La delgada espada rosó la ancha hoja desviándola por algunos centímetros hacia la derecha, lo que provocó que la graciosa figura que la sostenía ni siquiera tuviera que esquivar. Su largo cabello dorado revoloteó al viento como para declarar su triunfo, mientras su delgada hoja seguía hacia adelante como si fuera el viento que fluye, deteniéndose en la garganta de Drizzle que hizo una mueca y levantó una mano para rendirse, demasiado agotado para decir nada.
Su oponente retiró su espada y lo miraba asesar con indiferencia. Su largo cabello dorado hondeaba ante el suave viento, y su figura de hada nocturna y rostros de ángel fijaban sus ojos azules en Drizzle como preguntándole si eso era todo.
Como era su costumbre desde hacían ya diez años, ellos habían estado practicando con la espada durante toda la tarde.
Drizzle jadeaba como un perro en pleno medio día y todo su cuerpo temblaba al borde de caer debido a su propio peso, pero la figura de hada no tenía ni una gota de sudor.
Drizzle se negaba a admitirlo y con él todo su campamento, pero esa apariencia divina no era superada por ninguna mujer que él hubiese visto antes.
Esa era la bendición de una línea de sangre real, la sangre divina que le daba a sus portadores más destacados, una apariencia que envidiarían los propios ángeles. Drizzle aguardó un minuto para poder recuperar algo de fuerza y miró el pecho plano de su rival.
—¡Marica mentiroso! —gruño Drizzle liberando su resentimiento. Acto seguido, él recibió un puñetazo en la cara que hizo chasquear su nariz y brotar un par de lágrimas.
Drizzle cayó de espaldas y recibió dos fuertes patadas en las costillas, que le hicieron perder la respiración y ver todo negro.
—¡Bastardo! —insultó la suave voz de Alexander mientras se alejaba y lo dejaba revolcándose en su dolor.
Alexander era tan fácil de ofender, que Drizzle no tenía que molestarse en pensar lo que debía decir.
Drizzle sostuvo sus doloridas costillas y cuando pudo volver a respirar, él se sentó y miró al cielo teñido de nubes rojizas por el atardecer.
El bosque a cien metros de él ya era un lugar oscuro, y los peñascos de rocas dispersos por el terreno plano en donde estuvieron practicando con la espada, ya proyectaban largas sombras sobre el corto pasto.
Drizzle se puso de pie y guardó su espada en su funda para volver a mirar al cielo.
—No hay mejoras —susurró Drizzle con una mueca.
Ya llevaba dos meses sin poder avanzar ni un poco. Con esto quedaba claro que ya había alcanzado los límites de su cuerpo. Esta era toda la fuerza y destreza que un humano sin magia podía obtener. Era tan poca, que hasta una bestia del bosque podría amenazar su vida.
Alexander entrenaba con él toda la tarde, pero Drizzle sabía que el tipo de carácter explosivo se estaba conteniendo. Si lo quisiera, podría terminar con él en menos de un segundo, y él ni siquiera se enteraría cómo había muerto.
Se trataba de talento innato. Él era un humano de lo más común. Hasta su apariencia era común. 1,80m, cabello negro corto, rasgos promedio. No tenía ni rastro de magia en su sangre, no tenía un cuerpo con talento para el combate, y todo lo que podía hacer era gracias a una práctica intensa y haber arriesgado su vida en incontables escaramuzas a lo largo de diez años de entrenamiento constante. En cambio, Alexander era un portador de la sangre divina.
Antes no era así. En un principio, y a pesar de su apariencia, él no tenía talento natural para su propia magia y era tan débil como un humano común. Ellos entraron a la compañía mercenaria al mismo tiempo.
Para ese entonces, Drizzle solo tenía diez años y Alexander rondaba los veinte, pero ambos eran novatos y cuando practicaban, terminaban luciendo igual de miserables, a pesar de que Alexander le superaba en diez años. Pero no era que Drizzle fuera fuerte, sino que Alexander era demasiado débil.
Alexander era tan débil que el oponente que seleccionaron para él, era un niño de diez años y aun así no podía derrotarlo, lo que provocaba las burlas de toda la compañía hacia él. Alexander tenía el cuerpo de una chica no mayor de dieciocho años, esbelta y delicada, con 1,70m de altura. Hasta los chicos de doce y trece años que entraban a la compañía, barrían el suelo con él, ya que su apariencia frágil y débil no era algo falso.
De esa forma, Alexander terminó emparejado con Drizzle que había entrado a la compañía a los diez años y no iba a negar que darle palizas a alguien diez años mayor que él le hacía sentir algo de satisfacción.
Alexander y él entrenaron por años, obteniendo su lugar en la compañía, pero para cuando ingresaron como reclutas oficiales, un año después, algo ya había cambiado con Alexander. Él fingía estar al mismo nivel que Drizzle, pero Drizzle que seguía entrenando con él todos los días, se daba de cuenta que nada era igual y que Alexander solo estaba fingiendo. Él ya era más fuerte que todos los hombres de la compañía juntos y su fuerza crecía y crecía a una velocidad absurda, como si hubiese recordado de pronto que llevaba diez años de retraso.
Había un abismo insuperable entre su fuerza y la de Drizzle. Él era un humano común y la sangre de Alexander había despertado en algún momento.
«Nosotros nunca fuimos iguales», pensó Drizzle con resignación. Él no llegaría más allá de este punto y la fuerza de Alexander seguía creciendo día a día. Era el momento de parar su entrenamiento de diez años.
Entrenar durante todo el día, ya era algo innecesario, bastaría con algo de ejercicio diario para mantenerse en forma. A partir de ahora, podía ocupar su tiempo en otras actividades. Él no era una persona que pensara demasiado las cosas. Este era su límite y si bien era demasiado débil, eso era algo que ya sabía que sucedería, y por tanto lo aceptaba. No había más que él pudiera hacer.
Drizzle rebuscó una venda en el pequeño bolso de cuero que llevaba a la cintura, y la colocó en la nariz para volver al campamento que estaba a unos quinientos metros de él. Al llegar, el Sol ya se había ocultado y las tiendas de campañas estaban en sombras, iluminadas por las antorchas en medio de las calles creadas por la alineación de las tiendas.
Drizzle caminó hacia su propia tienda situada al centro del campamento mientras saludaba a los que les tocaba guardia ese día, que se fijaron en su nariz y se echaron a reír. Llevar la nariz rota, era la marca personal de haber ofendido a Alexander.
—¿Qué pasó Drizzle? ¿Te has propasado con alguien? —preguntó un guardia.
—Drizzle, recuerda que la apariencia no lo es todo —dijo otro.
Drizzle les mostró el dedo medio y siguió adelante en silencio. Él llegó a su tienda y vio la luz de una lámpara que venía desde dentro. Drizzle retiró la solapa de la tienda y entró para dar un suspiro.
Al fondo de la tienda, había una chica que aparentaba unos dieciséis años, 1,72m de altura, largo cabello negro, ojos negros y vestido negro. A ella le gustaba el negro, pero su piel era pálida, porque el Sol le desagradaba y rara vez salía de la tienda. Cuando lo hacía usaba sombrilla. Ella también era hermosa, más que Alexander, ya que a diferencia de Alexander, Darkness si tenía pechos que resaltaban su figura.
Drizzle sacudió la cabeza y se apresuró a ir hacia Darkness. Él le había dado otro nombre al nacer, un nombre heroico y orgulloso que Drizzle creyó digno de ella, pero Darkness no lo había aceptado y se dio su propio nombre.
—¿Qué estás haciendo? —reprendió Drizzle quitándole un tobo de agua que Darkness llevaba en la mano. Ella se irguió y se limpió una gota de sudor de la frente.
Drizzle miró la bañera de madera que ya estaba casi al nivel de agua requerido, solo faltaba un tobo de agua, el que él había colocado en el suelo después de quitárselo a Darkness.
—He cargado agua del pozo para ti. También he puesto a calentar agua —dijo señalando hacia el caldero con orgullo—. Tu baño ya está listo, déjame ayudarte con tu armadura —agregó.
Drizzle hizo una mueca, pero dejó que le ayudara con la coraza sintiéndose indefenso.
—Darkness, yo soy quien debería hacer estas cosas —dijo Drizzle.
—No me molesta hacerlas yo —dijo Darkness con sencillez, soltando las correas de la coraza que llevaba Drizzle.
En su compañía no usaban peto. Su armadura consistía en un casco, una coraza completa con una falda de tachones de cuero y perneras. Ese era su equipo de armadura para el cuerpo, sin nada más. Era el equipo más eficiente que podían llevar sin añadir demasiado peso y proteger las partes más importantes del cuerpo.
En primer lugar, las tripas y el cerebro. Casi cualquier herida en esos dos lugares podría matar a un soldado, por lo que su compañía se había comprado las corazas que eran más grandes que un peto común y cubrían el abdomen y la cintura con eficiencia. Dependiendo de las circunstancias, una espada en las tripas podía ser más catastrófica que una en el corazón.
Esto se debía al funcionamiento de la magia curativa que en opinión de Drizzle tenía tres niveles de dificultad. El nivel uno, eran heridas abiertas, que hasta los sanadores principiantes podían cerrar.
En segundo lugar, estaban las infecciones, que eran unas diez veces más difíciles y ningún sanador novato podía curarlas. Por último, el tercer nivel que eran las enfermedades. Cosas como debilidades del corazón, malformaciones, parálisis o cosas así, eran lo más difícil de curar.
Drizzle no conocía a ningún sanador de este nivel, aunque sabía que existían, eran personas como los altos sacerdotes de la iglesia divina, a los que nunca había visto en toda su vida.
En resumen, ese era el orden de la sanación y en teoría, una espada en las tripas, al ser una herida abierta, podía curarse sin ninguna dificultad.
El problema era el contenido de las tripas. Una vez agujereadas, todo el cuerpo entraba en contacto con los excrementos y desechos, lo que hacía que cerrar la herida no fuera suficiente y si se dejaba así, la persona moriría abombada después de gritar de dolor y fiebre durante semanas, dependiendo de su fortaleza física.
Como los sanadores que podían curar infecciones, eran algo escaso, y muy caros, era mejor tomar las debidas precauciones y su compañía había obrado en consecuencia.
Una vez desatadas las correas de cuero que mantenían las dos tapas de la coraza unidas, Drizzle la retiró de su cuerpo y fue a colocarla en un maniquí al pie de su cama. Allí estaba su robusto casco, su lanza y su escudo. Era el resto de su equipo, pero solo lo usaba cuando estaban en campaña. Drizzle se apresuró a alejar a Darkness que intentó quitarle las perneras y se apresuró a quitárselas él mismo.
—Antes no te importaba que te ayudara —se quejó Darkness que siempre le acusaba de dejar de quererla.
Drizzle hizo una mueca. «Antes éramos niños», pensó Drizzle, pero no dijo nada. Ya se lo había explicado, pero ella no lo entendía sin importar qué tanto tratara él de explicárselo. Ella no podría entenderlo en toda su vida y eso era algo que Drizzle ya sabía desde hacía mucho tiempo.
Drizzle se apresuró a quitarse las perneras y después las botas, seguido de su gambesón y túnica, mientras Darkness lo miraba con descontento.
Drizzle no podía hacer nada para que ella dejara de mirarle. Ya le había dicho mil veces antes que era inapropiado, pero ella no lo entendía. Ella usaba ropa, porque Drizzle se lo había pedido y porque la necesitaba para protegerse del frio, que sí era algo que ella podía entender.
Drizzle tomó un paño, se lo envolvió en la cintura y procedió a quitarse el pantalón y el calzón. Darkness lo miró sin entender nada. Para ella lo que él hacía era un absurdo.
Drizzle no dijo nada y mescló el agua en la bañera para meterse dentro. Mientras él hacía esto, Darkness había buscado algunas vendas y se las colocó en la nariz.
Drizzle sintió un alivio inmediato. Estas vendas llevaban la magia de un sanador. No era un amuleto y su magia no curaba nada más allá de cortes o heridas superficiales, pero era suficiente para su nariz y en unos minutos ya estaría curada.
—No deberías molestar a Alexander, un día de estos se enojará de verdad —aconsejó Darkness.
—Ya tiene treinta años y sigue soltero. A pesar de su apariencia de chica de diecisiete, pronto va a hacerse viejo. Durante su juventud le marginaron demasiado y ahora todo su valor ha sido suprimido.
»Solo le estoy empujando un poco para que deje de esconderse en este lugar. Es un favor por nuestra amistad. Si le sigo llamando gay o marica, un día de estos su carácter explosivo superará sus miedos y terminara casándose. Es un método probado con gran efectividad a través de la historia —aseguró Drizzle.
Darkness lo miró sin entender. «Es como explicarle los colores a un ciego», pensó Drizzle. Darkness no sentía deseos sexuales, amor romántico, placer sexual o nada que tuviera que ver con la reproducción.
No era como los magos que se limitaban a no sentir deseos, se podría decir que Darkness no entendía lo que era el deseo o el placer. Drizzle la miró de arriba abajo. Ella parecía humana, pero no lo era. Y no era una expresión filosófica hecha basándose en su comportamiento.
Drizzle la había visto nacer y había crecido con ella. Ella podía tener un cuerpo humano, pero ella no era humana. Drizzle siempre supo esto y aun así eligió protegerla. Solo él sabía que ella era la criatura que hacía que a la gran mayoría de humanos les temblaran las piernas en la oscuridad, el llamado «Engendro».
Drizzle sonrió mirando a la chica que agarraba agua de la bañera y la vertía sobre su cuerpo usando sus manos. Ella no parecía en lo absoluto una criatura sacada del infierno o un ser cruel y despiadado. Él tampoco creía que de repente su personalidad fuera a cambiar.
De hecho, la profecía no mencionaba en ningún lado que ella fuera un ser malvado o desquiciado, solo mencionaba lo que iba a hacer. Pero esto a la vista de cualquier persona que se detuviera a pensar un minuto, no tenía por qué ser algo malo, después de todo, se necesitaban dos para iniciar una guerra y Darkness no tenía ningún interés en la humanidad. Ella veía a todas las personas de la misma forma.
Darkness no envidiaba nada que tuvieran los humanos, no quería tierras y no sentía odio. Si Drizzle tuviera que decir quién era un villano entre Darkness y los magos, elegiría sin dudar a los magos, que eran orgullosos, arrogantes, egoístas y miraban al resto de la humanidad como meras herramientas, los continentes de este mundo eran prueba de ello. Drizzle miró a Darkness sintiéndose algo triste y dolido en su corazón.
—¡Lo siento! —se disculpó Drizzle mirando la pequeña tienda de campaña. Él había decidido protegerla y cuidarla desde que nació, pero mirando a su al rededor, se daba cuenta lo poco que podía ofrecerle.
Drizzle no tenía ninguna fuente de riquezas, no tenía habilidad como comerciante, no era de familia noble, ni tenía posesiones en ningún lado. Él no era más que un niño zarrapastroso sin ningún talento que se había unido a una compañía de mercenarios, y después de diez años de arriesgar su vida, esto era lo máximo que podía ofrecerle. Él había saqueado gran cantidad de oro, pero considerando el origen de Darkness, él necesitaba más que oro para poder vivir en otro lugar que no fuera alejado de la civilización.
Hasta ahora, esto era lo mejor que podían tener. Una carpa de lona gruesa de seis por seis, una cama, la cantidad justa de almohadas y sabanas, un caldero, una mesa con dos sillas, una alfombra para que no se metan los bichos, una bañera con un tobo para buscar agua y algunos cachivaches más.
Del otro lado de la cama había una biblioteca con unos cincuenta libros valiosos, que eran producto del robo. Él era miembro de una compañía mercenaria, no había forma de que tuviera para comprar libros que valían más que una casa. Él los había robado de sus incursiones en castillos de la nobleza, durante las escaramuzas en las que había participado. Darkness también miró a su alrededor, pero sacudió la cabeza y lo abrazó para frotarse contra su pecho.
—No importa. Pronto recuperaré todo lo que me han robado y viviremos en un castillo —aseguró Darkness pero su voz era algo temblorosa y se aferraba con fuerza a él.
Drizzle estaba tenso por su abrazo, pero entendía sus miedos y acarició su cabello con suavidad para consolarla.
Según la propia Darkness, alguien le había robado algo muy importante al nacer. Ella no sabía qué era ese algo, ni cómo se veía, pero sabía que era parte de su propio ser y alguien lo había tomado a la fuerza, dejándola débil e indefensa.
Drizzle sabía el estado actual del mundo y sabía que sin importar su origen, el que se descuidara un poco en este mundo acabaría perdiendo hasta la última pluma, pero hasta ahora no había oído de alguien al que le hubieran robado parte de su ser al nacer. Al parecer la delincuencia estaba alcanzando niveles sub-realistas en este mundo.
Drizzle apartó a Darkness de su pecho con suavidad. Él se levantó y se puso la ropa que Darkness le había buscado. Él se vistió a toda la velocidad que pudo y apretó con fuerza al engendro entre sus piernas para que no le hiciera pasar ninguna vergüenza.
Era horrible que este tipo de cosas pasaran en frente de Darkness que a pesar de no poder entender nada de lo que él le explicaba, no detenía sus preguntas sobre todo lo que le pasaba. Drizzle sabía que cualquier día de estos le haría morir de vergüenza.
Drizzle recogió su ropa sucia y la metió en un saco. Al día siguiente debía ir al pueblo para mandar a lavar su ropa sucia y la de Darkness.
Drizzle se dirigió a la cama donde ya se había acostado Darkness y lo esperaba con los brazos abiertos. Drizzle tragó saliva, pero se acostó de espaldas hacia ella sin hacer protestas. Por mucho que hablara, ella no iba a entender que ya no eran niños y no podían dormir juntos. Él ya tenía veinte años y Darkness catorce. Ya desde los doce años su figura había empezado a crecer como una explosión y las noches para Drizzle se habían tornado muy... Tensas. Darkness lo abrazó por el pecho y lo aseguró recostando su cuerpo de su espalda.
—Buenas noches —dijo Darkness asegurando sus manos alrededor de su pecho con firmeza.
—Buenas noches —dijo Drizzle en tención sintiendo la suavidad de sus tetas tocando su espalda.
«Quizás deba dormir con la armadura puesta. ¿Oh dios misericordioso, hasta cuando voy a ser torturado de esta forma?», oró Drizzle en su mente a pesar de que su fe en dios era inexistente.
—Tus oraciones no servirán, a cualquier dios que trate de arrebatarte de mí, lo cortaré en pedazos y lo echaré a un pozo. Nadie volverá a robar las cosas que me pertenecen —gruño Darkness con decisión. Drizzle hizo una mueca. Ella ni siquiera tenía la fuerza para despedazar a un conejo.
—Darkness, no soy tu posesión. Nunca serviré a nadie, por eso soy un mercenario. Cuido de ti, porque es algo que he decidido por voluntad propia, no tiene que ver con un deber, honor o compromiso —explicó Drizzle. Darkness afianzó su abrazo.
—Por eso siempre serás mi posesión —aseguró Darkness.
Drizzle decidió mejor dormirse lo más rápido posible. Después de dos años de acoso por parte de las tetas de Darkness, ya era un experto en situaciones en las que se encontraba bajo presión.
Drizzle pensó que era irónico que el ser al que el mundo entero temía, durmiera todas las noches abrazada a lo que ella creía era su última posesión, temerosa de que alguien pudiera robarla mientras dormía.
Drizzle apagó una de las lámparas de aceite que estaba al lado de la cama, y otra quedó encendida cerca de la entrada, dejando la carpa en sombras donde estaban ellos dos.
…
Drizzle despertó en la mañana, antes de que el Sol saliera, pero al igual que hacían todos en el campamento, esperó a que fueran las siete para salir fuera, ya que Alexander era un busca bullas al que no le importaba traumatizar a la gente y Drizzle ya tenía suficiente con el acoso que sufría por parte de Darkness.
Drizzle despertó a Darkness para que lo liberara de su abrazo, le dio un beso en la frente y se levantó para asearse y hacerle el desayuno. El usó huevos, morcilla y pan algo duro con lonchas de jamón. Drizzle comió junto a ella.
La comida también le era indiferente a Darkness a pesar de poder notar su sabor. Ella comía con el mismo entusiasmo que cuando vagaban por las islas de niños y Drizzle solo podía proporcionarle ratas asadas para comer. No era que ella no distinguiera los sabores, sino que todos parecían darle lo mismo a pesar de que su cuerpo reaccionaba como el de un humano ante los diferentes tipos de comida. Si no comía, sufría de desnutrición, si comía cosas en mal estado, enfermaba.
—Si me deseas, ¿por qué no me tomas? Eres muy raro —acusó Darkness cuando levantó la cara y lo pilló mirándola.
«Tú eres la rara, eres la cosa más rara que he visto en mi vida», gritó Drizzle en su mente, pero no lo dijo. Ella no lo entendería. Tampoco respondió a su pregunta, porque ya habían tenido la misma conversación varias veces durante el último año.
Darkness no lo entendía por más que él lo explicara. No sabía por era inapropiado que durmiera con él, no entendía lo incomodo que le hacía sentir al dormir juntos, y para nada comprendía sus sentimientos familiares hacía ella, confundiéndolos con deseos. Drizzle solo podía llorar en su mente, y pensar que un día de esto sucedería algo espantoso, y entonces él moriría de vergüenza…
—¿Por qué no buscas una esposa? Alexander tiene treinta años, pero tú ya tienes veinte, ya no eres tan joven —dijo Darkness interrumpiendo sus pensamientos.
Como él le dijo que se preocupaba por la soltería de Alexander, ella había concluido que debía preocuparse por la de él. «Dios, ¿qué he hecho?», pensó Drizzle.
—Alexander quiere una familia, yo no. Como todos los miembros de las líneas de sangre real, está obsesionado con tener descendencia y que su familia no se extinga. Pero yo soy un huérfano sin un apellido.
»Mi madre también era una huérfana que murió joven y mi padre se fue por su propio lado, quizás ya haya muerto. Por mi parte, no tengo interés en crearme un apellido, ni la necesidad de tener hijos o una esposa —explicó Drizzle, y se levantó, para darle un abrazó y un beso en la frente. —Tengo que ir al pueblo para mandar a lavar nuestra ropa y comprar la comida. ¿Quieres venir conmigo? —preguntó Drizzle.
—No, voy a ayudar al jefe con los documentos de los nuevos reclutas —dijo Darkness correspondiendo a su abrazo. Drizzle asintió y señaló la entrada.
Ya había pasado media hora más de lo necesario, pero era mejor no arriesgarse, él ya tenía muchos traumas y no necesitaba más. Darkness sacudió la cabeza, pero no se negó a mirar si era seguro salir. Ella abrió las solapas de la tienda y asomó la cabeza.
—Puedo verlo, Alexander está en el centro con los nuevos reclutas, está vestido y lleva su armadura puesta —informó Darkness.
Drizzle asintió con agradecimiento y salió de la carpa. Antes él se había burlado de los magos por no poder sentir deseos, pero después de muchas experiencias, en especial ahora que era acosado por las noches, empezaba a creer que sus deseos eran una maldición y que los magos eran unos tipos muy afortunados.
El trauma del que huía toda la compañía por las mañanas, era el mismo Alexander. Él insistía en pasearse en guayucos por todo el campamento y al que se oponía, le rompía la cara. Tampoco era que hubiera nada extraño en su comportamiento.
En las compañías mercenarias, la armadura y el vestir eran para las batallas, el resto del día era común pasarlo sin camisa y con la menor cantidad de ropa posible, ya que con el entrenamiento constante, la sudoración excesiva y el maltrato de los golpes y jalones, la ropa terminaba hecha harapos mugrientos y hediondos en poco tiempo. Se podía decir que era un desperdicio de dinero andar vestido con algo más que unos guayucos. Pero en su compañía de mercenarios las cosas eran diferentes.
A las siete, cuando todos salían de sus carpas como si fuera de acuerdo mutuo, todos llevaban puesto camisa, pantalones y la coraza de la armadura. Al que se detectara en guayucos se le daba una paliza y se devolvía a su tienda.
Eran las reglas del campamento desde que Alexander se volvió demasiado fuerte para que el jefe pudiera intimidarlo y hacer que se pusiera su ropa y armadura, que eran de vital importancia para que nadie acabara traumado de por vida.
Era una decisión que se había tomado en secreto, aunque la única persona de la que se mantenía en secreto este asunto era de Alexander, porque el resto de la compañía había participado en la reunión secreta, después de que la mayoría de la compañía se quejara de haber sido traumados por haber visto a Alexander en guayucos y se negaran a salir de sus tiendas.
Drizzle caminó al centro de la plaza y miró a los pocos reclutas que se ofrecían para su compañía, a pesar de que se habían publicitado en las aldeas y en la ciudad, ofreciendo una paga regular, un buen entrenamiento, muchos viajes y grandes aventuras. Por supuesto, nada de eso era cierto.
El entrenamiento era infernal y si como él, no se tenía talento para el combate, era dos veces más infernal, y se terminaba con cayos en el trasero de tantos tablazos que se recibía por parte del entrenador.
La paga dependía de los contratos, y si no había contratos no había paga. Si los nobles de la región estaban en paz, eso eran malas noticias para ellos.
Los viajes eran lo peor de todo. Cargar con el equipo de día y ser azotado por el frio, los bichos y las bestias salvajes de noche. Las aventuras que corrían eran siempre las mismas, pararse con un escudo y una lanza al lado de otros hombres y avanzar corriendo un riesgo moderado de morir por una flecha afortunada que lograra colarse entre las defensas. En fin, que la vida de mercenarios era una mierda.
Lo único que atraía a la gente en este negocio era el pillaje. Cuando los demás morían, el que llegara primero podía quedarse con todo. Los castillos de los nobles también tenían muchas cosas que robar.
—¿Algo interesante? —le preguntó Drizzle a Alexander que observaba todo con los brazos cruzados en su pecho.
Alexander señaló a un tipo desmayado a unos diez metros de ellos. Había unas cincuenta personas en el lugar y nadie le prestaba atención.
—Al imbécil no se le ocurrió mejor cosa que hacer que venir a coquetear conmigo. —Alexander lo miró con seriedad—. Creo que todos los hombres que no son magos están enfermos —dijo Alexander. Ellos habían llegado a la misma conclusión, pensó Drizzle que lo miró algo sorprendido. Él asintió en acuerdo dejando a Alexander confuso
—También está ese de allí —dijo Alexander señalando a uno de los que estaba en la fila—. Los demás me han mirado como diez veces, pero ese tipo a estado mirando al frente con indiferencia —dijo Alexander. Drizzle sonrió y se emocionó.
—Un mago —dijo mirando al hombre. Era un hombre de unos veinticinco, cabello negro, ojos castaños, apariencia normal, 1,75m de altura.
—No te emociones tanto, es de sangre divina, por su apariencia, su poder debe ser peor que basura —dijo Alexander.
Drizzle no estaba de acuerdo, pero no en lo de que su poder fuera débil. Cuando se trataba de los magos de sangre divina o los de la sangre del dragón de dos cabezas, su apariencia podía decir qué tan poderosos eran, porque su magia se concentraba en sus cuerpos y mientras más magia poseían, más perfectos se veían. Era una regla implícita para estas dos líneas de sangre.
Drizzle miró a Alexander. Su familia había cometido el gran error de ignorar su apariencia y mirar sus pobres resultados de juventud, y de esa forma perdieron a un mago en extremo poderoso.
—No soy fuerte, es tu imaginación —dijo Alexander con frialdad. Drizzle hizo una mueca. Este infeliz era demasiado irracional.
Drizzle se encogió de hombros, además de su apariencia, Alexander también tenía el carácter volátil de una mujer y llevarle la contraria acabaría en una nariz rota en casos leves o en una paliza de muerte en casos graves.
La compañía se limitaba a dejarle andar a sus anchas, de todas formas no podían hacer nada para remediarlo y este artefacto explosivo de mal carácter ya era parte de su compañía, Drizzle debía admitir que lo extrañaría si se marchara, pues ¿qué iba a hacer un mago tan poderoso en una compañía como la suya? Si se iba con los miembros de su sangre, quizás recibiera un alto cargo en la iglesia divina.
Drizzle fijó su atención en el hombre que había llegado hasta el jefe adjunto, un hombre de barba espesa y amplia pansa al que le faltaba una pierna y que se encargaba de todo lo relacionado a la administración de la compañía.
El jefe adjunto miró al hombre con los ojos entrecerrados. Los otros diez reclutas eran campesinos o pueblerinos de no más de trece años. Eran la única clase de idiotas que buscaría empleo en una compañía mercenaria tan pequeña. Pero este hombre ya tenía suficiente edad para saber en lo que se estaba metiendo y no parecía ser ningún retrasado, por lo que su aparición ya era sospechosa.
Los únicos reclutas que presentaban estas características eran los prófugos de la justicia que buscaban donde esconderse o los que tenían tan mala fama que ya no les aceptaban en las grandes compañías mercenarias.
—Nombre y habilidades —dijo el jefe adjunto con tono neutro.
—Alan Flamel —dijo el hombre con porte orgulloso—. En cuanto a mis habilidades. —El hombre levantó una mano con gesto teatral y una bola de fuego apareció en su mano—. ¿Te parece suficiente esto? —preguntó con arrogancia.
Los nuevos reclutas miraron con asombro, miedo e ilusión. Los miembros de la compañía que observaban la escena hicieron una mueca al igual que el jefe adjunto. Ellos habían participado en innumerables escaramuzas y en todas ellas había por lo menos uno o dos magos que lanzaban bolas de fuego. Todos conocían este hechizo a la perfección a pesar de no ser magos.
—No solo es basura él y su poder, sino que es la peor clase de basura que hay, una basura a la que le gusta presumir ante los débiles —dijo Alexander con satisfacción.
Eso significaba que ellos eran los débiles, pensó Drizzle, pero no se molestó, porque en efecto, ellos eran meros humanos, y cualquier mago de grado medio podría encargarse de todos ellos si se daban las condiciones apropiadas.
El jefe adjunto iba a hablarle al mago, pero Drizzle se apresuró a silbar y a llamar su atención para hacerle una señal con la mano. El jefe adjunto hizo otra mueca encogiéndose de hombros y dándole un papel al hombre para que firmara su contrato de una vez.
A los reclutas solo se les anotaba el nombre y solo después de haber cumplido con el entrenamiento se les daba un contrato con el que participarían y podrían dividir los botines de la batalla.
—¿Qué haces? ¡Ese tipo es un imbécil y su poder es basura. Hasta un escudo en mal estado podría parar esa bola de fuego y lo sabes bien! —reprendió Alexander.
Drizzle levantó las manos en gesto de paz en caso de que quisiera golpearle. Alexander se mordió los labios. Drizzle había tenido razón, el infeliz planeaba golpearle.
—Todos los magos son arrogantes y orgullosos —dijo Drizzle con tranquilidad.
—Falso. Todos los magos son arrogantes, orgullosos y muy poderosos —replicó Alexander—. Este es un imbécil, débil, arrogante y orgulloso —agregó.
—Si yo pudiera lanzar bolas de fuego con un pensamiento, no me consideraría débil —replicó Drizzle.
—Si tú pudieras lanzar bolas de fuego, hasta yo saldría corriendo. Pero ese de allí no eres... —Drizzle sonrió de oreja a oreja. Alexander se atragantó al ver que se le había ido la lengua—. Quiero decir que saldría corriendo por que soy débil... —Drizzle lo ignoró y le hizo otra seña al jefe adjunto que llamaba su atención para preguntarle qué quería hacer con el inútil que tenía enfrente.
El mago no sabía que lo estaban insultando porque hablaban en señas. Drizzle le respondió que lo mandara con él. El jefe adjunto asintió y lo señaló.
—Ve con él —le ordenó al mago. El mago frunció el ceño, pero asintió y caminó hacia él.
Drizzle se despidió de Alexander que seguía buscando excusas para su metedura de pata y se dirigió a las afueras del campamento, alejado de la vista de todos los demás. Él se detuvo a quinientos metros del campamento, donde solía entrenar con Alexander.
—¿Eres el jefe de la compañía? —preguntó el mago.
«Él es arrogante, pero no le falta cerebro», pensó Drizzle. Él pudo darse cuenta de que el jefe adjunto lo iba a rechazar y que Drizzle le dio indicaciones para que lo aceptara.
—No, no soy el jefe. Soy el concejero de la compañía. Mi trabajo es dar consejos como hice hace un momento —explicó Drizzle. El mago asintió y señaló a su alrededor.
—¿Qué quieres hacer? ¿Probar mi poder? —preguntó. Drizzle negó con la cabeza y se apartó hasta cuatro metros del mago que frunció el ceño.
—No necesito probar tu poder, ya sé que tus habilidades son peor que la basura —dijo Drizzle con sinceridad.
El mago levantó la mano y una bola de fuego apareció y salió disparada hacia él.
Drizzle sacó la espada y golpeo la bola de fuego de diez centímetros de diámetro, con el lado plano de la hoja, provocando que cayera aun lado y quemara el pasto. El mago no se rindió y lanzó una bola de fuego detrás de otra. Drizzle las apartó con la misma facilidad sin moverse ni un centímetro de su posición. El mago rechinó los dientes, pero se dio por vencido.
—No me he alejado para esquivar tus ataques, lo hice para evitar que te sintieras amenazado por la espada y perdieras la concentración —explicó Drizzle—. Como te dije antes, tus habilidades son basura —dijo acercándose a él y mirando el bosque.
—Si eso piensas, ¿por qué has hecho que me contrataran? —preguntó el mago suprimiendo su furia.
Drizzle asintió, como supuso antes, él era arrogante como todos los magos, pero su inteligencia no era algo que faltara. Se podría decir que era afortunado que él diera con un mago de grado bajo. Estos estaban destinados a ser carne de cañón para sus familias y habían sido pisoteados e ignorados en tantas ocasiones por los suyos, que hasta eran capaces de aceptar hablar y recibir órdenes de las personas comunes, la mayoría de ellos aún mantenían una relativa inocencia.
—Porque pienso que tus habilidades son basura, pero tu poder no lo es —respondió Drizzle y el mago se rio.
—Si piensas que mis habilidades son basura, entonces piensas que mi poder es basura. Ambos son lo mismo. Las habilidades de un mago dependen de su poder —dijo el mago con arrogancia.
—Falso —replicó Drizzle con tono sereno—. Tu poder, la magia, es algo asombroso y muy poderoso. En la actualidad, es el mayor poder de este mundo. ¿Cómo podría ser basura? —preguntó Drizzle levantando una ceja. El mago pareció confuso.
—La magia es asombrosa, pero no todos tienen el mismo poder —replicó el mago como si Drizzle tratara de burlarse de él.
—¿Tienes un libro de hechizos? —preguntó Drizzle extendiendo la mano. El mago dudó.
Drizzle sabía por qué. Los libros eran cosas muy costosas. Ni hablar de un libro de magia que eran cosas exclusivas de los magos y que muchas veces estaban hechos de materiales raros y caros.
El mago pensó unos segundos, pero al final metió la mano en su chaleco y sacó un libro delgado de quince por ocho centímetros para dárselo. Como Drizzle supuso, era algo muy caro.
Era un libro que le daban las familias más prominentes a los magos que nacían entre ellos. Parecía que la familia de este mago era influyente, pero Drizzle sabía que este era un regalo de nacimiento, y que este mago de seguro no era nada más que carne de cañón para su familia, ni siquiera se molestarían en buscarle una esposa. Drizzle tomó el libro, y sin ninguna ceremonia lo metió en un bolsillo, lo que dejó al mago atontado.
—Este libro de hechizos es basura para ti, lo que significa que estudiarlo hará que tú seas basura. No usarás ningún hechizo de este libro —explicó Drizzle—. Desde hoy te enseñaré otro tipo de magia que es más apropiada para ti. Dejarás de hacer hechizos y emplearás tu voluntad siguiendo otras normas —dijo Drizzle. El mago frunció el ceño y lo miró molesto.
—¿Quieres que aprenda la magia de los miembros de la sangre basura? ¿Eres uno de ellos? —preguntó el mago a punto de hacer una pataleta.
—Calma. De hecho, quiero que aprendas algo parecido a la magia de la línea de sangre basura, pero no quiero que sigas sus pasos, sino que practiques tu propia magia, atendiendo a sus reglas, mientras usas tu talento innato y tu voluntad para dirigir tus habilidades.
»Sé que aprender la magia que usan los miembros de la sangre basura tomaría años y no es algo atractivo para ustedes que pueden aprender magia en minutos debido al talento innato de su línea de sangre, pero si me haces caso, puedo garantizarte que no te tomará más de una semana ajustarte a sus reglas.
»La verdad, cuando se refiere a la magia de fuego, las reglas no son nada complicadas, el problema es manejar la magia y controlarla para dirigirla de forma eficiente y no terminar muerto al usar tu propio hechizo. Pero ese problema no te afectará a ti, porque tienes un talento innato para controlar la magia de fuego y no necesitas más que usar tu voluntad para dirigir el hechizo. Si fallas teniendo todo esto a tu favor, es que en verdad eres basura —explicó Drizzle. El mago lo miraba asombrado.
—¿Cómo sabes tanto sobre magia? —preguntó el mago.
—Envidia —respondió Drizzle con sinceridad.
—¿Qué? No entiendo —dijo el mago con el ceño fruncido.
—Envidia —volvió a repetir Drizzle—. Los magos me dan mucha envidia. Cuando era un pequeño mugroso que mendigaba para comer y veía a los ricos y acomodados magos, yo sentía una envidia terrible y me preguntaba por qué este mundo era tan injusto.
»Hasta el ser más idiota que naciera con magia, tenía la oportunidad de vivir una buena vida, siempre que pudieran administrarse con un mínimo de inteligencia. Pero yo me moría de hambre en las calles soñando que quizás un día y por algún milagro, la magia despertaría en mí y yo llegaría a ser un mago.
»Luego me enteré que los magos no tenían deseos sexuales desde que nacían, y comprendí que mis ilusiones no eran más que estupideces y que siempre sería nada más que un humano, sin nada especial en mí —explicó Drizzle y dio un suspiro—. Aun así, mi envidia no disminuyó.
»Yo quería ser un mago y había escuchado que había un método para obtener magia sin necesidad de haber nacido como mago. —El mago tembló de pies a cabeza y dio un paso atrás luciendo asustado. Drizzle se rio—. No tengo ningún interés de convertirme en un brujo, ya te lo he dicho, esas eran las ilusiones de un niño zarrapastroso que soñaba ser alguien especial y con poder.
»En ese entonces, no sabía que el método que buscaba era el de cómo convertirme en un brujo, y por eso estudié todo lo que pude sobre la magia. Primero me fijé en su magia, la magia más poderosa, la de las líneas de sangre real, pero no había nada allí para mí. Sus hechizos son tonterías dichas para concentrar su voluntad y no tiene nada que ver con el funcionamiento real de la magia.
»Cuando me di de cuenta de esto, volví mi atención a la magia de la sangre basura. Allí encontré lo que buscaba y también obtuve más por menos esfuerzo y dinero. Por desgracia, cuando tenía catorce años, mis sueños quedaron hechos pedazos, cuando me enteré que el método de obtener magia sin haber nacido mago, era convertirme en un brujo.
»Para ello, no solo debía comerme a un mago crudo y otras muchas cosas asquerosas, sino que había una enorme posibilidad de terminar como una criatura sin cerebro que ataca magos y cuyo final más probable era en una pira de fuego de la inquisición.
»Eso puso fin a mis sueños, pero no a mi imaginación. Cada vez que doy con algo relacionado con la magia, me gusta estudiarlo y... Nada, ya lo dije, solo siento envidia de los magos —concluyó Drizzle.
El mago pareció más tranquilo al comprender que él no pensaba almorzárselo para tratar de convertirse en un brujo. Los magos podían ser muy gallinas cuando se trataba de enfrentamientos o encuentros con brujos. Ellos eran algo así como sus depredadores naturales. Drizzle sonrió y se agachó para recoger algo de hierba y colocarlo encima de una roca.
—Enciéndela —ordenó señalando la hierba.
El mago asintió con prisas. Drizzle había logrado intimidarlo más con su historia, que con su espada. Drizzle sacó su daga y levantó una brizna de hierba en llamas.
—El fuego no es nada complicado de entender. Es la magia más común en las islas malditas debido a la facilidad para su aprendizaje, pero también es la más peligrosa y pocos de sus magos se atreven a usarla si no se dan las condiciones apropiadas. Mira —dijo Drizzle señalando la llama—. Lo que ves allí, son partes muy pequeñas de esta brizna de hierba que brilla debido a la alta temperatura. —Drizzle no se molestó en explicar lo que era la temperatura, porque los magos recibían mejores estudios que él—. Lo que ha provocado esa alta temperatura es tu magia, pero lo más importante aquí es tu control sobre ella.
»Quiero que la enciendas por completo, pero no lo conviertas en una llama, deja la brizna entera. ¿Puedes hacerlo? —preguntó Drizzle. El mago entrecerró los ojos.
—¿Con esta brizna de paja? —preguntó el mago con desconfianza. Drizzle asintió con seriedad.
El mago hizo una mueca de desprecio y sin ningún movimiento, la brizna de paja se volvió incandescente y Drizzle tuvo que soltarla, pero no cayó al suelo, sino que siguió flotando sin llegar a arder por completo. Drizzle apenas pudo esconder su emoción.
—Bien, ahora pártela en dos y mueve los fragmentos en direcciones diferentes. Cuando estén a tres metros uno de otro has que se fragmenten, luego puedes terminar —dijo Drizzle y el mago lo hizo sin ningún esfuerzo.
Drizzle suspiró por dentro. Si él tuviera esa clase de poder, se lamentó con envidia ante la indiferencia de este mago idiota que no sabía que en sus manos estaba un poder increíble. Drizzle sacó un pequeño clavo de hierro del bolso de su cintura. El mago miró el clavo y Drizzle lo arrojó al suelo.
—Ya lo sé. No puedes arrojarlo a gran velocidad a pesar de que puedes controlarlo, por lo que no serviría como arma —dijo Drizzle adelantándose a las palabras del mago—. No quiero que lo arrojes tú.
»Solo levántalo, apúntalo hacia esa dirección y luego aumenta la temperatura lo más posible justo detrás de él, asegurándote de hacerlo en un punto muy pequeño, del tamaño de una gota de agua... —El mago no esperó y procedió a hacer lo que le dijo sin ningún cuidado o esfuerzo, como había hecho con la hoja.
Al segundo siguiente, hubo una fuerte explosión que los dejó a ambos atontados y un pequeño ruido que silbó en el bosque. Drizzle que sabía el peligro que había corrido, agarro al atontado mago del cuello y lo miró con furia.
—¡Pedazo de idiota! ¡Por poco nos matas a los dos! La próxima vez espera a que te dé la orden de comenzar —reprendió Drizzle recuperando un poco la calma. El mago asintió todavía atontado por el ruido de la explosión.
Drizzle se dirigió a la orilla del bosque y revisó el árbol donde vio un chispazo al ocurrir la explosión. Al llegar al árbol, pudo ver un pequeño agujero ennegrecido que lo había traspasado de un lado a otro y llegó hasta otro árbol que estaba a diez metros, donde dejó un segundo agujero de unos diez centímetros de diámetro y cinco de profundidad, pero no había ni rastros del clavo.
Era probable que se hubiera vaporizado al igual que sucedió en un experimento mágico del que había leído, sobre objetos sometidos a altas temperaturas que alcanzaban altas velocidades. El ultimo agujero fue provocado por la explosión del clavo al tocar el árbol y perder su cohesión. El mago miraba los dos agujeros con los ojos muy abiertos.
—Puedes practicar de esta forma a partir de ahora, pero hazlo alejado del campamento, y consigue tus propios clavos —dijo Drizzle y se dio la vuelta para volver al campamento.
—Espera —dijo el hombre. Drizzle volvió la cabeza sin dejar de caminar—. No tengo ningún clavo, volveré contigo —dijo algo avergonzado. Drizzle se encogió de hombros y el mago lo siguió.
—Mi verdadero nombre es Alfons, no tengo un apellido, mi familia quería ponerme en la línea del frente y como me negué, me echaron —dijo Alfons. Drizzle asintió.
—Ya sabía que eres un tipo listo —dijo Drizzle y Alfons lo miró sorprendido.
—¿No crees que soy un cobarde? —preguntó con sorpresa.
—¿Por negarte a ser carne de cañón? —Drizzle señaló la compañía—. La mayoría esta acá para que ningún noble pueda usarlos como carne de cañón, y si al final eso es lo que quieren, entonces nos aseguramos de que paguen el precio apropiado por nuestras vidas —dijo Drizzle. Alfons asintió emocionado.
Drizzle pensó que su emoción acabaría cuando se topara con el entrenador, pero eso sería el día de mañana, hoy era el tiempo de reclutar y nadie quería que sus posibles reclutas huyeran del lugar.