La boca de Daphne se secó. Las palabras de Jean Nott estaban en un idioma que ella entendía, pero cuando se juntaban, tenían poco o ningún sentido en absoluto. ¿El destino del mundo viviente? Hasta donde Daphne sabía, los meteoritos de hierro estaban destinados a revertir el perverso destino de Silas. El resto del mundo no debería depender de la supervivencia de Silas.
—¿De qué estás hablando? —Daphne exigió—. ¡Explícate!
—Si lo deseas, mi dulce garbanzo, complaceré —dijo Jean con cariño, y eso le provocó escalofríos a Daphne. Los términos cariñosos de Jean eran más horripilantes que sus amenazas directas—. ¿Qué tienen en común un meteorito de hierro, un ojo de kelpie, un ala de grifo y tu anillo de boda? —preguntó con una voz cantarina.
—Si lo supiera, ¿no estaría sentada aquí esperando que lo explicaras, verdad? —Daphne replicó acerbamente.