—Rey Atticus, tengo que―
—Vete, aquí no se te necesita —ordenó Atticus—. Y Leonora estaba tan aliviada de que Atticus le permitiera irse que ni siquiera se ofendió por su comentario condescendiente, ni por el hecho de que básicamente le ordenara como si fuera su súbdita. Simplemente asintió y se volvió a subir al caballo, yendo a toda velocidad directamente hacia el palacio.
Atticus frunció el ceño. Quería el caballo para el viaje de regreso al palacio, pero supuso que no lo necesitaba tanto como Leonora. Si Leonora pensaba que él se iba a quedar atrás y lidiar con los infectados, no era tan inteligente como Atticus pensaba que era. Sin embargo, Atticus no podía culparla por su desliz de juicio en circunstancias tan extenuantes.
—¿Qué le pasó al Príncipe Silas? —Atticus preguntó a la criada—. ¿Murió?
—No, su Alteza. ¡Se desató en la enfermería! —exclamó la criada—. La Princesa— Reina Dafne me dijo que llamara a la Princesa Leonara para manejarlo.