Talia no podía creer lo terco que era Damon. Claro, Cinna era solo un cachorro de juguete de peluche, y era solo un juguete para su bebé, pero también era importante para Talia.
—¿Por qué no puedo darle algo a nuestro niño? ¿Y por qué estamos hablando de ti y de mí como si estuviéramos separados? Y... —Talia se detuvo cuando se dio cuenta. —Esto es porque Keith me dio a Cinna. ¿No es así?
El silencio de Damon respondió la pregunta de Talia.
Damon sabía que era mezquino y que no tenía sentido. Talia era suya y solo suya, y ella nunca pensó en otro chico, pero... no podía evitarlo. Ese juguete le recordaba a Damon el fantasma de Keith que se cernía sobre ellos y el hecho de que Talia fuera tan cuidadosa con ese juguete era infuriante y, al mismo tiempo, le impedía destrozarlo.
Talia puso a Cinna en el sofá y abrazó a Damon. —¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Decirte qué?
—Que no apruebas que me haya quedado con un juguete que me dio Keith.