Chapter 29 - VEINTIOCHO

Una especie de calma alarmante se instauró. La cortina de polvo se disipaba con pereza, y entre los escombros, Rakso apretaba contra su pecho el cuerpo de Led. Sus hombros temblaban debido al llanto contenido. Los ojos del mestizo yacían clavados en el techo, vacíos, sin ningún tipo de expresión; era como si su mente estuviera atrapada en un lugar remoto.

Blizzt observó las cadenas vacías, aún se mecían con pesadez, crujiendo como si sollozaran la pérdida. Eccles había destruido el fragmento de alma.

—Ni siquiera Lucifer se atrevió a… —Blizzt dejó la frase en el aire. Miraba con horror a su hermano.

—Es una pequeña muestra de lo que puedo hacer —advirtió, aspirando el aire con gran esfuerzo. Todavía le quedaba fuerzas para curvar una sonrisa de gozo—. Voy a llevar mi reino al mundo de los mortales, y no me importa a quien deba pisotear para cumplirlo.

Rakso acarició la mejilla descubierta de su compañero. Led se había ido, y lamentaba no haber contado con la suficiente valentía para decirle lo mucho que lo apreciaba, lo mucho que le quería. Apretó los labios y, con delicadeza, depositó el cuerpo en el suelo antes de cerrarle los párpados y otorgarle una postura de durmiente. Besó su frente y le prometió ganar por él. Al ver la sangre del joven manchándole las manos, su mirada cambió, las llamas crepitaban en sus cuernos y aumentaron de tamaño cuando se irguió. Líneas naranjas corrían por cada centímetro de su cuerpo, resquebrajando la piel a pedazos. Ahora que Led estaba ausente, no le importaba mostrar su verdadera identidad.

—Con que esas te traes —La prepotencia de Eccles no tenía límites. Entre sus dedos, se materializaron dos canicas negras, listas para reclamar a sus ocupantes.

—¡Rakso, no lo hagas! —espetó Blizzt al ver que su hermano consentía a la ira de consumirlo por completo. No podía arriesgarse a perderlo.

La mujer soltó una palabrota y corrió hacia él para detener la transformación, pero su cuerpo estalló en una espiral de humo que desapareció en un soplido.

—Disfruta de tus miedos, Blizzt —sentenció Eccles, guardando la prisión en el bolsillo del pantalón, junto a las otras. Sus ojos seguían postrados en Rakso—. Sólo faltas tú.

Rakso se impulsó contra Eccles y lo despidió fuera del palacio con una rigurosa tacleada. Las alas del demonio se abrieron para frenar el trayecto, pero de nada sirvió, pues, su hermano se había materializado a sus espaldas, listo para arrojar un segundo ataque. Los ojos de Eccles se agrandaron cuando Rakso entrelazó sus dedos en un enorme puño que cargó en su contra. El golpe lo arrojó de vuelta al salón del trono, como si fuera un cometa estrellándose contra la tierra.

Escupiendo sangre, el usurpador se incorporó de entre un montículo de rocas, tembloroso ante los poderes de su hermano.

—Maldito —gruñó entre dientes.

Rakso atravesó el umbral de las puertas como un terrorífico ángel vengador. El fuego lo envolvía y sus ojos brillaban de un intenso color carmesí. Cada paso que daba, provocaba que su piel se desprendiera al igual que una bola de barro seco, dejando al descubierto una carne abrazada por las llamas y las cicatrices de viejos castigos.

—Esto se termina aquí —anunció Rakso. La guadaña apareció en su mano, más grande y mortífera que antes. Podía sentir el miedo de su hermano y la sangre plateada corriendo por sus manos.

—Tienes razón —resopló el usurpador. Entre sus dedos, la última prisión del miedo palpitaba, deseosa por absorber a su nuevo habitante—. Esto se termina aquí —No podía seguir prolongando aquel combate, la situación se le había escapado de las manos y debía jugar su última carta cuanto antes—. ¡Rakso!

Y, al igual que Blizzt, el demonio estalló en una columna de humo que terminó por perderse en las profundidades de aquella prisión, donde se vería obligado a enfrentar sus miedos por toda la eternidad.

—Debí hacer esto desde un principio —meditó Eccles, contemplando la esfera en la palma de su mano—. No pensé que te hubieras vuelto tan fuerte —Seguidamente, miró el cuerpo del mestizo reposando junto a los restos humeantes de su preciado trono—. Parece que ese mocoso influyó en ti.

Encogió el entrecejo y avanzó hasta llegar a Led. Con repugnancia, tomó el cuerpo por el cuello y lo levantó como si se tratara de un viejo muñeco de trapo; los pies del joven permanecían colgando.

—Que desperdicio —Se dio la vuelta y caminó en dirección al monumental arco que una vez sostuvo las puertas de entrada—. Pudimos hacer grandes cosas, pero decidiste tomar tu propio camino —prosiguió. Atravesó el umbral, y el viento, caliente y seco, acarició su rostro—. Tal vez sea mejor así. Un rey no puede depender de nadie, salvo de sí mismo. Y con esta batalla me queda claro que tengo el poder necesario para dirigir las riendas del reino de las tinieblas —Al detener la marcha, extendió el brazo hacia el precipicio. El cuerpo de Led colgaba hacia el vacío, donde las llamas de Babilonia aguardaban—. Adiós, Led Starcrash.

Abrió el puño, y el cuerpo cayó.

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En cuanto Led despertó, lo primero que vio fueron dos pares de ojos encima de él: los de la derecha eran azules, como un cielo despejado en pleno mediodía; los de la izquierda eran tan negros como la brea.

—Despertó —advirtió el Led celestial con cierto alivio.

—Ya era hora —reprochó el Led demoniaco—. Estaba comenzando a aburrirme.

—Cierra la boca —ordenó el ángel, tirando de las cadenas para obligar a su oscura contraparte a recobrar una postura de prisionero.

Despacio, Led se incorporó en medio de aquella oscuridad, preguntándose si había muerto, pero al descubrir a sus dos contrapartes hundidos en una discusión, entendió que todavía seguía con vida. Los recuerdos le azotaron la cabeza, y un intensó dolor carcomió su corazón; era la herida dejada por su alma.

El Led celestial le explicó lo sucedido: la batalla, la destrucción de su fragmento de alma y la derrota de Rakso y Blizzt.

—Aun sigues con vida —le explicó el ángel tras amordazar al demonio con una cadena—. Lamento lo de tu fragmento de alma, Led. Sé lo mucho que deseabas recuperarla.

Led presionaba su mano contra el pecho, con la intención de atravesar la carne y extraer su corazón. El dolor era insufrible.

—Debes ser fuerte, Led —lo animó el ángel—. Sé que es difícil, y puedo entender el sufrimiento…

—Cállate —le pidió el mestizo sin siquiera verlo. Tomó varias bocanadas de aire hasta que el dolor se tornó pasable—. ¿Qué ha pasado con Rakso y Blizzt?

El ángel bajó la mirada. Aquello enfureció a Led. Quería una respuesta verbal, no una mirada triste que lo dijera todo. Sus puños se cerraron con fuerza, impotente.

El Led demoniaco partió las cadenas que le cubrían la boca gracias a sus colmillos.

—Eccles los encerró en sus prisiones del miedo —La mirada del demonio era fría. Las sombras en su rostro enaltecían su maldad.

—¿Y mi cuerpo?

—Cayendo directo al fuego de Babilonia —dijo el ángel.

—Descuida, en unos minutos todo acabará —agregó el demonio.

Entonces… ¿eso era todo? ¿Habían perdido?, se preguntó Led, incrédulo ante los hechos. Después de batallar y enfrentar la muerte en más de una ocasión, ¿serían derrotados por el enemigo final, por un demonio que se daba aires de grandeza y se hacía llamar rey? No, no podía ser así.

Led se negaba a creer que un villano fuera capaz de ganar, y mucho menos después de los sacrificios que él y sus amigos habían hecho. No permitiría que su alma, que fue el detonante de su viaje, muriera en vano.

—Tus mejores cartas son las que aún no has jugado —murmuró el joven, examinando los vendajes de su brazo quemado.

—¿De qué hablas? —quiso saber el Led celestial. Lo miraba con curiosidad, al igual que el demonio prisionero.

—No podemos permitirlo —protestó Led. Sus uñas se clavaban con fuerza en las palmas de su mano—. No podemos dejar que Eccles gane —Alzó la mirada, cargada por las llamas de la batalla—. Debes salir y pelear… Sé que puedes ganarle.

El Led celestial negó con la cabeza.

—No puedo, alguien debe mantener cautivo a ese de ahí.

—¡Oye! —protestó la otra contraparte, arrojando humo por los oídos.

—Y tú estás muy débil para encargarte de él —concluyó de forma tajante.

—Con todo lo que está en juego, vale la pena correr el riesgo, ¿no lo crees? —refutó Led—. Que importa que se apodere de mi cuerpo. Me da igual, pero no podemos dejar que el mundo sea consumido por el imbécil que está allá afuera.

—Led…

—¡Ya basta! —estalló Led, apartando al ángel de un empujón para tomar el control de las cadenas—. ¡Te libero! —bramó, y de un simple tirón, los hierros estallaron en millones de partículas de luz.

—¿Qué has hecho? —dijo el ángel. El horror, la rabia y la decepción se mezclaban en su rostro.

El Led demoniaco se irguió y, valiéndose de una lúgubre carcajada, desplegó sus alas de murciélago para sentir la libertad.

—Te lo agradezco, amiguito —Apuntó su mano a Led, y una cuchilla brotó de la palma, lista para salir disparada directo a su pecho—. No lo tomes personal, pero debo asegurarme de que no volverás a encarcelarme.

El Led celestial se incorporó y apuntó al demonio de la misma manera.

—De eso nada —gruñó Led, y sus dos contrapartes se vieron paralizadas por una misteriosa fuerza.

—¿Q-qué sucede? —preguntó el demonio. Su cuerpo no respondía. Era como si se hubiera convertido en piedra.

El ángel movió los ojos en dirección al mortal, y éste los miraba con firmeza. Un aura de energía lo envolvía, y parecía extenderse sobre ellos.

—¿Led…?

Finalmente, Led había comprendido quién era él y qué papel desempeñaban sus contrapartes.

—Es como un juego de cartas —Su mirada era severa, y la sonrisa que esbozaban sus labios parecían aportar la amabilidad de su expresión—. Yo soy el humano, el jugador. Ustedes son mi baraja, las mejores de mi mano y las que aún no he jugado. Es mi cuerpo, yo lo controlo y, por lo tanto, yo soy quien da las órdenes aquí, ¿quedó claro? —concluyó, comprimiendo las ataduras de energía que envolvían a aquellas entidades; ninguno de los dos podía respirar.

—S-sí —corearon al mismo tiempo el ángel y el demonio con cierta dificultad.

Led los liberó, y ambos cayeron de rodillas, esforzándose por respirar al igual que un pez fuera del agua. El joven dejó caer los hombros y miró sus manos, sorprendido ante el poder que radicaba en él. Ellos eran su conciencia, y él decidía a quien escuchar, a quien usar…

—Es hora de que seamos uno —sentenció.

Las contrapartes miraron al humano como si éste hubiera perdido la cabeza. Un ángel y un demonio luchando juntos, codo a codo. Impensable.

—¿Quieres que trabaje con él? —El Led demoniaco detestaba la idea.

—Ángeles y demonios no trabajan juntos —rebatió el Led celestial, agitando las emplumadas alas con indignación—. Somos enemigos, y mi gente ha vivido para proteger a la humanidad de esas plagas —atajó, señalando al demonio con un largo dedo acusador

—Y ¿cómo explicas nuestra existencia?

Aquello dejó sin palabras al ángel. Led Starcrash era el resultado de la unión del cielo y el infierno, un demonio y un ángel. Y su parte humana, la regente, había nacido gracias a su convivencia entre mortales.

—Trabajaremos juntos —prosiguió Led, tendiendo la mano al frente, con la esperanza de que sus dos contrapartes aceptaran—. Tú mismo lo dijiste —Se volvió hacia el Led demoniaco—. Somos la misma persona y es hora de que lo acepte —Led estaba serio, pero parecía un campeón, un líder de los pies a la cabeza, fuerte, decidido. Las contrapartes lo veían, atentos, sin perderse ninguna de sus palabras—. Los tres formamos a Led Starcrash, y si vamos a llevar una larga vida, será en paz. Es momento de que apartemos nuestras diferencias, de que seamos uno y pongamos fin a esta guerra que lleva millones de años. Demostremos que podemos cambiar, que es posible convivir juntos… ¿Qué dicen?

El Led celestial sonrió ante las palabras del humano. Tenía razón, aquella guerra debía terminar, y el descabellado plan era una buena manera de comenzar a cambiar las cosas, de demostrarle al cielo y al infierno que ambos lados podían convivir en una sola sociedad.

—Me has convencido, Led Starcrash —dijo, depositando su mano sobre la del joven.

Ambos miraron al demonio, expectantes, y éste apartó la mirada al igual que un niño malcriado.

—Quieras o no, eres uno de nosotros —añadió Led con amabilidad—. ¿Prefieres más la soledad que la compañía?

El Led demoniaco agachó la mirada. No quería admitir que tenían razón, pues, si lo hacía, quedaría como un idiota. Toda su existencia, sus creencias, todo lo que sabía de su propia naturaleza habría sido un error, una mentira.

Sintió una mano en su hombro, y al volverse, observó a Led sonriéndole con suma gentileza.

—Podemos ser amigos, los tres… No tienes por qué estar solo.

El ángel también le sonreía, no como Led, pero, al fin y al cabo, era una sonrisa.

El demonio afirmó con la cabeza, y, al instante, sintió como una calidez se avivaba en el interior de su pecho. Le gustaba, y deseaba sentir más de ella. Su mano fría se posó sobre las otras dos.

—Seamos un equipo.

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Abrió los ojos, brillantes y mortíferos. Una nueva energía se apoderó por completo de aquel cuerpo que se precipitaba hacia las lenguas de fuego. Un estallido de plumas brotó de la espalda, formando unas majestuosas alas, tanto hermosas como siniestras, y en el último instante las sacudió con brío, abriendo el fuego de Babilonia como una flor y emprendiendo su regreso a las alturas.

El arco de las puertas estalló, y una repentina lluvia de rocas y polvo bañó a Eccles con la violencia de un tifón. La niebla polvorienta se disipó y, al ajustar la visión, avistó una figura imponente brillando a la luz de un sol mortecino.

—¿Quién eres tú?

Y calló al instante. Led Starcrash yacía en medio de aquella destrucción, sin embargo, ya no era el mocoso de hace unos segundos, en él, la fuerza celestial se mezclaba a la perfección con la infernal, como si fuera un único engrane. Una nueva sensación recorrió el cuerpo de Eccles, algo que nunca antes había experimentado y que no le gustaba en lo absoluto: Terror.

Las alas de aquel ser sobrenatural desprendían lustrosas plumas negras, cuando la luz del sol las acariciaba, refulgían como el acero. Sus ojos, uno era blanco, tan brillante como el mismísimo sol que iluminaba el cielo de los mortales; el otro era negro, radiante y espeso como la brea, donde los peores miedos podían verse reflejados con claridad. Su piel era dorada, y ese mismo destello podía apreciarse entrelazado con sus cabellos oscuros.

—Mi nombre no importa —anunció con potestad. Su voz ya no era una sola, y con cada palabra pronunciada, miles de sensaciones se desbordaban en el oyente, desde el peor de los horrores hasta la paz absoluta—, pero es tal tu deseo de saberlo, que atenderé a tu plegaría. Mi nombre es Led Starcrash, hijo de un ángel desterrado de los cielos y de un demonio que obra desde las derruidas tierras del Seol. Eccles, hijo de Lucifer y usurpador del trono, estoy aquí para hacerte pagar por tus crímenes.

Un parpadeo, y la ventisca se alzó como una colosal pared que terminó despidiendo a Eccles contra los despojos de su órgano. Barras de acero volaron en su dirección y, una a una, se fueron hundiendo en sus hombros, brazos y piernas. La sangre estallaba al ritmo de los gritos. Los músculos de Eccles se tensaron y, por más que luchara, era incapaz de liberarse.

Led agitó la mano, y cuatro canicas de oscuridad escaparon de los bolsillos de su contrincante, flotando a su alrededor a la espera de una orden.

—Axel, Rakso, Lux, Blizzt —invocó aquel ser de gran poder.

Las prisiones estallaron en un poderoso vórtice de humo oscuro que, poco a poco, fue solidificándose hasta materializar el cuerpo de los cautivos. La confusión los abrumaba, se preguntaban si aquello era real u otro de los engaños proporcionados por sus miedos.

—Todo estará bien —dijo Led, sin volverse hacia ellos. Su atención permanecía en Eccles. Rakso, al igual que el resto del grupo, contemplaba la escena con gran fascinación. No podía creer que aquel sujeto fuera Led —Has perdido, Eccles —prosiguió—. No eres rival para mí, así que termina por aceptar tu derrota.

Los dientes del usurpador rechinaban. La rabia y la soberbia lo consumían. ¿Cómo era posible que ese mestizo lo superara? ¿Cómo era posible que la diferencia de poder fuera tan grande? Inconcebible. Él era Eccles, hijo de Lucifer, el demonio más poderoso de la existencia misma, y nadie podía superarlo de esa manera.

—¡Nunca! —gritó, zafándose de sus ataduras y emprendiendo vuelo, con el puño en alto, directo contra Led—. ¡Un insecto como tú jamás podrá superarme!

Led trazó un arco descendiente con la mano, y Eccles salió disparado contra el suelo, atravesando cada nivel del palacio hasta estrellarse en el vestíbulo de entrada. A duras penas, consiguió ponerse de pie, dispuesto a seguir hasta el final.

Led aterrizó a pocos metros de él, y negó con la cabeza ante la terquedad de su contrincante.

—Queda claro que nunca aprenderás.

Extendió los brazos, y de estos surgieron un par de refulgentes cadenas que se alzaron en un hermoso juego de luz y oscuridad. La cadena dorada terminaba en una especie de daga ondulada, mientras que la negra era rematada por otra de hoja recta.

Los movimientos de Led obligaron a los hierros a rodear al demonio como dos boas constrictoras lo harían con su presa. El metal carbonizaba la piel de Eccles, y el humo de las quemaduras se alzaba en delicados hilillos junto a los gritos, sus alas se caían a pedazos. Por primera vez, los ojos del usurpador derramaron lágrimas.

Los pasos de Led resonaron en cada rincón de la estancia, y no se dejaron de escuchar hasta que se detuvo ante el cautivo. Ambas cuchillas reposaban sobre la garganta, esperando la orden de su maestro para terminar el trabajo.

De pronto, una oscuridad absoluta se extendió por toda la sala. A donde quiera que se mirara, el negro se imponía. Sólo ellos resaltaban en aquel lúgubre océano de pesadilla. Led sonrió divertido.

—Es hora de que enfrentes tus miedos, Eccles.

Y antes de que alcanzara a articular una protesta, Led Starcrash chasqueó los dedos, obligando al mar de sombras a lanzarse sobre Eccles y atraparlo en una diminuta canica que flotó directo a la mano del carcelero.

—Se acabó —sentenció.

Las energías de sus dos contrapartes se desvanecieron, provocando que Led se desplomara al igual que un árbol talado. Rakso corrió hasta él y lo acunó entre sus brazos, dejando escapar un suspiro de alivio al descubrir que el joven lo miraba con ojos soñolientos, pero con aquel brillo que lo caracterizaba.

—Estás vivo —advirtió Rakso, feliz de haberlo recuperado.

Led esbozó una sonrisa postrada. Su cuerpo gritaba de dolor, y pensó que un baño caliente le vendría bien. Intentó decir algo, pero Rakso le pidió que no hablara, que guardara sus fuerzas y se concentrara en descansar.

Junto al demonio de la ira, los ojos de Lux se asomaban vidriosos a causa de las lágrimas. Moría por abrazarlo y darle las gracias hasta quedarse sin voz, pero temía que fuera a desarmarse si lo hacía. Led Starcrash la había salvado de una eternidad de tormento, Led Starcrash era su héroe.

—Me alegra que estés bien —gimió la joven, enjugando sus ojos llorosos.

Junto a ella, Axel lo miraba de la misma forma: alegría, alivio, gratitud. Su amigo había viajado hasta el mismísimo infierno para rescatarlo, una acción que sólo un verdadero amigo haría. Sus manos se encontraron en un débil apretón, y con ello se dijeron todo.

Blizzt permanecía en silencio, apartada del grupo; una mezcla de horror y fascinación la abrumaban. El mestizo había revelado su verdadera naturaleza, y ahora, al igual que Rakso, entendía porque Eccles deseaba tanto que Led se uniera él.

‹‹Led Starcrash —pensó el demonio de la envidia—. Sin duda alguna, eres alguien de cuidado››

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Una vez que el mestizo recuperó sus fuerzas, se fundió en un gran abrazo con Axel. El corazón se le llenaba de tanta felicidad, que derramaba lágrimas sin control. Su amigo estaba a salvo.

—Estoy bien, Led —repetía Axel una y otra vez, con la barbilla apoyada en el hombro de su amigo.

—La pregunta es: ¿tú lo estás? —inquirió Rakso, deteniéndose junto a los chicos con una sonriente Lux colgada a su espalda—. Ya sabes, por…

—Estoy bien —se apresuró en cortar al recuperar su espacio. Una sonrisa se estiraba en sus labios, y Rakso se dio cuenta de que no quería hablar del tema frente a Axel. Entendió y asintió en silencio—. Y… ¿ahora qué? —quiso saber.

—Limpiar este desastre —dijo Blizzt, uniéndose al grupo con los brazos cruzados sobre el pecho. Su cabellera azul resaltaba en aquel mundo de negros y naranjas.

—¡Pido llevar a Eccles a El Abadón! —prorrumpió Lux, alegre, como si nada hubiera ocurrido.

—Concedido —aceptó Blizzt—. Después de todo, creo que es lo justo.

La chica celebró con aplausos, sin darse cuenta de que estrangulaba a su hermano.

—¡Ya basta! —bramó Rakso, zafándose de los brazos de su hermana y luchando por recobrar el aliento.

Led le entregó la prisión de Eccles al demonio de la lujuria. De pronto, Rakso recordó que él también llevaba una consigo: Anro. Le tendió la canica a su hermana y ésta cubrió una sonrisa detrás de su mano.

—¡Nos volveremos a ver! —se despidió la chica con un giño de ojo antes de evaporarse en una resplandeciente llamarada.

—Será mejor que escoltes a estos dos al mundo natural —le pidió el demonio de la envidia a su hermano—. Ya han pasado mucho tiempo en nuestro mundo y temo que algo pueda sucederles.

Sin duda alguna, Blizzt ya había tomado el mando del Seol, como ella deseaba desde hace mucho. A Rakso no le molestó, pues, alguien debía tomar las riendas del reino y ella era la más indicada para el puesto. Él sólo se conformaba con hacer lo que sabía hacer: corromper mortales, torturar almas y, ahora, pasar tiempo de calidad con…

—Rakso —La mujer lo extrajo de sus pensamientos—. Sabes tan bien como yo que no podré hacerlo sola… Me refiero al Tercer Cielo.

—Cuenta conmigo, hermana —dijo. Finalmente, la ira y la envidia habían hecho las paces.

Axel subió a la espalda del príncipe, mientras que Led se aferró con fuerza al torso del demonio. El Seol aún seguía cerrado, por lo tanto, debían tomar la misma ruta que usaron para llegar a Babilonia. Sus alas se desplegaron, listas para iniciar el despegue y emprender el vuelo a casa.

—Led —El joven de los vendajes volvió la mirada, sorprendido; era la primera vez que Blizzt pronunciaba su nombre—. Gracias.

—Supongo que ya estamos a mano —La sonrisa del mestizo cogió desprevenida al demonio. ¿Cómo era posible que, después de todo lo que había pasado, pudiera seguir sonriendo así?

Ella asintió a modo de respuesta.

Las alas de Rakso se agitaron y, de un salto, el trío se perdió de vista en los infinitos cielos crepusculares del Seol.