—Me disculpo, Alfa Damon. No quise faltar al respeto —dijo Cassandra con voz temblorosa—. Con cada latido que pasaba, su cuerpo se enfriaba por el sudor frío.
—Está bien —respondió Talia, más para calmar a Damon que por Cassandra—. Lo pensaré y te lo haré saber.
La verdad era que Talia también tenía curiosidad por sus poderes. El único problema era que no confiaba en el Oráculo.
—¿Puedo? —preguntó Talia mientras señalaba el cristal morado del tamaño de la palma en forma de una pirámide torcida.
Cassandra le hizo un gesto para que continuara, y Talia tomó el cristal en su mano. Su superficie lisa estaba fría al tacto.
—¿Qué opinas, Liseli? —Talia preguntó.
—Es una roca bonita.
—¿Puede medir la magia? ¿O se trata de algo más?
—¿Te preocupa que pueda detectarme?
—Sí —Talia admitió mientras devolvía el cristal al altar.
El viejo lobo no tenía una respuesta a esta pregunta. ¿Podría haber algo que detecte espíritus y determine su naturaleza? Todo era posible.
