La respiración de Lauren se cortó en su garganta mientras observaba impotente, aún le resultaba difícil reconciliarse con la realidad que tenía ante sus ojos.
Dentro del hospital, el tiempo parecía detenerse mientras esperaban ansiosamente junto a la puerta del quirófano.
Lauren sintió una mano que se envolvía alrededor de sus hombros y se volvió para mirar a la cara cuyos ojos estaban cargados de compasión.
—Él va a estar bien, mi amiga —escuchó decir a su mejor amiga a quien no había visto en más de un año.
Con una leve afirmación con la cabeza, continuó mirando la luz sobre la puerta del quirófano, aferrándose a la esperanza titilante de que Steffan eventualmente sobreviviría.
Horas más tarde, el doctor finalmente emergió de la sala de operaciones, su rostro grabado con agotamiento pero sus ojos iluminados con un atisbo de esperanza. —Él está estable —anunció, las palabras un bálsamo para sus nervios deshilachados—. Pero será un largo camino hacia la recuperación —añadió.