—¡Su Alteza! —Un guardia se abalanzó hacia ella, tropezando casi con sus propios pies. Su cara estaba roja e hinchada mientras jadeaba, sus hombros subiendo y bajando mientras intentaba desesperadamente regular su respiración. Cuando finalmente llegó al lado de Leonora, tuvo que inclinarse, apoyando sus manos en las rodillas para soportar su propio peso.
—¿Qué sucede? —preguntó Leonora—. Acababa de llegar a la sección del pueblo que le había sido asignada y estaba a punto de iniciar su búsqueda. Este guardia formaba parte de los exploradores que habían sido enviados para una investigación preliminar con la esperanza de encontrar noticias sobre el paradero de Alistair.
Después de todo, él ya no estaba en el laberinto subterráneo. Las posibilidades de que estuviera por aquí y corriendo por el pueblo eran mucho mayores, ya que aquí es donde había sangre fresca a la espera.