La luna llena bañaba las calles de Múnich con su pálida luz mientras Lysara caminaba entre las sombras, completamente en control de su entorno. El nuevo territorio vampírico comenzaba a tomar forma bajo su liderazgo, y los licántropos que antes dominaban la ciudad ahora se encontraban arrinconados, debilitados y divididos. Sin embargo, Lysara sabía que la verdadera batalla aún estaba por llegar.
Aunque Adrian seguía siendo el más fuerte entre los vampiros, Lysara, su discípula más poderosa y letal, había demostrado una vez más su capacidad para dominar y conquistar. Desde Nippon hasta Europa, su legado se extendía como una sombra que avanzaba sin detenerse. Y ahora, en Múnich, estaba a punto de consolidar su poder de una manera que haría temblar a sus enemigos.
Con los licántropos en retirada, Lysara supo que había llegado el momento de dar el golpe final. Reunió a los líderes vampiros que se habían unido a su causa. Todos sabían que, a pesar de las victorias recientes, los licántropos seguían siendo una amenaza latente. No se permitiría ninguna tregua, ningún respiro. Para asegurar su control sobre Múnich, debía eliminar la amenaza de raíz.
Esa noche, en los túneles subterráneos donde había forjado sus alianzas, Lysara convocó a los vampiros más poderosos de la ciudad. Las sombras danzaban a su alrededor mientras les hablaba con una calma mortal.
—Hemos arrancado a los licántropos de sus nidos, pero eso no es suficiente, —dijo Lysara, sus ojos brillando con una determinación fría—. Debemos erradicar cada uno de ellos. No quedará ni un solo licántropo que pueda retomar este territorio.
Uno de los vampiros más antiguos, que había visto muchas guerras y enfrentamientos, asintió lentamente.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó con respeto, consciente del poder de Lysara.
Lysara esbozó una sonrisa calculada.
—Con estrategia y precisión. Atacaremos sus puntos más débiles. Los forzaremos a salir a la luz, y cuando lo hagan, no encontrarán piedad, solo destrucción.
Mientras detallaba el plan, su autoridad era incuestionable. Los vampiros presentes, muchos de ellos poderosos en sus propios territorios, la escuchaban con devoción. Después de Adrian, Lysara era la vampira más fuerte que existía, y su fuerza no solo radicaba en su poder físico, sino en su capacidad para pensar varios pasos adelante. Ella no solo era una guerrera implacable, sino una estratega sin igual.
La fase final del plan comenzó al amanecer. Los vampiros, bajo la dirección de Lysara, atacaron en silencio y con una eficiencia letal. Los licántropos, acorralados, comenzaron a caer uno tras otro. Sin la unidad que alguna vez los caracterizó, se desmoronaron ante el poder vampírico.
Sin embargo, Lysara sabía que el verdadero líder de los licántropos, un alfa llamado Varik, aún no había aparecido. Él había estado observando, esperando el momento adecuado para enfrentarla. Pero Lysara no era alguien que le diera esa oportunidad. Ella lo buscaría antes de que él pudiera atacarla por sorpresa.
Cerca de la medianoche, Lysara localizó el escondite de Varik, una antigua fábrica abandonada en las afueras de la ciudad. Con la velocidad y el sigilo que solo una vampira de su calibre podía manejar, entró en el lugar sin ser detectada. Las sombras la envolvieron mientras avanzaba hacia su objetivo.
Varik, al darse cuenta de su presencia, emergió de las sombras, con su imponente figura cubierta de cicatrices de batallas pasadas.
—Sabía que vendrías, vampira, —gruñó Varik, su voz ronca por el odio que había acumulado a lo largo de los años—. Has sido un espina en mi costado durante demasiado tiempo.
Lysara se detuvo, sus ojos rojos brillando con intensidad.
—No soy solo una espina, —dijo, susurrando las palabras con un tono lleno de desprecio—. Soy tu muerte.
La pelea que siguió fue feroz, cada movimiento de Lysara calculado con precisión mortal. Varik era poderoso, pero Lysara lo superaba en fuerza y habilidad. Aunque Varik intentó usar su brutalidad y velocidad, la experiencia y la fría eficiencia de Lysara le dieron la ventaja. Con un golpe final, desgarró el corazón de Varik de su pecho, acabando con el líder licántropo y asegurando su victoria.
Múnich ahora estaba bajo su control completo. No quedaban licántropos que pudieran desafiarla. Lysara, de pie sobre el cuerpo sin vida de Varik, miró hacia el horizonte, sabiendo que este era solo el comienzo de una nueva era. Con Adrian todavía al frente, y ella como su mano derecha imbatible, los vampiros se alzaban nuevamente como los verdaderos soberanos de la noche.
El cuerpo sin vida de Varik yacía a los pies de Lysara, mientras el eco de la batalla aún resonaba en las paredes de la antigua fábrica. Un silencio profundo cayó sobre el lugar, solo interrumpido por el susurro del viento que se colaba entre las grietas de las ventanas rotas. Lysara permanecía inmóvil por un instante, su mirada fija en el cadáver del líder licántropo, consciente de que con su muerte, la ciudad había caído definitivamente en manos vampíricas.
Pero su trabajo estaba lejos de terminar. Sabía que la muerte de Varik, aunque crucial, no significaba que la amenaza de los licántropos hubiera sido completamente eliminada. Las pequeñas manadas dispersas, aunque debilitadas y desorganizadas, aún podrían representar un peligro si se les daba tiempo para reagruparse. Lysara no se permitiría ningún margen de error. Tenía que asegurarse de que cada rincón de Múnich estuviera libre de la plaga que había arrasado con tantas ciudades a lo largo de los años.
Sin perder más tiempo, dejó el cuerpo de Varik donde estaba y salió de la fábrica, fundiéndose nuevamente con las sombras que la envolvían. Afuera, su grupo la esperaba. Al verla, sabían que la batalla había concluido a su favor. Un par de ellos se acercaron en silencio, listos para recibir órdenes.
—Varik está muerto, pero no podemos relajarnos, —dijo Lysara, su tono firme, pero sin el cansancio que muchos habrían esperado tras una batalla como esa—. Quiero que rastreen a los licántropos restantes. Cada uno de ellos debe ser eliminado antes de que puedan reagruparse.
Los vampiros asintieron rápidamente, sin cuestionar sus órdenes. Lysara les había demostrado una y otra vez que era implacable y que sus estrategias, aunque severas, siempre los llevaban a la victoria.
Mientras sus subordinados se dispersaban por las calles de la ciudad, Lysara se dirigió hacia el centro, donde los vampiros más jóvenes y los refugiados que había rescatado se encontraban escondidos en las catacumbas subterráneas. El aire de la ciudad estaba impregnado con el olor a sangre y sudor, pero para los vampiros, era una señal de que la guerra en Múnich estaba llegando a su fin.
Al descender al subsuelo, Lysara fue recibida por una serie de rostros cansados, pero llenos de esperanza. Aquellos vampiros, que hasta hacía poco se habían visto reducidos a vivir en el miedo y la oscuridad, ahora veían una luz en el horizonte. Sabían que, bajo el liderazgo de Lysara, tenían una oportunidad de volver a vivir sin la constante amenaza de los licántropos.
Uno de los vampiros más viejos, un antiguo líder local antes de la llegada de los licántropos, se acercó a Lysara con respeto.
—Nos has dado una esperanza que creíamos perdida, —dijo, inclinando levemente la cabeza en señal de gratitud—. Múnich nunca volverá a ser lo que fue, pero bajo tu mando, podemos reconstruir.
Lysara lo miró, su expresión dura pero tranquila.
—Reconstruiremos, pero lo haremos a nuestra manera. No volveremos a lo que una vez fue. Los licántropos nunca deberían haber tenido la oportunidad de arrasarlo todo, y no volveremos a permitirlo. Aquí, en esta ciudad, los vampiros serán los dueños de su destino una vez más.
Las palabras de Lysara eran más que una promesa; eran una declaración de intenciones. No solo se trataba de recuperar el territorio, sino de asegurarse de que los vampiros tuvieran el control, de que nunca más tuvieran que esconderse en las sombras ni vivir con miedo.
El grupo en las catacumbas se movía con una renovada energía. Los más jóvenes, aquellos que nunca habían conocido otra vida que la del exilio y la miseria, empezaban a entender lo que significaba tener a alguien como Lysara liderándolos. Ella no solo era una fuerza de la naturaleza, sino un faro de lo que los vampiros podían alcanzar si seguían su camino.
Pasaron las horas, y la limpieza de la ciudad continuó. Los pequeños grupos de licántropos que aún quedaban fueron erradicados con la misma precisión letal que había caracterizado todas las acciones de Lysara. Al amanecer, Múnich estaba completamente en manos vampíricas, y cualquier rastro de los licántropos había sido eliminado.
Con la luz del sol filtrándose entre los edificios derruidos, Lysara se detuvo por un momento en el tejado de un antiguo edificio gubernamental. Desde allí, observó el horizonte, su mente ya pensando en los próximos pasos. La ciudad estaba bajo su control, pero el camino hacia la consolidación de un verdadero dominio aún era largo. Múnich sería solo el principio. Si los vampiros querían resurgir, tenían que hacerlo a gran escala, y no solo en Europa, sino en todo el mundo.
Lysara sabía que, aunque había logrado una gran victoria, todavía quedaba mucho por hacer. Los licántropos aún dominaban vastas regiones del planeta, y otros líderes vampiros, aunque poderosos en sus pequeños territorios, carecían de la visión o la fuerza necesaria para unificar a su especie.
Ella, en cambio, estaba lista para esa tarea. No solo como la más fuerte después de Adrian, sino como una líder con la determinación de cambiar el destino de los vampiros para siempre.
La sombra de Lysara se extendía sobre Múnich, pero su ambición miraba mucho más allá de las fronteras de la ciudad. Y mientras los vampiros comenzaban a emerger de las catacumbas y a tomar sus lugares en una sociedad que comenzaba a reconstruirse, Lysara ya planeaba los próximos movimientos que cambiarían para siempre el equilibrio entre vampiros y licántropos.
Era solo el principio de algo mucho más grande.