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—Damon... Damon... Damon...
Talia cantaba entre jadeos mientras Damon movía sus caderas, llenándola perfectamente mientras la empujaba hacia otro orgasmo.
—¡Oh, Dios! —exclamó cuando él cambió el ángulo, y él sonrió victoriosamente.
—Eso es, gatita. Ven por mí —gruñó él, cuando sus interiores se enrollaron alrededor de su pene, proporcionando ese empujón extra para llegar juntos al clímax.
No importaba cuánto control tuviera, su vínculo de pareja le permitía sentir las emociones de Talia, y cuando el orgasmo de ella lo inundaba, él caía al borde con ella.
Después de unos últimos empujes temblorosos, Damon se dejó caer en la cama junto a Talia.
¡Demonios! Llevaban cinco días así, y su pene se sentía desgastado. ¿Se habría lesionado? Pero más importante aún, —¿Cómo te sientes, gatita? —preguntó él.
Talia sonrió tontamente y se acurrucó a su lado. —Mejor —respondió ella.