Chereads / Libro 1: El Engendro / Chapter 8 - Capítulo 7 Aurora

Chapter 8 - Capítulo 7 Aurora

Dos días de cabalgata a galope tendido después de salir del castillo del difunto marqués Roric, y sin pararse más que para comer y dormir unas pocas horas, ellos habían atravesado un ducado y medio y estaban en el extremo sur del continente, a unos kilómetros de una gran ciudad portuaria a la que en condiciones normales, se hubieran tardado todo un mes en llegar.

Aurora miró los alrededores. Ellos se habían detenido en una colina desde donde se veía la ciudad a lo lejos.

Aurora bajó de su caballo junto al resto y se dirigieron a unos cien metros alejándose del camino y estableciendo un lugar entre algunas rocas grandes. Los caballos lucían descansados y preparados para seguir corriendo a pesar de que habían cabalgado a galope durante todo el camino.

Era evidente que eso era obra de su maestro. Su maestro hizo un gesto con la mano y algunas piedras y troncos se organizaron para formar una fogata. Uno de los guardias ya sacaba un sartén y comida de las alforjas de los caballos mientras otros les quitaban las sillas y los demás vigilaban. Aurora se acercó al fuego para calentarse. Aún era temprano y la brisa fría la había helado por el galope del caballo.

Cuando ella se acercó todos la miraron y Aurora no pudo evitar llevarse las manos a su trasero entumecido.

—¡Estoy bien! —dijo Aurora muriendo de vergüenza.

Todos volvieron a sus asuntos, pero Eileen se rio mientras se sentaba para calentar sus manos.

Aurora se sentía muy desgraciada. Durante su viaje, su trasero y sus piernas se habían pelado hasta hacerse sangre. Su maestro la había curado en apenas segundos, pero esa fue la parte más desgraciada. Él la había visto sostenerse el trasero, dolorida y llorosa la primera vez que se bajó del caballo y sin más, le había dicho que se bajara los pantalones para curarla. Por fortuna Aurora logró gritar que fueran detrás de un árbol y él no se negó.

Su maestro se había desecho de sus heridas en segundos y limpiado su ropa, pero Aurora pasó el resto del descanso sin poder mirar a nadie.

Aurora apenas y sabía montar a caballo y en cada parada que hicieron, su trasero estaba en un estado lamentable. Ella solo podía maldecir a su piel que parecía hecha de niebla, y que al más ligero soplo se volvía harapos. Antes hubo personas que la habían insultado diciendo que los de su raza tenían la piel tan dura como el hierro, pero era evidente que si eso era verdad, ella no había obtenido tal ventaja. Hasta las niñas estaban en mejor estado que ella.

Eileen se sobaba su trasero entumecido de vez en cuando, pero no se quejó ni una vez y no parecía herida. Alanna siguió con su rostro sereno durante todo el camino.

—Capitán, Trea, Aurora, Eileen y Alanna, ustedes vendrán conmigo. El resto se dividirá. La mitad se quedará en este lugar, y el resto ira a buscar un barco que parta a las islas —ordenó su maestro. Él trataba a todos como si fueran sus sirvientes.

Después del desayuno se pusieron en marcha. Su maestro apuntó a la posada más lujosa y sacó una monedas de oro para un sirviente de la posada, pidiendo tres habitaciones que estuvieran juntas y que tuvieran baño.

El sirviente corrió como loco cuando le dieron una moneda de oro como propina y buscó a tres sirvientas que les atendieron y les llevaron a sus habitaciones.

La posada era lujosa. Sus pisos estaban cubiertos con suaves alfombras y del techo colgaban lámparas de cristal.

Aurora no estaba demasiado impresionada. Ella ya había estado en posadas lujosas. Ellos habían atracado a muchos nobles y su padre no era un hombre de ahorrar dinero. Por supuesto, nunca habían visitado una posada como esta, ni siquiera los nobles eran tan derrochadores si no era una ocasión especial.

Al parecer su maestro no era de la misma opinión. Por lo que Aurora había visto hasta ahora, a su maestro le gustaban los lujos y la comodidad.

Las sirvientas le mostraron sus habitaciones y después de revisarlas, su maestro escogió la más grande para él, Aurora y las niñas.

Luego de que su maestro despidiera a las sirvientas, fue evidente que todos pensaban igual, porque se encontraron hiendo juntos hacia la puerta del baño. Aurora se quedó quieta mirando la puerta mientras su maestro entraba.

—Usaré la bañera, ustedes usen la regadera —dijo su maestro sin prestarles atención.

Aurora se había ilusionado al oír que la habitación tenía bañera y se sintió amargada. Ella no creía que su maestro fuera a salir pronto de allí.

Aurora se asomó con una pequeña esperanza de que hubiera más de una bañera y vio a su maestro dirigirse al fondo donde estaba una gran bañera de agua humeante y de suave olor a hierbas aromáticas.

Su maestro cerró las cortinas y su silueta hizo un gesto. Su ropa y su capa se desprendieron de su cuerpo y volaron hasta colocarse sobre el atravesaño de la cortina en perfecto orden. Él levantó un pie y se metió a la bañera recostándose de espaldas y dejando su largo cabello cayendo hacia atrás. Aurora escuchó un suspiro de placer que la hizo sentir envidia.

Aurora miró la ducha. Había varias llaves y era probable que tuvieran agua caliente, pero no era lo mismo que una bañera. Las niñas que ya estaban a su lado miraron a la ducha con una mueca de decepción en sus labios. Alanna suspiró y empezó a desnudarse. Aurora se escandalizó.

—¿Van a bañarse ahora? —preguntó Aurora en un susurro mientras señalaba a su maestro en la bañera.

Ambas niñas siguieron la dirección en la que apuntaba con sus miradas y luego la miraron con desprecio para seguir desnudándose y entrar a la ducha.

—No te hagas ilusiones, campesina desarrapada —la insultó Eileen.

Aurora no sabía lo que significaba ese insulto. Ella pensó unos segundos, pero no pudo imaginarse a su maestro saliendo de la bañera para espiarlas, por lo que entró a la ducha y cerró las cortinas para desnudarse y tomar una de las cuatro regaderas.

Como imaginó, se podía mesclar el agua para ajustar la temperatura. Aurora cerró los ojos y sintió el agua tibia recorrer su entumecido y vapuleado cuerpo. Luego del baño iría a dormir por el resto del día.

Aurora abrió los ojos y observó al par de niñas para intentar ver si tenían una marca de esclavas, y quedó sorprendida, al ver que en efecto tenían una marca de esclavas y también al ver el lugar donde estaba la marca.

Eileen tenía la marca de esclava en la nalga derecha y Alanna en la izquierda. Quizás su maestro era un degenerado.

—¿Qué estás mirando degenerada? —preguntó Eileen molesta al darse cuenta de su mirada.

—Solo miraba su marca de esclavos —respondió Aurora también molesta por su comentario. A ella le gustaban los hombres guapos, no las niñas flacuchas. Eileen entrecerró los ojos.

—Hablas en serio, ¿verdad? —preguntó Eileen. Aurora frunció el ceño y Eileen la miró con una sonrisa de desprecio.

—Esta es retrasada —dijo Eileen con desprecio. Alanna suspiró y pasó al frente para señalar a su pecho.

—¿Quién te dijo que eso era una marca de esclavitud? —preguntó Alanna. Aurora miró la marca de su pecho.

—¿Qué es entonces? —preguntó Aurora con algo de miedo.

—Es una marca de herencia. Gael te ha elegido como su discípula, ¿no es por eso por lo que lo llamas maestro? —preguntó Alanna confusa.

«Le llamo maestro porque él me lo ordenó», pensó Aurora.

—Tonterías, no soy un mago, ¿cómo un mago va a ser mi maestro? ¿Qué me va a enseñar? —preguntó Aurora con desconfianza—. Es evidente que soy una esclava, ni siquiera puedo resistirme a sus órdenes, mi cuerpo se mueve solo —agregó.

—¿No puedes resistirte a sus órdenes? Hace unos dos días te ordenó bajarte los pantalones y lo desobedeciste llevándolo detrás de un árbol —replicó Eileen. Sus palabras eran exactas, pero su tono era mal intencionado dándole otro sentido al asunto.

—No digas nada más. Si sus órdenes fueran absolutas para ti, ni siquiera podrías replicar. —Alanna señaló la marca en su pecho—. Esa marca lleva un contrato. Pero no es como un contrato de esclavos o sirvientes.

»Gael puede ordenarte infinidad de cosas y tú debes obedecer a todas ellas, pero nunca podrá ordenarte cosas que te causen daño psicológico o físico. Tampoco puede permitir que te hagan daño o te maten —explicó Alanna—. Hay infinidad de cosas sobre las marcas de herencia, pero este no es el lugar para explicarlo —dijo Alanna mirándola con algo de compasión.

—¡No soy un mago! —dijo Aurora con seguridad—. Si lo fuera, ¿dónde está mi magia? —preguntó, molesta con el par de niñas.

Eileen la ignoró y abrió la regadera para seguir con su baño. Alanna la miró un segundo, luego la examinó de arriba abajo y Aurora se sintió incómoda, hasta tuvo ganas de cubrirse.

—Eres muy guapa. Esas ropas no te favorecen —alabó Alanna.

—Tú eres muy linda —dijo Aurora sintiéndose incómoda. Alanna asintió y pareció satisfecha. Aurora estaba a punto de tomar el paño y salir de allí.

—¿Por qué crees que no eres un mago? Hasta ahora debió quedarte claro que no eres ninguna esclava —preguntó Alanna observándola con expresión serena.

Aurora no era tonta, ella había escuchado todas las cosas que se decían a su alrededor, y que su maestro pusiera a sus guardias a su servicio, tampoco le pasaba por alto. Pero había cosas que no tenían ningún sentido.

—Bueno, en primer lugar, yo no tengo ninguna magia y en segundo, se dice que los magos no pueden sentir deseos sexuales. —Aurora no dijo más.

Ella se sentía atraída por los hombres, y si no fuera por la estrecha vigilancia y el terror de los chicos hacia su padre, hacía mucho que hubiera probado las aguas.

—Dios. Es la ignorancia en persona —dijo Eileen cerrando la regadera y colocándose las manos en la cintura para mirarla con desprecio—. ¿Qué no tienes magia? Tú magia es horrible y aterradora. Tocarte es como meter las manos en una tormenta caótica… —Alanna levantó la mano para detener las palabras insultantes de su hermana.

Alanna tomó su mano y la llevó a su pecho. Aurora volvió a sentirse incomoda, pero la sensación fue familiar para ella, era parecido a la calidez que sentía cuando su padre la abrazaba.

—Eres muy cálida —dijo Aurora.

—No es calidez, es magia —corrigió Alanna—. Los miembros de la sangre principal son sensibles a la magia, si yo fuera más fuerte de seguro podrías sentir mi magia, como sentiste la del capitán Long cuando estábamos en la entrada del castillo. Pero tú eres de la sangre de la muerte que pertenece a la oscuridad y el capitán Long es de la sangre del dragón que pertenece a la luz. De seguro sentir su magia no fue nada agradable para ti —explicó Alanna con calma.

Aurora se mordió los labios con dudas. Ya no estaba nada segura de sí misma.

—Pero yo no puedo usar magia y estoy segura de que siento deseos —dijo Aurora, su tono expresaba confusión, no negación. Alanna respondió señalando el amuleto de huesos que le heredó su madre.

—Eso debe ser un amuleto santo. Como eres la línea de sangre principal, no es raro que poseas tal tesoro.

»Es cierto, los magos no pueden sentir deseos sexuales. La gran mayoría lo ve como una maldición o una enfermedad. Muchos magos han terminado suicidándose o volviéndose locos por este mal.

»Con el pasar del tiempo, cada grupo ha tratado de crear soluciones al respecto. Pociones, hechizos y demás. Tu gente y la nuestra parecen haber llegado a la misma conclusión. Al momento de ser gestado, la magia es sellada y como es esta la que afecta las emociones, el mago es capaz de experimentar los sentimientos y emociones que atañen al deseo, al menos hasta que esta es liberada y vuelven a su estado normal.

»En nuestro caso, la magia es sellada con las marcas de herencia, pero en la línea de sangre de la muerte este sellado se hacía con amuletos —explicó Alanna.

Aurora miró el amuleto que le dejó su madre. «Imposible», pensó Aurora llevando la mano a su amuleto. Su amuleto era un amuleto de huesos. Ella no sería tan ignorante para confundirse con ese material. Los amuletos mágicos estaban hechos de arcilla, cobre, plata y oro, no se podían infundir hechizos en un amuleto de huesos, y ella no dejaría que la engañaran.

—¡No! —gritaron Alanna y Eileen al mismo tiempo tratando de evitar que ella se quitara el amuleto.

Aurora apartó sus manos. Ella quería saber de una vez por todas qué era lo que estaba pasando. El par de niñas parecían asustadas. Aurora estaba a punto de retirar el brazalete cuando una mano pálida de piel traslúcida que dejaba ver venas verdes, la sujetó como si fuera una garra de acero y no la dejó mover ni un músculo.

Aurora iba a gritar y a buscar su paño al ver a su maestro con una toalla en la cintura y el agua derramándose de su largo cabello negro, cuando este apuntó un dedo a su marca de herencia y Aurora cayó de rodillas con la mente confusa ante la gran cantidad de información que entraba a su cabeza.

Aurora no supo cuánto tiempo se pasó con la cabeza aturdida, pero al recuperar su visión, las dos niñas ya estaban vestidas y la miraban de pie a su lado. Su maestro ya se había marchado.

—Felicidades por el despertar de tu magia —consoló Alanna tendiéndole la mano. Aurora las miró como si fuera la primera vez.

—¿Ustedes dos? —Alanna asintió con calma.

—Ya te lo dijimos, lo que tenemos es una marca de herencia y eso solo es plantado en los magos —dijo Alanna ayudándola a levantarse.

Alanna abrió la regadera y ambas salieron del baño dejándola a ella debajo del agua cálida. Aurora se recostó de la pared por unos cinco minutos antes de cerrar la ducha.

—Maestro, ¿quién soy yo? —preguntó Aurora.

—Eres la descendiente de la línea de sangre principal de la sangre de la muerte. No tengo idea de cómo has llegado aquí. Según lo que averigüé sobre ti, deberías estar muerta.

»Antes de tu concepción, la matriarca había ordenado a su heredera casarse con un hombre de una de las ocho tribus de tu sangre, pero parece que la heredera de la matriarca no estaba contenta con el asunto y solo pretendía usar a tu padre y luego tirarlo.

»Al final el hombre perdió la calma y huyó del palacio con la hermana de la heredera. Para cuando dieron con ellos, tú ya había sido concebida. La matriarca ordenó la muerte de su hija y tu padre y se decía que te habían arrojado a un foso de fuego después de sacarte del vientre de tu madre, pero que estés aquí, significa que esa última parte es falsa —concluyó su maestro, que seguía en su bañera. Aurora se sintió perdida. No entendía nada.

—Soy Aurora Bell. Mi padre había sido soldado. Él se enamoró de mi madre que vino del continente de las sirenas. Por eso yo soy de piel morena y rasgos mestizos. Mi madre murió, heredándome la única posesión que trajo del continente de las sirenas, su amuleto de huesos.

»Yo viví en la aldea y estudié bajo la tutoría de mi padre y el viejo sacerdote de la aldea. Tuve que huir del lugar cuando tenía ocho años debido a que el señor de la tierra y un sacerdote trataron de secuestrarme —dijo Aurora molesta.

—Eres Aurora Bell. Sin duda la mujer de la que hablas es tu madre y ese amuleto te pertenece, pero no porque te lo haya heredado tu madre. De seguro lo robó de la matriarca que era su legítima protectora.

»Tu padre no es de este continente y su actual apariencia es obra de un hechizo. Tú no eres una mestiza, en el continente de la sirena hay gente con rasgos más finos que los tuyos y piel más clara. Los que te identifican como mestiza, solo son ignorantes que basan sus observaciones en los emigrantes que llegan desde la parte sur del continente de las sirenas, que en efecto poseen una piel muy oscura. Tú vienes de la parte noreste, ocupada por la sangre de la muerte y sus tribus vasallas.

»El noble que intentó secuestrarte de seguro trataba de congraciarse con la iglesia y ese sacerdote no intentó secuestrarte para hacerte daño. Eres la línea de sangre principal de la sangre de la muerte, si corrieras algún peligro, cientos de sacerdotes se arrojarían delante de ti para intercambiar sus vidas por la tuya.

»Ellos te quieren para luchar en su guerra, pero sospecho que tu familia tenía otros planes y tu padre se deshizo de ellos para que no revelaran tu existencia —concluyó su maestro y Aurora solo pudo morderse los labios.

Ante lo que había pasado en los últimos días, ella no podía negar las palabras de su maestro. Su encuentro no fue casualidad, él llegó al continente y de inmediato la localizó debido a su magia. Ese día, la presión y el malestar que sentía, era su maestro advirtiéndole que se alejara si no quería problemas, pero como Aurora persistió, él asumió que ella había urdido algún plan en su contra y había sido la responsable de traerlo al continente.

Aurora estaba afectada por todo lo que le había pasado, pero eso no evitaba que viera el ridículo de los pensamientos de su maestro, y como ella no podía tenerle miedo, decidió confirmar su teoría.

—Maestro, ese día antes de conocerte, me sentí muy enferma…

—Si sigues hablando te mato —amenazó su maestro y su rechinar de dientes fue audible.

Aurora tuvo que taparse la boca con las dos manos para no partirse de risa. Ella se vistió y salió afuera.

Aquella repentina enfermedad que había sentido, era obra de su maestro. Él había sentido su presencia desde quien sabe cuánta distancia y pensó que ella lo estaba desafiando, así que envió su propio desafío y hasta creyó que era Aurora la que lo había traído al continente, planeando emboscarlo en alguna trampa cuidadosamente planeada. Pero en cuanto se enfrentó a ella y se preparó para luchar una batalla de vida o muerte, resultó que ella no sabía nada de nada y todo no era más que una obra que se desarrollaba en su imaginación.

Aurora salió al balcón para que sus risas no fueran audibles. Él era demasiado listo para su propio bien.

Aurora miró la calle, ellos estaban en el tercer piso y desde allí se podía ver la calle llena de gente. La mayoría de ellos llevaban carretas, coches, o transportaban mercancía a hombros. Como esta era una ciudad portuaria, la mayoría de negocios estaban relacionados con el comercio. Aurora dio un suspiro para empezar a desglosar sus sentimientos.

En primer lugar, su maestro la había visto desnuda. Antes le vio el trasero y los pechos, pero ahora ya no quedaba nada que no hubiera visto. Lo que la molestaba de ello era que se sentía apática respecto al tema. Antes, cuando ella se vio forzada a mostrarle el trasero para que la curara, había permanecido todo el día con la cabeza baja.

«¿Por qué?», se preguntó. Quizás debido al trauma. No lo entendía. Era mejor pasar al siguiente punto, que era el despertar de su magia.

Se suponía que ella ya tenía magia. Y también se suponía que ya no sentía deseos. Eso era fácil de averiguar. Aurora pensó en Rich, pero no había nada de él que le llamara la atención y si antes no hubiera sentido que era atractivo, ahora no podría decirlo. Era desconcertante.

Aurora pensó que le sería imposible conseguir pareja de esta forma. Pero eso tampoco la preocupaba. Aurora supuso que hasta que no se topara con más inconvenientes debido a esta falta de emociones, no serían un problema para ella.

Al final estaba su propia magia. Podía sentirla en su cuerpo, pero no tenía forma de ponerla en práctica. Ella necesitaba hechizos por lo que era otra cuestión que quedaría de lado, al menos hasta que aprendiera cómo usar su marca de herencia. Ahora, ella sabía que allí estaban una gran cantidad de conocimientos que su maestro le había legado, pero él solo le dio información sobre y no le dijo como acceder a esta.

Aurora suspiró. Con esta última evaluación de sí misma, concluyó que todos sus problemas quedaban en suspenso.

Aurora miró la calle con abatimiento hasta que vio a algunos sacerdotes. Algo era diferente… Era una sensación desagradable…

—¡Basta! —ordenó su maestro que ahora estaba a su lado tocando su brazo. Aurora retiró su mirada de los sacerdotes y vio a su maestro.

—Si concentras tu atención en ellos, por muy débiles que sean en algún momento se darán cuenta, en especial porque eres de la sangre de la muerte y ellos son de la sangre divina —reprendió su maestro.

A Aurora se le escapó una leve mueca. Sangre de la muerte, sangre divina, sangre del dragón, no significaba nada para ella. No sabía de qué le estaban hablando.

—No entiendo —se apresuró a decir Aurora cuando su maestro se quedó callado.

Ella esperaba que no estuviera frunciendo el ceño bajo esa capucha.

—Atiende —dijo su maestro después de algunos segundos. Su tono era el mismo que el del sacerdote del pueblo cuando se preparaba a impartir una clase y mandaba a todos aguardar silencio. Aurora asintió.

—La magia de este mundo a la que los humanos tienen acceso tiene su origen en nueve tipos de sangre, de entre ellas hay ocho tipos que se llaman sangre real y una que es llamada sangre basura.

»Entre las ocho líneas de sangre real tenemos a la sangre del dragón de dos cabezas, la sangre divina, la sangre del bosque, la sangre de la muerte, la sangre del espíritu, la sangre de la luz, la sangre infernal, y por último la sangre de la vida.

»La sangre del dragón de dos cabezas, la sangre del espíritu y la sangre de la luz, tienen una mayor afinidad con la luz. La sangre del bosque, la sangre infernal y la sangre de la vida, tienen una mayor afinidad con la oscuridad. En cuanto a la sangre de la muerte, solo tiene afinidad con la oscuridad.

»Ese sentimiento desagradable que percibes en el capitán Long y estos sacerdotes, es debido a su afinidad con la luz. También debido a esto, tu magia es vulnerable a la magia sagrada y a la magia de luz que ejercen la sangre divina y la sangre del dragón. Se podría decir que es veneno para ti —explicó su maestro.

«Así que esos sacerdotes son venenosos». Con razón su padre siempre la apartaba de ellos.

—Maestro, mencionaste los nombres en un orden específico. ¿Hay una escala de poder entre las líneas de sangre? —preguntó Aurora. Su maestro asintió.

—Por lo general, cada uno de los tipos de sangre real tiene una habilidad innata exclusiva de donde viene su nombre y otras tres o dos habilidades más que son de magia común: Curación, fuerza, fuego, viento, rayos, agua. Pero como en todo hay excepciones.

»En primer lugar está la sangre del dragón de dos cabezas. Todos ellos nacen con una sola magia especial. Si se evalúa de forma somera se podría clasificar como fuerza. Pero en realidad no es así. Con lo que ellos llaman técnicas de cultivo del cuerpo y el alma, pueden usar magia de todo tipo, incluyendo las magias excepcionales de las otras siete líneas de sangre real. Magia sagrada, magia del bosque, magia de muerte y demás —«Dios, eso era pura injusticia», pensó Aurora—. Luego está la sangre divina. Ellos, mediante el uso de su magia sagrada, pueden usar la mayoría de otras magias. Pero esta se mescla con su propia magia sagrada y en ocasiones eso puede tener desventajas, por lo que están en segundo lugar a pesar de contar con otras tres magias comunes, que son la magia de la mente, magia de fuego y magia de fuerza.

»En tercer lugar, está la sangre del bosque. La gran mayoría cree que los demonios los extinguieron. En la actualidad sobreviven unos pocos, pero su sangre está contaminada por lo que no vale la pena mencionarlos.

»Sigue tu propia sangre, la sangre de la muerte. Tú magia innata es la muerte, puedes controlar ejércitos de huesos. Tus magias comunes son curación, y relámpagos. Sigue la sangre del espíritu. Su magia innata es espiritual. Sus magias comunes es magia de fuerza y viento.

»En sexto lugar estaría la sangre de la luz que fue exterminada por los demonios y también la siguiente que es la sangre infernal. Por último, la sangre de la vida, cuyos últimos descendientes fueron exterminados hace unos diecisiete años, también obra de los demonios. En realidad estos eran considerados por todos como los más fuertes, pero su magia era desagradable a los ojos de los demás y siempre fueron marginados. Algunos los llamaban la sangre del titiritero —concluyó su maestro.

Aurora no le agradaba estar en el cuarto lugar y que hubiera líneas de sangre que fueran veneno para ella. Ella se sentía perjudicada en el reparto de magia. Pero había algo que le preocupaba más, y era esa horrible mención de los exterminios a manos de los demonios. Ella empezó a sentir miedo.

—Maestro, ¿qué quieres decir con exterminios? —preguntó Aurora preocupada.

—¿Qué sabes de los kolianos? —preguntó su maestro.

—Cuentos. Fueron el mayor enemigo de la humanidad. Una especie de diablos que trató de matarnos a todos, y que fueron derrotados hace diez mil años por la iglesia divina —respondió Aurora. Su maestro sonrió debajo de su capucha.

—Una vez fuimos una especie prometedora, pero solitaria. Descubrimos otros mundos, pero no sentimos ningún apego por las especies que vivían en ellos. Eran demasiado diferentes, demasiado distantes.

»Eso fue hasta que llegamos a un mundo lejano. La especie que lo habitaba era algo diferente a nosotros, en cuanto a su apariencia física y su forma de desarrollo. Ellos usaban algo llamado tecnología y no magia. Pero compartían los mismos sentimientos, emociones y objetivos.

»La humanidad los rescató de su mundo que se decía era en extremo peligroso y los trajo a nuestro mundo donde crecieron y se desarrollaron junto a nosotros. Juntos asolamos todos los mundos conocidos. Hicimos poner a los dioses de rodillas y pagarnos tributo. Nuestros ejércitos robaron y saquearon por todo el universo conocido. Miles de mundos cayeron de rodillas ante nuestro poderío.

»Todo esto hasta que vino el desastre. Las razones dependen de a quién le preguntes. Los humanos acusan a los kolianos de querer arrebatar nuestra magia y los kolianos acusan a los humanos de querer arrebatar su tecnología. Por una u otra razón, hubo guerra entre las dos especies y en ella, ambas fueron destruidas —concluyó su maestro con indiferencia.

Aurora frunció el ceño y miró la calle repleta de gente y la ciudad palpitante de movimiento. Luego volvió la vista hacia su maestro. Ella no se atrevía a decirle que su historia tenía un error bastante grande…

Su maestro hizo una suave risa y levantó su dedo para tocar su pecho. El mundo desapareció y Aurora se vio arrastrada al…

«¿Cielo?», pensó Aurora. Ella estaba en la azotea de una torre inmensa. La torre quizás tenía miles de metros de altura y había cientos más a su alrededor. Una ciudad de dioses pensó Aurora mirando hacia abajo y en frente de ella una ciudad tan gigantesca que ella no podía ver su final desde esta torre tan alta.

«¿Quién podría construir algo así?», se preguntó Aurora asombrada.

—La respuesta está detrás de ti —dijo su maestro a su lado y Aurora se giró.

La torre era ancha, y tenía un pequeño patio en su azotea. Y allí había… Niños. Había unos treinta niños en el lugar junto a algunos adultos que los vigilaban y llevaban túnicas como los sacerdotes. Ellos parecían estar entreteniendo a los niños con trucos de magia, como los que Aurora había visto en las ferias ambulantes.

La mayoría de los niños les ignoraban y correteaban por el lugar como si les perteneciera. Estos niños tenían la apariencia de niños humanos, pero también eran muy diferentes. Sus ropas era de tan buena calidad que Aurora no podía ver ni una sola costura. También parecían recién hechas, brillantes y nuevas. Su apariencia saludable era la de los niños ricos. Aurora creía que ni los ricos tendrían esa apariencia. Sus ojos solo mostraban despreocupación por el futuro.

Aurora empezaba a dudar si en verdad eran humanos. Mientras Aurora fruncía el ceño evaluando a los niños de arriba abajo una y otra vez sin poder decir si eran humanos o no, la puerta de la terraza se abrió y una criatura de piel color arcilla rojiza, alta, delgada, con ojos castaños con reflejos dorados, cabello castaño corto y dos cuernos que salían del nacimiento de la frente y se amoldaban a su cabeza como si hubiesen sido peinados hacia atrás, salió de la puerta.

Él llevaba un traje igual de perfecto que los niños, que consistía en pantalón, camisa, chaleco, zapatos negros de cuero pulido y un broche dorado en el lado derecho de su cuerpo que parecía una moneda de oro con algunas figuras geométricas dibujadas dentro.

—¡Demonio! —exclamó Aurora mirando a su maestro.

—Es un koliano. Sigue mirando —dijo su maestro.

Aurora volvió a voltear la cabeza esperando una carnicería, pero los niños en vez de gritar de espanto, gritaron de alegría y corrieron hacia la criatura que se rio y los saludó cargando a algunos de ellos.

Luego de que le hubieran rodeado el koliano miró a los humanos que realizaban trucos de magia y a los que los niños ignoraban por completo. Los humanos adultos se irguieron e hicieron un gesto de despreocupación hacia los niños mientras decían algo.

Esta podía ser una ciudad de dioses, pero el gesto era tan familiar, que aún sin poder escuchar nada de sonido, Aurora entendió lo que los sacerdotes trataban de decir. Algo como: «da igual, quédate a esos malagradecidos». El koliano también hizo un gesto increíblemente humano encogiéndose de hombros y colocando una expresión indefensa.

El koliano sostuvo la moneda que llevaba en el chaleco y la lanzó hacia arriba con suavidad. La moneda se convirtió en cientos de mariposas doradas que volaron entre los niños que gritaban y trataban de agarrarlas, pero al tocarlas, las mariposas parecían escurrirse entre sus dedos y convertirse en una luz que atravesaba sus cuerpos.

Aurora pensó que esto era una especie de espectáculo de entretenimiento para los niños. Ella siguió a las mariposas doradas que ascendían al cielo y pronto se quedó paralizada por lo que estaba flotando en el cielo.

—Una ciudad flotante —exclamó Aurora mirando la enorme roca flotante por encima de ella.

Era como si el lecho de roca de una ciudad flotara. En su superficie podía ver algunas construcciones similares a castillos.

—Eso no es una ciudad. Mira allí debajo, esa figura en relieve alargada y entrecruzada, es un dragón de dos cabezas. Eso significa que es una base para los miembros de la sangre del dragón de dos cabezas. Si quieres ver una ciudad flotante, te recomiendo que prestes atención a eso de allí —dijo su maestro señalando la dirección en la que ella miraba en un principio, pero la dirección de su mano iba hacia arriba.

Aurora miró y en un principio no vio nada, pero eso fue porque ella estaba buscando algo como la isla flotante y lo que su maestro señalaba estaba mucho, mucho más allá. Lo que ahora veía, era como ver la luna durante el día.

Una gigantesca silueta que daba la impresión de estar por arriba del mismo cielo se podía ver allí. Era algo ilusorio y fantasmal. Aurora no supo qué decir. Era evidente que eso no era una luna, porque parecía un objeto metálico en forma de una flor de pétalos cuadrados.

—Ellos lo llamaban satélite artificial. Según lo que he investigado, era una ciudad y también parte de las defensas de este mundo y no era la única. Había cientos de ellas rodeando el planeta. Incluso los dioses caerían ante ellos y fueron construidos tanto por magia como por tecnología —dijo su maestro con tono indiferente y Aurora regresó al balcón de la posada. Ella tragó saliva y miró hacia la calle.

—Hace diez mil años, la población de este mundo superaba los novecientos mil millones de habitantes entre humanos y kolianos, sin contar a aquellos que residían en otros mundos que fueron conquistados.

»Luego de la guerra, ese número se redujo a menos de mil millones de humanos. Hoy día la población humana de este mundo no supera los doscientos millones de habitantes. Una vez que la profecía se cumpla y el resto de líneas de sangre real sean exterminadas por los demonios, no quedará nada.

»Ambas especies fueron exterminadas durante la guerra de hace diez mil años. Lo que vez ahora, no es más que un cadáver putrefacto y maloliente. En la actualidad, no existe un futuro para la humanidad —sentenció su maestro. Aurora estaba alarmada.

—¿Profecía?... Exterminarnos —preguntó Aurora aterrorizada.

Ella no le había prestado atención a las palabras de su maestro, porque este no la mencionó a ella, sino a las líneas de sangre real. Hasta hacía algunos minutos, ella no se identificaba como miembro de una línea de sangre real. Por eso no les prestó demasiada atención, hasta que salieron de sus oídos y luego un giro alarmado de su cerebro dio marcha atrás en terror y las analizó a profundidad, dándose de cuenta que ella sería una de las exterminadas.

—¿Por qué quieren exterminarme los demonios? —preguntó Aurora alarmada. Su maestro colocó una media sonrisa y negó con la cabeza.

—Tus enemigos no son solo los demonios. Se podría decir que todo el universo quiere matarte. ¿No oíste lo que dije? Hace diez mil años, la humanidad y los kolianos eran dioses.

»Y eran dioses arrogantes y crueles. Robaron, saquearon y mataron en todos los mundos conocidos. ¿Quiénes crees que eran los representantes de la humanidad en esa época? —preguntó su maestro en tono burlón y Aurora sintió un escalofrío en la espalda.

—No te preocupes, antes de que todos esos seres sedientos de venganza pongan sus manos sobre los humanos, es probable que ya hayan muerto a manos de alguien más. Por allí hay una profecía muy popular que está a punto de cumplirse. ¿Lo recuerdas? —preguntó su maestro con calma.

Aurora se mordió los labios. «Es un cuento para niños», pensó Aurora negándose a aceptar tal realidad.

—Según la profecía, el Engendro aparecerá en un año a más tardar. «La noche de lobos dará a luz a la oscuridad». Esa noche será en poco más de un año. Según lo descrito en la profecía, todos los que estén en el otro bando la pasarán mal —concluyó su maestro.

Aurora se quedó paralizada. No porque la profecía fuera real, sino porque su maestro había dicho…

A Aurora le temblaron las piernas. «¿Me va a matar?», se preguntó Aurora cayendo de rodillas. No quería morir. Su maestro se acercó y su corazón se detuvo. Por alguna estúpida razón, ella seguía sin sentir ningún miedo hacia él y eso la enfureció y la hizo llorar de impotencia.

Su maestro estiró la mano y cuando Aurora creyó que le arrancaría la cabeza, él le dio palmaditas en la cabeza mientras sonreía.

—Tienes razón en una cosa. Yo no estaré en el bando de la humanidad en la guerra que se aproxima. Pero en todo lo demás te equivocas. No voy a matarte. Me es imposible hacerlo. Por eso no puedes sentir ningún miedo hacia mí. Esa marca en tu pecho, me obliga a protegerte, así como te obligaría a ti a protegerme.

»Se podría decir que nuestras vidas y destinos están unidos. Ambos nos uniremos a las filas del Engendro y marcharemos en contra de la humanidad —dijo su maestro levantándola con suavidad y sacando un pañuelo de seda para limpiar sus lágrimas.

—¡No! No puedes. ¡No debes!...

—¿No puedo? ¿No debo? —Interrumpió su maestro y por primera vez ella pudo percibir ira en su voz a pesar de que sus manos seguían limpiando sus lágrimas con suavidad—. Los humanos han tratado de matarme desde el día en que nací en este mundo. Si hay algo que puedo y debo hacer para sobrevivir, es asegurarme de que el Engendro sea el vencedor de esta guerra —dijo su maestro—. No fijes tus sentidos en los sacerdotes —agregó y se marchó a la habitación.

Aurora ni siquiera podía moverse debido al shock de todo lo que ahora sabía, por lo que cumplir esa orden no fue un problema. Ella estuvo en el balcón por media hora antes de poder pensar en algo.

«Bueno, he averiguado muchas cosas en solo unos minutos», pensó Aurora. Soy una maga, eso hace que haya innumerables asesinos, demonios y seres de otros mundos que quieran matarme.

El mundo está perdido, mi maestro no va a matarme, y como se refiere al Engendro en tercera persona, eso quiere decir que él no es el Engendro.

Por último, estoy en el bando de los malos. O sea, ella era parte de los enemigos de la humanidad. Aurora miró a los sacerdotes que iban y venían por la calle. Parecía haber algún templo cerca. Ella no creía en Dios, pero si el tipo existía, ella tendría graves problemas en el futuro. Si no existía, aún quedaba ver si podría enfrentarse a su propia conciencia mientras hacía matanzas y exterminios junto a su maestro.

Aurora cerró los ojos por unos segundos y al abrirlos su mente estaba en blanco. Ella no pensó en nada. Fijó toda su atención en la calle debajo de ella y alejó todos los pensamientos de su mente hasta que se hizo de noche y su cuerpo suplicó por una cama.

Aurora volvió a la habitación. Su maestro leía su Libro del Mal acostado en la gigantesca cama. Las niñas dormían en el sofá. Aurora fue al lado de la cama y miró a su maestro.

—Maestro, las niñas duermen en el sofá y no tengo un lugar para dormir —dijo Aurora con tono lastimero.

—Duerme en el piso —dijo su maestro sin siquiera mirar hacia ella.

«Es un monstruo inmisericorde», pensó Aurora. También pensó que si fuera antes, ella de verdad dormiría en el piso antes de pedirle un lugar a un hombre desconocido en su cama. Pero ahora no sentía nada, y su corazón ni siquiera aceleraba su latido ante la posibilidad de que su maestro pudiera aprovecharse de ella al dormir a su lado. Era una sensación extraña.

Aurora sacudió la cabeza y miró el sofá. El par de niñas dormían allí, y en estos momentos la observaban con un ojo abierto. Pero lo que Aurora veía era que ellas eran delgadas y había un lugar para ella en ese sofá. Aurora se acercó dispuesta a suplicar un lugar.

—¡Está bien! —dijo Eileen y se levantó para concederle el puesto del medio.

Esa era la peor posición, pero como estaba rogando, no era correcto que se quejara. Aurora se acostó sintiendo la comodidad y suavidad del sofá. Eileen se acostó en frente de ella y Alanna la abrazó por detrás.

—Eres muy suave —dijo Alanna acariciando su espalda y abrazando su cintura. Aurora se sintió incomoda.

«El placer no se ha ido», pensó Aurora sintiendo placer por las caricias y algo de la incomodidad que le provocaba la niña desde que la conoció. Aurora se tensó, pero luego se relajó al pensar que antes consideró a este par de niñas muy lindas. Ella acarició los cabellos de Eileen para intentar agradecerle por el lugar.

—No me toques, campesina —reprendió Eileen.

La mano de Aurora se quedó paralizada sobre su cabello. Esta niña no le agradaba bajo ninguna circunstancia. Alanna parecía ser más amable a pesar de su expresión indiferente. Ella se abrazó a su espalda y frotó su cabeza acurrucándose para dormir. Aurora también se durmió enseguida.