Año 2140, en la Frontera del Territorio de Adrian
Lysara había seguido el rastro hasta el corazón de Europa, un lugar envuelto en sombras y leyendas. Las historias de los vampiros locales eran claras: este territorio estaba marcado por un poder ancestral, y nadie se atrevía a cruzar sus límites sin enfrentar consecuencias fatales. A pesar de las advertencias, Lysara se resistía a creer que Adrian estuviera detrás de tales actos de terror. La brutalidad que había encontrado en su camino no se correspondía con el hombre que ella había conocido hacía siglos.
Cuando llegó a los límites del territorio, la vista que la recibió fue sobrecogedora. En el horizonte se alzaba la imponente fortaleza de Adrian, pero no era solo su colosal tamaño lo que la impresionaba. Ante la fortaleza, se extendía una ciudad, una metrópoli pulcra y organizada donde los humanos vivían. Las calles estaban impecables, como si el paso del tiempo no hubiera afectado en lo más mínimo a ese lugar. Las casas de los esclavos, aunque sencillas, estaban ordenadas, y los humanos, con ropa sencilla pero limpia, caminaban por las calles en silencio, cumpliendo sus deberes.
El contraste era chocante. La ciudad, aunque limpia y bien mantenida, tenía una atmósfera opresiva. No había risa, ni conversaciones animadas; los humanos mantenían la cabeza baja, los ojos llenos de resignación mientras realizaban sus tareas. Todos ellos eran esclavos. Aunque el lugar se asemejaba a una ciudad ordinaria, la realidad era mucho más oscura. Se notaba en sus movimientos medidos, en la forma en que evitaban el contacto visual entre ellos, que su vida no era suya. Cada paso estaba dictado, cada acción era vigilada.
Lysara observaba todo desde una colina cercana, con la fortaleza a la distancia, sus ojos captando cada detalle. No había signos de pobreza o caos; al contrario, todo estaba en orden. Pero ese orden solo servía para enmascarar la cruda verdad: esas personas no eran libres. Vivían bajo el control de una fuerza que los trataba como herramientas, como recursos. Se mantenían vivos, pero solo para servir. La prosperidad de la ciudad se alimentaba de su servidumbre.
—¿Esto es lo que ha creado Adrian? —se preguntó en voz baja, mientras una mezcla de sorpresa y desilusión comenzaba a apoderarse de ella.
Los humanos se movían con precisión, recogiendo mercancías, trabajando en los campos cercanos, manteniendo el brillo inmaculado de la ciudad. No había ni un solo signo de desobediencia o rebelión. Era como si hubieran sido completamente moldeados por las reglas de la fortaleza, reducidos a cumplir sin cuestionar.
Lysara sintió una punzada de dolor en su pecho. La idea de que Adrian había permitido que este orden implacable y frío se estableciera en su territorio le resultaba difícil de aceptar. Sabía que él era distante, a veces cruel, pero no recordaba haberlo visto así, tan dispuesto a convertir a los humanos en simples esclavos.
A medida que descendía por el camino que la llevaría hacia la ciudad, un detalle la detuvo. A las afueras de la ciudad, a lo largo de la carretera que conducía a la fortaleza, vio las señales claras de la influencia de las guardianas. Cabezas de licántropos empaladas, expuestas para que todos las vieran, como un mensaje de terror. Estas cabezas eran una advertencia directa: nadie debía atreverse a desafiar el control de Adrian en este territorio.
Lysara sabía lo que esas señales significaban. Las guardianas, las temidas guerreras de Adrian, habían recorrido esos caminos, limpiando cualquier rastro de intrusión. Las cabezas de los licántropos eran pruebas claras de la brutalidad y eficiencia de esas vampiras, quienes no dejaban rastro de misericordia. Aún así, lo que más inquietaba a Lysara era el propósito de esos empalamientos: no eran actos de simple violencia, sino mensajes calculados. Era una advertencia para que nadie intentara desafiar la autoridad de Adrian en la región.
Con cada paso que daba hacia la fortaleza, Lysara no podía dejar de preguntarse cómo había llegado a este punto. ¿Era esta realmente la creación de Adrian? ¿O había algo más que no comprendía?
En la Entrada de la Fortaleza
La fortaleza de Adrian se erguía aún más imponente a medida que Lysara se acercaba. Sus torres de piedra negra parecían rasgar el cielo, y la oscura energía que emanaba del lugar la envolvía. Las murallas, reforzadas y modernizadas, estaban en perfecto estado, como si fueran imposibles de atravesar. Desde la distancia, parecía un lugar impenetrable, un reino separado del resto del mundo.
Frente a la gran puerta de la fortaleza, dos figuras aparecieron de entre las sombras: las guardianas. Sus armaduras ligeras brillaban bajo la luz del atardecer, adornadas con detalles de oro y plata, pero sin perder la agilidad que las caracterizaba. Se movían como si fueran una extensión de la propia fortaleza, vigilantes, despiadadas.
Lysara se detuvo, sabiendo que había llegado al límite. No podía avanzar más sin provocar una reacción hostil, y aunque su cuerpo estaba listo para enfrentarse a cualquier amenaza, sabía que no era la respuesta. Las guardianas, aunque letales, no eran el verdadero objetivo de su búsqueda.
—He venido a ver a Adrian —dijo Lysara, alzando la voz para ser escuchada claramente.
Una de las guardianas la miró con frialdad, sus ojos de un intenso azul brillando bajo el casco.
—Nadie ve a Adrian sin una orden —respondió la guardiana con voz firme—. ¿Quién eres y qué buscas?
Lysara mantuvo la calma. Sabía que estas guardianas eran la última línea de defensa antes de enfrentarse a Adrian. No era una cuestión de poder, sino de protocolo.
—Dile que Lysara ha venido —dijo, firme, sabiendo que ese nombre despertaría algo en Adrian, si es que aún la recordaba.
La guardiana permaneció inmóvil por un momento, pero el ligero cambio en su postura indicó que reconocía el nombre. Sin decir más, la vampira desapareció rápidamente en la fortaleza, dejando a Lysara esperando en la entrada.
La Ciudad bajo la Sombra
Mientras Lysara aguardaba, sus pensamientos volvieron a la ciudad a los pies de la fortaleza. Desde donde estaba, podía observar con claridad cómo los humanos se movían en perfecta sincronía. Las casas, aunque simples, estaban impecables, y el orden era absoluto. Era extraño cómo, a pesar de ser esclavos, la ciudad mostraba una armonía y limpieza casi antinaturales.
Había visto muchas ciudades a lo largo de su vida, pero ninguna como esta. Los humanos parecían resignados, casi ajenos a su propio destino, viviendo bajo el control absoluto de la fortaleza. Los esclavos no eran maltratados físicamente, al menos no a simple vista, pero la esclavitud en la que vivían era innegable. El poder de Adrian se extendía hasta el último rincón de sus vidas, controlando cada aspecto de su existencia.
Lysara sabía que había llegado el momento. Estaba más cerca que nunca de obtener las respuestas que tanto tiempo había buscado. Sin embargo, con cada paso que daba hacia la verdad, las preguntas sobre quién era ahora Adrian crecían más en su mente.
¿Estaba preparada para enfrentarse al hombre que había sido su compañero y ver en qué se había convertido?
La fortaleza la esperaba.