No tuve mucho tiempo para seguir desahogándome, puesto que fue necesaria mi presencia en la empalizada para vigilar que ningún monstruo u animal salvaje hubiera seguido el rastro sangriento de Natsiq hacia la aldea. Aparentemente, cuando estaban a punto de darle caza al venado, un monstruo les sorprendió por la espalda, abalanzándose sobre Kanut desde lo alto de la rama de un árbol, pues los habría estado acechando desde hacía ya un tiempo, para, posteriormente, cazar el brazo del joven con su segunda cabeza y arrancarlo de cuajo.
Mientras que la bestia consumía el cuerpo de nuestro amigo, Natsiq había logrado escapar con vida, dejando tras de si un rastro sanguinolento. Era sorprendente que no hubiese muerto por la pérdida de sangre antes de llegar a la aldea, desplomándose en el suelo para no ser más que comida para los animales del bosque.
Pero había sobrevivido, y ahora, se encontraba en manos de Alasie, la madre de Anik y sanadora de la Tribu del Fuego, quien estaba siendo asistida por un grupo de jóvenes, mientras que Daya les observaba desde lejos con indecisión grabada en su bello rostro.
Solté un suspiro, viendo el vaho que se acumulaba delante de mí con cada respiración; las noches eran aún más gélidas que los días, y eso era decir bastante. Froté mis manos, preguntándome como estaría Natsiq en estos momentos.
El olor de Daya se hizo presente. Cada persona tenía un olor particular, y el de Daya era bastante único, siendo dulce como ningún otro que hubiera olido con anterioridad; no me giré para verla, sabía a lo que venía, pues podía sentir su aroma entremezclado con el del estofado.
—Puedes llevártelo, no tengo hambre esta noche —Le dije de forma más brusca de lo que pretendía. Mi mirada seguía fija en la oscuridad del lejano Bosque de la Aurora. La tribu había hecho su hogar en un páramo helado cercano al bosque, por lo que podíamos ver venir fácilmente a los monstruos.
—Comer es importante ¿Sabes? —Se atrevió a hablar ella, y escuché sus pasos tras mi espalda hasta posicionarse a mi lado. Poniendo el cuenco contra mi mejilla, hizo presión —Come o estarás demasiado débil para cazar mañana... eso es lo que Nuvua me dijo que te dijera.
La observé de reojo. Me sorprendió su confianza al hablar conmigo, no se parecía en nada a la chica que se había despertado entre mis brazos.
Nuvua era mi amiga, una chica loca que tenía el sueño de viajar más allá de la tribu y visitar otros lugares, las tierras cálidas, dónde se decía que no había monstruos; vaya tontería, no existía tal lugar ni existiría jamás, sólo eran cuentos para ilusionar a los niños.
—Comeré —Suspiré finalmente, tomando el cuenco aún humeante entre mis manos. Me sorprendí de que todavía estuviese caliente con lo fría que estaba la noche.
Estaba exquisito. Daya se sentó a mi lado.
—¿Crees que esté muerto también? —preguntó ella, mirando hacia el cielo repleto de auroras boreales—Kanut, el otro chico...
Asentí mientras comía. Según la versión de Natsiq, el monstruo había atrapado su cuello entre sus fauces, arrancándole el cabeza tan rápido como un rayo. Afortunadamente, mi estómago era fuerte, por lo que, no tuve una pérdida repentina de apetito. Una parte de mi quería escabullirse al bosque a mitad de la noche para asegurarse de que dicha versión fuera cierta, pues, en el fondo, no quería aceptar que Kanut estaba muerto.
—Daya—dije de repente, al terminar mi comida. Ella fijó sus ojos del color del oro fundido en mí, un color que sólo había visto en los adornos del cacique Ikumak—. Ten, lleva esto adentro, yo...
—Iras a verificar que el chico se encuentra muerto ¿no es así?
Asentí. Era arriesgado, pero alguien debía de hacerlo, además, aunque no lo encontrara con vida, alguien debía de recuperar el cuerpo y darle un entierro digno, de lo contrario el espíritu de Kanut vagaría en pena por los páramos helados; algo bastante común dada la actividad de monstruos en nuestras tierras.
Estaba decidido, encontraría el cuerpo de mi amigo y lo traería para que su familia le diese sepultura.
•—♡—•
El Bosque de la Aurora se encontraba sumido en penumbras, por lo que me guiaba por mi olfato, la luz de las auroras y la luz de la luna que se filtraba a través de las copas de los pinos que conformaban el bosque. Dicho bosque recibía su nombre de las auroras que lo adornaban en las noches.
Hoy había luna llena, por lo que no necesitaba de una antorcha para ver en la oscuridad, sin embargo, todo parecía innaturalmente oscuro, macabro. Aunque no podía oler a ningún monstruo, sentía que había algo más conmigo allí, en el bosque, acechando y esperando a que me distrajese para atacar.
No fue difícil dar con el cuerpo de Kanut, el olor a sangre impregnaba el ambiente; cuando lo encontré, estaba completamente irreconocible. Envolviendo las partes en una manta y echándolas en mi zurrón, me decidí a volver a la aldea, dónde el cacique Ikumak me recibió con suma molestia.
—¿¡En qué estabas pensando!? —Me gritó él cuando estuvimos frente a frente. Sin dudarlo, me soltó una cachetada que me hizo parpadear con incredulidad — ¡Yura, por los espíritus! ¡Has salido sólo y de noche, podrías haberte convertido en comida de monstruo!
Era normal que se preocupara, después de todo, se trataba de mi abuelo.
•—♡—•
Me desperté con los primeros rayos del sol, seguramente habría dormido unas tres o cuatro horas por haber estado de guardia. Aseándome y preparándome para la cacería, no pude evitar que mi mente volviera a aquella chica que me había encontrado en el río.
¿Quién era ella realmente? La intriga me consumía. Sus rasgos simplemente no pertenecían a ninguna tribu conocida, aunque tampoco es que hubiera muchas más; la única con la que habíamos tenido contacto era con la Tribu de los Sueños, quienes habitaban el interior del Bosque de la Aurora, más hacia el norte, más allá del lago en el que habíamos encontrado a Daya.
Puede que fuese de allí, aunque por su expresión cuando le mencioné dónde nos encontrábamos me decía que seguramente no era así.
—Ey, Yura —Me llamó Anik cuando entré al comedor, levantando su mano para llamar mi atención. Su expresión era radiante—. A que no sabes que ha pasado; el brazo de Natsiq ha vuelto a crecer ¡Por los espíritus, esto es un milagro!
Mis ojos rojos se abrieron con incredulidad. No, definitivamente esto no era un milagro, era una locura, un sueño que Anik había tenido; pero entonces... ¿por qué nadie se encontraba en el comedor?
—Ha sobrevivido por los pelos —me explicó él mientras caminábamos hacia la cabaña de la sanadora—. Hablo en serio, le ha crecido el brazo otra vez, me quedé con él toda la noche, me dormí unas horas y cuando desperté... ¡PUF! Tenía un nuevo brazo.
—No es gracioso, Anik —gruñí con hastío—. Debiste ver mal.
Pero cuando entré a la cabaña repleta de gente, grande fue mi sorpresa al encontrarme con un Natsiq gritando de alegría y con los brazos en perfecto estado con el aroma de Daya impregnado en él.