—Son sarpullidos —explicó el doctor Dimitri—. Son inofensivos y desaparecerán en unos días o semanas. No hay que preocuparse a menos que comiencen a picar demasiado o a doler. Por ahora, no parece que ese sea el caso, ya que el príncipe está bastante tranquilo. Sin embargo, si se pone inquieto, por favor avísenme.
—Entonces, ¿no es necesario ningún medicamento? —pregunté.
—No, desaparecerá por sí solo —dijo.
Suspiré aliviada. Me había asustado mucho. Dem tuvo que sostener a Dion porque me temblaban las manos. Después de perder a mi primer hijo en mi vientre y después, casi perder a mi marido, me había vuelto demasiado sensible a este tipo de cosas. Si hubiera tenido un aborto espontáneo, probablemente no me hubiera afectado incluso después de todo este tiempo, pero, me dieron a beber una especie de poción que mató a mi hijo. Todavía no podía sacudirme ese sentimiento. El dolor, el miedo, todo permanecía conmigo aunque habían pasado casi tres años.