Aiden deambulaba solo por el desierto que se extendía ante él después de salir de la habitación del adalid. Sin embargo, el agotamiento lo abrumaba; se apoyaba en las rocas sueltas que quedaban para mantenerse en pie.
–Vamos, puedo hacerlo, puedo hacerlo... –Se repetía a sí mismo, pero el agotamiento lo superaba. Aún tenía heridas abiertas que se negaban a cerrar, y al final cedió, cayendo a la arena. Por suerte, una chica de pelo rojo y vestida para el calor pasaba por allí y encontró a Aiden en el suelo. No era la primera vez que veía a alguien aparentemente perdido y desfallecido en medio del desierto, así que levantó su lanza y, con un destello, las heridas de Aiden empezaron a cerrarse, mientras que plantas comenzaban a brotar en la seca y áspera arena.
Aiden tardó un poco en recobrar el conocimiento, aún se sentía mareado, pero sin duda estaba mejor que antes. Al observar a su alrededor, notó que no se encontraba en el mismo lugar. Estaba cerca de una roca en medio de la arena, pero ahora la arena estaba cubierta de hierbas y varios árboles. Frente a él se encontraban dos personas, un chico y una chica. La chica le resultaba completamente desconocida, pero el chico le parecía familiar, similar a la princesa Halia. Aiden revisó sus armas y se dio cuenta de que eran paladines; la chica llevaba una lanza con detalles que no parecían letales, y el chico, un martillo de grandes proporciones.
–Me alegra que hayas despertado. Me encargué de curar tus heridas. –Dijo la chica con una sonrisa amable.
–Eres tal como mi hermana te describió. No tengo dudas de que todo lo que imaginé es cierto. –Afirmó el chico con seguridad.
–¿No tenías algo importante que decirle? –Comentó la chica, poniéndose de pie para mirar a Aiden directamente a los ojos.
–Tienes razón. –Dijo el chico con una sonrisa tonta, soltando una leve risa. –Mi nombre es Agus, soy el hermano de la princesa Halia, y me ha enviado para revelarte la ubicación del anillo de tierra.
Lejos, en la ciudad de Raiden, Calibur sometía a todos los miembros del equipo a un entrenamiento exhaustivo. Debían levantar rocas pesadas y realizar múltiples ejercicios con ellas, practicar con armas simuladas hasta caer exhaustos, realizar cientos de repeticiones de diversos ejercicios. Calibur los estaba llevando al límite con el entrenamiento más duro imaginable.
–¡Vamos, no aflojen! ¡Mi hermana hace más repeticiones en menos tiempo! ¡Hoy todos ustedes se convertirán en guerreros de verdad! –Exclamaba Calibur mientras dirigía el entrenamiento con mano firme. No mucho después llegaron al periodo de descanso y todos estaban agotados, sentados en el suelo y sudando profusamente.
–Mi espalda nunca volverá a ser la misma. –Se quejó Raiden, que estaba tumbado en la hierba.
–Me duelen hasta los sueños. –Añadió Lucía, y todos los demás estuvieron de acuerdo con sus quejas.
–Ese ente de segunda generación mencionó que eran una organización. Debemos estar mejor preparados para el próximo ataque. –Comentó Calibur.
En ese momento llegó al lugar Elea, la cual ignoró al resto y se fijó en Verónica, con una sonrisa forzada y algo de vergüenza procedió a hablar.
–Hola, te llamabas Verónica ¿Verdad? Me preguntaba si seguía en pié la oferta de alejarme en tu casa. –Verónica aprovechó la oportunidad y se levantó corriendo para llevar a Elea hasta su casa.
–Por fín un motivo para escapar. –Dijo Verónica con expresión alegre y luego girarse hacia Natira –¿Vienes? –Preguntó y Natira asintió rápidamente y se fué con ellas sin pensarlo.
–Está bien, daremos el entrenamiento por terminado hoy. –Anunció Calibur y todos soltaron un suspiro tranquilo.
No pasó mucho tiempo antes de que Raiden recibiera una llamada de Verónica, solicitando su ayuda para trasladar a Elea, ya que él era quien más se había relacionado con ella. Raiden aceptó sin dudarlo demasiado y se dirigió directamente al lugar.
Elea observaba la habitación, que sin duda era más acogedora que donde dormía anteriormente. La misteriosa chica mapache decidió ponerse frente al espejo, retirar la parte superior de su manto y comenzó a inspeccionar su cuerpo.
«Las leyes me están empezando a afectar, sin duda mi cuerpo se está deteriorando.» pensaba Elea al notar imperfecciones en su cuerpo que antes no estaban ahí. En ese momento, Raiden entró en la habitación ya que la puerta no estaba cerrada.
–Elea, te traje unas toallas. –Raiden, al ver a Elea tal y como estaba, dejó caer las toallas y buscaba cómo salir correctamente de esta situación.
–Compañero, aún podemos salvar la situación, solo debes decir lo que yo te diga. –Le susurró Calibur rápidamente a Raiden.
–Veo muy irracional culparte de esta situación siendo que fui yo quien dejó la puerta sin pestillo. Lamento haberte puesto en una situación tan incómoda. Por favor, sal de aquí y cerraré la puerta en cuanto te vayas. –Comentó Elea, sin alterarse por lo sucedido.
–Mejor te doy duro contra el muro… –Respondió Raiden justo después de que Calibur se lo susurrara al oído. Elea se quedó en shock al oír las palabras de Raiden, imaginándose la escena que Raiden insinuaba, y no sabía cómo reaccionar o cómo eliminar aquella imagen de su mente. Tras esto, Raiden se percató de lo que acababa de decir y miró a Calibur furioso.
–Llevo aquí el tiempo suficiente. –Dijo Natira, que apareció en la espalda de Raiden con más toallas y una expresión poco alegre.
De nuevo en Varah, Agus y Kristal llevaron a Aiden más adentro en el desierto, hasta un área con una extraña línea hecha en la arena.
–El anillo de tierra se encuentra recto desde aquí, en un agujero que no sé a dónde lleva. –Anunció Agus antes de que todos entraran al extraño lugar.
–Este lugar es conocido como el valle de las brujas; todo aquel que no posea una esencia mágica no podrá entrar. –Comentó Kristal antes de girarse hacia Aiden con una sonrisa agradable. –Dinos, ¿ya has usado la magia?
–Eso no será problema. –Respondió Aiden mientras recordaba las clases de magia que recibió de Maya en su momento.
–¿Y tú, Agus? –Preguntó Kristal.
–Me temo que mi hermana se llevó todo el talento de nuestra madre; desde pequeña pudo superarla ganándose el título de la bruja más poderosa. –Explicó Agus, mostrando de nuevo su sonrisa tonta. –Está bien, vamos.
«La maldición del condenado me arrebata a todos los que me acompañen... Tengo que ir solo.» Pensó Aiden, y rápidamente noqueó a ambos paladines para luego dejarlos en un lugar seguro. –Lo siento.
De nuevo en la ciudad, Raiden y Olan fueron llamados por Calibur para un asunto secreto.
–Bien, ahora que estamos en un lugar privado, puedo contaros la verdad. Todo lo de esta mañana era un plan para que las chicas fueran a bañarse. –Comentó Calibur, y Raiden y Olan lanzaron miradas de incredulidad hacia él.
–Tranquilizaos. Ahora mismo Elea y Natira están bañándose juntas, y os he elegido a vosotros para ir a verlas. –Añadió Calibur, logrando calmar los ánimos en la sala. –Las chicas van al baño de dos en dos porque hacen cosas entre ellas. –Prosiguió Calibur, captando la atención de ambos.
Aiden siguió las indicaciones de Agus hasta llegar al agujero. Una vez allí, miró al cielo, sintiendo cierta inseguridad sobre lo que podría suceder, pero decidido a seguir adelante.
–Ha pasado más de un año desde que decidimos salir en busca de los anillos elementales. Me habría gustado mucho que hubierais podido venir conmigo... –Dijo Aiden mirando al cielo, recordando la cadena que le regaló Iris, donde colgaría esa cosa importante que le entregarían las hespérides al ser nombrado deiak.
Tras esto, Aiden se dejó caer por el agujero y al llegar, alguien lo estaba esperando: una mujer de unos treinta y cinco años con cabello plateado, vestida con ropa ajustada de color negro y con ojos claros.
–¿Estás dispuesto a seguir? –preguntó la mujer.
–Seguiré este camino hasta el final –respondió Aiden, lleno de determinación.
–Entonces, sígueme –dijo la mujer, y Aiden obedeció. Al final del largo pasillo encontraron una biblioteca repleta de libros, cuyas cubiertas no parecían estar colocadas en un orden claro.
–Bienvenido a la Biblioteca de las Brujas. Mi nombre es Aradia Lunanova –se presentó la mujer, mientras Aiden observaba la gran cantidad de libros a su alrededor–. En esta biblioteca se guardan las investigaciones de todas las brujas, así como todas las aportaciones que hicieron a Varah. Deberás aprenderlo todo –anunció Aradia.
Raiden y Olan esperaban encaramados en un árbol, observando a través de la pequeña ventana del baño de la casa de Verónica. Calibur había dicho la verdad: Natira y Elea se estaban bañando juntas, pero no estaban haciendo nada fuera de lo común.
–Hacedme caso, las mujeres siempre aprovechan cualquier oportunidad para hacer cosas interesantes entre ellas –comentó Calibur, aunque no podían ver bien a las chicas.
«Tengo que asegurarme de que ella es la persona que necesito. Si es así, sería un gran alivio. Todavía estoy a tiempo», pensó Elea, luego miró a Natira.
–Disculpa, Natira ¿verdad? ¿Me dejarías ver tus manos? –preguntó Elea directamente. Natira aceptó y le mostró sus manos.
–Ya veo. Disculpa, pensé que llevarías un anillo –dijo Elea de repente. En ese momento, las chicas escucharon el crujido de una rama y la voz de Olan en un grito de sorpresa, seguido por la voz de Raiden mandando callar.
Raiden, Calibur y Olan intentaron escapar del lugar, pero Raiden se dio cuenta de que Olan no se movía.
–¿Qué te pasa? –Preguntó Raiden preocupado.
–¡Estoy atascado! –Respondió Olan rápidamente. Raiden se acercó y notó que la larga bufanda de Olan era lo que lo tenía atrapado.
–Solo quítatela. –Dijo Raiden con urgencia.
–No puedo, me veo demasiado bien. –Respondió Olan. Luego, utilizando sus poderes, alejó a Raiden del lugar. En ese sacrificio heroico, Raiden miraba a su salvador sacrificarse por el resto. «Si alguien debe vivir, eres tú... Tuve una buena vida». Justo en ese momento, Natira comenzó a usar su control de llamas sobre Olan.
Aiden estaba estudiando el contenido de los primeros libros cuando, de repente, Aradia le entregó una carta con un sello que la mantenía cerrada.
–Hace tiempo, una amiga mía te dejó esta carta. Ella contaba con que llegarías hasta aquí. Su nombre es Jade. –Aiden se sorprendió por lo que acababa de decirle, pero Aradia no se sorprendió por su reacción. –Si intentas abrir esta carta antes de tiempo, el contenido se destruirá debido al sello. Este solo desaparecerá cuando ocurran ciertos eventos programados. Hasta entonces, debes ser paciente. –Comentó Aradia y luego se fijó en el aspecto de Aiden.– Estás muy sucio. ¿Cuánto tiempo hace que no tomas un descanso o una ducha? –Añadió Aradia con tono maternal. –Más adelante podrás encontrar un lugar donde puedas ducharte. Yo cuidaré de tu gabardina. Puedo sentir una fuerte energía mágica en ella. Sin duda, es un trabajo excelente.
Tras esto, Aiden aceptó y fue directo a la ducha. Aradia inspeccionó un poco los bolsillos de Aiden y encontró su dije de regreso y su joya de alianza. Aradia comprendió rápidamente qué eran y sonrió al verlos.
–Llevas contigo unos regalos muy invaluables. ¿Te importa que restaure tu gabardina? También restauraré sus sellos mágicos. –Comentó Aradia mientras Aiden se encontraba en la ducha.
–No hay problema. –Respondió Aiden desde dentro de la ducha.
En un lugar desconocido, Rakku, la misteriosa persona aliada con los seguidores de Marbas, se encontraba preparando a unas criaturas.
–Rakku, hemos estado pensando y no nos inspira confianza que salgas a atacar. Tu nivel es demasiado bajo. –Comentó una de las voces que se ocultaban en la oscuridad.
–No os preocupéis tanto, mis bakkus aún no están listos, pero pronto lo estarán. –Respondió Rakku con seguridad.
–Rakku, la criatura de los sueños, utilizas a los bakkus para compensar el hecho de que no tienes una habilidad como nosotros. Comentó otra de las voces.
–Tu nivel aún está muy lejos del de tu hermana, y de no ser por ella, no estarías aquí con nosotros. – Añadió la tercera voz. Rakku apretó los puños furioso.
–Mi hermana obtuvo su poder del pecado. Ya lo veréis. Yo seré quien se haga con el diamante de Varah. –Afirmó Rakku.
Aiden y Maya se encontraban en medio de una clase de magia. Maya posaba su mano izquierda sobre el abdomen de Aiden para asegurarse de que respiraba de la manera correcta.
– Recuerda, mi amor, para generar esencia mágica primero debes purificar la energía vital mediante la respiración. Si no se hace de la manera correcta, puede llevar a resultados dañinos. – Explicó Maya. Todo era tranquilo, pero a su vez, Aiden estaba muy feliz. De pronto, todo se volvió negro. Aiden estaba solo y una risa macabra se escuchaba de fondo.
Aiden despertó de su sueño bastante sobresaltado y rápidamente llevó sus manos a sus ojos para aclararse la vista.
–¿Sueño o pesadilla? –Preguntó Aradia al notar lo rápido que se despertó Aiden.
–Un poco de ambas… –Respondió Aiden. Luego se percató de algo y miró sus manos extrañado.
–¿Sucede algo malo? –Preguntó Aradia, extrañada.
–Estoy envejeciendo… –Comentó Aiden, muy extrañado.
–Llevas en este mundo dos, es normal que envejezcas un poco. –Respondió Aradia sin entender las palabras de Aiden.
–Tú no lo entiendes, desde que era un niño han experimentado conmigo para eliminar la mortalidad. Mi envejecimiento es muy reducido y soy inmune a la gran mayoría de enfermedades. –Explicó Aiden, inseguro de si sonaba lógico.
–Comprendo. ¿De casualidad cometiste algún tabú? – Respondió Aradia sin pensar mucho en las palabras de Aiden. –Básicamente, al romper las leyes de Varah, lo pagarás con tu esperanza de vida. Me contaste que al transformarte ganas habilidades diferentes.
–Así es. Puedo regenerarme, percibir el tiempo de manera distinta y adquiero la telequinesis. –Respondió Aiden.
–Esto es malo, pero también tiene sus ventajas. –Respondió Aradia con tono pensativo. – Déjame contarte una historia. La llamaban la princesa de la misericordia. –Aradia explicó con detalle todo lo que conocía sobre esa princesa, y Aiden escuchaba atentamente. –Al final, abandonó el grupo que había formado. No se sabe a dónde se fue ni qué es lo que planea. Existe un problema con los entes de segunda generación: sus habilidades, al no ser suyas, pueden hacerles perder la cordura. Tu caso es diferente. Cuanto más uses las habilidades de tus transformaciones, pondrás más en riesgo tu esperanza de vida.
Raiden se despertó de una leve siesta, sorprendido por la voz de Elea.
–¿Qué quieres? Llevas diciendo mi nombre bastante tiempo, y ese regalo tuyo no deja de mirarme raro. –Comentó Elea sin alterar su expresión fría y seria, mientras Calibur la miraba con un intento de mirada seductora.
–Por favor, no pienses mal de mi compañero ni pienses que soy una especie de degenerado. –Insistió Calibur rápidamente.
–Ve al grano. ¿Por qué me has llamado? –Respondió Elea con sequedad.
–Mis memorias se han desbloqueado. Tengo los recuerdos del adalid. –Afirmó Calibur obedeciendo a ir con todo.
–No sé qué quieres decir. –Dijo Elea tomando una postura relajada.
–Por favor, enséñale a mi compañero a realizar el tsenomi. –Respondió Calibur insistente. En la mano derecha de Elea apareció una extraña energía que formaba una figura sólida. Era un pequeño núcleo del cual surgían líneas que, tras un leve ascenso, regresaban al núcleo tomando una forma similar a una flor. –Por favor, explícanos cómo has aprendido esa técnica de las sacerdotisas.
–Escuchadme bien vosotros dos, dejad de relacionaros conmigo. No os conviene... –Respondió Elea rápidamente, pero antes de que pudiera terminar la frase, perdió el equilibrio y se dejó caer, notando que empezaba a soltar sangre de su boca. Raiden agarró a Elea rápidamente antes de que cayera al suelo. «No puede ser... Ya estoy empezando a morir...»
Aiden se había quedado dormido; por fin lo había logrado. Había aprendido todo el contenido de la biblioteca de las brujas. Sin dudas, estaba agotado, pero a su vez, sentía que las magias aprendidas le serían de gran ayuda. Aradia despertó a Aiden gentilmente, y él la miró cansado.
–Me temo que yo ya debo irme. En cuanto tomes el anillo de tierra, esta biblioteca desaparecerá con todo su conocimiento. –Aiden miró hacia otro lado con expresión afligida. –Ya lo sabías, ¿verdad? Yo ya no pertenezco a este mundo. –Tras decir eso, Aradia empezó a brillar con un tono azul y mostraba una sonrisa amable.
–Aiden, debo proteger este lugar. Aquí descansan muchas almas: gente inocente que murió a manos de los entes, héroes de guerra que lucharon con valentía... –Aiden miraba a la princesa preocupado por sus palabras mientras Halia buscaba el valor para hablar. –Incluso el alma de mi madre, que perdió la vida hace muchos años luchando contra Amón...
–No te preocupes, al final pudo conseguir la habilidad y ayudarme dándome su bendición. –Comentó Aiden para luego dar un fuerte suspiro.
–Nunca dudé de ella, siempre supe que sería capaz de muchas más cosas de las que yo pude. –Respondió Aradia con una sonrisa orgullosa.
A paso ligero, Jade se acercaba al valle de las brujas con sus quimeras tras ella, dispuesta a un segundo asalto.
–Mi querido yerno, espero que esta vez puedas darles algo de pelea a mis quimeras, y ¿quién sabe? Tal vez puedas salvarme a mí.
Por su lado, la princesa Kaira avanzaba rápidamente hacia el valle de las brujas con la intención de encontrarse con Aiden lo antes posible.
«Aiden, por favor, déjame llegar a ti. Debes ser tú quien vaya a reclamar el alma de Aria, y solo tú puedes purificar el alma de Elea para que su bendición vuelva a ser válida.»