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Chapter 10 - 10

El hospital era pequeño y tenía solamente una entrada. Michael miró a la calle a través de la ventana. Alrededor del edificio había un patio, atravesado por un único camino que conducía desde el exterior hasta la puerta de entrada. Quien quisiera entrar en el hospital debía pasar forzosamente por el sendero del patio. Sabía que no disponía de mucho tiempo, por lo que salió de la habitación y bajó los cuatro pisos corriendo, dirigiéndose sin pérdida de tiempo a la entrada del edificio. En uno de los lados vio el lugar destinado a las ambulancias, aunque no había ningún vehículo estacionado allí.

Michael permanecía de pie en la acera y encendió un cigarrillo. Se desabrochó la chaqueta y se situó debajo de un farol, de modo que pudiera ser visto desde lejos. Un joven caminaba rápidamente por la Novena Avenida, con un paquete bajo el brazo. Su rostro le resultó conocido, pero no conseguía recordar quién era. El joven se paró delante de él y le dijo, con acento siciliano:

—Don Michael ¿es que no me recuerda? Soy Enzo, el ayudante del panadero Nazorine, el Paniterra; ahora soy su yerno. Su padre me salvó la vida al conseguir que el Gobierno me dejara permanecer en América.

Michael hizo un gesto de asentimiento. Ya se acordaba de él.

—He venido a hacer una visita de cortesía a su padre —prosiguió Enzo—. ¿Cree usted que me dejarán entrar a estas horas?

—No, pero gracias de todos modos —contestó Michael con una sonrisa—. Le diré al Don que ha venido usted.

Por la calle llegaba un coche a toda velocidad. Michael se puso en guardia inmediatamente.

—Aléjese ahora mismo —advirtió al muchacho—. Puede haber problemas. No le interesa en modo alguno tener líos con la policía. En su situación…

Vio el temor reflejado en el rostro del joven italiano. Al mínimo desliz, Enzo corría el peligro de ser deportado.

—Si hay problemas, quiero estar aquí para ayudar —replicó el joven con voz firme—. El Padrino se lo merece todo.

Michael se emocionó. Estaba a punto de decir nuevamente al joven que se marchara, cuando cambió de idea y decidió permitirle que se quedara. Dos hombres en la puerta del hospital tal vez bastaran para desanimar a un posible atacante, mientras que uno solo sería insuficiente. Dio un cigarrillo a Enzo y se lo encendió. Ambos permanecieron bajo del farol en la fría noche de diciembre. El verde de la hierba del jardín y los multicolores adornos navideños se reflejaban en ellos. Casi habían terminado sus cigarrillos cuando un largo coche negro, procedente de la Novena Avenida, entró en la calle Treinta y se dirigió a toda velocidad hacia donde estaban ellos. El automóvil aminoró la marcha y Michael se esforzó por ver el rostro de sus ocupantes echando, como sin querer, el cuerpo hacia adelante. Cuando parecía que iba a detenerse por completo, el coche salió disparado; alguien debía haberlo reconocido. Michael dio a Enzo otro cigarrillo y reparó en que las manos del panadero estaban temblando. Lo más sorprendente fue comprobar que las suyas seguían firmes.

Siguieron fumando hasta que, pasados unos diez minutos, el silencio de la noche fue roto por la estridente sirena de un coche de la policía. Desde la Novena Avenida, un coche patrulla entró a toda velocidad por el sendero del hospital. Otros dos vehículos seguían al primero. De pronto, la entrada del hospital se llenó de policías de uniforme y agentes de paisano. Michael lanzó un suspiro de alivio. El buen Sonny había actuado bien. Michael se acercó a saludar a los recién llegados.

Dos corpulentos agentes le agarraron los brazos, mientras otro le registraba rápidamente. Acto seguido, un corpulento capitán de la policía, con una placa dorada en la gorra, se acercó. Sus subordinados se apartaban respetuosamente para dejarle paso. Era un hombre ágil, muy ágil teniendo en cuenta su corpulencia y su edad. Tenía las sienes plateadas y el rostro rubicundo. Se acercó a Michael y le increpó ásperamente.

—Pensaba que ya os había puesto a todos entre rejas. ¿Quién diablos eres y qué estás haciendo aquí?

Uno de los agentes que sujetaban a Michael intercedió:

—No está implicado, capitán.

Michael permaneció en silencio. Estaba estudiando al capitán.

—Es Michael Corleone, el hijo del Don —dijo un agente de paisano.

—¿Qué pasó con los agentes que debían estar protegiendo a mi padre? —preguntó Michael con serenidad—. ¿Quién les ordenó que abandonaran sus puestos?

El rostro del capitán se encendió de cólera.

—¿Y quién diablos eres tú para darme órdenes? Fui yo quien les dije que se marcharan. No me importa que los gángsters se maten los unos a los otros. Si de mi dependiera, no movería un dedo para proteger la vida de tu padre. Y ahora márchate inmediatamente, inútil. Y no te acerques por el hospital más que en horas de visita.

Michael seguía estudiándolo atentamente. No estaba enfadado por lo que el policía acababa de decir, sino que intentaba pensar con lucidez. ¿Cabía la posibilidad de que Sollozzo fuera uno de los ocupantes del primer automóvil, y que le hubiera visto de pie en la entrada del hospital? Sollozzo tal vez había telefoneado al capitán para decirle: «¿Cómo es posible que los hombres de Corleone estén todavía en el hospital, a pesar de que le he pagado para que los encerrara?». ¿Y si todo había sido cuidadosamente planeado, como había dicho Sonny? Las piezas encajaban. Con voz todavía tranquila, dijo al capitán:

—No voy a salir del hospital hasta que ponga guardias en la puerta de la habitación de mi padre.

El capitán no se molestó en responder.

—Phil, encierre a este mamarracho —ordenó al agente que permanecía de pie a su lado.

—El muchacho nada tiene que ver, capitán —replicó el agente, indeciso—. Es un héroe de guerra y nunca se ha mezclado en los asuntos de su padre. La prensa armará un escándalo.

El capitán se encaró con su subordinado, ruborizado de ira.

—¡Que lo encierre, he dicho! —gritó.

Michael, todavía tranquilo, dijo con acento irónico:

—¿Cuánto le paga el Turco por «defender» a mi padre, capitán?

El oficial se volvió hacia él.

—Inmovilizadle —ordenó a los dos corpulentos policías.

Michael sintió que le agarraban los brazos con fuerza. Vio que el enorme puño del capitán avanzaba en dirección a su cara. Trató de esquivar el golpe, pero el puño se estrelló contra su mandíbula. Le dio la impresión de que una granada había estallado dentro de su cabeza. De su boca empezó a manar sangre, y escupió algunos dientes. Sintió que las piernas se negaban a sostenerlo. Si los dos policías no le hubiesen sostenido, hubiera caído. Pero no había perdido el conocimiento. El agente de paisano se puso delante de él, para evitar que el capitán volviera a golpearlo.

—Por Dios, capitán: le ha hecho daño de verdad.

—Ni siquiera lo he tocado —replicó el capitán, casi gritando—. Me atacó y se cayó. ¿Entiende? Se negaba a dejarse arrestar.

A través de una cortina de sangre, Michael vio que estaban llegando más coches, de los que, segundos más tarde, bajaron varios hombres. Uno de ellos, según pudo ver, era el abogado de Clemenza.

El letrado se puso a hablar con el oficial. Su tono era suave y firme a la vez.

—La familia Corleone ha contratado los servicios de una agencia de detectives para proteger al señor Corleone. Los hombres que me acompañan tienen licencia de armas, capitán. Si usted los arresta, mañana por la mañana deberá comparecer ante el juez para explicar por qué.

El abogado dirigió una mirada a Michael.

—¿Quiere usted denunciar al que le ha golpeado? —le preguntó.

—He resbalado… He resbalado y me he caído.

Vio una sonrisa de triunfo en la cara del capitán, y él también trató de sonreír.

Quería ocultar a toda costa el odio frío que acumulaba en su cerebro, no deseaba que nadie se diera cuenta de la rabia que le dominaba. El Don hubiera reaccionado igual. Luego notó que lo trasladaban al hospital y perdió el conocimiento.

A la mañana siguiente, cuando despertó, supo que le habían soldado la mandíbula y que había perdido cuatro dientes del lado izquierdo de la boca. Junto a él estaba Hagen.

—¿Me anestesiaron? —preguntó Michael.

—Sí —respondió Hagen—. Tenías trozos de hueso clavados en las encías, y sin anestesia hubieras sufrido mucho.

—Aparte de lo de la mandíbula y la boca ¿tengo algo más?

—No, nada —contestó Hagen—. Sonny quiere que vayas a Long Beach. ¿Te sientes con fuerzas para el viaje?

—Desde luego. ¿Cómo está el Don?

Hagen se sonrojó.

—Creo que el problema está resuelto. Hemos contratado a una agencia de detectives, y toda la zona alrededor del hospital está siendo vigilada. Ya terminaré de contártelo todo durante el viaje.

Al volante iba Clemenza; Michael y Hagen se sentaban detrás.

—Dime ¿se sabe ya lo que ocurrió realmente? —preguntó Michael, cuya cabeza no dejaba de dar vueltas al asunto.

—Sonny tiene un contacto en la policía —contestó Hagen—. Se trata de Phillips, el agente que trató de protegerte. Él fue quien nos dio el soplo. El capitán, McCluskey, ha sido siempre un sujeto muy duro; lo era ya en sus tiempos de simple patrullero. Nuestra Familia le ha pagado mucho dinero. Es un hombre muy ambicioso, y no se puede confiar en él. Por lo visto Sollozzo le ha pagado más. McCluskey arrestó, después de la hora de visita, a todos los hombres de Tessio que permanecían en el hospital. El hecho de que algunos llevaran armas no hizo sino empeorar las cosas. Luego hizo salir del hospital a los dos agentes que estaban en la puerta de la habitación de tu padre. Alegó que los necesitaba en otra parte, y aseguró que otros dos hombres vendrían a sustituirles. Mentira. Le habían pagado para que dejara al Don sin protección. Y Phillips me dijo que no aceptaría el fracaso de sus planes, que probaría suerte otra vez. Sollozzo debe haberle pagado una fortuna, además de prometerle hasta la Luna.

—¿Han dicho algo de mis heridas los periódicos?

—Nada, ni una palabra —contestó Hagen—. Nadie está interesado en que se sepa, ni la policía ni nosotros.

—Bien. ¿Enzo logró huir? —quiso saber Michael.

—Sí. Fue más listo que tú. Cuando los policías llegaron, él se marchó. Aseguró que estuvo a tu lado cuando pasó el coche de Sollozzo. ¿Es eso cierto?

—Sí, lo es. Es un buen muchacho.

—Velaremos por él. ¿Te sientes bien? Pareces agotado —comentó Hagen, preocupado.

—Estoy muy bien, no te preocupes —replicó Michael—. ¿Cómo se llama ese capitán?

—McCluskey. Cambiando de tema, Mike ¿sabes que la familia Corleone ha conseguido anotarse un buen tanto? Bruno Tattaglia ha muerto a las cuatro de esta madrugada. Pienso que la noticia te hará sentir mejor.

—¿Cómo ha sido? —dijo Michael—. Estaba convencido de que no haríamos nada.

—Después de lo que sucedió en el hospital, Sonny se enfureció. Nuestros hombres están esparcidos por Nueva York y Nueva Jersey. La noche pasada hicimos la lista. He intentado frenar a Sonny, Mike. Tal vez sería mejor que trataras de hablarle. Creo que el asunto todavía puede resolverse sin necesidad de iniciar una guerra abierta.

—Hablaré con él —repuso Michael—. ¿Hay conferencia esta mañana?

—Sí. Al final Sollozzo ha dado señales de vida, y quiere entrevistarse con nosotros. Un negociador está arreglando los detalles. Eso significa que la victoria es nuestra. Sollozzo sabe que ha perdido, y ahora quiere intentar salir con vida del lío por él provocado.

Después de una breve pausa, Hagen prosiguió:

—Tal vez pensó que éramos presa fácil porque no devolvimos el primer golpe. Ahora, con uno de los hijos de los Tattaglia muerto, sabe que no puede jugar con nosotros. Al disparar contra el Don, Sollozzo inició un juego demasiado peligroso. Olvidaba decirte que hemos confirmado lo de Luca. Lo mataron la noche antes del atentado contra tu padre, en el night-club de Bruno. ¿Qué te parece?

—No me extraña que lo sorprendieran con la guardia baja —dijo Michael.

La alameda de Long Beach estaba bloqueada por un gran automóvil negro, estacionado de través. Dos hombres permanecían apoyados en el vehículo.

Michael observó que las ventanas de los pisos superiores de las dos casas de cada lado estaban iluminadas. Era evidente que Sonny estaba dispuesto a llegar hasta el final.

Clemenza estacionó el coche fuera de la alameda, y los tres hombres se adentraron en ella. Los dos guardianes eran hombres de Clemenza, y éste les saludó con un ademán. Los dos inclinaron levemente la cabeza, correspondiendo al saludo de su jefe. No hubo sonrisas ni apretones de mano. Clemenza, Hagen y Michael Corleone entraron en la casa.

Antes de que tuvieran tiempo de llamar, otro guardián les abrió la puerta. Era evidente que había estado observándoles desde una ventana. Rápidamente, se dirigieron al despacho, donde Sonny y Tessio les estaban esperando. Sonny se acercó a Michael y le pasó las manos por la cabeza.

—Perfecta. Ha quedado perfecta —bromeó.

Michael le apartó las manos y se dirigió al mueble bar. Se sirvió un whisky, confiando en que el licor le aliviaría el dolor de la mandíbula.

Los cinco se sentaron alrededor de la mesa, en una atmósfera diferente de las de las reuniones anteriores. Sonny estaba más alegre y Michael sabía a qué obedecía tanta animación. En la mente de su hermano ya no había dudas. Se había decidido, y ahora nada podría detenerlo. Lo que Sollozzo había hecho la noche anterior colmó el vaso de su paciencia. Ahora ya no habría tregua alguna.

—El negociador ha llamado mientras estabais fuera —dijo Sonny a Hagen—. El Turco quiere reunirse con nosotros enseguida —lanzó una sonora carcajada y prosiguió—: Hay que reconocer que tiene redaños ese hijo de puta. Después de lo de anoche, se atreve a solicitar una entrevista para hoy mismo o para mañana. Mientras, considera que debemos permanecer con los brazos cruzados, atentos a sus menores deseos. Desde luego, es inaudito.

—¿Y qué le has contestado? —preguntó Hagen, cautelosamente.

Sonny sonrió.

—He aceptado, naturalmente. Tengo un centenar de hombres en la calle las veinticuatro horas del día. Si Sollozzo se deja ver, es hombre muerto.

—¿Hubo una propuesta concreta? —quiso saber Hagen.

—Sí. Quiere que enviemos a Mike a hablar con él. El negociador nos garantiza la seguridad de Mike. Sollozzo no nos pide garantías para él, pues sabe que no está en condiciones de pedirlas. Así, pues, quiere ser él quien lo arregle todo. Los hombres del negociador llevarán a Mike al lugar de la entrevista. Mike escuchará a Sollozzo, y luego le dejarán ir. Pero el lugar de la reunión es secreto. La promesa es que el trato será tan bueno, que no podremos rechazarlo.

—¿Y qué hay de los Tattaglia? —preguntó Hagen—. ¿Cómo les habrá sentado lo de Bruno?

—Eso forma parte del trato. El negociador dice que la familia Tattaglia está de acuerdo en seguir con Sollozzo. Olvidarán lo de Bruno. Es el precio que han tenido que pagar por lo que hicieron a mi padre. Según ellos, una cuenta borra la otra.

—Creo que deberíamos escuchar lo que tienen que decirnos —apuntó Hagen, prudente.

Sonny movió varias veces la cabeza exageradamente, en señal de negativa.

—No, no, consigliere, esta vez no.

Y su voz tenía un marcado acento italiano al decir estas palabras.

—Nada de entrevistas. Nada de discusiones —prosiguió—. Nada de soportar nuevos trucos de Sollozzo. Cuando el negociador vuelva a ponerse en contacto con nosotros, quiero que le deis un mensaje. Quiero a Sollozzo. Si no, será la guerra. Nos iremos a las trincheras y movilizaremos a todos nuestros hombres. Los negocios se resentirán, pero no importa.

—Las otras Familias no permitirán una guerra abierta —dijo Hagen—. Sería demasiado perjudicial para todos.

Sonny se encogió de hombros.

—Pues tienen una solución muy sencilla —contestó—. Que me den a Sollozzo, o que luchen contra la familia Corleone.

Sonny permaneció en silencio unos segundos y luego, rudamente, prosiguió:

—No más consejos, Tom. Ya he tomado una decisión. Tu misión es la de ayudarme a vencer. ¿Entendidos?

Hagen asintió y por un momento se concentró en sus propios pensamientos.

—He hablado con tu contacto en el Departamento de Policía —dijo después—. Me ha asegurado que el capitán McCluskey figura en la nómina de Sollozzo y que éste le paga una verdadera fortuna. Y hay más. Por lo visto McCluskey también tendrá su porcentaje en el negocio de las drogas. McCluskey ha aceptado ser guardaespaldas de Sollozzo. El Turco no se atrevería a dar un paso sin McCluskey. Cuando se reúna con Mike, McCluskey estará sentado a su lado. Vestido de paisano, pero armado. Quiero que entiendas, Sonny, que mientras Sollozzo esté protegido como lo está en estos momentos, es invulnerable. Nadie hasta hoy ha liquidado impunemente a un capitán de la policía de Nueva York. La presión que ejercerían la prensa, las autoridades y la Iglesia sería tremenda. Las Familias saldrían a cazarte abiertamente. La familia Corleone estaría perdida. Incluso los más influyentes amigos del Don se esconderían. En consecuencia, Sonny, te ruego que tengas todo esto en cuenta.

—McCluskey no puede estar continuamente al lado de Sollozzo. Esperaremos.

Tessio y Clemenza daban nerviosas chupadas a sus cigarros, pero no se atrevían a hablar. Si prevalecía la opinión de Sonny, serían ellos los que tendrían que exponer el pellejo.

Por primera vez, Michael abrió la boca.

—¿Es posible trasladar al Don aquí? —preguntó a Hagen.

—Eso es lo primero que pregunté —respondió Hagen—. Es imposible. Todavía está muy mal. Se salvará, pero necesita continuos cuidados, y hasta es posible que tengan que intervenirle. Imposible.

—En ese caso, hay que ir a por Sollozzo enseguida —resolvió Michael—. No podemos esperar. El tipo es demasiado peligroso y no tardaría en sorprendernos con otra de sus ideas. Recuerda que para él el objetivo principal sigue siendo nuestro padre, aunque sabe que en estos momentos le va a ser muy difícil. Ahora bien, si intuye que queremos matarle, hará un nuevo intento contra el viejo, se jugará el todo por el todo. Y con ese capitán de la policía como ayudante ¿quién sabe lo que puede ocurrir? No podemos correr ese riesgo. Debemos eliminar a Sollozzo enseguida.

Sonny, con la mano en la barbilla, meditaba profundamente.

—Tienes razón, muchacho —convino—. Has dado en el clavo. No debemos dar a Sollozzo la oportunidad de descargar un nuevo golpe contra el Don.

—¿Y qué hay del capitán McCluskey? —intervino Hagen.

Sonny se volvió a Michael y le dirigió una extraña sonrisa.

—Eso. ¿Qué hay del duro capitán de la policía?

—Lo que propongo es una medida extrema, ya lo sé —replicó Michael, midiendo cuidadosamente sus palabras—. Sin embargo, hay ocasiones en que cualquier extremismo está justificado. Imaginemos que decidimos matar a McCluskey. Lo que procedería, ante todo, sería implicarlo hasta tal punto que ya no fuera un honrado capitán de policía en misión de servicio, sino un corrompido oficial mezclado con la Mafia. En nuestra nómina tenemos periodistas que se encargarán de publicar la noticia en primera página. Lo que debemos hacer, claro está, es conseguir pruebas contra el capitán. El revuelo, entonces, sería mucho menor, como es lógico, pues no es lo mismo que muera un policía honrado, que un policía corrompido y traidor. ¿Es o no es buena mi idea?

Michael miró deferentemente a los otros. Tessio y Clemenza parecían abatidos y guardaron silencio. Sonny, con la misma extraña sonrisa de antes, dijo:

—Adelante muchacho, lo estás haciendo muy bien. Tal como solía decir el Don, la sabiduría está en la boca de los niños. Adelante, Mike, sigue hablando.

Hagen también sonreía, aunque disimuladamente. Michael prosiguió:

—Quieren que me entreviste con Sollozzo. Bien. Seríamos tres: yo, Sollozzo y McCluskey. Arréglalo todo para pasado mañana y ordena a nuestros informadores que procuren averiguar dónde se celebrará la conferencia. Insiste en que tiene que ser un lugar público: no voy a permitir que me lleven a ninguna casa o apartamento. Que sea un bar o un restaurante, y a la hora de la cena, cuando el local esté más lleno de gente. Así todos nos sentiremos más seguros. Ni siquiera un hombre tan desconfiado como Sollozzo podría imaginar que pensamos disparar contra el capitán allí mismo. Naturalmente, me registrarán, por lo que deberé acudir a la cita sin armas. Necesitamos que alguien me proporcione un arma después. Me encargaría de los dos.

Los cuatro hombres lo miraron fijamente. Clemenza y Tessio quedaron boquiabiertos. Hagen parecía triste, pero no sorprendido. Empezó a hablar, pero cambió de idea y se calló. Por su parte, Sonny, el de la enorme cabeza de Cupido, se echó a reír a carcajadas, con una risa que le salía del alma. Señaló a Michael y trató de decir algo, pero no pudo. De su boca sólo salían sonoras carcajadas.

—Tú, el intelectual de la familia —logró decir entre carcajada y carcajada—, el que nunca ha querido saber nada de los asuntos de su padre, ahora te propones matar a un capitán de la policía y a Sollozzo, y todo porque McCluskey te dio un puñetazo. Te lo estás tomando como un asunto personal, y no es más que una cuestión de negocios. Quieres matar a los dos tipos únicamente para vengar un puñetazo.

Clemenza y Tessio, que no habían captado el verdadero significado de las palabras de Sonny, estaban convencidos de que éste se reía de su hermano menor, y por ello miraban a Michael sonrientes y con un cierto aire de superioridad. Sólo Hagen permaneció impasible.

Michael los fue mirando uno por uno, hasta que sus ojos se detuvieron en Sonny, que seguía riéndose.

—¿Que tú te encargarás de los dos? —dijo Sonny—. Vamos, muchacho; te aseguro que no conseguirás ninguna medalla. Lo que sí te garantizo, en cambio, es que acabarás en la silla eléctrica. Esto no es cosa de héroes, muchacho. A la gente no se la mata desde un kilómetro de distancia. Hay que disparar cuando se tiene al enemigo cerca, cuando se está seguro de no fallar. Vamos, chico, no te tomes las cosas tan a pecho. Al fin y al cabo, sólo fue un puñetazo.

Terminado el corto discurso, Sonny siguió riendo.

Michael se levantó.

—Creo que harías bien en dejar de reírte.

El cambio operado en Michael había sido tan extraordinario, que a Clemenza y a Tessio se les borró la sonrisa de los labios. Michael no era alto ni corpulento, pero su presencia parecía irradiar peligro. En aquel momento era la viva imagen de Don Corleone. Su mirada era dura y su tez había adquirido un tono pálido. Parecía dispuesto a saltar sobre su corpulento hermano mayor en cualquier momento. Era indudable que, de haber tenido un arma en la mano, Sonny hubiera corrido peligro. Sonny dejó de reír, y Michael, con voz mortalmente fría, le dijo:

—No crees que soy capaz de hacerlo ¿eh, imbécil?

—Sé que puedes hacerlo —respondió Sonny, completamente serio—. No me reía de tus palabras, sino de lo que son las cosas, de las vueltas que da el mundo. Yo siempre he dicho que eras el más duro de la Familia, más incluso que el Don. Tú eras el único que se atrevía a enfrentarte a nuestro padre. Recuerdo cómo eras de niño. ¡Vaya temperamento el tuyo! Hasta te atrevías a pegarte conmigo, y eso que yo era bastante mayor que tú. Y Freddie recibía una paliza tuya por lo menos todas las semanas. Ahora, sin embargo, Sollozzo te ha escogido a ti para la entrevista por considerar que eres el más débil de nosotros… Todo porque te dejaste pegar por McCluskey y porque nunca te has mezclado en las peleas de la Familia. Se figura que nada tiene que temer de ti, lo mismo que McCluskey, que debe de tenerte en muy pobre opinión.

Después de una corta pausa, Sonny continuó:

—Lo que ellos ignoran es que, después de todo, eres un Corleone. Yo soy el único que lo ha sabido siempre. Durante los tres últimos días he estado esperando a que, en el momento menos pensado, te quitaras el disfraz de muchacho prudente. He estado aguardando a que te decidieras a convertirte en mi brazo derecho, para así, juntos, luchar contra los que quieren destruir a nuestro padre y a nuestra Familia. Al final, sólo ha hecho falta un puñetazo en la mandíbula.

Sonny hizo como si fuera a golpear la mandíbula de su hermano, en broma, claro está, y concluyó:

—¿Qué te parece?

La tensión había desaparecido por completo.

—Mira, Sonny —dijo Mike—, creo que mi propuesta es la única salida viable. No podemos dar a Sollozzo otra oportunidad de liquidar a nuestro padre. Parece que yo soy el único que tendrá ocasión de estar cerca de él. Además, la idea ha sido mía. Por otra parte, no creo que puedas encargar a otro la tarea de liquidar a un capitán de la policía. Tal vez tú lo harías, pero tienes esposa e hijos y, además, tienes que dirigir los negocios de la Familia mientras se recupera nuestro padre. De modo que sólo quedamos Freddie y yo. Freddie no se ha recuperado todavía de la impresión que sufrió cuando el atentado contra el viejo, por lo que no se puede contar con él. Quedo sólo yo. Sentido común. El golpe en la mandíbula nada tiene que ver.

Sonny fue a abrazarlo.

—No me importan tus razones —comentó—. Lo que importa es que ahora estás con nosotros. Y te diré otra cosa: considero que tu idea es perfecta. ¿Qué opinas tú, Tom?

—El razonamiento de Mike es coherente —contestó el consigliere—. Estoy convencido de que Sollozzo no es sincero al decir que quiere llegar a un acuerdo. Creo que tratará nuevamente de liquidar al Don. Por lo tanto, lo único que cabe hacer es tratar de eliminarlo. Tenemos que acabar con él, aunque con él caiga el capitán de la policía. Pero el que haga el trabajo sudará lo suyo. ¿Será Mike?

—Puedo hacerlo yo —apuntó Sonny.

Hagen hizo un gesto de impaciencia.

—Sollozzo no permitiría que te acercaras a él, ni aunque contara con el apoyo de diez capitanes de la policía. Además, eres el jefe en funciones de la Familia. No, no puedes arriesgarte.

Hizo una breve pausa y prosiguió, dirigiéndose a Clemenza y a Tessio:

—¿Tenéis algún hombre realmente capacitado y de confianza a quien encargarle el trabajo? No tendría que preocuparse por dinero en todo el resto de su vida.

—No tengo a nadie a quien Sollozzo no conozca —respondió Clemenza—. Por otra parte, Sollozzo desconfiaría de Tessio y de mí.

—¿Y no podría hacerlo alguien realmente duro, pero poco conocido en el ambiente en que nos movemos? —dijo Hagen—. Un novato, quiero decir.

Los dos caporegimi movieron la cabeza en un gesto negativo. Tessio sonrió, como para quitar aspereza a sus palabras.

—Eso sería como hacer jugar en primera división a un chiquillo de diez años.

Secamente, Sonny interrumpió la conversación.

—Tiene que ser Mike. Y ello por mil razones diferentes. La más importante de todas es que le creen poco capaz. Y puede realizar el trabajo, os lo garantizo. Además, será el único que tendrá la oportunidad de acercarse al Turco. Ahora, pues, sólo nos queda estudiar la mejor forma de protegerlo. Tom, Clemenza, Tessio: averiguad dónde se celebrará la conferencia, cueste lo que cueste. Cuando lo sepamos, nuestra misión consistirá en estudiar la manera de hacer llegar un arma a Mike. Clemenza, quiero que te encargues de escoger un arma realmente segura, que sea imposible de identificar. Si es de corto alcance no importa; lo que sí interesa es que su potencia sea grande, cuanto más grande, mejor. Tampoco es preciso que sea un arma de alta precisión, pues Mike disparará casi a quemarropa. Mike, cuando acabes de disparar, deberás arrojar la pistola al suelo. Es fundamental que no te pillen con el arma en la mano. Clemenza, trata la culata y el gatillo con aquel producto que tú tienes para impedir dejar huellas. Recuerda, Mike, que podremos acallar a cualquier testigo, pero si te atraparan con el arma en la mano, entonces nada podríamos hacer. Te brindaremos toda la protección posible, y tendremos un coche a punto para huir. Luego saldrás a disfrutar de unas largas vacaciones, en espera de que amaine la tempestad. Sé que te pido mucho, Mike, pero no quiero que te despidas de tu chica, ni siquiera que la llames por teléfono. Cuando hayas salido del país, yo mismo me encargaré de decirle que estás bien. Éstas son mis órdenes. Y quiero que se cumplan —luego añadió sonriendo—: Ahora quédate con Clemenza y acostúmbrate a manejar la pistola que pondrá a tu disposición. Incluso puede ser conveniente que practiques un poco. Nosotros nos encargaremos de todo lo demás. Absolutamente de todo. ¿De acuerdo, muchacho?

De nuevo Michael sintió aquella deliciosa frialdad en todo su cuerpo.

—No tenías por qué ordenarme que no hablara con mi chica de un asunto como éste —dijo Michael—. ¿Qué creías que iba a hacer? ¿Llamarla para decirle adiós?

—De acuerdo, Mike —respondió Sonny, sin dar importancia a la observación de su hermano—. Pero todavía eres un novato y he preferido aclararlo todo. Olvídalo.

Con una mueca que quería ser una sonrisa, Michael replicó:

—¿Qué quieres decir con eso de novato? He escuchado siempre los consejos de nuestro padre con la misma atención que tú. De no haberlo hecho así ¿crees tú que sería tan listo?

Y los dos hermanos se echaron a reír.

Hagen sirvió bebida para todos. Parecía un poco triste. El estadista obligado a hacer la guerra, el abogado obligado a recurrir a la ley…

—Bien. De cualquier modo, por lo menos ahora sabemos qué vamos a hacer —dijo