La mano de Damon se deslizó lentamente por su mejilla, y se preguntó si sus sentidos alterados le impedían sentir las chispas de su vínculo.
Sus dedos se detuvieron sobre la marca en el lado izquierdo de su cuello.
Esa era su marca, justo ahí. Pasó incontables horas despierto, mirándola mientras Talia dormía.
Ella parecía Talia, sonaba como Talia y llevaba su marca, pero algo parecía extraño. ¿Qué era?
Damon levantó la mano y ella se sobresaltó.
—¿Quieres que te lleve a casa?
—Sí —ella confirmó.
—¿Dónde es eso?
La mujer se detuvo. —A la Manada de Aulladores Oscuros.
En el siguiente instante, Damon le agarró el cuello mientras su expresión se volvía helada.
Ella quería zafarse de su agarre o defenderse de alguna manera, pero estaba atada al árbol y lo único que podía hacer era hablar.
—No, no —chirrió ella—. Quería decir… a casa a… la Manada de Guardianes de la Medianoche…
Damon continuó apretando hasta que sintió las vibraciones de los huesos rompiéndose bajo su palma.