La guerra de 1947 entre la familia Corleone y la coalición de las Cinco Familias resultó ser muy costosa para ambos bandos. Y todo se complicó debido a la presión ejercida por la policía, interesada en resolver el asunto de la muerte del capitán McCluskey. Casi todos los policías estaban al corriente de que el juego y el vicio en general gozaban de protección en las más altas esferas, pero ante el asesinato de uno de ellos de nada servía la influencia de los políticos. En un caso así los policías actuaban por su cuenta, como si se tratara de una cuestión personal.
La falta de protección perjudicó menos a la familia Corleone que a sus adversarios. Sus ingresos se basaban sobre todo en los beneficios del juego y sus ramificaciones. Quienes se vieron especialmente afectados por la nueva situación fueron, más que la Familia en sí, los «encargados» de recoger apuestas ilegales. Cuando uno de ellos caía en alguna de las continuas redadas de la policía, solía recibir una buena paliza antes de ser encerrado. Incluso fueron descubiertos algunos «bancos», lo que supuso grandes pérdidas financieras, y los «banqueros» se quejaron a los caporegimi, que a su vez trasladaron las quejas a los jefes de la Familia. Pero nada se podía hacer. Los «banqueros» —que eran verdaderos pezzonovante— recibieron órdenes de cesar en sus negocios, y todas las operaciones del rico territorio de Harlem fueron encomendadas a los «independientes» negros de la zona, que operaron de forma tan disimulada que a la policía le resultaba casi imposible descubrirlos.
Después de la muerte del capitán McCluskey, algunos periódicos publicaron reportajes acerca de la relación que había existido entre el policía asesinado y Sollozzo. Por ejemplo, presentaron pruebas —suministradas por Tom Hagen— de que poco antes de su muerte McCluskey había recibido grandes sumas de dinero en efectivo. El Departamento de Policía se negó a confirmar o negar la veracidad de tales pruebas, pero la información de la prensa empezaba a surtir efecto. La policía, a través de confidentes y colegas que estaban en la nómina de la familia Corleone, estaba cada vez más convencida de que McCluskey había sido un funcionario corrupto, que no sólo había aceptado dinero, sino que había aceptado el más sucio: el procedente del crimen y los narcóticos. Y de acuerdo con los principios morales de los policías, esto era imperdonable.
Hagen comprendió que la fuerza pública cree en la ley y el orden de forma muy inocente. Un policía cree en ellos más que la gente a la que sirve porque, después de todo, de la ley y el orden deriva ese poder personal que él ama tanto o más que el resto del mundo. Sin embargo, en el agente de policía late siempre una especie de resentimiento hacia la gente a la que sirve. Siendo al mismo tiempo su guardián y su servidor, como guardián resulta desagradable, ofensivo y exigente, mientras que como servidor es astuto, peligroso e hipócrita. Tan pronto como uno cae en manos de la fuerza pública, el mecanismo de la sociedad a la que el policía defiende pone en juego todos sus recursos para arrebatarle su presa. Las sentencias las dictan, en realidad, los políticos. Los jueces suspenden las sentencias dictadas contra los peores delincuentes. Los gobernadores de estados, e incluso el presidente, conceden indultos de los que se benefician aquellos a quienes sus abogados no han conseguido la libertad. Y así es como, después de un tiempo, el policía ha conseguido aprenderse la lección: ¿por qué no beneficiarse de los tributos que pagan muchos de esos delincuentes? El mismo policía lo necesita más que nadie. ¿Por qué sus hijos no pueden ir a la universidad? ¿Por qué su esposa no puede comprar en las tiendas más caras? ¿Por qué no puede su familia tomarse unas vacaciones en Florida? A fin de cuentas arriesga su vida a diario, y eso debe tener su premio.
Normalmente, sin embargo, el policía no acepta dinero sucio. Aceptará dinero de un corredor de apuestas o de un hombre que no quiere comprar tiques de aparcamiento; tolerará, por consideración, que las prostitutas ejerzan su oficio… Éstos son vicios naturales en el hombre. Pero lo que no hará, en general, es aceptar dinero procedente de traficantes de drogas, de atracadores violentos, de violadores, asesinos, etc. En la mente del policía esto ataca el núcleo central de su autoridad personal, por lo que no debe permitirse, y mucho menos fomentarse.
La muerte de un capitán de policía era comparable a un regicidio. Pero cuando se supo que habían asesinado a McCluskey mientras se hallaba en compañía de un destacado traficante de drogas y comenzó a sospecharse que estaba involucrado en una conspiración para matar, el deseo de venganza de la policía decreció notablemente. Además, había apartamentos y automóviles que pagar, unos hijos que educar, y muchas otras necesidades. Sin dinero extra, el nivel de vida de los policías disminuiría. Los vendedores que carecían de licencia pagaban poco, y la cosa no podía seguir así. Algunos agentes empezaron a sacar dinero a los sospechosos que caían en sus manos (homosexuales, ladrones y demás). Finalmente, la actividad policíaca decreció. Después de elevar las tarifas, permitieron a las Familias reanudar sus operaciones. La nómina tuvo que ser confeccionada de nuevo, con los mismos nombres, pero con nuevas y más altas cifras. El orden había quedado restablecido.
La idea de emplear detectives privados para hacer guardia en la habitación del Don en el hospital, había sido de Hagen. Por supuesto, dichos detectives contarían con el formidable refuerzo de los hombres del «regime» de Tessio. Pero Sonny aún no estaba satisfecho. A mediados de febrero el Don ya podía moverse sin peligro, y fue llevado en una ambulancia a su casa de Long Beach. Su habitación recordaba la del hospital, pues durante su ausencia la habían equipado con los aparatos e instrumentos necesarios para hacer frente a cualquier emergencia. También se contrató a un grupo de enfermeras para que se turnaran en el cuidado del paciente, con el objeto de que éste estuviera debidamente asistido durante las veinticuatro horas del día. El doctor Kennedy, previo pago de unos altísimos honorarios, había decidido trabajar únicamente para el Don, al menos hasta que se le pudiera confiar al solo cuidado de las enfermeras.
La finca de los Corleone era inexpugnable. Las restantes casas fueron ocupadas por hombres de la organización, mientras que a los inquilinos habituales se los mandó de vacaciones a Italia, a sus pueblos natales, con todos los gastos pagados.
Freddie Corleone marchó a Las Vegas para recuperarse y preparar el terreno con vistas a la adquisición, por parte de la Familia, de un lujosísimo hotel-casino. Las Vegas formaba parte del imperio de la Costa Oeste, todavía neutral, y el Don de dicho imperio había garantizado la seguridad de Freddie. Las Cinco Familias de Nueva York no deseaban ganarse nuevos enemigos, por lo que decidieron dejar en paz a Freddie. Bastantes problemas tenían en su territorio.
El doctor Kennedy había prohibido que se hablara de negocios delante de Don Corleone, pero nadie hizo caso de esta orden. El Don insistió en que el «consejo de guerra» se celebrara en su habitación. Sonny, Tom Hagen, Pete Clemenza y Tessio se reunieron con él en cuanto llegó del hospital.
Don Corleone estaba demasiado débil para hablar, pero deseaba escuchar y ejercer el derecho de veto. Cuando le dijeron que Freddie estaba en Las Vegas para aprender el negocio de los casinos, hizo un gesto de aprobación. Cuando se enteró de que Bruno Tattaglia había muerto, su gesto fue de contrariedad. Pero lo que más le disgustó fue la noticia de que Michael había matado a Sollozzo y al capitán McCluskey y luego había marchado a Sicilia. Inmediatamente, Don Corleone les indicó que salieran de la habitación. Los cuatro hombres continuaron la sesión en la biblioteca.
Sonny Corleone se acomodó en la butaca situada detrás de la mesa.
—Creo que sería mejor dejarlo al margen de todo durante un par de semanas —dijo—, hasta que el médico decida que ya está en condiciones de dedicarse a los negocios. Quiero que todo se vuelva a poner en marcha cuanto antes. La policía ha encendido la luz verde. Lo primero que debemos arreglar es lo de las loterías de Harlem. Los negros ya se han divertido bastante; es hora de que nos devuelvan el negocio. Lo han hecho muy mal, todo lo hacen mal. Algunos ni siquiera pagaron a los apostantes que han ganado. Se pasean en sus Cadillac, pero no pagan a los que se juegan el dinero o, en el mejor de los casos, sólo les pagan la mitad. No me gusta que vistan tan bien. No me gusta verlos conducir coches nuevos. No me gusta que se nieguen a pagar. Y no me gusta que se dediquen al negocio, pues perjudican nuestra reputación. Ocúpate del asunto, Tom. Luego, cuando lo de Harlem esté en marcha, arreglaremos los otros asuntos.
—Algunos de los tipos de Harlem son muy duros —apuntó Tom Hagen—. Se han acostumbrado a ganar dinero a manos llenas. No querrán volver a su anterior situación.
—Confecciona una lista con sus nombres y entrégasela a Clemenza. Él se encargará, de hacerles entrar en razón.
—No hay problema —dijo Clemenza dirigiéndose a Hagen.
Pero fue Tessio quien puso sobre el tapete la cuestión más importante, al decir:
—En cuanto empecemos a operar, las Cinco Familias iniciarán las hostilidades. Se echarán sobre nuestros loteros de Harlem y sobre nuestros corredores de apuestas del East Side. Incluso pueden tratar de hacernos la vida difícil en el ramo de la confección. Esta guerra va a costar una enorme cantidad de dinero.
—Tal vez se estén quietos —aventuró Sonny—. Saben que nuestra réplica sería contundente. Tengo razones para creer que tal vez se contenten con una indemnización por la muerte de Bruno.
—Estos últimos meses les han salido muy caros, y nos consideran responsables de ello —repuso Hagen—. Y tienen razón. Pienso que lo que quieren de nosotros es que entremos en el tráfico de drogas, aprovechando las influencias políticas de la Familia. En otras palabras, el trato de Sollozzo, pero sin Sollozzo. Aunque ellos no nos lo dirán hasta que nos hayan devuelto algunos de los golpes que les hemos asestado. Deben pensar que luego, cuando nos hayan ablandado un poco, estaremos dispuestos a escuchar sus propuestas en relación con las drogas.
—Nada de drogas —dijo Sonny ásperamente—. El Don ha dicho que no, y será no mientras él no ordene lo contrario.
—Entonces debemos enfrentarnos con un problema táctico —señaló Hagen—. Nuestro dinero está a la vista. Apuestas y lotería. Pueden herirnos con facilidad. Pero la familia Tattaglia tiene la prostitución y el sindicato de obreros portuarios. ¿Cómo podremos herirles nosotros? Algunas de las demás Familias se dedican un poco al juego, pero la mayor parte de sus ingresos procede, sobre todo, de la construcción y la usura. Además, controlan los sindicatos y obtienen los contratos gubernamentales. Su dinero no está en la calle. El night-club de los Tattaglia es demasiado famoso para que podamos actuar en él; el escándalo sería mayúsculo. Y con el Don fuera de combate, su influencia política iguala a la nuestra. El problema no es de fácil solución.
—Es mi problema, Tom —dijo Sonny—, y debo ser yo quien decida. Encárgate de que sigan las negociaciones. Reemprendamos nuestros negocios y esperemos a ver qué ocurre. Si lo que las Cinco Familias quieren es la guerra, pues la tendrán. Clemenza y Tessio tienen hombres suficientes para hacer frente a todos. Si es preciso, presentaremos batalla.
Con los «independientes» de Harlem no hubo problema. La policía se encargó de que abandonaran el negocio. Los negros nada pudieron hacer, pues por aquel entonces era prácticamente imposible que un hombre de color lograra sobornar a un policía, debido, más que nada, a los prejuicios raciales. Harlem siempre había sido considerado un problema de poca monta, y los hechos demostraron que así era, en efecto.
Las Cinco Familias golpearon en una dirección inesperada. Dos poderosos miembros del sindicato de la confección, pertenecientes a la familia Corleone, fueron asesinados. Seguidamente, los usureros de la familia Corleone fueron barridos de los muelles, así como los corredores de apuestas. Los estibadores se pasaron a las Cinco Familias. Los corredores de apuestas de los Corleone fueron amenazados para obligarlos a cambiar de bando. El más importante lotero de Harlem, un viejo amigo y aliado de la familia Corleone, resultó brutalmente asesinado. No había alternativa. Sonny dio a sus caporegimi la orden de presentar batalla.
La Familia adquirió dos apartamentos en la ciudad. Amueblarlos fue fácil, pues sólo se necesitaban colchones para que los hombres pudieran dormir, una nevera para la comida, armas y municiones. Clemenza y sus hombres ocuparon uno de los apartamentos; Tessio y los suyos, el otro. A todos los corredores de apuestas de la Familia se les asignaron guardaespaldas. En cuanto a los loteros de Harlem, se habían pasado al enemigo, así que por el momento nada podía hacerse contra ellos. Todo ello costó mucho dinero, y los ingresos eran escasos. Pasados unos meses, se hizo evidente que los Corleone llevaban las de perder. Con el Don todavía demasiado débil para intervenir, gran parte de la fuerza política de la Familia quedaba neutralizada. Además, los últimos diez años de paz habían debilitado seriamente las cualidades combativas de los dos caporegimi, Clemenza y Tessio. Clemenza seguía siendo un perfecto ejecutor de las órdenes que se le impartían, así como un buen administrador, pero había perdido capacidad de mando. En cuanto a Tessio, los años le habían ablandado demasiado. Respecto de Tom Hagen, a pesar de sus brillantes cualidades, no era el hombre indicado para ejercer el cargo de consigliere en tiempo de guerra. Su defecto principal consistía en no ser siciliano.
Sonny Corleone se daba perfecta cuenta de estos puntos débiles de la Familia, así como de que tales puntos débiles eran fatales en tiempo de guerra. Sin embargo, tenía las manos atadas; no podía hacer nada para cambiar las cosas. No era el Don, y sólo éste podía reemplazar a los caporegimi y al consigliere. Además, el hecho mismo de efectuar alguna sustitución entrañaba un peligro enorme, pues podía ser motivo de traición. Al principio, Sonny había pensado en luchar a la defensiva, a la espera de que el Don se pusiera al frente de las fuerzas de la Familia, pero con la deserción de los loteros y el miedo de los corredores de apuestas, la posición de los Corleone era cada vez más precaria. Tras reflexionar profundamente, Sonny decidió devolver golpe por golpe.
Atacaría el corazón mismo del enemigo. Planeó una gran maniobra táctica para acabar con la vida de los jefes de las Cinco Familias de una sola vez. A tal efecto, elaboró un completo sistema de vigilancia. Los jefes de las Familias no darían un solo paso sin ser espiados. Con lo que no contó Sonny fue con que, al cabo de una semana, pareció que a los jefes enemigos se los había tragado la tierra; dejaron de mostrarse en público.
Las Cinco Familias y el Imperio Corleone jugaban una dramática partida de ajedrez. ¿Quién conseguiría dar jaque mate?