Alia despertó de manera brusca a causa de un tumulto cercano; pero la agonía que sintió en sus músculos adoloridos por la mala postura, logró distraerla del bullicio por unos instantes. Ya había amanecido y parpadeando ante la luz ella se levantó con agilidad considerando que tenía manos y pies atados. Entonces vio al gigantesco Atlas que agitaba un fino báculo con ritmo y movimientos acompasados. Alia no pudo evitar tratar de descifrar a aquel personaje. De modo que tras unos instantes observándolo bien, notó que tenía en efecto la piel gris como un trol común. No era como si ella hubiese visto alguno en su vida, pero Alia se basaba en las historias de Lux y en las imágenes que había visto en libros. El trol era una criatura que provenía de las rocas, piedras que habían cobrado vida. Así que: de día, si el sol los tocaba, ellos se volvían de roca para regresar a la vida en las noches. Eran muy grandes, de proporciones toscas y no eran agradables de ver. Eran una suerte de primos de las gárgolas; la diferencia es que estas últimas eran más grotescas e incluso más raras. Sin embargo, este trol pese a tener grandes dimensiones y piel cetrina, se las arreglaba para lucir una esbelta figura y un atractivo rostro con unos agudos ojos azules. Al mismo tiempo era evidente que no le afectaba el día para nada ¿Qué era entonces? Pero la interrogante quedó pronto en el olvido porque la mitad de los árboles a la izquierda de su captor fueron barridos por un colosal cuerpo que rodaba e hizo lucir al trol como un insecto.
- Por el vivo color de las aguas… - Susurró Alia mientras veía revolverse el cuerpo de la criatura. Fuese lo que fuese aquello logró incorporarse; labor que lo llevó a derrumbar otra buena cantidad de árboles. Acto seguido la cosa crispó las plumas de su cabeza de águila y volteándose en dirección al hada de primavera soltó un proverbial rugido. Era horrible y Alia quedó momentáneamente atontada, en su mente una voz le suplicaba que corriera sin embargo sólo atinó a dar unos torpes pasos hasta que tropezó con algo y cayó hacia atrás, sobre su trasero. Notó vagamente que había aterrizado sobre algo blando mientras sentía que lo oídos le palpitaban y su corazón saltaba como enloquecido también. Entonces Alia se volteó y vio que estaba apoyada en unas grandes plumas que se sentían cual suave colchón. La mirada de Alia ascendió y lo que parecía una montaña de plumas resultó ser otra criatura gigantesca muy parecida a la que ahora los atacaba. Esta otra se encontraba tumbada como si durmiera: era el grifo. Después de todo Iaago no había estado jugando la noche anterior cuando le dijo que estaba muy cerca de la bestia. En aquel momento, para la peor de las suertes, tenían dos grifos y uno estaba realmente fuera de sí.
Ahora Alia se encontraba entre dos monstruos y para colmo iba amarrada. Desesperada, recorrió rápidamente el lugar con la mirada en busca de sus dagas y por unos momentos ella captó al trol lanzando un conjuro al segundo grifo que a su vez le lanzaba un zarpazo. Las garras de la criatura tenían uñas afiladas y largas cual lanzas y aquello le dio una idea a la joven hada. Como no encontraba sus armas ella se trasladó trabajosamente buscando las extremidades del grifo dormido, decidida a usarlas para cortar sus ataduras. Le tomó algunos segundos encontrar su objetivo, pero en cuanto las ubicó, ignorando los estruendos y rugidos que se sucedían a sólo unos pocos metros, Alia se tiró al suelo. Entonces, sin vacilar ni una vez, ella comenzó a frotar con cuidado las amarras de sus piernas contra las grandes uñas, rogando porque no se despertase el grifo. No le costó demasiado cortar las cuerdas y tras esto, después de echarle un vistazo provisorio a la criatura dormida, se paró haciendo equilibrio con sus piernas en puente y comenzó a tratar de deshacerse de las cuerdas que aprisionaban sus manos. La tierra temblaba cada vez que el grifo alborotador caía por tierra y como Alia estaba de espaldas el proceso le costó algunas heridas en sus brazos hasta que estuvo libre.
Viéndose sin ataduras por fin, se detuvo para analizar rápidamente sus extremidades y tomar una resolución. Por más que quisiese abandonar aquel lugar no podía dejar sus armas atrás ya que eran su legado y lo único que le recordaba la devoción que un día le había tenido su padre. Así que con rapidez volvió a inspeccionar el área en busca de sus posesiones, no obstante: el lugar era un verdadero caos. Alia tuvo que alejarse un poco firmemente convencida de que los contrincantes iban realmente a borrar el sitio de los mapas. El chasquido de la madera al ser cercenada, el ruido de los golpes y los rugidos del grifo convertían el sitio en un verdadero infierno. El grifo perseguía al trol, pero este era dos veces más rápido. Alia retrocedió abrumada por los efectos del combate y justo cuando ella se preguntaba donde se encontraba el segundo raptor sintió que algo la tomaba por la ropa elevándola fugazmente sobre los árboles y el tumulto.
- Ah, eres más pesada de lo que imaginé.
Iaago.
- ¿Dónde están mis armas? Quizás tenga que defenderme aquí… - Protestó Alia.
- Ah… ¿aquellas? Las tomé por precaución.
- Bastardo...
- Creo que no te enseñaron buenos modales, niña.
Eso fue demasiado, Alia comenzó a revolverse tratando de soltarse sin embargo no le fue posible. Aquel tipo era más fuerte que ella y su agarre era particularmente tenaz.
- ¿Qué quieren de mí?
- Primero debemos salir de esta, quédate aquí niña. No puedo perder tiempo contigo ahora.
Y de improviso Iaago la soltó. Esta vez Alia no pudo cortar el grito a tiempo. Ella agitó sus piernas mientras cayó hasta que dio contra la superficie del agua: era un pozo ¡La había arrojado dentro de un inmenso y oscuro pozo de brocal! ¡Maldito fuera! Con fastidio y furia mezclados, tras salir a la superficie, Alia se asió a la cuerda y sin perder tiempo intentó subir. Con movimientos expertos ella se agarró fuerte con sus piernas cruzadas y tensó los brazos. Alia se empujó hacia arriba y resbaló. Se impulsó otra vez y fracasó. Así que más enojada a ratos volvió a intentarlo; era extraño ya que estaba familiarizada con subir sogas sin otra ayuda que sus extremidades. Un rápido recuerdo de sus travesuras junto a Jadem le vino a la mente y ella sacudió la cabeza antes de tratar de ascender nuevamente. Mas, por mucho que trató de remontar siempre resbalaba y caía.
- ¡El muy…! - Al cabo Alia dio una furibunda palmada en la superficie del agua comprendiendo con desilusión que Iaago había encantado la soga y que por más que ella lo intentase nunca podría trepar. Así que se quedó allí como una tonta sobresaltándose con cada ruido que provenía de la superficie. A aquellas alturas se sentía estúpida en verdad y no pudo evitar reprenderse. Todo habría sido distinto si ella hubiese seguido los consejos de Lux; de seguro no estaría metida en aquella complicación. Incluso llegó a pensar que si no hubiese sido por aquel día fatídico en que cumplió los doce años todo sería distinto; el día que había cambiado su vida. Alia se preguntó irremediablemente qué estaría haciendo Jadem en aquel momento y al instante se increpó a sí misma.
Pasó algún tiempo hasta que los ruidos del combate cesaron y luego de esto se sucedieron largos minutos de silencio hasta que la joven se preguntó si acaso se habían olvidado de ella. Se encontraba tratando de ascender nuevamente cuando reconoció la voz de Iaago gritándole que se aferrara al cubo de madera y sin chistar ella le obedeció.
Entonces con una velocidad vertiginosa fue elevada y pronto estuvo en la superficie. Como ya lo sospechaba había sido Atlas quien la había subido y el trol no tenía señales de estar fatigado por tal empresa tras una batalla contra un grifo.
Atlas la miró sin interés mientras tiraba el cubo dentro del pozo nuevamente y Alia tuvo deseos de echar a correr rumbo a la Ciudad Multicolor y olvidarse de todo. Ella era muy rápida, acaso tenía alguna oportunidad de escapar; sin embargo, le resultaba imposible dejar las dagas detrás.
Completamente empapada empezó a exprimir su cabello con furia y advirtió que sus pequeños jazmines eran ahora de un encendido carmín. Alia estaba segura de que habían permanecido así desde que el tal Iaago se había cruzado en su camino. Entonces, recordándolo de súbito, se irguió y buscó al detestado extraño.
Lo primero que advirtieron sus ojos fue las dos moles que formaban los cuerpos de los grifos algo apartados uno del otro. Uno era de un fuerte color pardo rojizo que se acentuaba más en las plumas de su cabeza mientras que el otro, el que había atacado, lucía un plumaje sorprendentemente azul en las plumas de su cuerpo como el cuello de un pavo real y se hacía casi gris hacia el pelaje de sus poderosas extremidades. Contemplando la grandeza de las bestias por unos segundos Alia olvidó su furor, hasta que vio una figura parada cerca del grifo agresor. El individuo, que le daba la espalda, tenía ambas manos apoyadas en sus costados y parecía observar intensamente a la bestia derrumbada.
Aquí está el desgraciado... Se dijo ella.
Inmediatamente recuperando toda su cólera y pisando fuerte, Alia se dirigió hacia Iaago con intenciones de reclamarle su desalmado trato. Sin embargo, tuvo que detenerse por la sorpresa a unos pasos del sujeto. No necesitaba mirar sus brotes para saber que estarían rosados ya que el individuo frente a ella levantó un cuarteto de oscuras alas emplumadas.
En efecto, dos pares de alas salían de cada uno de sus hombros y ella no tuvo que preguntarse mucho porque ya le había escuchado hablar de aquellas hadas a Lux: las hadas del viento. Actualmente formaban parte de los desterrados en Tierra de Nadie, pero en tiempos no muy lejanos las hadas del viento habían pertenecido a la corte de invierno y de allí habían sido expulsadas como condena por traición.
El hada frente a ella se volvió y Alia pudo ver su exótico cabello que no estaba conformado por pelo sino por plumas que caían copiosa y fluidamente recordándole curiosamente el modo en que la miel se vierte de un tarro. Ella se encontró tratando de aguantarse las ganas de tocarlo para comprobar si era tan suave como lucía. Era irresistiblemente brillante y muy oscuro como el plumaje de un cuervo. Iaago era muy pálido y sus ojos demasiado vivaces e intranquilos como los de un pájaro la miraron mientras lucía una descarada sonrisa en sus labios. Era muy atractivo y para su total contrariedad Alia se quedó con la mente en blanco de repente.
- Sí, tengo ese efecto en todos.
Se atrevió a comentar con ironía el muy pagado de sí mismo. Alia estuvo a punto de replicarle cuando atinó otro sentido a su frase.
Puesto que en realidad las hadas del viento se consideraban extintas ya que al ser expulsadas del reino de invierno habían tenido que buscar refugio en Tierra de Nadie. Un territorio terrible y salvaje: el hogar de las bestias y los criminales más peligrosos en toda la Dimensión Mágica. No sería nada anormal que cualquiera se sorprendiese de ver uno de ellos con vida y en aquellos parajes. Sopesando esto estaba Alia cuando él carraspeó y la joven se sintió sonrosar al darse cuenta de que había estado mirando fijamente un pendiente que colgaba del lóbulo de su oreja izquierda. Era dorado y tenía una reluciente piedrecita negra.
- Yo… insisto en saber por qué me llevan… si no le interesan mis deseos no entiendo cuál es el motivo para que se me lleve contra mi voluntad.
Para su propia sorpresa Alia sintió ganas de morderlo cuando él no contestó mientras la miraba con aire de suficiencia y acentuaba su sonrisa. Con amargura ella reconoció que en realidad Iaago se las arreglaba demasiado bien para sacar lo peor de su persona. Así que mirándolo con altivez se preguntó qué edad podría tener. Las hadas y las demás criaturas del mundo mágico por lo general no revelaban su longevidad por el físico, pero sí por su fuerza mágica, su proceder y sus conocimientos. Hasta ahora Alia no había tenido indicios concluyentes de la edad de los dos extraños. El trol se mostraba taciturno y pusilánime mientras que este otro era agudo y mordaz. Por otra parte, considerando sus capacidades mágicas, bien podrían estar cerca de la edad de Syd. Si bien no doscientos, sí unos cien años.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Iaago pasó por su lado caminando tranquilamente e ignorándola con desfachatez. Otra vez Alia sintió que la sangre le hervía en las venas, pero no le quedó más remedio que voltear su cuerpo para seguirlo escéptica.
- ¿Qué te parece, Atlas? - Oyó que decía - La hembra debe ser su pareja. Así como dicen: su olfato es finísimo; todavía no puedo creer que nos haya encontrado efectivamente. Ella estará complacida.
- ¡¿Disculpa?! ¡Estoy hablando contigo! ¿Cómo te quedas tan tranquilo? ¡Y tampoco me subestimes, puedo escapar ahora mismo!
Por unos terribles momentos y mientras sentía su cuerpo temblar incontrolable, Alia pensó que la descarada hada continuaría ignorándola, pero entonces con una desquiciante calma Iaago se volvió y se dignó a mirarla.
- En primer lugar, no llegarías muy lejos, niña. En segundo lugar, no puedes ser tan tonta como para no haberlo sospechado a estas alturas, me he dado cuenta de que valoras mucho tus armas. Sé que no te irías sin ellas.
Alia suspiró estruendosamente sintiendo deseos de llorar por pura frustración y ella pateó un pedrusco cuando escuchó a Iaago hablando con el trol nuevamente.
- Me he agotado otra vez. Abriré el portal, pero sólo seré capaz de trasladar a los grifos. Ella sabrá qué hacer con ellos. Tendremos que continuar el trayecto caminando hasta que pueda reunir poder para abrir otro y trasladarnos a Tierra de Nadie.
- ¡¿Estás demente?! No pienso acompañarlos hasta allá…- No pudo resistirse a decir Alia, mientras lamentaba su suerte y por primera vez consideró seriamente echarse a correr, aunque significase dejar todo atrás. Después de todo quizás no sería tan malo enterrar todo su pasado junto con aquellas dagas. Por su parte Iaago, ignorándola para variar, se volvió y tras sacar una piedra color verde que parecía un inmensa esmeralda de corte oval, comenzó a concentrase haciendo unos movimientos de sus manos. Entonces invocó una luz verde que apareció justo debajo de los cuerpos de los grifos. La bella irradiación parecía surgir desde la tierra y entonces ambas bestias se sumergieron lentamente hasta desaparecer como si hubiesen sido engullidas por esta.
Alia sentía que su mandíbula había caído y que probablemente se veía como una tonta, pero no podía evitarlo; fue en ese momento cuando resolvió huir a la primera oportunidad. Iaago había quedado evidentemente afectado por el encantamiento sin embargo el trol no le quitaba los ojos de encima y ella ya sabía cuán veloz podía llegar a ser; seguramente era gracias a algún conjuro. En cualquier caso, para ganar tiempo, la piedra mágica debía ser destruida y Alia se preguntó qué tan resistente sería. De este modo Alia decidió quedarse tranquila por el momento y rogó por tener otra oportunidad de escapar.