Lena Varys estaba consumida por la furia. Tras atravesar los pasos de Khorathor y liderar el asedio a la pequeña ciudad de Tarnova, una fortaleza menor de Zusian, su mente no podía apartarse del torbellino de emociones que la devoraban. Habían movilizado a 50 millones de hombres del ejército combinado de Zanzíbar y Stirba, pero eso no importaba. Su ira, abrasadora e implacable, tenía un único objetivo: el maldito bastardo de Darian Khoras.
Ese hombre había manipulado la estrategia, sacrificándola a ella, a su maestro y a sus soldados como una simple distracción para ejecutar su maniobra. Por culpa de su astucia despiadada, millones de sus hombres habían caído, incluyendo al único hombre que Lena había considerado un verdadero padre, Roderick Brann. Él había muerto junto a los Cazadores del Invierno, su fiel guardia personal, y lo poco que quedaba de los Lamentos Carmesíes, la guardia élite que había protegido a Roderick hasta el último aliento.
La rabia hervía en su interior, alimentada por el vacío que esa pérdida había dejado. Sus manos temblaban de ira mientras aferraba con fuerza su guadaña de guerra, y sus ojos ámbar, hinchados por el llanto reprimido, parecían arder con un fuego casi sobrenatural.
Sin decir palabra, avanzó por las calles de Tarnova hacia el solar que Darian había convertido en su oficina y centro de operaciones. Sus pasos resonaban con determinación, cada uno más pesado que el anterior, mientras sus tropas intentaban mantenerse a su lado. Cuando llegaron al umbral del edificio, fueron detenidos por la guardia personal de Darian: los temibles Demonios Carmesíes.
La unidad era legendaria, no solo por su brutalidad, sino también por su lealtad ciega y su destreza inigualable en el combate. En la entrada, imperturbable, estaba el capitán de esa letal guardia: Viktor Dragomir.
Viktor era un hombre que encarnaba la palabra intimidación. Su imponente figura alcanzaba los dos metros, con un cuerpo esculpido por años de batalla. Vestía una armadura negra como la noche, adornada con runas carmesíes que parecían brillar con una luz propia. Un casco en forma de demonio, con cuernos curvados hacia atrás, descansaba bajo su brazo, revelando un rostro marcado por cicatrices profundas. Su ojo derecho estaba cubierto por un parche, mientras el izquierdo, de un rojo brillante, parecía penetrar el alma de cualquiera que lo mirara.
Su arma, una inmensa espada de dos manos, descansaba sobre su hombro. Era una hoja irregular, con muescas y grabados rúnicos, como si la misma arma estuviera sedienta de sangre. Su presencia, fría y aterradora, parecía detener incluso al viento.
Viktor dio un paso adelante, bloqueando el camino de Lena y sus hombres. Su voz, gruesa y cargada de autoridad, resonó como un trueno.
—¿Qué desea, general Varys? —preguntó, sin molestarse en ocultar su tono intimidante.
Lena lo miró con un odio palpable, sus manos apretándose aún más contra el mango de su guadaña.
—Quítate de mi camino si no quieres que te parta en dos, maldito pedazo de mierda —escupió, su voz un gruñido lleno de rabia contenida.
Los Demonios Carmesíes intercambiaron miradas tensas, pero Viktor no se inmutó. Sus labios se torcieron en una leve sonrisa, como si disfrutara del desafío que Lena representaba.
—Mis órdenes son claras, general —respondió con calma, pero su tono gélido estaba cargado de amenaza—. Nadie entra a ver al general Khoras sin su permiso.
—Entonces tendrás que matarme, porque no pienso quedarme fuera mientras ese bastardo planea su próxima traición —gruñó Lena, dando un paso adelante.
Viktor bajó su espada de su hombro y la clavó en el suelo con un golpe seco que resonó en el espacio. La tensión en el aire era sofocante. Los hombres de Lena se prepararon, algunos apretando las empuñaduras de sus armas, mientras los Demonios Carmesíes hacían lo propio.
—Lo que haga o deje de hacer el general Khoras no es asunto mío. Mi deber es detenerte, y lo cumpliré. Pero si quieres arriesgar tu vida, general, hazlo con cuidado. —Su sonrisa se ensanchó, mostrando dientes amarillos y torcidos, mientras su ojo rojo se clavaba en Lena como una daga.
Lena levantó su guadaña, adoptando una postura de combate.
—Entonces muévete, o probarás qué tan bien corta mi guadaña, Demonio Carmesí.
El enfrentamiento parecía inevitable. La tensión en el aire era sofocante, y la ciudad de Tarnova parecía contener el aliento, esperando que los primeros golpes desataran una carnicería. Lena estaba lista para atacar, sus músculos tensos y su guadaña brillando bajo la luz mortecina del atardecer. Viktor Dragomir no retrocedía, y su sonrisa macabra sugería que estaba más que preparado para enfrentarse a ella.
Sin embargo, antes de que la violencia pudiera estallar, una figura emergió del interior del solar. Los pasos firmes y controlados hicieron eco en el umbral, y cada movimiento de este hombre parecía cargado de una autoridad incuestionable. Era Darian Khoras, el segundo general del Ducado de Stirba.
Su presencia era magnética, envolviendo a todos los presentes en un aura de peligro y respeto. Vestía una armadura negra impecable, adornada con detalles en plata que reflejaban su rango y estatus. El diseño de su armadura era sobrio, elegante y práctico, pero no por ello menos imponente. A su espalda ondeaba una capa corta, oscura como la noche, que apenas rozaba el suelo. Sus ojos, de un gris acerado, irradiaban frialdad e intelecto, mientras que su expresión pétrea sugería una disposición implacable.
Darian no era un hombre que se dejara llevar por las emociones; su frialdad era tan aguda como una cuchilla, y su capacidad para mantener la calma en las situaciones más tensas lo había convertido en una figura temida tanto en el campo de batalla como en las intrigas políticas. Aunque su intelecto estratégico era su mayor arma, nadie podía subestimarlo como guerrero. Su destreza con la espada había sido probada en innumerables ocasiones, y su habilidad en combate lo hacía un adversario letal.
Lena lo miró con una mezcla de odio y desafío. Su ira, que antes se había dirigido a Viktor, se redirigió completamente hacia Darian. Cada fibra de su ser le gritaba que lo atacara, que lo hiciera pagar por las vidas perdidas, pero algo en la presencia del hombre la obligó a contenerse.
Darian detuvo su avance frente a ambos, cruzándose de brazos y mirando primero a Viktor, luego a Lena, con una expresión que apenas mostraba interés. Su voz, baja y controlada, se alzó entre ellos, cortando la tensión como un cuchillo.
—¿Qué pasa, general Varys? ¿Por qué me molestas? —Su tono estaba cargado de una irritación fría, como si todo aquello fuera una pérdida de tiempo—. Estamos atrasados en esta ofensiva, y tengo que planificar el próximo movimiento estratégico. Como puedes imaginar, no es tarea sencilla cuando tengo que lidiar con la incompetencia constante de ese malnacido e inútil del duque de Zanzíbar.
Lena apretó los dientes con fuerza, sintiendo cómo su ira se intensificaba con cada palabra de Darian.
—Si tú también has venido a joderme el trabajo con alguna escena de rebelión interna, adelante —continuó Darian, su mirada gris perforándola como un filo—. Hazlo rápido, y así podré añadirte a la lista de problemas que resolveré en esta maldita guerra.
Su voz no subió de tono, pero la amenaza implícita era clara. Darian no toleraba interrupciones, y mucho menos deslealtades, pero lo que más enfureció a Lena fue la aparente indiferencia en sus palabras, como si todas las muertes, todo el sacrificio, no fueran más que números en un tablero de ajedrez.
—¿Problemas? —respondió Lena, su voz temblando, no de miedo, sino de rabia contenida—. ¿Eso crees que soy? ¿Un problema más que tachar en tu lista?
Darian la observó en silencio, esperando que continuara, mientras Viktor permanecía inmóvil como un guardián de piedra.
—Roderick y muchos mas murieron por tu jodida estrategia —rugió Lena, dando un paso adelante, sosteniendo su guadaña con ambas manos—. Usaste a su guardia, a sus hombres, como una distracción. ¡Lo sacrificaste!
Por un momento, los ojos de Darian se estrecharon, apenas un indicio de emoción cruzando su rostro. Luego habló, con una calma que solo avivó la furia de Lena.
—Roderick murió porque entendía lo que significa la guerra, general Varys. Entendía que las vidas individuales, incluso las nuestras, son irrelevantes frente al objetivo final. Si quieres culparme por usar cada recurso a mi disposición para ganar, adelante. Pero no te confundas: esta guerra no se ganará con emociones ni con impulsos.
Lena apretó su guadaña con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sus soldados se movieron inquietos, pero ninguno se atrevió a intervenir.
—Y ahora, si ya terminaste con tu berrinche, déjame volver a mi trabajo. Porque mientras tú te consumes en rabia, yo estoy asegurándome de que el sacrificio de Roderick no haya sido en vano.
Las palabras de Darian colgaron en el aire como un peso insoportable, su fría lógica enfrentándose al caos emocional que Lena apenas podía contener. La general tembló, no de miedo, sino de pura frustración. La ira hervía dentro de ella como una tormenta desatada, alimentada por la humillación, la impotencia y el dolor que cargaba desde Khorathor. Su mente se debatía entre aceptar que Darian tenía razón o ceder a la furia que la consumía.
Pero el dolor y la rabia vencieron.
En un movimiento tan rápido que parecía imposible de anticipar, Lena levantó su guadaña y descargó un golpe letal hacia Darian. Su ataque era como un destello negro, un arco de muerte que descendía con la fuerza de una tormenta. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a su objetivo, algo se interpuso.
El choque resonó como un trueno. El acero de su guadaña fue detenido por una fuerza igual de abrumadora: Viktor Dragomir. El capitán de los Demonios Carmesí estaba frente a ella, su enorme espada bloqueando el ataque con aparente facilidad. Sus ojos, tan fríos como los de Darian, la miraron con una intensidad que parecía atravesarla.
—Suficiente —gruñó Viktor, su voz como una roca desmoronándose en un abismo.
El impacto hizo temblar a los hombres presentes. Los soldados de Lena y la guardia de Darian, tensos desde el principio, sacaron sus armas al instante, creando un círculo de acero y hostilidad alrededor de ambos generales. Las chispas del enfrentamiento inicial aún parecían flotar en el aire.
Lena respiraba con dificultad, sus manos firmemente aferradas a la guadaña, aunque esta ya no avanzaba ni un milímetro más. La furia que la consumía era evidente, pero no se dejó intimidar por Viktor ni por los Demonios Carmesí.
—No te voy a matar... no ahora —escupió Lena, con los dientes apretados. Su voz era un filo de rabia contenida—. No haré una maldita rebelión, porque sé perfectamente en la mierda en la que estamos. Sé de los refuerzos de Lucan, de su avance y de lo cerca que estamos del abismo.
Sus palabras eran rápidas, casi un rugido. Cada una golpeaba como un martillo, cargada de la frustración que la carcomía desde que había visto a Roderick caer.
—Sé que necesitamos una posición sólida para preparar una ofensiva y adentrarnos en Zusian, pero no te confundas, Darian. —Su voz se endureció aún más, cada palabra como una promesa de muerte—. Algún día, cuando esta guerra termine, te mataré. No será rápido. Rogarás por la muerte, y me aseguraré de que supliques como el bastardo frío y vacío que eres.
Con esas palabras, Lena retiró su guadaña, dejando que el eco del acero resonara en el aire como una declaración de intenciones. Los soldados a su alrededor, tanto los suyos como los de Darian, no se relajaron; las tensiones seguían al límite, como si el menor movimiento pudiera desatar una masacre.
Darian, sin embargo, no mostró reacción alguna. Su rostro seguía igual de inmutable, sus ojos grises, vacíos, fijos en Lena. Finalmente, con una calma exasperante, habló:
—Inténtalo. —Sus palabras fueron tan frías como el filo de una espada—. Pero no creo que puedas matar a alguien que ya está muerto en vida.
Dicho eso, Darian se giró y volvió a entrar en el solar, como si la amenaza de Lena no fuera más que un murmullo insignificante. Sus pasos resonaron hasta que la puerta se cerró tras él.
Lena se quedó quieta por un momento, respirando profundamente para recuperar el control. Su ira seguía palpitando, un fuego que la quemaba desde dentro. Finalmente, se giró hacia sus hombres, ignorando las miradas cautelosas que la seguían, y comenzó a caminar de regreso a la posada donde se había instalado.
Cada paso era un recordatorio de su frustración. La imagen de Roderick, la derrota en Khorathor, la arrogancia de Darian... todo giraba en su mente como una tormenta incesante. Al llegar a la posada, subió directamente a su habitación, cerrando la puerta con un golpe seco. Allí, sola, dejó caer la guadaña al suelo y se hundió en una silla, con los ojos ardiendo de rabia y lágrimas contenidas.
Sabía que la guerra no perdonaba emociones, pero en ese momento, todo lo que sentía era un odio profundo hacia el hombre que se había atrevido a tratarla como si fuera una pieza más en su tablero de ajedrez. Y juró, en ese silencio roto solo por su respiración agitada, que algún día acabaría con Darian Khoras, sin importar el costo.
El movimiento del ejército no tardó en ponerse en marcha. Las órdenes eran claras y precisas: crear el caos en cada rincón del territorio antes de que Lucan pudiera reagrupar a sus refuerzos. Se enviaron destacamentos de caballería ligera y tropas especializadas a las aldeas y pequeñas ciudades para sembrar la destrucción, quemando cultivos y saqueando recursos. Cada golpe debía ser rápido y devastador, dejando a Zusian con el menor tiempo posible para responder.
Mientras tanto, las fuerzas principales se movilizaron para asediar los fuertes estratégicos y las ciudades grandes que bloqueaban el camino hacia Ulthorath, el objetivo principal. Lena, a pesar de su reciente enfrentamiento con Darian, lideraba con una determinación feroz. Su rabia personal se había convertido en el combustible que la impulsaba a avanzar sin descanso, aunque los ojos de sus subordinados seguían mirándola con cautela.
El avance, sin embargo, no estuvo exento de complicaciones. Mientras las catapultas lanzaban fuego sobre los muros de las grandes ciudades, y los soldados trabajaban sin tregua para abrir brechas, llegó un mensaje que congeló el corazón de todos los comandantes presentes.
—¡Refuerzos enemigos! —anunció el mensajero, jadeando y cubierto de polvo—. Cincuenta y cinco legiones de hierro... 21,890,000 hombres.
El campamento quedó en silencio por un momento, solo roto por el crujir del papel en las manos de Darian mientras leía el informe.
—No solo eso, general —continuó el mensajero, tragando saliva con dificultad—. También han llegado dos generales de Zusian: Varyn Firestorm, el cuarto general, y Quentin Shadowstrike, el sexto.
Los nombres parecían retumbar en el aire. Varyn Firestorm era una leyenda viva, conocido por su dominio absoluto del "fuego" o la moral en combate, capaz de reducir ejércitos enteros a meros cadáveres. Quentin Shadowstrike, por otro lado, era un maestro del combate frontal y combates desesperados, un estratega que atacaba desde el frente, sembrando la confusión antes de dar el golpe final.
Darian, siempre sereno, apretó los dientes, sus ojos grises fijándose en el mapa frente a él. Cada movimiento que había planeado parecía ahora una jugada frágil, al borde de ser desmoronada por la llegada de estos refuerzos.
—Esto complica las cosas —dijo en voz baja, más para sí mismo que para los presentes.
Lena, quien había estado escuchando con los brazos cruzados, dejó escapar un gruñido.
—¡Claro que las complica! —espetó, golpeando una mesa con tanta fuerza que hizo que los mapas y figuras cayeran al suelo—. ¿Cómo diablos vamos a enfrentarnos a eso mientras seguimos asediando estas malditas ciudades?
Darian levantó la vista hacia ella, su expresión permaneciendo neutral.
—Nos enfrentamos a una fuerza diseñada para desgastarnos. Varyn y Quentin no solo son guerreros excepcionales, sino que están aquí para ganar tiempo y debilitarnos.
—Entonces, ¿cuál es el plan, estratega? —preguntó Lena con sarcasmo mordaz, aunque en el fondo sabía que necesitaban un milagro.
—Primero, consolidaremos nuestras fuerzas. Dejaré solo lo esencial en los asedios actuales, el resto se movilizará para interceptar a las legiones antes de que puedan coordinarse. —Darian señaló un punto en el mapa con precisión—. Aquí, en los llanos de Valormere. Es un terreno amplio, lo que nos permitirá maniobrar.
Lena chasqueó la lengua, pero no discutió. Sabía que, pese a lo mucho que despreciaba a Darian, sus planes solían ser efectivos.
—Y sobre Varyn y Quentin... —continuó Darian, sus ojos brillando con una determinación gélida—. Necesitamos separar a esos dos. Juntos, son imparables. Dividir sus fuerzas será nuestra prioridad.
—¿Y si fallamos? —preguntó uno de los capitanes presentes, su voz temblorosa.
—No fallaremos —respondió Darian, con una frialdad que hizo estremecer incluso a los más veteranos del salón—. Porque si lo hacemos, esta guerra habrá terminado para nosotros.
El campamento se llenó de actividad febril mientras las órdenes se transmitían a todas las unidades. Los soldados comenzaron a marchar hacia Valormere, sabiendo que la próxima batalla sería una prueba de fuego.
Lena, mientras se ajustaba la guadaña al hombro, miró hacia los cielos nublados. La tormenta que se avecinaba era tanto física como emocional. Pero en su interior, prometió que ni siquiera las legiones de hierro ni los generales más temidos de Zusian la detendrían.