En la oscura penumbra de la sórdida habitación, Simón, atado a la silla, llevaba en su rostro las marcadas huellas de una brutalidad despiadada que se reflejaba en cada rincón impregnado de sangre. Las figuras en blanco, con miradas frías y una variedad de instrumentos de tortura, creaban un escenario de horror.
Entre los torturadores, los susurros inquietantes de conversación continuaban. "Simón, sabemos que posees información crucial", espetó uno con voz grave, mientras otro sostenía una herramienta intimidante. "No ganarás nada resistiéndote, ¿por qué no compartes lo que sabes?", instigó otro con un tono siniestro.
Las paredes, testigos silenciosos de la angustia, cerraban el escenario como un sombrío telón de fondo. Simón, un espía estadounidense enredado en una maraña de intrigas, se veía atrapado en una pesadilla tejida por los rusos. Cada lamento y susurro de dolor se mezclaban con la atmósfera opresiva, mientras los interrogadores persistían en su búsqueda insaciable de secretos ocultos en la mente del cautivo.
En un giro inesperado, los hombres de blanco recibieron una llamada telefónica. Entre murmullos apresurados, se intercambiaron miradas tensas antes de que uno de ellos, con un rastro de intriga en su rostro, se dirigiera a Simón: "Parece que tus superiores han decidido abandonarte". Mientras uno de ellos agarraba la pistola, otro añadió de manera escalofriante: "Quizás tu información ya no tenga tanto valor como pensábamos". La habitación quedó sumida en un silencio tenso antes de que el eco del disparo resonara, poniendo fin a la tortuosa encrucijada de Simón.