Mirando a su alrededor Ondín vio a dos guardianes y de reojo alcanzó ver otro a sus espaldas, aquel sin dudas era el que la había agarrado anteriormente porque tenía su capa aún en las manos. Esto era tan malo como si la hubiesen atrapado porque la capa estaba infundida con su aroma. Por unos segundos estuvieron todos expectantes hasta que los guardianes hicieron el primer movimiento. Ellos conjuraron una red sobre Ondín pero con gran rapidez ella chasqueó los dedos y tanto la capa como la red se prendieron en llamas. El individuo detrás de la joven soltó un grito de sorpresa y entonces los otros dos guardianes se alarmaron visiblemente.
- ¡Su alteza!
- ¡Príncipe Arat!
Esta era su oportunidad sin dudas, el fuego los distrajo tanto como para que la dejaran completar la vuelta y ella desapareció.
Ya en su habitación Ondín no podía creerse lo que había hecho. Con otro rápido chasquido de sus dedos todas las velas se apagaron.
- Oh… Oh… por el dorado sol… Oh mi…
Toda su cuerpo estaba temblando sin control. ¡Se había enfrentado a tres guardias… bueno a dos guardias y al príncipe real!
De modo que el que estaba en la fiesta de sus padres era un doble.
Pero qué descortés de su parte… Alejando esrta inoportuna cavilación, Ondín comenzó a darle vueltas a los hechos en su cabeza. Una y otra vez repasando cada suceso, así como cada posibilidad ¿Podrían percibir su olor las lechuzas? No, con seguridad, las lechuzas desde la noche anterior estaban buscando ya su aroma. La verdad es que ella nunca sospechó que se fuera a formar tamaño problema por un libro; estaba convencida de que incluso nadie se daría cuenta de que faltaba.
Por otra parte, el príncipe había mantenido una copia durante la noche completa en su casa, en verdad su magia era fuerte. Este era un encantamiento muy útil, pero que muy pocos podían llevar a cabo. Mucho menos por tanto tiempo. Una vez desaparecida la copia sus experiencias eran trasmitidas a su creador. Así que, por ejemplo, ahora Ondín podía rememorar las escenas que habían tenido lugar durante su ausencia como si hubiese estado ella misma allí. En ese mismo instante sintió que tocaban su puerta y ella esperó lo peor. Tun, Tun. Sonó la madera como un toque fúnebre.
- ¡Ondín, muchacha, ¡¿qué pensabas que hacías?! Su majestad está hecha una sopa. ¡Por el dorado sol qué gran vergüenza para esta casa, sin dudas mañana todos hablarán de esto, Ondín! ¡Ondín! ¡Abre la puerta jovencita!
Se trataba de su madre gritando bastante furiosa, a pesar de ello Ondín sintió unos apremiantes deseos de salir y abrazarla con fuerza. Realmente necesitaba, de manera desesperada, a alguien con quien desahogarse en aquellos momentos. Pero no podía contarle a nadie, a nadie absolutamente. Así que, ignorando a su madre, se dejó caer contra la pared y se deslizó hasta quedarse sentada en el suelo. Fue entonces, que ella sintió un ruido familiar en la ventana. Era un batir de alas y con la comprensión Ondín se quedó de una pieza. Ella se estiró como un resorte comprimido.
¡Me han encontrado! En el acto las rodillas se le aflojaron y casi se cae de hinojos. ¿Cuántos delitos se habían cometido ya? Allanamiento, robo, agresión a la realeza, uso prohibido de magia y atento contra la tradición. Ella sola se había encargado de ir empeorándolo todo.
Ondín comenzó a sollozar mientras su madre seguía tocando su puerta y hablándole para persuadirla de que abriese.
Un minuto pasó antes de que ella tomara una resolución. Muy tiesa se encaminó con torpeza hasta su armario y calzándose unas botas altas de suela lisa, agarró un abrigo y una capa larga con caperuza. Antes de tomar cualquier decisión apresurada se acercó al cristal de su persiana y tras correr con sumo cuidado la cortina, haciendo pantalla con sus manos, miró hacia afuera. Casi se cae para atrás cuando vio la cara plana de una lechuza con aquellos sagaces ojos fríos llenos de inteligencia. Sólo la cabeza del ave era casi del tamaño de un hada y su cuerpo a la luz de las farolas era de un impecable color blanco con algunas manchas amarillas en sus alas. Más allá, Ondín captó otras dos lechuzas. Ambas enormes y blanquísimas como las casas del país de invierno. Eran las lechuzas más fuertes: las guardianas reales.
Ondín no podía creerlo todavía: había visto una Gran Blanca. Dos, por si fuera poco. Ella tenía a dos guardianas a su caza. Estaba perdida y con este pensamiento, se alejó con cuidado.
Ondín tenía el semblante demudado cuando miró por última vez su habitación. Entonces dio una vuelta sobre sí misma girando en redondo sobre sus talones y se desvaneció, dejando unas partículas luminosas balanceándose en el aire.