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Chapter 4 - Capítulo 3

La tienda se sacudía con una furia incontrolable, zarandeándonos como títeres manipulados por un titiritero siniestro. El suelo bajo nuestros pies se desgarraba en una danza caótica. La oscuridad persistente que nos envolvía ahora era solo el preludio de un terror mucho más grande, uno que acechaba implacablemente al otro lado de la endeble barrera de tela y madera.

Mis pasos vacilantes me llevaron al borde de la tienda, y, con Draktharos a mi lado, contemplé el desolador espectáculo que se desplegaba ante nosotros. Un gusano colosal, surgía de las profundidades de la tierra. Se retorcía y ondulaba en una coreografía abominable, como si fuera la pesadilla más lúgubre materializada en carne y hueso. Sus fauces enormes se abrían y cerraban en un ritmo ominoso, emitiendo un sonido sordo.

—¡No puedo moverme, me quedé atrapado! 

Los gritos de los alienígenas llenaron el aire:—¡Dioses, ayúdanos!— y —¡No quiero morir aquí!— resonaban por doquier, mezclándose con los aterradores alaridos de aquellos que se veían atrapados por las fauces del monstruo. Mientras tanto, los guardias luchaban con desesperación, sus armas disparaban rayos de energía, y lanzaron proyectiles explosivos hacia la colosal bestia. Sin embargo, sus esfuerzos resultaron inútiles.

—¡Mis hijos, necesito llegar a mis hijos!

El gusano, en su furia insaciable, rugía y retumbaba como un demonio hambriento los estruendos de su avance aterrorizaban aún más a los presentes. La pesadilla se cernía sobre nosotros, y nuestra única esperanza era llegar a nuestras naves espaciales antes de que fuera demasiado tarde.

Los guardias, aunque luchaban valientemente, también dejaron escapar palabras de desesperación:

—¡Necesitamos ayuda, alguien, por favor!

—¡Maldición, nuestras armas son inútiles!

—¡Envíen refuerzos de inmediato! ¡Estamos siendo aniquilados!

En medio del caos, no pude evitar soltar una maldición gutural y furiosa. —¡Maldita sea esa condenada bestia! —gruñí, con los dientes apretados y el corazón latiendo desbocado. La obscenidad escapó de mis labios como un rugido de rabia.

Los rascacielos y las tiendas de campaña parecían vibrar al ritmo de los gigantescos segmentos de su cuerpo, torciéndose y ondeando con una gracia brutal mientras se abría paso por las calles de la ciudad.

De manera abrupta, el gusano serpenteante pasó a toda velocidad ante mí, y me vi arrojada hacia atrás por su incontenible fuerza. Mi cuerpo colisionó con un torso esculpido, firme como una roca. Un par de brazos poderosos actuaron como un escudo humano, absorbiendo el impacto con una destreza que solo podía atribuirse a la maestría de un guerrero.

—¿Te encuentras bien? ¿No te hiciste daño? —me miró con sus profundos ojos llenos de preocupación. Sus palabras, aunque guturales y extrañas, mostraban una sincera inquietud.

—Estoy... estoy bien

—¡Vaya! Quién lo diría, el día en que caerías rendida en mis brazos. —sus cejas se alzaron en una mirada sugerente y provocativa.

—Solo tú podrías hacer una broma tan estúpida. —bufé, incapaz de contener mi respuesta ante su arrogancia.

—Tal vez deberías agradecer que te protegí con mis fornidos brazos —propuso, con una mirada abrasadora que me robó el aliento, antes de apartarse y ayudarme en el proceso.

—¡Eso te daría suficiente ego para alimentar conversaciones por una década!.—gruñí con un tono venenoso.

Él soltó una risa burlona que resonó en mis oídos como una carcajada malévola —Siempre tan orgullosa, como solo una Thorne sabe serlo.—

—No esperaba que me salvaras la vida.—murmuré, mi voz tratando de mantener una firmeza que se veía desafiada por la irritación que su actitud me provocaba. Su arrogancia era legendariamente asfixiante— Creí que tu arrogancia era tanta, que te impedía salvar a otros.

Él asintió, aún con esa sonrisa malditamente arrogante en su rostro. —Por supuesto, no esperaba que me agradecieras con un beso.—

Antes de que pudiera replicar a su desagradable respuesta, noté una tabla suelta en el techo de la tienda, a punto de caer directamente sobre nuestras cabezas. No sé cómo lo hice, pero de alguna manera encontré la fuerza para empujarlo lejos, apartándonos del peligro inminente. El estruendo ensordecedor de la madera al golpear el suelo resonó en nuestros oídos.

— Supongo que ahora no soy quien debe dar las gracias —dije con una mirada triunfal, el corazón aún latiendo con la adrenalina de la cercana catástrofe.

— Evadne —advirtió con una mirada penetrante, su tono decidido.— Tendremos esta conversación en otro momento. —Nos levantamos del suelo juntos, la tensión en el aire era palpable.

—Estoy de acuerdo —respondí con determinación— Es hora de abandonar este maldito planeta.

Afuera, el mundo nos recibió con su peligro latente. Los dos éramos conscientes de que esta era solo una pequeña muestra de lo que enfrentábamos en nuestro intento por escapar de este planeta inhóspito. Corrimos a través del suelo árido de Thaloria, mis pulmones ardían y corazón palpitaba frenético, Cada respiración era un recordatorio de la urgencia de nuestra huida, de la batalla que se libraba a nuestras espaldas, de las explosiones y disparos que sacudían el suelo detrás de nosotros.

Por el rabillo del ojo, pude visualizar cómo un par de guardias se abalanzaron hacia Draktharos en una formación protectora, con sus armas en alto, avanzando decididamente hacia su nave. Cada paso que daba me acercaba un poco más a la seguridad de mi nave. Pero en ese instante crítico, mi comunicador holográfico parpadeó con insistencia. Respiré agitadamente y lo activé con un gesto apresurado. En la proyección holográfica, apareció Harlox con la mirada angustiada y el sudor perlado en la frente.

—¡Evadne, ¿Dónde diablos estás?! —exclamó Harlox, su preocupación palpable en cada palabra. Mi garganta se apretó, y me esforcé por mantener la calma.

—Estoy en camino —respondí con voz firme, tratando de transmitir confianza.— Mantén a salvo a la tripulación. No te preocupes, llegaré pronto.—

—Le diré a Brakthar que vaya por ti —sugirió Harlox, buscando una solución rápida en medio de la tensión.

—No, despeguen la nave. Estoy cerca —respondí, sintiendo la urgencia en cada fibra de mi ser.

—¡Estás loca! —exclamó Brakthar en la comunicación. —No te dejaremos allí afuera para ser devorada.

¡Maldición, he dicho que llegaré! —repliqué con vehemencia—. ¿Saben algo de Nalor? Nos separamos en el mercado, y desde entonces...

La respuesta llegó abruptamente, interrumpiendo mis palabras como un rayo de preocupación.—Estoy bien, preocúpate por ti — habló, cortando mi inquietud en el proceso. —Asegúrate de llegar a la nave pronto.

Asentí con rapidez a través del Holo comunicador, tratando de exprimir mis palabras en el breve espacio de tiempo que teníamos. —Voy de cami...

¡EVADNE!

Mi conversación se vio abruptamente interrumpida un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando una voz gruesa y gutural pronunció mi nombre de forma casi ominosa. Giré bruscamente hacia la dirección de la voz, encontrándome con los ojos preocupados y llenos de un profundo terror en el rostro de Draktharos. Se acercaba hacia mí en una patineta voladora, y en sus manos reposaba un arma de Zyphronia, su planeta natal.

Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando sentí la escalofriante presencia del gusano a mis espaldas. Me giré con rapidez, enfrentando a la bestia que serpenteaba su largo cuerpo, preparada para devorarme en un instante.

—¡Evadne! ¿Qué está pasando? —apenas logré escuchar la voz de Aizza por el comunicador, entre las maldiciones constantes de Brakthar.

Sin permitir que el temor se apoderara de mis sentidos, mis dedos buscaron la granada que había robado de uno de los puestos del mercado. Inmóvil, esperé a que la boca de ese ser estuviese lo suficientemente cerca para lanzar la granada en su boca repleta de puntiagudos dientes.

— ¡Acaso te haz vuelto loca, mujer! —una leve electricidad me recorrió al sentir el sólido pecho de Draktharos contra el mío. Me sostenía con firmeza, arrancándonos de las fauces de la bestia. El gusano emitió un grito estruendoso y retrocedió, retorciéndose y ondulando su cuerpo en un intento furioso por perseguirnos.

—¡Porque mierda tardaste tanto! —bramé con una mezcla de alivio y frustración 

Sus labios se apretaron en una línea dura mientras me mantenía aferrada a su cuerpo. —Un gracias sería más apropiado —Las palabras salieron como un suspiro áspero. —Lo que hiciste fue una locura, Evadne. Podrías haber muerto.

—No te daré la satisfacción de verme en ese estado —dije tratando de mantener mi orgullo a flote mientras lo miraba con desafío.

—Eres increíble, mujer —replicó él, con una expresión que mezclaba incredulidad y admiración—. Incluso cerca de la muerte, no dejas de joder.

—¿Qué puedo decir? Sacas lo peor de mí —admití, dejando que la honestidad aflorara en medio de la tensión.

—Existen tantas cosas que deseo sacarte —susurró él, con una mirada ardiente que se clavó en lo más profundo de mis ojos—

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y mi respiración se volvió más agitada. La tensión entre nosotros se intensificó, amenazando con consumirme por completo. Si no fuera por la criatura que nos perseguía, habría sucumbido a la atracción que sentía por él en ese mismo instante.

En ese momento, los guardias del reino de Draktharos aparecieron en el horizonte, cada uno portando poderosas armas de Zyphronia.

— ¡Allí están! —gritó uno de los guardias, señalándonos mientras sus rayos láser trazaban líneas de fuego en el cielo. Dispararon con precisión hacia la bestia que aún nos perseguía. Las explosiones y los destellos de luz la desorientaron, haciendo que retrocediera.

A medida que nos acercábamos a la nave, un estruendo ensordecedor llenó el aire. Giré la cabeza y vi con horror cómo un edificio cercano colapsaba, arrojando escombros y polvo en todas direcciones. Draktharos dio un repentino giro hacia la derecha, esforzándose por esquivar los escombros que caían. La patineta se tambaleó peligrosamente en el aire, y él luchó por mantener el equilibrio mientras maniobraba con destreza para evitar todos los objetos peligrosos que se acercaban.

A pesar de los incansables esfuerzos de Draktharos por maniobrar y esquivar los escombros, una gran viga de metal nos golpeó con fuerza y nos arrojó al suelo. Caímos con un impacto tremendo, todo fue caos y confusión. Mi cabeza latía con un zumbido constante, y busqué con mis ojos borrosos el cuerpo de Draktharos. Este estaba apartando con fuerza los escombros que habían caído sobre él y, cuando su mirada, cargada de inquietud, se cruzó con la mía. Con cuidado, se aproximó a mí sus fuertes manos sujetaron con firmeza mis brazos, y con un esfuerzo conjunto, logramos que me incorporara, aunque tambaleándome por el impacto previo.

— ¡Demonio! Evadne, no flaquees ahora —gruñó, arrastrándome por la desértica calle de Thaloria.

— P.. Por allí —señalé con voz entrecortada por el dolor que recorría mi cuerpo, como si cada músculo gritara su agonía— mi nave...

Mis palabras apenas salieron en un susurro, pero por suerte, él comprendió. Procurando que el gusano no nos tuviera en su campo visual, nos movimos por las calles.

— Permíteme que te lleve, llegaremos más rápido a la nave —propuso con una voz comprensiva.

— No, gracias —susurré, el dolor entrecortando mis palabras—. Puedo caminar por mi cuenta. —agregue con el tormento acechando en mi interior.

— Tu cuerpo está hecho trizas —insistió con preocupación—. No es momento para mantener la terquedad, Thorne.

— No estoy siendo terca, puedo moverme sin problemas —aseguré, ocultando el dolor que mi maltrecho cuerpo me infringía, y con una determinación que nunca antes había sentido, avanzaba con más firmeza y rapidez.

Negó con la cabeza, visiblemente malhumorado. — ¡Por los quinblarks, mujer!

— Deja de protestar y pon en marcha ese trasero alienígena tuyo. Si no quieres ser el siguiente en el menú de esa criatura.

— Soy un guerrero Zyphronia, esa cosa no es rival para mí —respondió con una arrogancia que me hizo rodar los ojos con frustración.

— Eres un Zyphronia bastante seguro de ti mismo —replique con un toque de sarcasmo en mi voz—. Pero confío más en mis propias piernas que en tu ego.

Avanzábamos en perfecta sintonía, esquivando los escombros esparcidos en el suelo tembloroso debido a los estruendosos rugidos de la criatura que acechaba en la lejanía. El sofocante calor del planeta solo intensificaba nuestra desesperación por escapar.

— Thorne, apresúrate —gruñó

— No necesito que me lo digas dos veces —respondí mientras aceleraba el paso. La adrenalina fluía a borbotones por mis venas, y el dolor que había estado reprimiendo se transformaba en una furia impulsora. 

La tierra se abría en fisuras peligrosas, y los pilares de roca oscilaban, amenazando con aplastarnos en cualquier momento.

— ¡Allí! —exclamé, señalando una abertura en la pared rocosa que conducía a la plataforma de aterrizaje de alguna nave. Corrimos hacia ella, y un destello de esperanza llenó mi cuerpo al divisar una nave estacionada en la distancia.