Mientras avanzaba, el murmullo del bosque se intensificó, y Simón comenzó a notar una luz tenue que filtraba entre los árboles. Al salir del espeso follaje, se encontró ante una aldea enclavada en la naturaleza.
Los aldeanos, vestidos con atuendos vibrantes, se detuvieron al ver a Simón. Los guardias, con expresiones cautelosas, avanzaron para interrogarlo. "¿Quién eres y de dónde vienes?", inquirió uno de los guardias, con los ojos fijos en Simón.
Sintiéndose perdido en el bosque, Simón improvisó una historia que mezclaba verdades con elementos de su propia realidad. Les habló de su extravío entre los árboles y cómo, sorprendentemente, descubrió la aldea mientras buscaba encontrar su camino de regreso.
Los guardias intercambiaron miradas antes de concederle el acceso, cautelosos pero intrigados por la historia del forastero. Simón avanzó por las adoquinadas calles de la aldea, observando cómo las mujeres recomendaban agua de los pozos, los hombres trabajaban en la reparación de una casa y los niños correteaban en todas direcciones mientras jugaban.
Simón avanzó por las adoquinadas calles de la aldea, captando la atención de los guardias que intercambiaron miradas cautelosas. Intrigados por la historia del forastero, observaron su recorrido. De repente, un hombre de unos 70 años se acercó a Simón y se presentó como Reimon, el jefe del pueblo, ofreciéndole su ayuda y preguntándole en qué le podían ser de utilidad.
Simón, agradecido, entabló una conversación con Reimon, explicándole que se sentía perdido y había llegado a la aldea en busca de ayuda. Reimon escuchó atentamente, ofreciendo su hospitalidad y sugiriendo que podrían brindarle alojamiento en la posada del pueblo.
Durante la charla, Simón compartió más detalles sobre su viaje y las razones que lo llevaron al pueblo. Reimon, con amabilidad, le ofreció orientación y le aseguró que encontraría apoyo en la comunidad. Juntos, continuaron explorando las necesidades y posibilidades de ayuda mutua en ese encuentro fortuito.