El café era delicioso, al igual que los pastelillos que se deshacían en su boca. Con una gran sonrisa, Led Starcrash se consentía con una esplendorosa merienda en la comodidad de una pequeña cafetería del centro de Seattle. Tras haber superado los aterradores eventos en el Seol, una tarde de dulces equivalía a un gran reconocimiento entregado por la mismísima reina Isabel II. Finalmente, podía gozar de esa paz que tanto anhelaba.
Sus contrapartes ya no lo atormentaban, y parecían llevarse bien en su interior; por otro lado, su madre había tomado el mando de la dirección en el spa donde laboraba debido al fallecimiento de Ian McKinley; y la doctora Sherman se encontraba de vuelta en su consultorio, sorprendida por los avances que presentaba su paciente más complicado.
—Me devolvió la pintura —continuó Led, tomando otro bocadillo del montón que se apilaba en el plato—. Dijo que le aterraba, incluso le echó la culpa de su recaída, ¿puedes creerlo? —Su mirada se posó en el último dulce de chocolate, Rakso y él intercambiaron miradas y ambos se lanzaron encima del manjar—. Oye, no es justo —protestó Led, al ver como Rakso se quedaba con el premio y lo disfrutaba con orgullo.
—Te falta velocidad —dijo con una gran sonrisa burlona.
Led soltó un resoplido, tomó uno de los bocadillos del plato y se lo arrojó al demonio. Rakso lo atrapó de un mordisco y le guiñó el ojo al mestizo, provocando que éste se ruborizara.
—En fin, la buena noticia es que la doctora Sherman se encuentra bien y no recuerda absolutamente nada de su estadía en las prisiones de la oscuridad, y la otra buena noticia es que dispongo de una pintura más —concluyó, alzando ambos pulgares en un gesto de triunfo.
Rakso lo contemplaba hablar con gran satisfacción. Se fijaba en los pequeños detalles: sus ojos azules, los hoyuelos que se abrían cuando sonreía y la pasión que le aplicaba a cada una de sus palabras, en especial, si se trataba de arte.
—Me alegra escuchar eso —Con un poco de pereza, Rakso estiró el brazo para entrelazar sus dedos con los del mestizo. Adoraba sentir la piel del joven bajo sus yemas—. ¿Qué hay de Nueva York?
Led contemplaba las manos enlazadas con ternura, disfrutaba la calidez que se desprendía.
—La señorita Weine me llamó esta mañana para confirmar que la exposición será dentro de dos meses —declaró, con el pecho inflado a causa de la emoción, pues, su premio seguía en pie—. El jurado quiere que reponga las pinturas que se perdieron en el incendio y, antes de que lo preguntes, sí, ya estoy trabajando en ellas.
—Sin tus pesadillas, ¿no se te dificulta la tarea?
Led pareció pensarlo por un instante.
—La verdad es que no. Cuando duermo, mi parte demoniaca transporta mi mente al Seol por unos segundos, y eso es suficiente para visualizar y plasmar en el lienzo.
‹‹Igual que Belzer››, pensó Rakso. Ya había transcurrido una semana, y los poderes del mestizo seguían incrementándose; parecía adoptar las habilidades de los otros pecados.
—Me alegra saber que tu vida se ha encaminado —declaró el demonio, apretando con más fuerza la mano de su chico.
‹‹No del todo, Rakso —objetó en sus pensamientos, recordando su fragmento de alma destruido—. Aun me queda algo por hacer››
Led sonrió y acarició la mano del príncipe, recordando su viaje con él y cuantas veces aquellas manos lo salvaron de una muerte segura.
—¿Qué hay de tus amigos?
Los ojos de Led se iluminaron.
—Ambos están bien. Olivia sigue trabajando en el restaurante de sus padres y se prepara para iniciar el año en la academia culinaria —El mestizo lucía muy emocionado ante los planes de su amiga—. Y Axel consiguió la pasantía en el estudio que tanto deseaba, además, a su madre le darán de alta muy pronto.
La conversación se fue extendiendo a medida que la camarera cambiaba el plato vacío por uno lleno. Led habló de Candace y de cómo había conseguido asegurar una exposición en algunas galerías de Seattle y una entrevista para el diario local; de los nervios que padecía debido a su propia exposición, y a la que esperaba que Rakso y Lux asistieran. Al príncipe le gustaba que el mestizo lo incluyera en cada de uno de sus planes, ojalá pudiera hacer lo mismo por él, pero dudaba que Led quisiera volver al Seol para tratar asuntos espirituales.
Rakso le comentó sobre las nuevas del Seol: algunas almas liberadas, otras rescatadas de la Tierra del Olvido, y que mañana terminarían de reconstruir el palacio gracias al arduo trabajo de cientos de almas pecaminosas. La batalla en el Tercer Cielo había mermado tras el anuncio del derrocamiento y la frágil alianza que se había instaurado con el reino celestial, sin embargo, Blizzt y Rakso debían estar atentos ante cualquier indicio sospechoso, puesto que los adeptos a Lucifer seguían libres y no dudarían en aprovechar cualquier oportunidad para desestabilizar aquella coalición.
Un pitido se disparó, y Led lo silenció al desbloquear la pantalla estallada del celular. Era su alarma, un recordatorio de que, en menos de una hora, debía reunirse con Madeline Weine para trabajar en su presentación oral.
—Ya debo irme —advirtió con tristeza. La pasaba muy bien cuando estaba junto al demonio de la ira.
—¿Te parece si nos vemos esta noche?
Led sonrió y asintió. Seguidamente, tomó el último bizcocho y estampó sus labios en la mejilla del demonio. Para Led, era muy extraño volver a besar a un chico, pero le gustaba.
—¡Debes contarme sobre Fleur y los demás! —le recordó con gran ánimo antes de atravesar el umbral de la puerta que daba a la calle.
Rakso suspiró. Sin las habilidades, se sentía un poco desprotegido, no obstante, era necesario, ya que debía aprender a valerse por sí mismo y dejar que sus habilidades fueran libres para, así, como le había dicho Led, mantener una sana relación de equipo. ¡Y sí que estaba funcionando!
Fleur había regresado a París junto a su familia, mientras que Nardo recuperó el dominio del mercado con sólo aparecerse en la ciudad, por otro lado, Vicky estaba de vuelta con los Ottman, gracias a una red de ilusiones tejida en los recuerdos de Katherine; Lux consiguió que la mortal olvidara todos los sucesos espirituales que tuvieron lugar en el supermercado.
—Si llegan a necesitag de nuestga ayuda, llámennos —había dicho Fleur aquella noche en el cementerio, incluso les entregó un rectángulo de papel rosa con una diminuta lista de números telefónicos.
—Habla por ti —rezongó Pyrus, ganándose una bofetada por parte de Vicky.
Gracias a Led, las habilidades acordaron asistir a Rakso si éste llegara a necesitarlos. Después de todo, los cuatro se encontraban atados por un antiguo pacto con el demonio de la ira que debía cumplirse al pie de la letra, además, era una forma de mostrarle el agradecimiento y el respeto que Led se merecía, pues, de no ser por su intervención, Rakso no los habría capturado ni liberado.
Cuando emergió de la bruma de los recuerdos, Rakso hurgó en el bolsillo de su gabardina hasta dar con un trozo de papel. Con dedos agiles, lo desdobló y, una vez más, leyó la carta.
Fleur me recomendó que debía sacarme esto del pecho, decirte lo que siento, y que sólo así podré encontrar un poco de paz. Así que, aquí voy…
Nunca podré olvidar lo que me hiciste, pero tampoco puedo olvidar lo que siento por ti. Fuiste mi primer amor, y no es algo que pueda borrar tan fácil. Verte feliz al lado de ese mestizo es como clavar cientos de agujas en mi corazón. Nunca te preocupaste por mí de esa manera, nunca me miraste como lo haces con él… Sí, tengo celos, Rakso, me consumen una barbaridad y se me revuelve el estómago con tan sólo verlos juntos. ¡No es justo!
Si pudiera retroceder en el tiempo, me aseguraría de encontrarte y unirme a ti. Juntos, rastrearíamos a los demás y esa masacre, de la que ahora me arrepiento, no habría tenido lugar en nuestras vidas. Pero el daño ya está hecho, y no puedo hacer nada para remediarlo.
Lo que más detesto de esta situación es que no puedo odiarte, porque aún te amo. Tampoco puedo odiarlo a él, porque es una buena persona y me ha obsequiado algo que nadie más ha hecho: Libertad. Sería más fácil si pudiera odiarlo.
Intentaré buscar mi propio camino, conseguirme una nueva vida. No puedo quedarme con los brazos cruzados y aferrarme a un pasado que ya no existe.
Pero te prometo algo, Rakso: les ayudaré cuando se vean en serios problemas… Se lo debo a él.
Pyrus.
El demonio volvió a guardar la carta y contempló la ciudad al otro lado de la ventana.
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Bajo el crepitar de las llamas, los tacones de Blizzt resonaron en las entrañas de aquella deplorable caverna. Su sombra se proyectaba en cada rincón, siniestra y enorme, como una mortífera criatura que deseaba arrastrar a los incautos a un mundo lleno de sueños frustrados.
Se detuvo ante una fila de barrotes y alzó la antorcha para incrementar el radio de iluminación. El resplandor rasgó la oscuridad de aquella madriguera, donde el agua no paraba de gotear desde las estalactitas; una clara burla para su ocupante.
—Todo va de acuerdo al plan, padre —informó Blizzt. Siempre al grano, como Leviatán le había enseñado.
Los puños de un hombre se cerraron con suma fuerza alrededor de dos barrotes, su mirada era fría y no paraba de escrutar el inexpresivo rostro de su hija. Compartían la misma piel de porcelana y el mismo color de ojos, un azul tan oscuro como las aguas del ártico.
—¿Tomaste el mando? —apremió Leviatán. Las escamas que cubrían su torso brillaban hermosas bajo la luz del fuego.
Ella asintió.
—¿Estás seguro de que no quieres salir de aquí?
—Aún no es el momento. No podemos arriesgarnos de esa forma tan descuidada —respondió, decepcionado ante la pregunta de su primogénita—. ¿Qué hay del mestizo?
—Sí, es él —La voz de Blizzt se escuchaba aburrida—. Venció a Eccles de un sólo golpe. Es más fuerte de lo que pensábamos.
—Excelente —Leviatán sonrió complacido, sus colmillos centellaron—. Debes mantenerte atenta, nunca bajes la guardia.
—Lo sé.
—Hazte amiga del chico. Te conviene tenerlo a tu lado.
A Blizzt no le agradaba esa idea, odiaba a los mortales y a los mestizos por igual, y no tenía ganas de seguir fingiendo amabilidad con Led Starcrash. Detestaba cuando el chico le obsequiaba una de sus estúpidas sonrisas cargadas de amabilidad.
—De acuerdo —cedió de mala gana, los dientes apretados. Una capa de hielo comenzaba a cubrir el agua bajo sus pies. Leviatán lo notó.
—Parece que el chico no es de tu agrado.
—Es un idiota.
Leviatán alzó la comisura de sus labios, pero recuperó la seriedad en el acto.
—Es hora de pasar a la tercera fase. Ya sabes lo que debes hacer.
Blizzt asintió y su padre volvió a sumergirse en las frías sombras.
—Mantenme informado.
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El Abadón era la parte más profunda de El Abismo, y el lugar donde se gestaban los planes para la destrucción de hogares, vidas, ministerios y ciudades enteras bajo las acciones más terribles que podían imaginarse, desde pequeños homicidios hasta enormes catástrofes naturales. Además de eso, albergaba las prisiones para las almas de los mortales más ambicionados y mantenía bajo llave a los demonios sublevados.
Lux alzó la mirada y, en la cima, distinguió un diminuto punto blanco resplandeciendo en medio de aquella ardua oscuridad. Un escalofrío se deslizó por todo su cuerpo al recordar la pintura de Olivia.
‹‹Es aquí…››, pensó.
Se abrazó a sí misma para reconfortarse y entrar en uno de los túneles que se abrían en la pared de piedra, junto al cadáver de un viejo avión comercial, donde cientos de almas yacían atadas a sus asientos, gimiendo por su libertad, mientras un demonio de menor rango se regodeaba en risas, pues, tanto los cautivos como la criatura, sabían el fatídico destino que les guardaba: perder la vida en un accidente aéreo.
El túnel era oscuro, y la visión nocturna de Lux no era suficiente para guiarse en las entrañas de El Abadón, por lo que debía asistirse con la antorcha que reposaba en la entrada de la caverna. Al fondo, gruesos barrotes de acero aguardaban frente a una criatura de tres cabezas.
—Detesto tu forma original —declaró Lux, intentando no mirar la cabeza de carnero—. Es muy fea.
El cuerpo de Asmodeo crujió hasta ocultar las cabezas extras y mostrar una forma más humana. Sus ojos violetas centelleaban en aquella penumbra, al igual que los hierros que rodeaban su pescuezo.
—¿A qué has venido? —interrogó con desprecio. Su hija lo había traicionado en todas las formas posibles, por esa razón, no soportaba estar cerca de ella—. Ya te dije que yo no envié a ese demonio émulo.
—Vine a decirte que estás mal, que siempre estuviste equivocado —dijo Lux, acariciando las rosas marchitas que decoraban los barrotes. Asmodeo ladeó la cabeza, intentando comprender las palabras de su hija—. Me dijiste que nuestra existencia se basaba en destruir a los mortales para impedirles el ascenso, pero eran puras patrañas.
—¿Patrañas? —Al demonio le causaba cierta gracia, y molestia, esa palabra. No era digna de un príncipe infernal.
—Hablo muy enserio, así que borra esa sonrisa —Lux estaba furiosa, las lágrimas le amenazaban. Prosiguió—: Podemos ayudarlos, podemos ser sus amigos.
—No me hagas reír…
—¡Es verdad! —lo cortó la chica, apretando con más fuerza la antorcha—. Yo soy la prueba de ello. Tengo un amigo, es un mortal y él me aprecia como no te imaginas. Rescaté a su madre de las prisiones de la oscuridad y eso me ayudó a conocer la verdad: Puedo ser buena, y él también lo cree.
—Debe ser un muchacho bastante estúpido como tú —supuso el demonio.
—Axel no es estúpido —No iba a permitir que insultaran a su amigo—. Es amable y muy inteligente.
—Y ese tal Axel… ¿Tiene apellido? —preguntó Asmodeo con cierta curiosidad.
—Fisher —contestó—. De seguro lo conoces, ya que tu destruiste su familia —Lux deseaba empuñar el látigo y castigar al demonio por sus crímenes, pero se contuvo, ya había tenido suficiente violencia—. Eres cruel e insensible. Ellos son buenas personas y no se merecían nada de eso… ¡Te odio!
—Axel Fisher —dijo pensativo. Asmodeo había ignorado por completo cada una de las palabras de su hija, ya que rebanaba sus sesos en busca de ese apellido y los rostros que lo portaban—. Axel Fisher… Me es tan familiar…
Lux enfureció aún más y blandió la antorcha contra el demonio, pero éste detuvo el ataque al aferrar sus garras entorno al cayado.
—Axel Fisher —repitió, esta vez procurando emplear una voz ponzoñosa—. Ese chico te odiará cuando se entere de la verdad —prosiguió, acariciando la mejilla de su hija con la otra mano—. Y cuando eso ocurra, entenderás que el cambio no es posible, y que los mortales no pueden ser amigos de los demonios.
Lux se apartó con violencia.
—¿Qué verdad? —exigió saber. Asmodeo carcajeó y retrocedió hacia las sombras, dejando a Lux hecha una histeria, sedienta de información—. ¡¿Qué verdad?!
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La tiza se deslizaba sobre el pavimento con gran soltura, un trazo aquí, un símbolo por allá y las letras a los extremos de la circunferencia. Retrocedió para contemplar su obra y, sin inmutarse, recitó las oraciones para llevar a cabo la invocación.
Las líneas brillaron de un intenso naranja, y las llamas no tardaron en levantarse bajo el ala de un estruendo. Una sombra se materializó entre el fogaje, los cuernos y las alas lo identificaron como un demonio, al igual que el brillo escarlata que dominaba sus ojos.
—¿Para qué me has invocado…? —Rakso calló al instante, pues, de todas las personas que habitaban el mundo natural, jamás pensó que esa en particular fuera capaz de invocar a un ser del reino de las tinieblas.
—Debo suponer que Lawton no es tu apellido —lo recibió Christine Starcrash, aun sosteniendo la tiza entre sus dedos. Iba abrigada por un chal y un gorrito de lana que había tejido con sus propias manos—. Nunca pensé que mi hijo se atreviera a salir con un demonio, y mucho menos con un príncipe infernal.
—Una prueba del buen corazón que posee.
Christine se removió un poco incomoda ante la situación.
—Le quieres, eso puedo verlo —dijo ella, caminando alrededor del círculo y estudiando a Rakso de arriba abajo con ojo clínico—. Y también puedo ver que estás dispuesto a protegerlo.
Rakso curvó una sonrisa divertida.
—No pensé que fueras a hablar tan bien de mí.
—No te regodees, demonio. Si te llamé, es porque necesito hablar contigo sobre Led —Hizo una pequeña pausa para asimilar la idea—. No voy a impedirles que salgan, porque sería un descaro de mi parte, pero, si vas a estar con mi hijo, debes saber ciertas cosas y actuar con mucho cuidado.
Rakso parecía hastiado y sin ganas de escuchar una conversación de madre sobreprotectora.
—Asumo que Led ya sabe la verdad —prosiguió la madre—, que una parte de él pertenece al cielo, otra al Seol y otra al mundo natural… Y también asumo que tú eres el culpable de que lo sepa.
Rakso se encogió de hombros, si bien, al notar la severa mirada de la mujer, recuperó la compostura y asintió en silencio.
—Él no te odia por ocultarle la verdad —dijo—, así que no te preocupes por eso. Entiende y espera a que tu estés lista para hablar de ello.
La mirada de la mujer se suavizó. Su hijo era más fuerte de lo que pensaba y contaba con un enorme corazón que valía su peso en oro; era obvio que entendería sus razones, aunque no las conociera del todo. Así era Led, un joven lleno de amor y comprensión, y por esa razón, a Christine se le hacía difícil creer que su hijo fuera esa persona…
—Led se ha hecho más fuerte, y en parte se debe a ti… Pero tienes que saber que él… —Hizo otra pausa. Decirlo en voz alta lo terminaría convirtiendo en una realidad. El cielo insistía en ello, pero Christine se negaba a creerlo, ya que su hijo no mostraba ninguna señal, no obstante, ahora que se había relacionado con seres demoniacos, debía tomar todas las precauciones posibles—. Led… El cielo cree que Led es…
Guardó silencio.
Simplemente no podía.
—Entonces es cierto —dijo Rakso. La mujer lo miró con ojos enormes, la mandíbula tensa—. Tenía mis sospechas. Lo confirmé la semana pasada, cuando Led se enfrentó a Eccles y demostró su habilidad para manipular el aire y crear las prisiones del miedo.
Christine se abrazó con fuerza para controlar el temblor.
—La sangre de ángel es dominante sobre la demoniaca, por eso, sus ojos no muestran la señal del padre —explicó, con la vista clavada en el cielo—. Cuando nació, me sentí feliz de tenerlo entre mis brazos, pero el miedo llegó cuando lo vi a los ojos, antes de que la sangre celestial actuara… Eran grises y fríos.
—Él aún desconoce la identidad de su padre.
—Lo mejor es que se mantenga así. Podemos ir soltándole la verdad poco a poco —propuso ella, ajustando su chal, ya que el frío comenzaba a penetrarle en el pecho—. Sabes tan bien como yo que Led posee un corazón frágil, y bombardearlo con una información de ese calibre podría desestabilizarlo, lo que llevaría al descontrol de sus poderes y a una destrucción total.
Una vez más, Rakso asintió en silencio para demostrar que estaba de acuerdo.
—Haré lo que usted me pida, por el bien de Led y el de todos.
—Bien… Te agradezco por comprender, Rakso. Creo que podemos dar por terminada esta reunión.
—Todavía no, aún queda algo pendiente —añadió el demonio con los brazos cruzados sobre el pecho. Christine lo miró insegura, preguntándose qué otra cosa debía tratarse—. Debes aceptarlo, Christine. Te sentirás libre y así podremos proteger a Led… Vamos, dilo.
Ella negó con la cabeza.
—No puedo.
—Dilo —le exigió Rakso.
Christine desbordó en lágrimas y cayó de rodillas.
—Sigue siendo mi niño, y pienso protegerlo sin importar qué.
—Sé que así será —El demonio extendió la mano en señal de apoyo. Christine la contempló por unos instantes y, tras pensarlo detenidamente, la tomó.
—No estás sola en esto, yo voy a ayudarte. Pero tienes que aceptar la realidad de tu hijo.
La mujer cerró los ojos y apretó la mano del demonio para mantener la estabilidad.
—Led Starcrash es hijo de Lucifer, un ángel caído y antiguo rey del Seol. Led Starcrash es mi hijo… y será quien traiga las tinieblas al mundo de los vivos.