La mañana en Múnich traía consigo un aire de tranquilidad, pero Lysara sabía que era solo una calma momentánea antes de la tormenta que aún se avecinaba. Mientras los vampiros comenzaban a reclamar la ciudad como suya, la estructura del nuevo orden se gestaba bajo su firme liderazgo. No había lugar para la complacencia ni para las dudas; el control debía ser absoluto, sin grietas que los licántropos pudieran aprovechar.
Lysara, caminando por las calles desiertas, observaba cómo los vampiros comenzaban a organizarse en grupos. Algunos supervisaban las zonas recuperadas, mientras otros patrullaban las fronteras. Habían aprendido de sus errores pasados: jamás volverían a permitir que los licántropos ganaran ventaja. Los territorios ganados por los vampiros serían mantenidos con una vigilancia férrea.
Sin embargo, mientras se asentaba su control sobre la ciudad, Lysara tenía en mente un objetivo mayor. Sabía que Múnich era solo el primer paso. Las pequeñas comunidades vampíricas, desperdigadas y escondidas a lo largo del continente, necesitaban ser unificadas bajo un liderazgo fuerte y decidido. Y no había duda de que ella, después de Adrian, era la única que tenía el poder para hacerlo.
Una de las primeras tareas que debía llevar a cabo era restablecer las comunicaciones con las comunidades más cercanas. Los vampiros que se habían refugiado en lugares oscuros y apartados, temerosos de la caza licántropa, necesitaban saber que ya no estaban solos, que había un nuevo poder en ascenso. Lysara los convocaría, les ofrecería protección y una oportunidad de luchar por su supervivencia. Pero también dejaría claro que, para aquellos que no quisieran unirse, no habría lugar en el nuevo orden que estaba por construir.
Al llegar a lo que había sido una biblioteca antes de la caída de la ciudad, Lysara la inspeccionó con cuidado. Los años de abandono la habían deteriorado, pero las estructuras principales permanecían intactas. Sería un buen lugar para establecer su centro de operaciones. Desde allí, podría empezar a organizar a los vampiros y preparar sus próximos movimientos.
Con un gesto sutil, dos de sus lugartenientes, vampiros leales a su causa desde los días de Nippon, se acercaron para recibir sus órdenes.
—Este lugar será el corazón de nuestra nueva fortaleza, —dijo Lysara, su tono no admitía discusión—. Quiero que fortifiquen los alrededores. Nadie entrará ni saldrá sin que yo lo sepa.
Los vampiros asintieron y se alejaron rápidamente, sabiendo que cada segundo era crucial. Lysara continuó explorando las entrañas del edificio, sus ojos rojos deslizándose por cada rincón, evaluando los posibles puntos débiles y fortalezas de la estructura. Este sería el primer bastión de su imperio, y no podía permitirse errores.
Mientras recorría el lugar, sus pensamientos volvían a Adrian. Aunque el vínculo entre ellos seguía siendo fuerte, hacía tiempo que no lo veía. Él estaba siempre varios pasos adelante, observando y manipulando los hilos del destino desde su propia fortaleza. Pero ahora, la responsabilidad de la expansión recaía sobre sus hombros. Múnich sería solo el principio de lo que estaba por venir.
Esa noche, cuando el sol finalmente se hundió en el horizonte y la oscuridad envolvió la ciudad, Lysara convocó a los vampiros restantes a una reunión. A su alrededor, la tensión era palpable. Aunque habían ganado la batalla por Múnich, sabían que aún estaban lejos de la victoria definitiva.
Lysara se colocó en el centro de la habitación, con todos los ojos puestos en ella.
—Hemos tomado esta ciudad, pero no debemos subestimar lo que viene después, —comenzó, su voz resonando en la sala con autoridad—. Los licántropos pueden estar debilitados, pero no están derrotados. Y más allá de Múnich, aún controlan grandes extensiones de territorio. Esto no se detiene aquí.
Uno de los vampiros más jóvenes se adelantó, nervioso pero decidido.
—¿Y qué haremos ahora, mi señora? —preguntó con una mezcla de respeto y temor.
Lysara lo miró con frialdad.
—Expandirnos. Recuperar lo que nos fue arrebatado. Esta es solo una pieza en el tablero. El resto del continente aún está infestado de licántropos, y nosotros somos los únicos que podemos detenerlos. No descansaremos hasta que cada ciudad y cada territorio caiga bajo nuestro control.
Los vampiros asintieron en silencio, sus rostros reflejaban la mezcla de agotamiento y renovada determinación. Sabían que la lucha que se avecinaba sería larga y brutal, pero con Lysara al mando, las probabilidades de éxito eran más altas de lo que habían sido en siglos.
—Establezcan contacto con las comunidades cercanas, —continuó Lysara—. Ofrezcan protección y un lugar en nuestro nuevo orden a aquellos dispuestos a luchar. Los que no quieran unirse... —una pausa se extendió en la sala, y sus ojos brillaron con un destello peligroso—. No tendrán cabida en lo que viene.
La reunión terminó poco después, pero el impacto de las palabras de Lysara seguía pesando sobre todos los presentes. Esa noche, los vampiros se dispersaron por la ciudad, reforzando las defensas y comenzando los preparativos para las próximas batallas.
Lysara, mientras tanto, permaneció en la biblioteca, observando la luna desde una de las ventanas. La luz pálida bañaba su rostro con suavidad, pero su expresión seguía siendo dura y determinada.
Había logrado mucho en Múnich, pero la verdadera prueba estaba aún por llegar. Sabía que los licántropos no permanecerían inactivos por mucho tiempo. Pronto, se reagruparían y atacarían de nuevo. Pero esta vez, estarían enfrentando a una vampira que no conocía el miedo, una líder cuya ambición no se detendría hasta que el mundo volviera a ser dominado por los vampiros.
La luna se mantenía alta en el cielo, su brillo suave y pálido contrastaba con la creciente actividad en Múnich. La batalla había quedado atrás, pero la verdadera tarea apenas comenzaba. Lysara, caminando con paso firme por las antiguas calles de la ciudad, ya no pensaba solo en la victoria militar, sino en la visión a largo plazo que tenía para este nuevo territorio.
Sabía que la expansión rápida traería más guerras y conflictos, pero también conocía la importancia de consolidar lo que ya se había ganado. Múnich no sería simplemente otra ciudad bajo su control; sería una joya, un símbolo de lo que los vampiros podían lograr. La ciudad, devastada por los enfrentamientos entre vampiros y licántropos, necesitaba renacer. Y bajo su liderazgo, renacería.
En lugar de extenderse imprudentemente hacia otros territorios, Lysara decidió que Múnich sería la capital de su nuevo imperio vampírico, un centro de poder que irradiaría esplendor y prosperidad. Pero para lograrlo, necesitaba algo más que fuerza y dominación. Necesitaba paz, no solo entre los vampiros, sino también con los humanos que quedaban en la ciudad.
Reunió a sus lugartenientes en la sala principal de lo que una vez había sido un ayuntamiento. Las paredes aún mostraban las marcas del conflicto, pero el lugar tenía potencial. Los vampiros leales la observaban con atención mientras exponía su nuevo plan.
—No buscaremos la expansión inmediata, —anunció Lysara, su voz firme, aunque serena—. En lugar de ello, reconstruiremos Múnich. Haremos de esta ciudad lo que una vez fue: una capital resplandeciente, un lugar donde vampiros y humanos puedan coexistir en paz bajo nuestro dominio.
Algunos de los vampiros presentes intercambiaron miradas sorprendidas, esperando una estrategia más agresiva. Uno de ellos, un vampiro veterano que había luchado junto a Lysara desde los días de Nippon, dio un paso adelante.
—¿Coexistir con los humanos? —preguntó con un tono ligeramente escéptico—. Ellos son frágiles, y la guerra ha debilitado tanto su voluntad como su número. ¿Cómo podremos mantener la paz?
Lysara lo miró fijamente, con esa calma que siempre precedía a sus decisiones estratégicas.
—Los humanos, aunque frágiles, son necesarios para nuestro sustento, —respondió—. No cometeremos los mismos errores que otros territorios. No los subyugaremos como esclavos, pero tampoco seremos ingenuos. Los humanos deben entender su lugar, y nosotros, a cambio, les daremos protección y estabilidad. A cambio de sangre, por supuesto.
El plan era claro. Los humanos que vivieran en Múnich tendrían una vida protegida, próspera, y sin el miedo constante que habían experimentado durante las décadas de guerra con los licántropos. A cambio, estarían obligados a contribuir con sangre, pero bajo un sistema justo y regulado. Sería un intercambio que garantizaría la paz a largo plazo.
Lysara, con su visión implacable, no solo quería una capital fuerte. Quería una ciudad que representara el equilibrio entre el dominio vampírico y la cooperación humana. Sabía que no podía eliminar a los humanos por completo; ellos eran parte integral de su existencia. En lugar de ser simplemente alimento, los humanos también podían ser aliados útiles, capaces de sostener el crecimiento y la prosperidad de Múnich.
Al día siguiente, comenzó la reconstrucción. Los vampiros, bajo el mando directo de Lysara, restauraban las zonas dañadas de la ciudad, reforzaban las estructuras y preparaban los edificios más importantes para su nuevo rol. Los humanos que quedaban, pocos pero sobrevivientes de los ataques licántropos, fueron convocados. Se les ofreció la oportunidad de vivir bajo el nuevo gobierno vampírico, con promesas de seguridad y recursos siempre que respetaran las nuevas reglas.
Al principio, los humanos mostraban desconfianza, pero la figura imponente y serena de Lysara imponía respeto. Bajo su control, la ciudad pronto comenzó a mostrar signos de vida. La economía, que había colapsado tras los ataques, empezaba a restaurarse con la ayuda de los vampiros más jóvenes, quienes comenzaban a interactuar con los comerciantes humanos, asegurando el flujo constante de recursos.
El pacto de sangre fue establecido con cuidado. Cada humano en la ciudad debía donar una pequeña cantidad de sangre de manera regular, asegurándose de que la población vampírica se mantuviera alimentada, pero sin poner en peligro la vida humana. A cambio, los vampiros ofrecían protección contra cualquier amenaza externa, y bajo el liderazgo de Lysara, la paz se mantenía.
Pronto, las calles de Múnich volvieron a llenarse de actividad. Los vampiros patrullaban por la noche, manteniendo el orden, mientras los humanos reconstruían sus vidas durante el día. La ciudad, bajo el mando de Lysara, recuperaba su esplendor. Los edificios restaurados brillaban a la luz de la luna, y la relación entre vampiros y humanos, aunque inusual, parecía funcionar de manera efectiva.
Lysara, mientras supervisaba los progresos desde lo alto de un antiguo edificio, sabía que este era solo el comienzo. Múnich no solo sería una capital, sino un ejemplo de lo que el futuro podía ser. Un lugar donde vampiros y humanos coexistieran en una paz tensa pero efectiva, un equilibrio que ella mantendría con mano de hierro. No había espacio para debilidades, y cualquier desvío del plan sería castigado sin piedad.
Así, la ciudad comenzaba a brillar nuevamente. Bajo la visión de Lysara, Múnich se convertía en una capital resplandeciente de poder vampírico, donde los humanos eran parte del sistema, pero sin olvidar jamás quiénes eran los verdaderos gobernantes.
Lysara había comenzado la construcción de su imperio, no a través de la guerra, sino de la estrategia, la diplomacia y el control absoluto, tal y como era ella.