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Tanto si fue coincidencia como si fue un acto deliberado, Lauren había estado tan ocupada en su cafetería las últimas dos semanas que apenas había tenido tiempo para visitar a Steffan.
Incluso cuando Sarah la llamaba repetidamente para que viniera, siempre surgía algo en el último momento que le hacía imposible ir.
Por otro lado, Dolly, que ahora era una visitante habitual en la residencia de los Rosse, no podía estar más feliz, especialmente cuando veía la mirada enojada que Sarah no dejaba de lanzarle cada vez que aparecía por allí.
Y esa tarde no fue una excepción cuando caminó con aire desenfadado hacia la exquisita sala de estar bajo la mirada directa de los únicos dos miembros de la familia que no tenían a dónde ir. Estos, por supuesto, eran Steffan y Sarah, quien se había autoimpuesto la permanente obligación de cuidar a Steffan hasta que pudiera pensar racionalmente.