—Y tú tampoco olvidaste —terminó Daphne en voz baja. No había forma de probar que Atticus decía la verdad, pero tampoco había forma de probar que mentía. Era la palabra de Atticus, una serie de inquietantes similitudes y una injusticia que duró generaciones.
—¿Cómo podría? —Atticus se rió, pero no había alegría—. Vramid era un auténtico basural antes de que yo tomara el control. Mi abuela era una princesa que debería haberse casado con la nobleza y vivido el resto de su vida en lujo, pero en cambio, se escondió en los barrios bajos de Vramid y se casó con un zapatero, que luego murió cuando la enfermedad se propagó. Su hijo, que debería haber sido rey, ganaba su vida inclinándose ante oficiales corruptos.
—¿Y decides vengarte del mundo entero solo por un error? —Daphne estalló, con las manos apretadas en puños a su lado.