, ambos preparados para lo peor. Una bestia serpiente enorme emergió de la oscuridad, su presencia imponente hizo que el miedo se apoderara de todos nosotros.
"Quédense quietos, no se muevan", ordené en un susurro, mi voz apenas audible.
La serpiente pasó su lengua por uno de mis orbes de electricidad y lo devoró, apagando la luz en un instante. Me congelé, el terror paralizándome. Estábamos justo frente a ella. ¿Cómo puede no vernos?, me pregunté, el miedo latente en mi mente.
De repente, un dolor agudo golpeó mi cabeza desde diferentes ángulos, como si fuera atacado por fuerzas invisibles. Recordé algo crucial: algunas bestias ciegas podían sentir y consumir mana. "Shhh", hice un gesto para que no hicieran ruido y apagué mis orbes de luz. La serpiente se movió violentamente pero no nos tocó.
Aunque los orbes estaban apagados, aún podía ver con claridad. La magia de sombras, por supuesto, pensé mientras me ponía la mano en la cara. "Hey, péguense a la pared y muévanse lentamente. Si no usan magia, no nos podrá ver", les dije, mi voz un susurro cargado de tensión.
Nos pegamos a la pared y empezamos a movernos con cautela. Cada paso se sentía eterno mientras la serpiente se deslizaba peligrosamente cerca. Después de lo que parecieron horas de avanzar con extrema lentitud, logramos cruzar al otro lado. "Sigan caminando con calma y susurrando", les ordené y ellos asintieron, el miedo palpable en sus ojos.
Un golpe resonó a lo lejos, rompiendo el silencio. La serpiente giró hacia el sonido, y con urgencia les ordené: "¡A la pared otra vez, ya!" La serpiente se lanzó hacia la fuente del ruido, y pronto se escucharon los rugidos de bestias y el sonido de carne desgarrada. No sabía si era la serpiente o las bestias, pero teníamos que aprovechar la oportunidad.
"Corran, síganme. Hay que aprovechar que está ocupado, puedo sentir otra salida por aquí", les dije y me siguieron. Corrimos por un túnel vacío mientras los gritos continuaban, cada uno más aterrador que el anterior. Miré las caras de los demás; estaban pálidas de terror.
De repente, una bestia apareció detrás de nosotros. Giré y lancé un hechizo, pero me detuve al ver más bestias acercándose a lo lejos. "Váyanse. Si siguen corriendo en la misma dirección durante un rato, encontrarán la salida. Puedo retenerlos, pero necesito estar solo para no preocuparme por ustedes", les dije. Max me miró, furioso.
"No bromees, hombre. Eres fuerte, sí, pero no lo suficiente para pelear contra esas bestias solo", me reprochó.
Le sonreí, agradecido por su preocupación. "No debes preocuparte, Maxwell. Sé que puedo hacerlo, y ustedes también pueden. Llegarán a la salida y estarán a salvo", le aseguré.
Max titubeó, mirando mis ojos con terror. Finalmente, apretó la mandíbula, tomó las manos de las chicas y se fue. "No mueras, Aetherius. Tienes que vivir y regresar vivo, ¿oíste? ¡Tienes que regresar!", gritó Iesel, su voz temblorosa resonando en mi mente como un eco de las palabras de Elowen.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, me preparé para enfrentar las bestias. Con la mejora de mi visión gracias a la magia de sombras, podía ver en la oscuridad con más claridad. Látigos de electricidad salieron de mis manos, golpeando a las bestias que me rodeaban. Usé mi cuerpo entero como me enseñó Atheria, luchando sin cesar.
En el aire, invoqué un orbe y acumulé maná en él. Cuando tuve lo suficiente, disparé una línea blanca que atravesó a las bestias. La sangre me salpicaba por todas partes, cada bestia que caía me bañaba en su esencia. Saqué mi guadaña, bañándola en electricidad y lanzando ataques relámpagos, cortando a más bestias.
Peleé tanto tiempo que perdí la noción del tiempo. Retrocedí, atrayendo su atención hacia el interior de la cueva. Recibí muchos golpes y rasguños de todas direcciones, y mi cuerpo empezó a pesarme. Mi mente tambaleaba y mi maná se agotaba.
Quedaban cientos de bestias: osos, grifos, serpientes, leones. Pasé mucho tiempo recibiendo y dando golpes, el dolor y el cansancio consumiéndome. "Al menos pudieron escapar", me reí débilmente, mi voz apenas un susurro en el caos.
Mi maná se agotaba. Recibí un golpe fatal de un oso en mi brazo, lanzándome hacia atrás y estrellándome contra la pared. Sentí mis huesos romperse. Me levanté, bañado en sangre. "¡Vengan! ¡Vengan! Esto no es nada", grité, sosteniendo mi arma con la poca magia y fuerza que me quedaba.
Usé la sombra para amarrar al oso y lo corté. Mi maná se agotó por completo, y solo quedaba mi fuerza física. Seguí peleando, mis nudillos sangraban, mis músculos se negaban a moverse. La fatiga y la pérdida de sangre me debilitaban. Vomité sangre, mi cuerpo temblando por el esfuerzo.
Una serpiente me golpeó, haciéndome soltar mi arma. Caí al suelo, tosiendo sangre. Aún así, me levanté. La serpiente me atacó de nuevo, y sostuve su cola, girándola para golpear a varias bestias antes de lanzarla. Con eso, mi fuerza se agotó. Aún estaba de pie cuando todo empezó a oscurecerse.
Miré a las bestias que me rodeaban, cuando de repente, varias de ellas fueron cortadas. Giré hacia una agitación de maná y vi a mi padre acercándose, el horror tatuado en su cara. Luego cerré los ojos y solo escuché los gritos y chillidos de las bestias a mi alrededor.
Cuando no pude más, mi cuerpo colapsó y me dormí, o morí, cualquiera que haya sido solo todo se oscureció y mi mente estuvo en calma.